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lunes, 4 de noviembre de 2013

Amansar a las fieras


De amansar a las fieras, algo sé. Si no me creen, les invito a una de mis clases al grupo del segundo curso de E.S.O., ¡toda una delicia!... Que si siéntate bien, que sí deja de chinchar al compañero, que si veo una tiza volando, que si otra de regreso, que si Fulano me insulta, que si Zutano pone los pies en mi silla, que si me levanto a tirar un papel, que si la pizarra me refleja… Todo eso a la vez y un servidor el encargado de administrarlo. Sólo espero no morir en el intento de hacerles aprender el verbo “to be”…
Esconder el lado más salvaje que todos acarreamos dentro de nosotros mismos es una dura tarea que para muchos resulta cuesta arriba (yo incluido). Constatada una naturaleza animal sin precedentes, el hombre ostenta la medalla de oro en cuanto a salvajismo se refiere, un hecho probado a raíz del belicismo, la pornografía, la competencia laboral, y el constante destrozo de todo lo que nos rodea. Para paliar este caos y con bastante inteligencia, griegos y romanos -los artífices de toda cosa bien pensada- crearon la institución educativa, esa que fabrica ciudadanos, y que, con el paso de los siglos, ha ido adaptándose al cambiar de los tiempos y sus necesidades.
A pesar de encargarle ese cometido a la Escuela, la televisión nos ha provisto de programas como “Hermano Mayor” o  “Super Nani” que se encargan de dar buena cuenta del grado de mala educación que, dada la relajación paternal y social, ostenta la juventud de un occidente cada vez más herido. Sólo espero que a estos gurús del constructivismo no les lluevan las hostias de tanto nene desagradecido (o de sus abuelas encabritadas), algo que me extraña sabiendo que los más exitosos en este cometido de inculcar buenas prácticas y normas de comportamiento son madres monjiles, asistentes sociales pusilánimes o maestrillos complacientes, lobos con piel de cordero que saben cómo hacernos caer en sus redes, y a los que junto a niñas rubias, de mejillas sonrosadas y cara de inocentes como Zeralda, la protagonista que el afamado Tomi Ungerer se sacó de esa chistera para reprimir las incivilizadas costumbres de una caterva de ogros, siempre se salen con la suya a la hora de mangonear a los demás.


Y si no encuentra la forma de llevarlos a su terreno, lléveselos de excursión. Siempre hay alguna ocasión para que encuentren el amor y, de paso, convertirse en tiernos cachorritos…

UNGERER, Tomi. 2013. El ogro de Zeralda. Caracas: Ekaré.

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