Sé que a más de uno, esta entrada le tocará la rabadilla,
pero hace mucho tiempo que tenía ganas de comparar ciudades y pueblos, y no precisamente
con la fábula de Esopo La ratita de campo
y la ratita de ciudad…
Aunque la mayor parte de obras literarias contemporáneas
están ambientadas en la ciudad (si bien hay que puntualizar que de un tiempo a
esta parte ya no son urbes gigantescas como Nueva York, Londres o Moscú, sino
que predominan muchas otras de tamaño medio, esas que se aproximan a las habitadas
por el lector de tipo medio), son menos las que utilizan una ambientación rural
para dar forma a sus historias, cosa que no entiendo ya que las villas, aldeas
y pequeñas localidades tienen tela que cortar.
Aunque no tengo pueblo en propiedad (cosa por la que doy gracias a Dios), sé un rato de ellos. No sólo de casas de cultura y de la juventud, polideportivos municipales, cristos, vírgenes, romerías y economatos, sino de la flora y fauna autóctona, que para eso me licencié en la misma facultad que Ana Obregón.
Aunque no tengo pueblo en propiedad (cosa por la que doy gracias a Dios), sé un rato de ellos. No sólo de casas de cultura y de la juventud, polideportivos municipales, cristos, vírgenes, romerías y economatos, sino de la flora y fauna autóctona, que para eso me licencié en la misma facultad que Ana Obregón.
La gente de pueblo se siente orgullosa de serlo, más por
vacilar que por disfrutar, porque bien es sabido que el pueblo sólo lo mentan
cuando tienen que hablar de chorizos, gachas, ajo mataero y otros productos que
hacen sufrir a la vesícula biliar, porque de otro tipo de actividades, no dicen
ni mu. También es curioso que todos aman su pueblo por encima de todas las
cosas, sobre todo si los impuestos municipales son menores que los de la ciudad
en la que residen, lo que les permite gastar en albóndigas del Mercadona y
especular con el precio de la vivienda en la capital, cosa que les agradecemos
sobremanera… Lo mejor viene con los móviles, los reproductores de audio o las
tablet, productos de primera necesidad que afianzan estrechos lazos de
parentesco que unen a toda la localidad, esos en los que prima la
cosanguineidad y la envidia, dos motivos más que válidos para engañarte a manos
llenas cuando preguntas dónde se pueden coger níscalos o espárragos trigueros… ¡¿Quién
dijo que en los pueblos no están a la última moda que lo hincho?! ¡Pasen y
vean! Piercing, tatuajes, dilataciones y hasta ablaciones de clítoris son el
pan de cada día en los centros escolares rurales, un gran reclamo para ciervas
y ciervos en edad de merecer y aumentar la tasa de fecundidad entre
adolescentes rurales…
Ante semejante panorama, no se extrañe de que Armin Greder
-¿recuerdan al autor de La Isla?-
haya hilado con sus fantasmagóricas ilustraciones un álbum ilustrado que pone
el vello de punta y aboga por la defensa a ultranza de La ciudad (Océano Travesía) como centro de sociabilización del ser
humano que huye de la soledad, en este caso tras experimentar la muerte traumática de su progenitora, una mujer que en sí misma simboliza ese microcosmos que son las pequeñas poblaciones, que arropan pero al mismo tiempo no dejan cabida para la independencia.
¿Quizá aboga este autor por una muerte liberadora? Todo es posible...
¿Quizá aboga este autor por una muerte liberadora? Todo es posible...
P.S.: ¡Y Feliz Halloween! (Aunque sean de pueblo…).