domingo, 28 de febrero de 2021

13 consejos para adultos que (no) leen libros infantiles ¡y otros tantos años de blog!


Sí, señores, este blog ha dado otra vuelta al sol. Y no es moco de pavo pues ya son 13 años dándoles la brasa desde este cuaderno de bitácora lleno de lecturas para niños y no tan niños. Como cada 28 de febrero, le saco brillo a la cubertería, preparo la merienda, me disfrazo de cheerleader, y cuelgo la piñata para el disfrute de todos los monstruos que se acercan a esta casa.
No les voy a mentir. A pesar de las supersticiones maternas, ayer lo celebré por todo lo alto y hoy estoy para el arrastre. Peroooo... como soy un influencer muy profesional, me debo a mis seguidores y el 13 me encanta (este número primo odiado y deseado por tantas y tantas culturas) he pensado que la mejor manera de continuar con los festejos es con una foto especial en la cuenta que los monstruos tienen en Instagram (¡Pasen y vean!) y algo de elocuencia.
Podría haberme decantado por temas tan sugerentes como la vida privada de Maurice Sendak (uno de mis autores fetiche), un estudio pormenorizado sobre cómo ordenar una biblioteca (que propiciaría un buen debate) o los regalos en la LIJ (no descarto una selección sobre este tema en próximas entregas), pero el caso es que me ha parecido más interesante y simpático enumerar una serie de consejos para adultos que no leen libros infantiles o lo hacen mal. 
Sí, como lo oyen. Trece consejos (uno por año) que seguramente hagan reflexionar a más de uno sobre cómo tratan a los libros para niños y cuál es su relación con ellos. Ya sé que a ustedes no voy a descubrirles América, pero quizá les ayude a la hora de defender los libros infantiles en un contexto adulto. Como todo, no es llegar y ¡hala! No. Pues esos objetos que los monstruos veneramos, necesitan de cierta predisposición, sobre todo por parte de adultos que desean proceder con su lectura de la mejor manera posible.
Sin más preámbulos, solo me queda darles las gracias de nuevo por seguir a mi lado durante todo este tiempo en el que, sin comerlo ni beberlo, hemos alcanzado la adolescencia juntos. Es un placer tenerles al otro lado de la pantalla. Seguidores conocidos y anónimos, lectores todos de un servidor que empezó esta andanza allá por 2008 y que seguirá aquí hasta que el cuerpo aguante. Montones de abrazos y besos.


13 CONSEJOS PARA ADULTOS QUE (NO) LEEN LIBROS INFANTILES

Consejo 1. Nunca menosprecies un libro para niños antes de leerlo. Si crees que lo que vas a encontrar en un libro para niños nunca va a estar a la altura de tu nivel intelectual o emocional, es porque menosprecias el nivel intelectual o emocional de los niños. Acude a un especialista, debes mirártelo.

Consejo 2. Déjate asesorar para elegir tus libros infantiles. Muchos adultos creen que pueden leer cualquier libro infantil que caiga en sus manos, pero no. Es un universo tan amplio que, si yerran, no se volverán a acercar a ellos. Por ello es interesante que se dejen asesorar por otros lectores adultos más experimentados. Libreros y prescriptores de literatura infantil son necesarios en esta tarea.

Consejo 3. Cuida tus hábitos cuando leas un libro infantil. Hay adultos que leen libros infantiles en sillas pequeñas o en posturas imposibles. Saltimbanquis y contorsionistas aparte, leer un libro infantil necesita un buen nivel de concentración y por tanto de una higiene postural adecuada, un lugar cómodo y agradable, y sobre todo buena luz. Cuida su lectura y te impregnarás mejor de ella.

Consejo 4. Nunca pongas voz de niño pequeño cuando leas un libro infantil. Tanto si es en voz alta, como si lo haces en silencio, evita las voces ñoñas. Deja de hacerle burla a tu yo más infantil. El adulto que hoy lee ese libro es resultado del niño del ayer. No le hagas parecer un atontao.

Consejo 5. Fíjate en los detalles de los libros infantiles. A pesar de su estilo directo, de las ilustraciones o del formato, un libro para niños está lleno de detalles que pasan desapercibidos a ojos de adultos que no están acostumbrados a ellos. Lo poético se esconde y requiere atención, sobre todo para el lector que no está familiarizado con esas formas de expresión o las ha olvidado.

Consejo 6. Si no entiendes un libro infantil pide ayuda a un niño. Ellos son capaces de ver lo que tú no puedes. Los libros infantiles son su medio, ellos son los expertos y pueden descubrirte nuevas visiones e interpretaciones de aquello que para ti carece de sentido, no tiene dobleces o simplemente no ves. Deja que ellos guíen tus lecturas infantiles, saben más que tú.

