Si
algo debemos tener claro en esta vida es que nosotros somos lo único que
contamos para nosotros mismos… ¿o no? Llámenme egoísta o lo que les apetezca,
pero lo que caracteriza a esta estirpe de mortales, es la supervivencia…, y sin
egoísmo, no hay vida que resista este mundo cruel.
Tampoco
hay que llevar las cosas al extremo, volverse huraño y dejar a un lado a los
demás. No. Unos tenemos familia, otros tienen hijos y los de más allá tienen un
perro, ofertas de cariño variadas, constantes (más o menos) y plausibles que
nos hacen sentirnos queridos y, sobre todo, juntos (a veces, incluso revueltos).
Otra
cosa son las sensaciones, esas que nos desconciertan y nos llevan a los más
oscuros abismos, a los precipicios más abruptos. Realidades que confunden a cualquiera.
Riñas, discusiones, separaciones, entierros, bodas, nacimientos y comidas de
trabajo, se suceden en un continuo vaivén que nos hace dudar de nosotros
mismos. Palabras, hechos y pensamientos se amalgaman y generan un desconcierto
que, a muchos (pobres…), les repercute enormemente y dejan de vivir por el mero
hecho de no saber quiénes son, un interrogante metafísico que lleva de cabeza a
la humanidad desde tiempos inmemoriales.
Aparcando
tanto lío, es más recomendable no pensar tanto y dejarse querer (una de mis
abuelas ha alcanzado los ochenta y cinco con este lema por bandera… una razón
de peso…), que es lo único liviano que podemos llevarnos al crematorio (porque
yo pienso incinerarme en pro del espacio en los cementerios… no sé ustedes…).
Están
en lo cierto al dudar sobre la conveniencia de generalizar a la hora de hablar
de uno mismo, una actividad que repetimos con frecuencia en nuestra realidad
social, pero no deja de ser una salida barata (si no, ya saben: hay mucho
psicólogo en paro).
Y
si no les he aclarado nada al respecto, siempre pueden echar mano de El abrazo, el álbum ilustrado que el
superventas David Grossman y la ilustradora Michal Rovener (Editorial Sexto
Piso) han engendrado a tenor de estos miedos, e intentar ordenar sus ideas, unas
que, a fin de cuentas, son propias e intransferibles, y que no dejan de ser el sencillo
abrazo que alimenta nuestra existencia.
Esencia humana...
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