A Javi.
Desde
niños aprendemos que uno de los juegos más gratificantes (y a la vez peligrosos)
de la vida es esconder cualquier cosa a ojos de quienes la buscan. Mientras
crecemos nos percatamos de que esa costumbre puede ser divertida, temible, e
incluso triste.
Esconder
el apetitoso salmón ahumado en la última repisa del frigorífico, ocultar unas
grandes posaderas debajo de una amplia falda, o enterrar los lamentables últimos
seis meses en una amplia sonrisa, puede ser contraproducente para cualquiera, no sólo por contagiarnos de
brucelosis o gastar más de la cuenta en ingentes cantidades de tela, sino por
mantener inadecuadamente nuestra salud mental.
Nos
encanta tapar la realidad, no sólo para evitar que se cubra del polvo como si
de muebles abandonados se tratase, sino para que otros no la descubran, cosa
que nunca sucede ya que siembre hay suelto algún sabueso de increíble olfato que
se encarga de escarbar en la tierra y dar con el tesoro que pretendemos
conservar bajo llave.
Aunque
todos procuramos mantenernos alejados de alcahuetes y correveidiles, no siempre
es posible, más que nada porque chismes y cotorreos hacen de este país el patio
de vecindad más grande del hemisferio norte. Es por ello que les animo a lavar
sus trapos sucios (ya vendrán otros con manchas más negras y duraderas) y
desinflar las tripas –y también el cerebro- de tanta mierda contenida… Créanme,
al final, todo cae por su propio peso e incluso los tesoros más ocultos, pueden
exponerse a la claridad del día tras cientos de años.
Quizá
piensen que si el escondrijo se adapta al tamaño, nadie dará con ese secreto
aunque pasen más de mil noches con otras tantas mañanas, pero consideren que
una tontería del tamaño de una cabeza de alfiler puede acabar con nuestra
alegría durante toda la existencia si la acompañamos de prejuicios y otras
consideraciones populares.
Y
si siguen empeñados en imitar a las vergonzosas avestruces, comportarse como
las acorazadas tortugas, o acaparar secretos en las oquedades de los árboles,
les recomiendo que echen un vistazo a Cómo
esconder un león, un libro de Helen Stephens (Ediciones B, colección B de
Block) que no sólo cuenta la historia de la niña que escondió un felino gigante
en su habitación, sino de los tabúes, las convenciones y la arbitrariedad
humana. ¡Cómo si todos no tuviéramos aspectos de los que sentirnos avergonzados!
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