Román Belmonte. Al
final te has atrevido a este tándem para dar una visión de la LIJ
desde tu posición como lectora y madre, algo de lo que me alegro
soberanamente... Si alguien me preguntara porqué te he elegido a ti
y no a otro/a para esta conversación, seguramente le podría contar
que nos conocimos a través de los libros, adornar el relato con toda
suerte de filigranas y muchos fuegos de artificio, para terminar
diciendo que fui el padrino en el bautizo de tus hijos (ríete...),
pero es más fácil decir que me ha salido de esa parte -tan
albaceteña- llamada pijo y dejarse de vana literatura. Pero ahora te
pregunto yo: ¿Por qué has accedido a este toma y daca en torno a
los libros para niños?
Miriam Abad. Porque me
lo pides tú, en agradecimiento a tu blog que me ha acompañado y
guiado durante muchos años, y porque cualquier promoción de la
literatura infantil en particular, y de la literatura en general, me
parece poca.
R. B. Aunque el
vocablo “monstruo” tiene para mí un hondo significado, con
frecuencia lo utilizo para referirme a los adultos que leen
literatura infantil como tú y yo... ¿Crees que todos podemos ser
“monstruos”?
M.A. Sí, sólo hay
que conectar con el niño que todavía somos; algunos más a flor de
piel, otros en lo profundo, pero todos tenemos una tecla que lo
activa.
Para mí ser un
monstruo, o hacer el monstruo, es ser Max durante un rato: navegar
lejos de las obligaciones y mandatos diarios, encontrar mundos
diferentes donde te olvidas de quién eres y gamberreas con otros
como tú por toda la isla imaginaria, y después, regresar a casa.
R.B. Para unos
monstruos (los menos), la lectura de obras infantiles es un vicio que
se mantiene desde la infancia, pero la inmensa mayoría de ellos
olvidaron en un rincón al niño que llevaban dentro para seguir
creciendo, hasta que, un día, algo hizo brotar de nuevo ese lado
infantil... ¿Que te devolvió a la literatura infantil?
M.A. Mi niña interior
estaba latente. Seguía conectada con ella porque siempre me han
gustado los dibujos animados, y porque alguna vez me llegaba la
referencia de algún libro infantil. Pero, como muchos padres, mi
conexión total llegó cuando tuve que elegir libros para mi primer
hijo. Me puse a navegar en la red y encontré una literatura que
conectaba visual y emocionalmente con mi mundo interior. Un formato
al que llamaban álbumes ilustrados, que rompían corsés antiguos, y
editoriales, bibliotecas y librerías que apostaban por él.
Y a ti, ¿qué libros
te convirtieron en un monstruo?
R.B. (Risas) Aunque
soy de esa minoría que nunca ha dejado de ser un monstruo, he de
admitir que durante la adolescencia me acerqué más a los prejuicios
y me dejé llevar por el lado más adulto y triste de la vida, pero
como no sabía vivir con él, preferí retornar a mi otro yo, uno más
infantil que, entre otras cosas, siempre ha estado unido a un volumen
de los cuentos de Andersen ilustrado por Apel.les Mestres y que mi
padre compró en uno de esos montones de libros que, de vez en
cuando, vendían por cuatro pesetas en las extintas Galerías
Preciados (esas cosas maravillosas de los ochenta) y que no sé
cuántas veces habré leído... También guardo como oro en paño
otros, como la Enciclopedia de
las cosas que nunca existieron de Page e Ingpen, un
ejemplar de Cuentos del Río
Amur de la colección “Tus libros” de Anaya (ediciones
geniales, por cierto), otro de Cuándo
los borregos no pueden dormir de Satoshi Kitamura, algunos
libros informativos de Richard Scarry (hechos auténtico
bicarbonato), Un año en la
granja de los Provensen (¿por qué nadie reedita estas obras de arte?), un ejemplar de El
maravilloso viaje de Nils Holgerson a través de Suecia con
una tipografía horrible y que todavía mi madre se pregunta cómo
fui capaz de leerlo, El zoo de
Pitus de Sebastiá Sorribas, que me regaló una tía mía,
y poco más... En realidad no guardo muchos libros de la infancia...,
mi padre es defensor acérrimo de las bibliotecas públicas y mi
hermana y yo nos pasabamos las horas en la sala infantil de la BPE de
Albacete. Ahora que lo pienso, creo que mi padre es quién me
convirtió en un monstruo y eso es maravilloso.
