lunes, 30 de septiembre de 2013

Dormir o no dormir, he ahí la cuestión


Dormir es un placer, sobre todo para quien puede hacerlo… Guardias hospitalarias, recogidas de basuras, programas radiofónicos, cubatas y cerveceo, hijos lloricas, turnos en fábricas, preocupaciones y depresiones, pan fermentando y viajes incansables, son buenas (o malas, según el caso) razones para permanecer despierto y hacer un hueco a la vigilia invisible, esa que muchos desconocemos, bien por suerte, bien por desgracia.
Aunque bastante tranquilo, no debe ser agradable para neuronas, músculos y esqueleto, permanecer en vela la mayor parte de la noche, mientras el resto, la inmensa mayoría, duerme con aplomo sobre cualquier superficie horizontal. No envidio en absoluto a todos esos insomnes que, por necesidad laboral, trastornos orgánicos o voluntad propia, se cuelgan de la madrugada día a día, mes a mes, año tras año.


He visto caras mortecinas, amoratadas y en parte amarillentas, en definitiva, destrozadas, que constatan mi fortuna y suerte, más todavía cuando experimento en mis propias carnes esa horrible sensación de soñar y no poder, de girar de uno a otro lado de la cama, como si de una larva en su crisálida se tratase, y terminar -por fin- con un nuevo amanecer entre una amalgama de alivio y tortura, de alterado descanso.
Y así pasa, que con tanto asueto, un resfriado de vías altas en fase de extinción y meditación espiritual a todas horas, me han tocado dos tazas... ¿Será que necesito una buena dosis de nocturnidad y alevosía para regular el ciclo día-noche? Ya les diré el próximo día pues este fin de semana no he parado y creo que será la cura a todos mis males durante las noches que se acercan. 


Es por ello que, para darle la bienvenida a la noche, esa que nos recoge y repone, la editorial Edelvives edita en castellano la versión-revisión que Rébecca Dautremer ha hecho de El cuento durmiente, un cuento de Perrault poco conocido por estos lares que nos habla de un príncipe que, acompañado por su sirviente, llega a un pueblo en el que todos su habitantes duermen.
Aunque tarde (desconocía que existiera esta edición con la que me topé un día deambulando por las librerías de Madrid), me creo en el deber de darle un puesto en este cuaderno de bitácora, porque si bien es cierto que huyo de las adaptaciones, reconozco que la visión de la ilustradora gala es, más que deliciosa, muy sabrosa. 


Aparte de la intensidad y la poesía con la que suele colarse en nuestras estanterías, este trabajo rezuma referencias al mundo circense, al universo del cine (¿Ven ustedes por ahí El sueño eterno de Humphrey Bogart y Lauren Bacall?) o al del jazz. Desde la misma portada se convierte en un homenaje a los grandes trabajos de cartelería de la primera mitad del siglo XX que se funden con escenarios que mezclan realidad y ficción extraídos de cualquier puntos de Europa y su propia imaginación.


Si a todo ello unimos un gran trabajo de investigación (el vestuario de sus personajes me parece digno de una costurera de teatro), las alegorías (¡El abrazo entre dos boxeadores propiciado por un sueño repentino me parece tan significativo, como encantador!) y sus típicas y desdibujadas perspectivas en movimiento, me parece un inmejorable aperitivo de una noche reparadora.


viernes, 27 de septiembre de 2013

Amigos que se hacen mayores


Pasan el tiempo y los amigos, más que años, contamos veranos (a veces, también ferias). Los compromisos laborales, familiares y maritales, complican los encuentros fortuitos y hemos de recurrir a fechas señaladas y otras efemérides para hacer el tonto, discutir un poco y disfrutar los unos de los otros, dejando a un lado suegras, jefes y parientas, para, en derredor de un vaso de vino peleón, entonar eso que los muñecos de papel cantaron

“¡Que te crees tú eso, nariz de patata!
Vamos muy juntos, no nos soltamos por nada.
Somos Piqui y Pecas y Helena Melenas
Y Juan Dos Narices y Ana la Lanas.”

Los muñecos de papel
Julia Donaldson
Ilustraciones de Rebecca Cobb
2013. Barcelona: Ediciones B.

