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miércoles, 6 de noviembre de 2013

Abrazos sencillos


Si algo debemos tener claro en esta vida es que nosotros somos lo único que contamos para nosotros mismos… ¿o no? Llámenme egoísta o lo que les apetezca, pero lo que caracteriza a esta estirpe de mortales, es la supervivencia…, y sin egoísmo, no hay vida que resista este mundo cruel.
Tampoco hay que llevar las cosas al extremo, volverse huraño y dejar a un lado a los demás. No. Unos tenemos familia, otros tienen hijos y los de más allá tienen un perro, ofertas de cariño variadas, constantes (más o menos) y plausibles que nos hacen sentirnos queridos y, sobre todo, juntos (a veces, incluso revueltos).
Otra cosa son las sensaciones, esas que nos desconciertan y nos llevan a los más oscuros abismos, a los precipicios más abruptos. Realidades que confunden a cualquiera. Riñas, discusiones, separaciones, entierros, bodas, nacimientos y comidas de trabajo, se suceden en un continuo vaivén que nos hace dudar de nosotros mismos. Palabras, hechos y pensamientos se amalgaman y generan un desconcierto que, a muchos (pobres…), les repercute enormemente y dejan de vivir por el mero hecho de no saber quiénes son, un interrogante metafísico que lleva de cabeza a la humanidad desde tiempos inmemoriales.
Aparcando tanto lío, es más recomendable no pensar tanto y dejarse querer (una de mis abuelas ha alcanzado los ochenta y cinco con este lema por bandera… una razón de peso…), que es lo único liviano que podemos llevarnos al crematorio (porque yo pienso incinerarme en pro del espacio en los cementerios… no sé ustedes…).
Están en lo cierto al dudar sobre la conveniencia de generalizar a la hora de hablar de uno mismo, una actividad que repetimos con frecuencia en nuestra realidad social, pero no deja de ser una salida barata (si no, ya saben: hay mucho psicólogo en paro).



Y si no les he aclarado nada al respecto, siempre pueden echar mano de El abrazo, el álbum ilustrado que el superventas David Grossman y la ilustradora Michal Rovener (Editorial Sexto Piso) han engendrado a tenor de estos miedos, e intentar ordenar sus ideas, unas que, a fin de cuentas, son propias e intransferibles, y que no dejan de ser el sencillo abrazo que alimenta nuestra existencia.

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