M.A.
Y, aparte de la literatura LIJera, ¿qué otros géneros te
gustan?
R.B.
He leído de todo. Cómic (me encanta y hablo poco de él), cuentos,
novela, ensayo, teatro... En mis años de instituto me dio por el
realismo mágico latinoamericano y la literatura española del siglo
XIX y XX. Los de ciencias siempre hemos estado un poco acomplejados
en materia literaria y decidí ponerme al quite con Baroja,
Delibes,Valle-Inclán, Galdós o Cela. Luego vino mi etapa
universitaria y el metro de Madrid, un medio de transporte al que le
debo mucho. En él he leído gran cantidad de “best-sellers” (así
pude saborear la basura y, de vez en cuando, me sigo concediendo el
capricho para no perder la costumbre y estar en la onda), grandes
autores como Cervantes (mi madre se partía de risa leyendo El
Quijote, así que me dio envidia y me tiré a la piscina),
Dickens (todo el mundo debería leer Grandes
Esperanzas) o Shakespeare (nunca imaginé que
El mercader de Venecia y Macbeth
me gustarían tanto), y muchos libros sobre biología (es a lo que me
dedico) o de divulgación científica (te recomiendo uno cojonudo que
me estoy leyendo ahora: Medicamentos
que matan y crimen organizado, de Gotzsche). Una vez que
terminé la carrera y empecé a opositar, me sumergí en este mundo
de los libros para niños en los descansos y tiempos muertos,
decantándome por clásicos de la literatura juvenil que no había
leído como El jardín secreto,
El último mohicano,
Tarás Bulba, La
isla del tesoro, o las novelas de Verne, así como estudios
de LIJ o sobre la lectura en general. ¡No me he privado de nada!
(Risas).
Aunque después de
esta perorata nadie me crea (¡¿para qué contaré estas
cosas?!...), no me considero un gran lector, sino más bien uno
mediocre. En cambio, sí podría autodefinirme como una persona
curiosa, algo que tenemos todos los lectores... ¿Añadirías alguna
cualidad más en un lector potencial?
M.A. Es que sin
curiosidad no hay nada… Pero además, se necesita saber estar con
uno mismo, aislado y concentrado en algo. Y como cualquier habilidad,
se requiere práctica. Alguien que lee una vez al mes, deja la
lectura al primer renglón. Es un poco como subir una montaña. Uno
tiene que subir muchas lomas, muchas colinas, para subir después una
cima más alta.
R.B. Dice mi abuela
que el que no tiene hijos los mata a palos... (¿Será por eso que la
letra con sangre entra?...). Cómo madre, ¿piensas que crear cierto
hábito lector en los hijos es fácil o difícil? Cuéntame algunos
de tus recursos para conseguirlo...
M.A. No es difícil,
pero es una tarea a largo plazo... Los padres nos obsesionamos con
que los niños aprendan a leer (como con muchas otras cosas) y, una
vez que leen, creemos que ya han alcanzado la meta, pero no es
cierto, porque sólo se aprende a leer cuando se comprende y se
adquiere una cierta velocidad lectora. Acompañarles es fundamental:
leerles a la hora de acostarse, pero no sólo cuando son pequeños,
sino también cuando son mayores y saben leer solos; escucharles leer
en alto para que obtengan soltura y lleguen a entender lo que leen;
llevarles a la biblioteca y a la feria del libro; proponerles
lecturas y, muchas veces, no sólo las que nos gustaban a nosotros de
pequeños (aunque, también), sino otras más actuales; llevarles a
escuchar narradores para que aprendan a amar una buena historia,
porque al final los buenos libros son eso, gente que nos cuenta una
buena historia que nos impacta, conmueve y entretiene, etc.
R.B. Como adulto, ¿qué
echas de menos en los libros infantiles?
M.A. Echo de menos
personajes femeninos no dirigidos a lecturas para niñas. Seguramente
esto es reflejo de nuestra sociedad en la que el protagonista parece
que tiene que ser masculino para que le interese al público. Y echo
de más, cientos de expositores llenos de libros rosas y de
repetición hasta el hastío de un modelo que ha tenido éxito... ¿Y
tú?¿Cómo ves la salud de nuestra literatura infantil?