Consejo 7. No creas que un libro infantil te hará más feliz. Si piensas que leer cualquier libro infantil, te hará ver el mundo de color de rosa, estás equivocado. Los libros infantiles pueden ser tan crueles, banales, difíciles, absurdos o macabros como los dirigidos al público adulto. Muchos no reconfortan ni te sacan una sonrisa, son más serios de lo que parecen.

Consejo 8. No siempre relaciones un libro infantil con el niño que fuiste. Aunque los libros infantiles se dirijan al niño lector, admiten lecturas de todo tipo de público. Deja de recordar lo que hiciste en tus años mozos mientras lo lees, es mejor que enriquezcas tu universo actual con una nueva mirada.

Consejo 9. Conecta los libros infantiles con tus lecturas adultas. El corpus literario siempre está conectado. La literatura, sobre todo la ficción, bebe de fuentes similares. Esto quiere decir que un buen libro para niños colabora en la construcción del hecho creativo y cultural, no solo literario, sino de otras parcelas como la música, el cine o la ciencia.

Consejo 10. Busca información adicional sobre los libros infantiles que leas. Aparte de lo humanístico, cualquier producto cultural se rodea de un contexto que nos permite conocerlo mejor. Cuando te sumerges en la vida del autor, la época en la que se escribió o las razones de su publicación, valoras mejor dicho producto. Todo libro tiene una historia detrás.

Consejo 11. Piensa que un libro infantil está hecho por adultos como tú. Un libro infantil ha llegado a tus manos porque un adulto lo ha escrito, ilustrado, editado, maquetado, impreso, recomendado o vendido. Respeta al libro infantil y respetarás a todos los adultos que viven de ello y te hacen partícipe de su trabajo.

Consejo 12. Comparte tus libros infantiles con otros adultos. No sólo ayudarás a darle un valor añadido a la literatura infantil, sino que animarás a otros a disfrutar de muchas historias de las que se han visto privados por desconocimiento o prejuicios absurdos. Contribuye a dignificar a todos los actores de esta parcela literaria.

Consejo 13. Nunca te avergüences de leer un libro infantil. Muchos adultos leen libros para niños. Cómics, álbumes o novelas infantiles son lecturas con mucha relevancia en un universo adulto que tiene pudor en admitir que ciertos títulos constituyen algunos de sus pilares intelectuales. Es literatura. Es lectura. Es vida.

jueves, 25 de febrero de 2021

Realidades macabras


Durante todos estos meses, los medios de comunicación nos han hablado de sanitarios, de comerciantes, de hosteleros, de epidemiólogos, e incluso de fabricantes de mascarillas, pero hasta el momento nadie se ha centrado en el trabajo de aseguradoras, funerarias, enterradores y fabricantes de ataúdes. Los verdaderos protagonistas no han tenido oportunidad de explicar con todo lujo de detalles las consecuencias letales de la pandemia.


Seguramente estén pensando que me he puesto en modo necrófilo, pero lejos de todo eso y teniendo en cuenta que las cifras no están nada claras, convendría hacerles algo de caso e ilustrarnos, pues son los que poseen información de primera mano. Mucho ha dicho el Instituto Nacional de Estadística y la Seguridad Social sobre la población activa y el descenso del número de pensionistas, pero visto lo visto, mejor procurarse fuentes menos “oficiales”.


Aparte de lo macabro, siempre he creído que la opinión pública menosprecia a todo este tipo de negocios que se desarrollan en torno a las desgracias ajenas. De poco sirve su realidad (impepinable, por cierto) si la gente hace caso omiso. Con tal de no enfrentarse a una verdad que, sin tapujos, nos habla de la cara menos amable de este desastre, nuestro país sigue cubriendo la muerte con el mismo velo de ocultismo y doble moral que antaño.
No sé si a ustedes les ha pasado, pero algo que me ha llamado enormemente la atención en esta crisis, es que mucha gente y como si estuviéramos en el medievo, ha tapado la causa de fallecimiento de sus seres queridos. Y no es intimidad, no. Huele a vergüenza, a culpa, a otro tipo de cosas. Comportamientos que habíamos olvidado y que han recobrado fuerza en mitad de un panorama poco empático.


Quizá deberíamos hacernos a la idea de que la muerte siempre llega. Desterrar el drama y la tragedia, hacerle frente a lo inevitable y dejar de censurarnos. Duele mucho contemplar cómo una vida se apaga, cómo los seres queridos se van, pero más difícil es alimentarse de la complacencia, el egoísmo y el autoengaño. Que al final las penas flotan, nos derrumban como vidrios frágiles. Cosa distinta es la rabia y la afrenta por saber que esas muertes se podían haber evitado.
Como colofón a estas ideas un tanto sui generis, les traigo en este día de febrero uno de esos libros que con la visión del ayer, no dejan indiferente al lector de nuestros días. Sí, señores, Los 10 perritos, un álbum con texto de José Mallorquí e ilustraciones de Rafael de Penagos ha sido reeditado después de muchos años por Media Vaca.


