Ataviado
de alegría y los más variopintos disfraces ha llegado el carnaval a nuestra
geografía pese al mal tiempo que nos está acompañando durante la última semana
(si hay algo que odio de verdad es congelarme detrás de una máscara, más si
cabe desde que los chinos nos proveen de lo imprescindible para dar la
bienvenida a la cuaresma).
No
se apuren porque aún quedan días –eclesiásticamente extraoficiales, claro está-
para dar rienda suelta a nuestros instintos más carnales, colocarnos cualquier
harapo y dar un buen susto a cualquier incauto, ya que, a pesar del miércoles
de ceniza y una buena tanda de sardinas, todavía nos queda el sábado de piñata,
ese más local (y alocado), que desde Cádiz a Santa Cruz de Tenerife se desboca
entre jóvenes y mayores a ritmo de presentaciones, cuplés y popurrís, una
suerte de genialidad que abarrota callejones y avenidas en busca de la mejor
parodia local/autonómica/nacional (y agárrense porque la próxima semana se
sirve una de fallas…), algo que sólo
está al alcance de unos pocos, aquellos que saben aunar genialidad,
chispa y elegancia.
La
crítica, esa que pulula por estos lares donde viven los monstruos, nunca debe
caer en la ordinariez, la estulticia y el insulto. Sí se perdona el populismo, la
erudición, el humor y, por supuesto, la compasión, pero jamás la crueldad que
mucho se oye en los tablaos catetos de cientos de pueblos, una que amarga y
retuerce las tripas de los infelices, hasta poder quitar la vida… Cultiven sus
rimas, lean con pasión y escriban todos los días, domestiquen sus palabras con
cuerdas de guitarra y buenas melodías, porque la lengua viperina, esa que hiere
y mata, no alimenta los corazones, sino que los barrena y marchita.
Cojan
el antifaz, acerquen el mirlitón a su boca y regalen una bonita canción en
cualquier Fiesta de disfraces como la
que ha organizado Inés Trigub (editorial Pequeño Editor) gracias a unos animales muy dicharacheros y juguetones. Porque el carnaval que
no se luce en el alma, ni es carnaval ni es nada.