R.B. Te seré sincero
(no sé si hay gente preparada para leer esto, pero da lo mismo). La
LIJ española actual tiene una cara entre enferma y aburrida. Me
explico... A pesar de la enorme cantidad de títulos que salen al
mercado, encuentro poca novedad bajo el sol, poca revolución
literaria, algo que tiene mucho que ver con el “todo vale” y con
el “yo también quiero mi trozo del pastel”. Cabría esperar que
a mayor producción, mayor cantidad de alternativas, pero no ocurre
así..., si lo piensas bien, se repite muchísimo la misma fórmula:
ilustradores, escritores y editores van en busca de las ventas, algo
que nos aleja de la Literatura con mayúsculas y nos acerca a la moda
literaria y la mercadotecnia (tanto en libros para adultos,como en
libros para niños, la realidad es la misma). Por ejemplo, si hace
años te dedicabas a la moralina y los valores, te hacías de oro, si
hoy envías a un editor un proyecto en el que no utilices ni
surrealismo, ni “nonsense”, ni emociones, te comes una mierda, y dentro de cinco
años cambiarán las tornas, triunfará el realismo y todos se
subirán al barco... Una generalización que me pone enfermo porque
los libros deben ser plurales, diversos y ricos, no un producto hecho
ad-hoc. Así pasa, que la Literatura, algo que no debería estar
encorsetado, acaba al final maniatado, y lo que se supone que debería
traducirse en Cultura, se transforma en mero entretenimiento en el
que cabe todo... Pero no le echemos toda la culpa a la industria del
libro. No hay que olvidar que el consumidor tiene gran parte de culpa
en este meollo y que trata al libro como otro objeto de consumo
rápido, de mero esnobismo; es como la camiseta que muchas veces
compramos por un capricho, nos ponemos una vez y la olvidamos en un
armario. En conclusión, la LIJ española de hoy, excepto en contadas
ocasiones, me resulta repetitiva y cansina. Quizá sea un reflejo de
la sociedad enlatada que vivimos, de las necesidades creadas y de la
contaminación del capital. Quiero algo más jevi, más auténtico...
En fin, cambiemos de tema que me cabreo...
Todos los adultos
hemos censurado alguna vez los desmanes infantiles (ya sabes que nos
encanta tratar a los niños como cachorros desvalidos y sin
juicio)... ¿Cómo ves que algunos libros infantiles aboguen por el
libertinaje?
M.A. No sólo pasa en
los libros, sino en cualquier expresión cultural. Los padres
tendemos a buscar modelos que los niños sigan, y nos olvidamos de la
creatividad, la imaginación y la risa. La literatura, la creación,
es libertad, es hacer lo que no podemos hacer diariamente, es el
mundo de los sueños.
Hace un año leí un
artículo de Santiago Roncagliolo sobre Doraemon. Santiago
odiaba el personaje de Nobita porque no le parecía un modelo a
seguir; simplemente no entendía que a los niños les encante
imaginar el poder vivir como Nobita, aunque saben que es un vago
redomado y un enredador que está siempre metiéndose en líos. Pero
bueno..., todos tenemos nuestras limitaciones. Yo les compré una vez
un cómic que acabé poniendo un estante más arriba, porque era
totalmente escatológico y me superaba, aunque mis hijos se partían
de risa con él.
R.B. Para tí, ¿qué
cualidades debe reunir un buen álbum ilustrado?
M.A. Creatividad y
emoción. Si además te hace reír, entonces, tiene un plus. Por
cierto, nunca hemos hablado de tus ilustradores favoritos. ¿Cuáles
son? Esos que te emocionan y te llenan...
R.B. (Esto parece el
entrevistador entrevistado) (Risas) Soy muy ecléctico en
cuanto a ilustradores se refiere, pero si tuviera que elegir algunos
por el conjunto de su obra te diría que me decanto por el trabajo
de muchos ilustradores de finales del siglo pasado. Soy fanático de
Quentin Blake (he de admitir que la empatía que desprende en El
libro triste es insuperable), admiro la capacidad de
síntesis de Leo Lionni (¡Me encanta Frederick!),
la línea quebrada de Satoshi Kitamura tiene un no-sé-qué especial,
el misterio que transmite Chris Van Alsburg es sobrecogedor y muy
reconocible (Jumanji, El expreso
polar o Los misterios
del Señor Burdick son los mejores ejemplos), el potente
mensaje de Anthony Browne (véanse Un
paseo por el parque, Gorila
o El túnel) no hay
nada más evocador que las transparencias de Lisbeth Zwerger (¿Has
leído El regalo de los Magos?),
el equilibrio de Tomi Ungerer (sólo hay que fijarse en Los
tres bandidos, Otto o
El hombre luna) y la
brillantez del gran Maurice Sendak, del que sobran los ejemplos.