Basada en una coplilla infantil que se fue modificando en el tiempo y que todavía pervive en muchos países del entorno hispanohablante, nos cuenta la historia de un niño y sus mascotas. Yo tenía 10 perritos. 5 negros, 2 blanquitos, 1 rubio, otro gris y otro pobre sin nariz. Así empieza un álbum que a golpe de página, va diciendo adiós a cada uno de esos canes. Lluvia, quesos, un gato o la visita al circo, son los distintos motivos que desencadenan las ausencias que van hilando una narración con mucha tecla.
Y digo tecla porque esta edición reproduce otra del año 1943 de la entonces muy activa editorial Molino que, echando mano de Mallorquí y Penagos, dos pesos pesados de la época, dio vida a esta curiosa cuenta atrás infantil que pudiendo pecar de macabra (¡Aviso para los sobreprotectores y los de la piel fina!), bebe mucho del surrealismo y lo humorístico.


Colores vivos, composiciones estudiadas, llamadas de atención o guiños simpáticos, abundan en las ilustraciones de un libro que nos habla de épocas pasadas (también presentes y quizá futuras) desde un realismo que puede escandalizar al lector si no fuera por ciertos momentos mágicos que le dan la vuelta a la tortilla. Un disfrute para amantes de lo vintage, la tradición oral, los clásicos de posguerra o las matemáticas. Cualquiera que se acerque a él, incluidos padres frágiles y maestros utilitaristas, le verán el puntito.
Que la vida tiene penas, pero la muerte es más ligera con un poco de imaginación y algo de risa.

lunes, 22 de febrero de 2021

Un revolcón de belleza


Por si acaso no hubiéramos tenido bastante con el despropósito que ha llenado las calles de algunas ciudades españolas durante estos días, hoy tenemos que escuchar cómo nuestros políticos echan más leña al fuego y avivan esa división que cada día se hace más patente en una sociedad desorientada y enferma. ¿Acaso no tenemos bastante con los miles de fallecidos? ¿No hay suficiente gente pasándolas canutas? ¿No se ha hundido bastante la economía? No sé qué más quieren para perpetuarse como parásitos, para seguir jugando a sus tretas de tronos sin importarles lo más mínimo el bienestar de los ciudadanos.
Me producen tanto asco que hoy he decidido comenzar la semana con algo de poesía gracias a una antología que bien merece la pena ser reseñada en este lunes grisáceo. Un recorrido fresco y luminoso por las voces de treinta y seis poetas que, a golpe de verso libre, transitan un siglo de poemas que puede leer cualquiera. Un manojo de cerillas que prenden como tímidas luciérnagas el mundo que otros intentan apagar.
No es que esté melancólico ni taciturno, solo que, de vez en cuando, harto de basura, sienta muy bien darle un revolcón de belleza al alma. Y si es incendiario, mejor que mejor.

Revelación

La noche estaba quieta
prendida a las veletas de las torres.
Y la calle estaba muda, sola…

¡Un caballo negro
la cruzó galopando…!

Yo no sabía
que la calle era de cristal.

Carmen Conde



Dibujo de unicornio

Desde la página de mi cuaderno
he visto al unicornio sobre un lago
abrevar de la luz avergonzada
que cae de mi lámpara amarilla;
acostumbra a mirarme de reojo,
posando de perfil ante mi lápiz.
Cierro mi libreta antes que mi padre
lo descubra pastando entre mis manos.

Javier España

En: Cajita de fósforos. Antología de poemas sin rima.
Selección de Adolfo Córdova.
Ilustraciones de Juan Palomino.
2020. Barcelona: Ekaré.




jueves, 18 de febrero de 2021

De ofensores y ofendidos


En estos días hemos asistido a un nuevo número de la telenovela nacional gracias a la detención de Pablo Hasél. Todos los medios se han llenado de imágenes sobre la detención de este señor y las posteriores protestas callejeras. Que pobrecito, que abajo la monarquía, que España es un país opresor… Excusas para un alarde de violencia y descontrol sin fuste que, como siempre, nos sale caro (¿Se creerán que es el rey quien paga el mobiliario urbano?).


Entre pitos y flautas me ha dado tiempo para adentrarme en la historia del tal Hasél y constatar que, aparte de rimas poco curradas y letras incendiarias, la cosa da para una de propaganda y poco más. Cacareo y revuelo tienen sentido (evidentemente, a todo el mundo le molesta que lo callen), pero no se ahonda en la raíz del problema en el que se ha visto envuelto este catalán aburguesado (creo que no es ningún muerto de hambre, miren de quien es hijo) que juega a revolucionario y sinvergüenza (tanto como el rey, eso está claro).