Colección B de Blok

jueves, 26 de septiembre de 2013

Malos tiempos para grandes esperanzas


Mientras que algunos pasan los años vaciando su vida a tímidos sorbos, con generosos tragos o derramándola por alguna alcantarilla, otros la llenan de sueños, ilusiones, expectativas y grandes esperanzas. No sé qué será peor, si vivir despierto o pecar de incauto, algo que le está pasando a más de un joven parado, sobre todo si hace caso de los mensajes optimistas que desde hemiciclos y púlpitos se declaman a todas horas.
No diré que pensar en positivo es peor que “pensar en verde”, pero se hace necesaria una mente preclara que acabe con tanta aberración televisiva. Hablemos alto (y eso que me aquejo de afonía): la crisis va para largo… Empleos bananeros, “overbooking” en establecimientos de segunda mano, yuppies rebuscando cebollas, y el quinto de Mahou® a todo trapo…


España está más seca que el astil de una pera y mientras tanto, nuestro joven capital humano se la rasca a dos manos en base a sus erróneas expectativas, esas que fluyen en bares y discotecas, en redes sociales y páginas de contactos. Aquí lo que triunfa es la supervivencia, ningún riesgo y todas las comodidades… Aunque bien pensado, para que me exprima el estado, liquido a mi padre (o a la abuela, que es la única que cobra).
Pero ahí no acaba la cosa… Si a estas púberes esperanzas, sumamos las gubernamentales, la cosa se va de madre… ¿Recortes salariales? ¿Minijobs? ¿Privatización? ¿PYMES? ¿Quién coño quiere darse de alta?... Afanes recaudatorios y recargos de equivalencia aparte, nuestra situación demasiado tiene que ver con el título de la obra cumbre de Dickens que, si bien proveyó de caudales al hijo adoptivo de un herrero, también lo cegó de amor y pobres pensamientos, dando a luz un gran relato, pero poniendo en evidencia las pocas miras de este joven actor altamente esperanzado.

Cambiemos el mundo y esperemos poco, pues el que mucho espera, derrocha el presente, olvida el pasado e hipoteca el futuro.

lunes, 23 de septiembre de 2013

No al cambio de hora


Retornan los madrugones de prisas y trompicones, de vaivenes insustanciales y desayunos supersónicos (no hablo de duchas ni de otras rutinas higiénicas porque el calentador del agua sigue jodido, y yo, sin gusto))… ¡Con lo bien que, enredados en las sábanas, vivimos el estío!... Una pena que todo pase y el otoño, las lluvias, los cielos cenicientos y, sobre todo, el cambio de hora, se cuelen por las rendijas del tiempo…
 Se dice, se comenta, que el gobierno planea terminar de golpe y porrazo con el odiado cambio horario, ese que mina el sistema límbico, altera los biorritmos, y nos convierte en androides somnolientos. Y yo asevero que “¡Dios quiera!”, porque en España, un país de luz y día, nunca han cuajado esas necesidades germanas de ocultar el sol antes de tiempo y trastocar el engranaje epifisario.


Me declaro a favor de un horario invernal compartido con Portugal y Reino Unido. Le declaro la guerra a la mente anochecida centroeuropea, a las efímeras tardes de invierno, a la oscuridad cavernícola. ¡Ojalá y se atrevan los mandatarios a plantar cara al autoritarismo temporal europeo! ¡El mismo que se escuda en el ahorro energético para seguir malográndonos! Sería un paso de gigante que, aunque no diluye la deuda pendiente (nos queda Merkel, Siemens® y Volkswagen® para rato…), da buena cuenta de nuestro descontento y nos otorga un efímero triunfo ante las imposiciones reinantes, esas que a modo de intereses, reformas fiscales y fondos de cohesión nos dejan la chepa como un acordeón.
Se agradecería un pequeño acto de rebeldía (aunque sólo fuera relativo a las manecillas del reloj) y de paso, disfrutar más tiempo de los paseos vespertinos y las terrazas de los bares (el único negocio que, por lo visto, medio funciona… ¡Bienvenida “burbuja hostelera”!), al paso que unificamos criterios con nuestros vecinos lusos y aupamos nuestro carácter mediterráneo. 
Ante algo tan subjetivo como el uso del reloj, sólo podemos decir que, por soñar, que no quede... Mientras unos necesitan más de la cuenta, otros se dedican a derrocharlo sin medida, unos exprimen los minutos y otros ven pasar las horas como sinuosas bandadas de tordos. Es por ello que hoy, haciendo referencia a esa relatividad temporal, les invito a leer, Tic-Tac una propuesta de Grégoire Rizac y Jörg (editorial Takatuka), que desvela desencuentros familiares en torno al tiempo y su desmedida.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Recuerdos del verano


Aún suena el mar en mis oídos. Sala el Mediterráneo mis labios. Y me trae recuerdos de la calma, del verano… Del arroz a banda, de las lonjas de pescado, de ese sol que enamora a las gentes del norte, de esa brisa, de ese barco…

A este niño inquieto
lo cubre el pañal
de pies a cabeza,
pétalos de sal.

Su red de amor
le teje a mi niño,
vaivén de la hamaca
duerme el pececillo.