También tengo mis favoritos de las corrientes actuales, entre los
que destaco el color de Beatrice Alemagna, el desenfado de Oliver
Jeffers, la elegancia de Rebecca Dautremer, el virtuosismo de Peter
Sís, la narrativa de Serge Bloch, o lo desconocido de Shaun Tan. Hay
otros ilustradores que encuentro sensacionales pero de una manera
más puntual en algunas de sus obras como pueden ser Kveta Pakovska,
Quint Buchholz, Wolf Erlbruch o Svjetlan Junakovic.
Por lo general me
gusta todo lo que tenga que ver con la ilustración ya que soy una
persona bastante visual.
Hablando de favoritos,
nunca he dicho que mi biblioteca favorita es la pequeña sala
infantil que hay en el Parque de Abelardo Sánchez de mi ciudad (hay
que hacer una cuña promocional...), una biblioteca minúscula y
exclusiva para niños. ¿Cuál es la tuya?
M.A. Mi biblioteca
favorita es la Biblioteca Antonio Mingote de la Comunidad de Madrid,
porque tiene joyas de literatura infantil y una comiteca estupenda.
En mi barrio no hay bibliotecas y tengo que hacer un peregrinaje que
merece la pena. Yo también soy amante de las bibliotecas. Son
lugares mágicos, democráticos y de cultura. Lo único que echo de
menos es que haya salas en las que se pueda hablar. Porque además de
salas para que la gente estudie y lea en silencio, debería
promoverse salas de trabajo en equipo y salas de lectura en alto.
¿Qué echas de menos tú?
R.B. Pues también un
poco de actividad ¿no...? Creo que las bibliotecas, a pesar de estar
adaptándose a las nuevas necesidades de los usuarios, siguen
ancladas en una concepción un tanto antigua y deben buscar nuevas
fórmulas que atraigan al público hacia ellas. Aunque la formación
de usuario es importante, creo que un poco de dinamismo vendría
bien, tanto a estos espacios, como a sus trabajadores. Charlas,
actividades de investigación, presentaciones de libros, obras de
teatro, conciertos o chocolate caliente caben en las bibliotecas, y
nosotros, en ellas.
Y para terminar,
invocaré a algunos de los verbos que, según Pennac, no aguantan el
imperativo. En este caso, he elegido tres: jugar, comer y leer. Es
por ello que: ¿A qué juegas? ¿Qué te encanta comer? ¿Y qué
álbum ilustrado leerías una y otra vez?
M.A. No juego casi,
creo que me lo tengo que hacer ver... Me encanta comer
fresas con nata. Se va a hacer un poco
largo si detallo los álbumes que leería una y otra vez,…
intentaré dar unos pocos de diferentes niveles: los álbumes de
Christian Voltz, los de Arnold Lobel, Voces en el parque de
Anthony Browne, El pato y la muerte de Wolf Erlbruch,
Inmigrantes de Shaun Tan, El oso que no lo era de Frank
Tashlin, Corre, corre, Mary, corre de N.M. Bodecker y Erik
Blegvad, por supuesto Donde viven los monstruos de Sendak, y
muchos más.
Miriam Abad Peña nació en Madrid, allá por 1969. Guarda de su infancia la curiosidad
de aprender y el amor por la naturaleza y la cultura. Es lectora por
condición paterna y materna, por los cuentos que le contó su
abuela, por los libros que le prestó su amiga Macu en la
adolescencia, por la pasión de sus profesores de Literatura del
Instituto Isabel la Católica, y por tantos que contribuyeron a su
formación como lectora. Volvió a la Literatura Infantil cuando
nacieron sus hijos, Martín e Inés, y gracias a las Bibliotecas
Públicas accedió a una gran variedad de libros que nunca hubiera
podido pagar de su bolsillo. Todos ellos le sacaron de su mundo gris
de oficinista hacia el lugar "Donde viven los monstruos".
Piensa que casi todo se aprende de los demás y viceversa, algo que
espera que sus hijos digan también de ella. En la foto aparece
leyendo uno de sus libros favoritos: adivinen ustedes cuál es.