Dictámenes judiciales aparte (si cometes delitos tipificados y reincides, ya sabes lo que toca...), creo que los medios (des)informantes han reducido a la mínima expresión una historia con cierta manteca, pues nada se ha hablado de la traición nacionalista ni de nuevos intereses postelectorales creados. Digámoslo alto y claro, además de sujeto mediático -y distractor-, el señor Rivadulla -apellido original de Hasél-, es otra “víctima” del show independentista.


Esperemos que, al menos, este MC reaccionario saque tajada del escándalo y se dé un baño de multitudes en su resucitado canal de YouTube. Si es listo (que no lo dudo), lo petará con su nueva situación de mártir y relanzará una pobre carrera como juglar contemporáneo. Que al final, facha o republicano, es lo que nos importa: aprovechar la coyuntura y sacar tajada. 


Él lo tiene claro, ¿y ustedes? Les pregunto porque a tenor de las consignas compartidas y los montones de likes cosechados, empiezo a pensar que soy el único que no ha caído en el clictivismo más complaciente, ese activismo de sillón para amantes de las redes sociales que se apuntan al carro por comodidad, miedo o ignorancia. Dirán que no les hace falta leer nada más allá de lo dictado, ¿para qué? Si total, ya leen otros por nosotros y nos dan todo el relato bien digerido y masticado.
Y es que, amigos, cada vez soy más reticente a participar en todo este tipo de circos. A pesar de que estoy muy a favor de que cada uno diga lo que quiera (yo el primero, aunque me censuren: echen un ojo a los comentarios de esta entrada), me tomo la actualidad con más cautela, no sólo porque cada uno cuenta la vaina según le apaña, sino porque te percatas de que todo el mundo quiere libertad de expresión pero luego tuercen el morro y practican la ley mordaza.


A ofensores y ofendidos les digo: tómense la vida con el rigor que se merece. Es cierto que cada cosa tiene su perspectiva, pero también su medida, y aunque nos joda, el buen humor siempre debe estar presente. Como decía Twain es nuestra mejor arma y exhibiendo una sonrisa evitamos entrar en una cadena de despropósitos y ponernos de mala hostia los unos a los otros. Algo que resumen requetebién Charlotte Zolotow y Geneviève Godbout en su De mal humor, un librito recientemente editado por Tramuntana que viene al pelo.
El día empieza lluvioso. Aunque a Charlot, el perro, le da igual, no parece que suceda lo mismo con el resto de la familia, pues el mal humor va pasando de mano en mano y todos acaban mosqueados. Del padre a la madre, de la madre a los hijos, los niños se lo llevan a la escuela. Y así, uno a uno, todo el mundo parece recibir su dosis de mala virgen.
Una historia encadenada de la siempre cercana pluma de Charlotte Zolotow que gracias a la tierna mirada de la ilustradora canadiense, da mucho juego en eso de la convivencia escolar y familiar (sin sacarlo de quicio, claro, no hace falta utilizarlo para hacer un juego de la oca emocional). Yo sé a qué malencarado regalar este libro tan simpático y veraz, ¿y ustedes?


martes, 16 de febrero de 2021

Un mundo complicado


¡Qué complicado es el mundo! Si aquí tenemos bicho para rato, en otras partes del mundo están con lo suyo. Fíjense en el golpe de estado perpetrado en Birmania (también conocida como República de la Unión de Myanmar). Con el general Min Aung Hlaing a la cabeza, el ejército ha encarcelado a Aung San Suu Kyi, la ganadora de las últimas elecciones en la República de Myanmar con un posible caso de fraude electoral en principio, y en segundo término con el pretexto de haber utilizado equipos de comunicación ilegales. Si esto fuera cierto, no podría tomar posesión del cargo pues en ese país no se puede ejercer si cuentas una condena penal.


Los hechos son estos, ahora vienen los intríngulis. Birmania es un país muy convulso políticamente hablando (colonialismo inglés, conflictos armados y estados militares mediante), tiene una situación geográfica estratégica (sudeste asiático) y una población es muy heterogénea (más de un centenar de grupos étnicos y religiosos que ejercen su poder en diferentes regiones). Como verán, gestionar este panorama debe ser bastante complicado, algo que en parte explica la ausencia democrática en dicho país.


Si todo esto fuera poco, hay que añadir una serie de condicionantes… China está en el meollo y mete mojá en el asunto, no sólo porque le interesa desestabilizar al país vecino, sino porque tiene interés en joder a la India y Bangladesh, directos competidores industriales. De hecho, el apagón digital y la censura de las redes sociales, recuerdan bastante a las prácticas del régimen chino (no van a permitir que las empresas occidentales dirijan al ciudadano oriental). Por otro lado tenemos a Japón y Estados Unidos, potencias mundiales que apoyan a la candidata electa (desde hace mucho tiempo… no se olviden que fue Premio Nobel de la Paz en los 90…) y frenar así la expansión de China hacia el Índico.
Como verán todo es más lioso de lo que parece y poner un poco de orden en este tumulto no será fácil, sobre todo por la desestabilización que supone la gran división social de países donde cunde el hambre y la miseria. Es que, cuando todo el mundo pierde los papeles y no sabe lo que echarse a la boca, imperan el caos y el desconcierto.