Alas, olas, hilos
cubren al pequeño;
arrulla su llanto
la espuma del sueño.

Llega la sirena,
después el delfín,
le traen arena
en un calcetín.

De pies a cabeza
lo cubre el pañal,
a este pececillo
lo arrulla la mar.

Ramón Suárez.
Arrullo marino.
En: Palabras para armar tu canto.
Ilustraciones de Cecilia Rébora,
2012. Pontevedra: Kalandraka.


miércoles, 18 de septiembre de 2013

Aprendiendo con las ilustraciones


Siempre sido un gran defensor del libro-albúm de divulgación o libro de entendimiento. Y lo seguiré siendo aunque esta denominación se vaya diluyendo debido a la ingente cantidad de libros que se publican y que solapan tanto conceptos como finalidades (he ahí el problema de la indefinición de “Literatura Infantil y Juvenil”…, todos los años, lo mismo…).
El álbum ilustrado de divulgación es un libro que, aunque carece en gran parte de un sentido literario estricto, explica de manera expositiva una parcela del mundo real a través del alto contenido gráfico/ilustrado que posee. Y muchos dirán: ¿Qué diferencia a estos libros de los tan odiados libros de texto?... Ahí voy,  ¡de cabeza!
Aunque muchos constatamos que la principal diferencia reside en el formato (cualquier libro de texto no baja de las cien páginas), me gustaría apuntar varios comentarios sobre la segunda, es decir, el tratamiento de las imágenes. En el libro de entendimiento, las imágenes ayudan a la comprensión lectora pero sin dogmatismos; abren la mente del lector y la enriquecen; y no se crea un hueco a modo de calzador, sino que penetran de manera sutil.
Y me rebatirán: Sí, sí… pero, ¿y las de los libros de texto? ¿Qué libro de texto no tiene ilustraciones hoy día?… La mayor parte las tienen, aunque usadas como un mero añadido que embellece pero no ilustra (podríamos llamarlas “dibujos”). También señalar que la mayor parte están realizadas con ordenador, una técnica de bajo coste y sencilla que poco tiene que ver con las que desarrollan los autores de los álbumes del aprendizaje, donde el humor, los detalles y la interacción con el lector, es más que palpable.
De entre los grandes autores de los libros de conocimientos que disfruté durante la niñez (o ya como adulto), podría citar a David Macaulay, Steve Jenkins, o, cómo no, a Richard Scarry (mi favorito) que regresa a las estanterías de nuestro país gracias a la publicación de El gran libro de la escuela (editorial Kókinos), una suerte de páginas llenas de animales con ansía de aprender, jugar y sonreír (espero que algo parecido les ocurra a mis alumnos…).

lunes, 16 de septiembre de 2013

Empezando el curso y terminando la feria


Tras dos meses y medio de vacaciones queda inaugurado el nuevo curso escolar, y con él, se abre la puerta de este lugar donde la L de libros, letras y lecturas, campa a sus anchas. Aunque con bastante desgana (no olvidemos que la depresión postvacacional hace estragos en cualquiera), intentaré mantenerles informados de todo lo que acontezca en la actualidad lijera, y, por qué no, de todo lo que nos rodea y provoca encontradas opiniones (no tiemblen, sólo les tensaré la fibra cuando sea estrictamente necesario, que luego muchos hacen acopio de insultos gratuitos e inmerecidos y ya estoy viejo para guerrear contra la estupidez humana…).
¿Y qué mejor para terminar las vacaciones y empezar con la rutina septembrina, que una feria? Llenas de luces, de bullicio, de bailoteo a doquier, de coches de choque y norias incansables, de mazorcas asadas, de manzanas de caramelo, de vino dulce y barquillos, de bolas de anís y berenjenas encurtidas, de caballos al mediodía, y de charangas bullangueras, las ferias llenan nuestra geografía hasta la entrada de octubre, acompañan la vendimia y auguran un otoño de recogimiento y trabajo, que, aunque nos pese, necesitamos más que nunca.
Ferias hay para todos los gustos…, de postureo o callejeras, de corto o de largo…, las tenemos breves e interminables, taurinas o ecuestres, de botellón y de gasto desmedido. Las hay sucias y muy limpias, alegres y no tanto, a rebosar y también vacías, mayoritarias y para las minorías. Pero eso sí, como la de Albacete, ninguna.



 Ya termina la feria…, sólo quedan dos días. Es por ello que, si les pilla cerquita y tienen ganas de jolgorio, no duden en visitarla, y ver así su tronío y valía. Y si no, siempre pueden conformarse con Luces de feria, una propuesta de Fran Nuño y Enrique Quevedo (editada por Cuento de Luz) que, aunque no es lo mismo, transmite ese sentimiento que llena todas ellas.