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martes, 3 de diciembre de 2013

Esconder los prejuicios



A Javi.

Desde niños aprendemos que uno de los juegos más gratificantes (y a la vez peligrosos) de la vida es esconder cualquier cosa a ojos de quienes la buscan. Mientras crecemos nos percatamos de que esa costumbre puede ser divertida, temible, e incluso triste.
Esconder el apetitoso salmón ahumado en la última repisa del frigorífico, ocultar unas grandes posaderas debajo de una amplia falda, o enterrar los lamentables últimos seis meses en una amplia sonrisa, puede ser contraproducente para  cualquiera, no sólo por contagiarnos de brucelosis o gastar más de la cuenta en ingentes cantidades de tela, sino por mantener inadecuadamente nuestra salud mental.
Nos encanta tapar la realidad, no sólo para evitar que se cubra del polvo como si de muebles abandonados se tratase, sino para que otros no la descubran, cosa que nunca sucede ya que siembre hay suelto algún sabueso de increíble olfato que se encarga de escarbar en la tierra y dar con el tesoro que pretendemos conservar bajo llave.
Aunque todos procuramos mantenernos alejados de alcahuetes y correveidiles, no siempre es posible, más que nada porque chismes y cotorreos hacen de este país el patio de vecindad más grande del hemisferio norte. Es por ello que les animo a lavar sus trapos sucios (ya vendrán otros con manchas más negras y duraderas) y desinflar las tripas –y también el cerebro- de tanta mierda contenida… Créanme, al final, todo cae por su propio peso e incluso los tesoros más ocultos, pueden exponerse a la claridad del día tras cientos de años.
Quizá piensen que si el escondrijo se adapta al tamaño, nadie dará con ese secreto aunque pasen más de mil noches con otras tantas mañanas, pero consideren que una tontería del tamaño de una cabeza de alfiler puede acabar con nuestra alegría durante toda la existencia si la acompañamos de prejuicios y otras consideraciones populares.


Y si siguen empeñados en imitar a las vergonzosas avestruces, comportarse como las acorazadas tortugas, o acaparar secretos en las oquedades de los árboles, les recomiendo que echen un vistazo a Cómo esconder un león, un libro de Helen Stephens (Ediciones B, colección B de Block) que no sólo cuenta la historia de la niña que escondió un felino gigante en su habitación, sino de los tabúes, las convenciones y la arbitrariedad humana. ¡Cómo si todos no tuviéramos aspectos de los que sentirnos avergonzados!

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