Y hablando de estasis llego a Los gusanos comen cacahuetes, un álbum de Élisa Géhin editado hace un tiempo por TakaTuka y que recupero en este día para hablarles de sinsentido y equilibrio. Los gusanos comen cacahuetes, los pájaros comen gusanos y los gatos comen pájaros. Pero un día, de repente, a cierto gusano se le tuerce el carro y decide comerse un gato. La cosa se va de madre y el lío es monumental. Nadie sabe cuál es su papel dentro de la cadena alimenticia y nada tiene ni pies ni cabeza.
Con un ejercicio gráfico muy potente basado en el negro y los tres colores primarios, las formas planas y las líneas básicas, la autora nos habla en unas imágenes que recuerdan a los patrones repetitivos de la estampación tradicional, sobre las relaciones que se establecen en la naturaleza, de la posición que cada uno ocupa en cualquier sistema y de lo necesarias que son las concesiones para alcanzar un equilibro que no siempre contenta a todos.


Esperemos que no queramos imponer nuestra ley en cada conflicto y que al final, todo se solucione de un modo pacífico, que cuando las cosas se sale de quicio, los perjuicios siempre nos superan y caemos todavía más en el vacío.

lunes, 15 de febrero de 2021

Del amor y la estupidez humana


Menos mal que San Valentín y las elecciones catalanas han acabado. Sobre todo porque cada día tengo más claro que el amor y la democracia sirven para poco, e incluso me atrevería a decir que para nada. Y no se abalancen sobre mí, que todavía ando algo dormido para disentir. Sé lo que es el mal de amores y la decepción del votante, así que déjenme con lo mío, que ya tengo bastante.
Si tienen un ratejo, denle a la manivela y piensen, pues los tiempos han cambiado y hay que ser consciente de ello... Dejando a un lado el tema electoral (que ha sido lo más parecido al carnaval que hemos tenido este año), me centro en las cosas del querer, mucho más jugosas y patéticas, pues como sabrán, ayer las redes sociales se cubrieron de merengue por todos lados.


No es que un servidor sienta envidia, pues sé lo que es el amor verdadero, pero como buen científico, aprovecho la coyuntura para estudiar fenómenos tan jocosos, como preocupantes. Y no me digan que no les resulta llamativa esa imperiosa necesidad de gritarle al mundo que tenemos pareja. Sociópatas, activistas, gastrónomos, viajeros y tontos de capirote han perdido el culo por demostrarnos su amor, pero sobre todo, su mal gusto.
Siempre he pensado que tanto exhibicionismo oculta muchas carencias, no sólo sentimentales, sino también intelectuales. No se trata de falta de pudor, dignidad, decoro o autoestima, sino de inteligencia. Y no seré yo quien diga que se está mejor soltero o emparejado (cada uno lo que estime conveniente), pero no me den la barrila, que tanto alardear, a la postre, trae más de una fatiguita.


Ustedes publiquen y los demás golismeamos. Muchos tendrán suerte y se les aparecerá la Virgen en las bodas de oro, mientras otros empezarán con las rosas y el champán para terminar en el juzgado de guardia, en la UCI, en el banco de alimentos o en el taxidermista (a la cornamenta hay que sacarle brillo). A estos últimos bien les valdría mantener sus vidas con cautela, no sea que otros jetas y tunantes tomen nota de la estupidez que ostentan y les toque repetir la jugada.
Yo lo tengo claro: para dar con los despojos de mi existencia en cualquier cuneta, prefiero guardar mis recuerdos en un álbum de fotos.


De entre todos los libros de amor que guardo en la manga, hoy me he decantado por La verdadera historia de la rata que nunca fue presumida, un álbum basado en un cuento popular que acaba de publicar Libros de las Malas Compañías con adaptación de Ana Cristina Herreros, ilustraciones de Violeta Lópiz, y que no deja indiferente a los lectores.
Esta historia de la tradición oral balear y recogida por el archiduque Luis Salvador de Austria en el siglo XIX, nos cuenta las aventuras de una rata que se encuentra una moneda y se compra una col para hacerse una casa. Una vez que la tiene lista, se asoma al balcón. Todo el que pasa por allí la pretende. Rechaza a burros y patos para finalmente casarse con un gato. Sí, como lo oyen.


Atrévanse a descubrir el final. Les aviso de que quedarán más que satisfechos, no solo porque este cuento rimado sigue vigente (el mundo no ha cambiado mucho aunque pensemos que sí), sino por estar enmarcada en un formato enriquecido que desdobla el discurso gracias a las magníficas ilustraciones de Violeta Lópiz. Realizadas con una paleta de color limitada y cargadas de un simbolismo muy contemporáneo, las que acompañan al texto actúan como preludio a otras finales que beben de la principal y plantean una suerte de juego visual que construye un reflejo de esas historias anónimas que nos rodean sea cual sea nuestro sexo, origen, edad o condición. Que los animales personificados, valen para cualquiera.

sábado, 13 de febrero de 2021

Un carnaval silenciado


Hoy es sábado de carnaval y, a pesar de ser una fecha señalada en el calendario por el derroche de diversión que supone, en muchos lugares de nuestro país están llorando por los rincones. No es de extrañar pues esta fiesta callejera es una especie de catarsis. Por el trabajo colectivo que lleva consigo, por la fantasía que desborda y por el despliegue de buen humor que acarrea.


El carnaval. Esa celebración que los países católicos llevan celebrando desde hace siglos para dar paso a la cuaresma, la época de recogimiento que precede a la Semana Santa. Así pasa, que desde la Edad Media, una época oscura dominada por el puritanismo eclesiástico, los días previos se han ido llenando de jolgorio, permisividad y descontrol (que toda época necesita su espacio de distensión)


En nuestro país las carnestolendas se han traducido en disfraces, máscaras, comparsas o chirigotas, y haciendo honor a la etimología ( se cree que proviene de “carnem-levare” o “carne-vale”, un latinajo compuesto que significa “adiós a la carne”), nos da por el desenfreno, el destape, el chiste y la farra antes de que se abra el tiempo del bacalao y los potajes.


Una pena que este año nos quedemos sin todo este despliegue de humanidad, pues el bicho nos hubiera proporcionado muchas ideas para el cachondeo, no sólo en Cádiz o en las Canarias, sino en cualquier sitio de España donde la gente tome en serio la fiesta. Yo estaba soñando con disfraces de coronavirus, mascarillas y vacunas, cuplets sobre Illa, o Simón, y algún pupurrí sobre murciélagos y chinos. Pero nada. Todo ha quedado en agua de borrajas.
Esperemos que las mentes creativas sigan cosechando ingenio para las futuras ediciones de una de mis jaranas favoritas, pues nada como ser otra persona (o cosa) para luchar contra lo gris que nos ha traído esta vida vírica. Por mi parte, traerles un libro sobre caretas y antifaces que les avive la ilusión marchitada. Concretamente Disfraces, un libro de Albertine publicado por Libros del Zorro Rojo.


Disfrazados de tarta gigante, de Alicia, de castillo ambulante, de nube, de puerta secreta o de automovilista, los personajes que se descubren al pasar cada página, rebosan imaginación y de paso sugieren nuevas creaciones por parte del espectador. Y es que este conjunto de ilustraciones de gran formato e impresas en papel de alto gramaje, además de constituir un desfile en toda regla que puede colgar de las paredes de nuestro hogar, se transforman en un libro de actividades en el que el espectador puede desarrollar su creatividad a través de las siluetas de cada imagen.
No se apenen y sonrían a pesar del silencio en las calles.

jueves, 11 de febrero de 2021

Inspiración científica y femenina

 

Cada vez que la señora de Pablo Iglesias (¿No creen que una mujer que vive a la sombra de su marido dice muy poco de sí misma?) abre el pico, la caga. Y no es para menos, pues esta aspirante a ministra no sabe ni lo que dice. Está tan ensimismada, que entra en bucle a cada minuto que pasa. Hoy le ha dado por vendernos la moto de que en España las mujeres no tienen las mismas oportunidades que los hombres a la hora de hacer ciencia. Y yo me he quedado picueto, pues hasta donde tenía entendido, los tiros no iban por ahí.


Luego ha llegado la Majo y, estadística en mano, me ha constatado que nuestro país es uno de los que más científicas tiene en plantilla. En 2019, el porcentaje de mujeres españolas dedicadas al ámbito científico y tecnológico superaba el 50%, es decir, hay más biólogas, matemáticas, químicas e ingenieras, que homónimos masculinos. Una tasa equiparable a la de países como Polonia, Suecia, Noruega y Dinamarca (en azul oscuro en este documento gráfico que les adjunto). 


Entonces, ¿qué nos está contando una señora cuyo único mérito es ejercer de consorte de un macho alfa? Por si esto no fuera poco, hace un par de años España estaba considerado el quinto país del mundo para nacer mujer y, casualmente, desde que ella juega a política hemos descendido en dicho ranking. 


Alucino con este tipo de mensajes que, masticados y digeridos por centros de la mujer, “agentes de igualdad” y otros (des)informantes subvencionados por los poderes del buenismo, se está instalando en nuestra sociedad. Una pre-verdad que ahonda en la división y no en el encuentro, que partiendo de una superioridad más que dudosa, intenta adoctrinar a los votantes en esa dicotomía obsoleta que tanto gusta a cizañeros y charlatanes.


Vergüenza me da como persona ligada a la ciencia, escuchar semejante ristra de patrañas que hacen un flaco favor a todas mis compañeras universitarias que, con mucha cabeza, trabajo y constancia, han sabido ganarse su puesto en hospitales, centros de investigación y empresas del ramo sin tener que echar mano del victimismo más obsceno o la discriminación positiva que plantean estos papanatas mesiánicos. 
Necesitamos mayores presupuestos e inversiones en ciencia para quienes quieran currar en el ámbito científico con un poco de dignidad, y no demagogias baratas que solo ponen de manifiesto el malgasto que todos nuestros gobernantes hacen del erario público en propaganda inerte que solo les enriquece a ellos.


Dejando a un lado todas estas sandeces (que si no me avinagro), hoy les traigo la biografía ilustrada que Patrick McDonnell dedicó hace unos años a Jane Goodall y que tituló Yo, Jane. Un álbum editado en nuestro país por Océano Travesía y que se adentra en los primeros años de esta antropóloga de bandera que tanto hizo por nuestros primos hermanos los primates.
Junto a su mono, ella sueña con ser otra Jane, la de Tarzán. Andar saltando de liana en liana, viviendo en la selva con la sola compañía de los animales y entendiendo una naturaleza enriquecedora y generosa. Con una economía del lenguaje que tanto hace por la construcción el discurso, McDonnell hace un ejercicio exquisito sobre el reflejo de una infancia marcada por pequeños momentos desde los que proyectar un futuro prometedor.
Ojalá todos los mensajes fueran como este y avanzáramos.


martes, 9 de febrero de 2021

Médicos o cómo abandonar al ciudadano


Bienaventurados los que echen mano del médico de cabecera porque irán directos al reino de los cielos. No es para menos teniendo en cuenta cómo está la atención primaria en estos momentos. ¿Que han privatizado los servicios? ¿Que no tienen medios? ¿Que están desbordados?... ¡Pero qué pijo! ¡Muchos se están rascando el fandango! Y les aviso que nos quedan unos cuantos años de esta guisa. Así que Dios les pille confesados que yo me quedo en el limbo.


No hay manera de que te vean presencialmente, y si te ven, con mala cara -por joderles almuerzo y zambra-. Paradojas de la nueva realidad. El estrés postraumático, la coartada perfecta (anda que no hay bajas…). La consulta telefónica, el chollo de sus vidas. Y mientras media España engorda las colas del paro, ellos te cantan esa de “Es una la-ta el trabajar...”


Bendita pandemia que a más de uno le ha abierto los ojos. Ellos, que vivían embobados con los matasanos, tan buenos y tan sabios. “Querido Papá Noel, esta navidad quiero un médico” escribían algunas criaturas “de esos solidarios y suavones, que le cuelgue el fonendoscopio del pescuezo y haga cantidad de crossfit…” ¿Y ahora esto? Si es que no hay vergüenza: jugando con nuestras ilusiones.


Mucho código deontológico, mucho juramento hipocrático y mucho vacilar de EPI en las redes sociales, pero a la hora de la verdad, la vocación se les ha ido por el sumidero (si es que alguna vez la tuvieron). A ver, para que yo me aclare... Si en una situación sanitaria sin precedentes quienes tienen que cribar a los enfermos y evitar la saturación de los hospitales, no lo hacen, ¿entonces quién? ¿los reponedores de los supermercados?... Que sí, que son más susceptibles de contagio y que el miedo es gratis, pero ¿qué se creían que era practicar la medicina? Camareros, limpiadoras, dependientes, maestros… todo quisqui jugándose el pellejo (si es que nos queda algo con tanto gel hidroalcohólico) y ellos, "héroes", ¿acojonados? FLI-PO. Menos mal que internistas, neumólogos, cardiólogos, enfermeros de UCI, de urgencias, y otros sanitarios están dando el callo en los hospitales, porque si no, en vez de palmas, llovían ostias.


Siento generalizar (que también los hay muy profesionales), pero mi experiencia ha sido nefasta y no me da ningún reparo alzar la voz y decir que la sensación que cunde entre la gente es la dejación de funciones por parte de estos sanitarios. Muchos queremos que nos atiendan dignamente y no sucede así desde hace meses. Lo peor de todo es que los que actúan de esa manera desprestigian a todo un colectivo y se dedican a boicotear la sanidad (sobre todo pública, que es a la que pertenezco). El que quiera crédito que se lo gane. Como Oso, un tipo con mucha entrega que hace lo imposible por curar a Tigre, su mejor amigo. Lo lleva a casa, lo venda y lo mima. Viendo que esto no da resultado, lo lleva al hospital para que le hagan todas las pruebas oportunas y lo traten como es debido.


Este es el argumento de Yo te curaré, dijo el pequeño oso, uno de los libros más conocidos de esta serie de Janosch (editorial Loqueleo), que era necesario traer aquí para hablar de medicina y vocación. Una historia llena de sinsentido pero de excepcional ternura que, lejos de dejarte un amargo sabor de boca, rezuma calidad humana y mucho humor, dos premisas que siempre deberían primar en todos aquellos que se dediquen al universo sanitario.
Perdonamos que en el menú no haya trucha saltarina con salsa de almendras y pan rallado, pero al menos, que haya buena voluntad. Y que se note.

viernes, 5 de febrero de 2021

De policías y vidas vacías


Me contaba el otro día una amiga que en Inglaterra, hasta bien entrado enero no existía la dictadura de las mascarillas, y que incluso hoy día puedes ver gente paseando tranquilamente sin ella por las calles. Contaba también que la policía seguía rechazando la idea de multar a los viandantes, pues consideraban que es una opción igualmente válida, contemplada entre las libertades amparadas por la constitución británica. En el caso de encontrarse con alguien que no la porte, se acercan y te informan de la conveniencia de utilizarla quedando bajo tu responsabilidad la elección, pues a ellos no les pagaban por ser los “babysitter” del ciudadano.


Si comparamos la situación con la de nuestro país, uno en el que el ciudadano está acostumbrado a las dictaduras y al paternalismo de estado (todo por nuestro bien, nos dicen… ¡Qué buenos son!), y la cosa cambia mucho, pues las fuerzas de seguridad del estado no se plantean estas cuestiones, es más, están encantados con abusar del poder que les ha sido otorgado. Como a los médicos de atención primaria ni se les ve ni se les oye, han tenido que nombrar nuevos expertos en salud pública. Una fantasía.
Se ve que a los españoles nos ha parecido poco eso de aguantar a policías locales, ertzainas, mozos de escuadra, nacionales y guardias civiles, y se ha abierto la veda para que muchos donnadies obtengan la placa. Han echado mano de la gorra de plato que lucieron en la primera comunión, de tazos que han colgado a modo de medallas y no han parado de leernos la cartilla durante los últimos meses.


No les debe extrañar que cada régimen tenga sus redes policiales. Y si pasan desapercibidos, mejor que mejor. Vestidos de paisano deambulan por las calles, en chándal y un par de chihuahuas de la mano, luciendo moldeador y gafas de sol, miran de reojo, espían a los vecinos, a sus comadres. No se les escapa detalle… de la vida de otros, por supuesto, pues ellos tienen poco donde rascar. Y desde que el bicho llegó, menos. Tristes vidas. Tristes, tristes.
Lo dicho, que yo me quedo con los “bobbies”, que además de vestir con más elegancia, tienen valentía para cazar a los cacos. Como el sargento Simeón de Policías y ladrones o Bill, el ladrón, dos clásicos de Jane y Allan Ahlberg que han sido recientemente rescatados del baúl de los recuerdos por la editorial Babulinka Books en un formato parecido al que usó Altea allá por 1978.


La banda de Dany el Pupila está planeando robar los regalos de Navidad mientras los niños duermen. Scotland Yard está al tanto pero da igual, los cacos se cuelan en las casas y se hacen con los juguetes. Simeón va tras la Abuelita Feroche para recuperarlos pero ¡zas!, los otros cinco caen sobre él y no puede escapar. ¿Qué sucederá? ¿Logrará deshacerse de ellos y salvar la Nochebuena?


Ilustraciones coloristas llenas de detalles (me ha encantado ver el interior de cuartel general de la policía londinense o el mapa estratégico para capturar a los pillastres), secuencias de viñetas que recuerdan al cómic, un texto rimado muy agradecido y un pequeño apéndice explicativo final, hacen las delicias de los lectores mientras dejan volar su imaginación.


En la segunda, Bill, el ladrón protagonista, se introduce sigilosamente en una casa durante la noche y, cuando está terminando de desvalijarla, se encuentra una maleta con un niño dentro. Ni corto ni perezoso, se lo lleva a casa y aprende a cuidarlo. El niño es muy juguetón y se entienden a las mil maravillas. Pero un día, otro ladrón entrará en casa de Bill para robar y, cuando el niño se pone a llorar, Bill descubre por sorpresa que el ladrón en cuestión no es, ni más ni menos que ¡la madre de la criatura!


Con un humor muy blanco y un final feliz, esta historia que se complementa con la anterior, nos vuelve a sumergir en la época dorada del álbum ilustrado anglosajón.
Ilustraciones llenas de detalles (fíjense y descubrirán montones de cosas, sobre todo si conocen un poco la cultura inglesa y esa afición por llenar todas las casas de objetos inverosímiles), un lenguaje muy cercano y giros inesperados, hacen de este relato de intriga, una buena opción para plantear cuestiones sobre la paternidad, las madres solteras o la propiedad privada.


Una historia con mucha acción y un héroe posmoderno, que invita a releer otros libros como El cartero simpático o ¡Qué risa de huesos!, con los que los amantes de los álbumes deben contar en su colección.