Se avecina una semana pasada por agua. Parece que el otoño ha hecho acto de presencia y esa vidilla que tienen las calles menguará considerablemente. Tocará pasar más tiempo en casa, aunque los gambiteros como yo prefiramos estar todo el día en la calle.
Reconozco que no soy una persona muy casera y adoro el cancaneo, más todavía desde que la pandemia nos obligó a recluirnos en nuestros hogares durante largo tiempo. No obstante y de vez en cuando, no viene mal una temporada de tranquilidad bajo techo, que a veces se acumulan las tareas y hay que darle una vuelta a la cueva.
De entre las muchas cosas que se pueden hacer entre cuatro paredes, tengo mis favoritas, por ejemplo dibujar. Pongo un poco de música, cojo el cuaderno y el lápiz y dejo que pasen las horas mientras me dejo guiar por alguna estampa de mi agrado. También me gusta cocinar, sobre todo cosas elaboradas. Empanada, croquetas, guisados, algún postre con enjundia. Y, aunque parezca raro, planchar. Me relaja bastante y me permite reflexionar sobre cuestiones en las que la mayoría de las veces no suelo detenerme.
Otras veces, me dedico a la procrastinación. De esta manera, me dejo sorprender por cualquier cosa. Quizá un calcetín, una baraja de cartas, mi colección de monigotes o una planta un poco mustia. A modo de interruptor, enciende mi inventiva y comienzo a idear algún tipo de actividad. Curioseo, profundizo, ordeno… Nuevas formas de invertir mi tiempo en esa productividad que nunca sabes dónde te va a llevar.
En esto deben haberse inspirado Gustavo Puerta Leise y Elena Odriozola para su libro Lecciones de cosas. Con el subtítulo Un universo de andar por casa, esta pareja tan LIJera, además de aportar un nuevo libro a Ediciones Modernas El Embudo, se lanzan a la piscina de ese universo mínimo que nos rodea.
Haciendo un pequeño tributo a aquellos manuales escolares que a finales del siglo XIX y la primera mitad del XX, se publicaron gracias a las nuevas tendencias de renovación pedagógica que tomaban al niño como protagonista indiscutible del entorno y le empujaban a conocer el mundo desde la observación y experimentación, estas nuevas “lecciones de cosas” prescinden de animales, plantas o ciudades para centrarse en los objetos cotidianos que nos rodean a todos.
El botón, la pelota, el dado, la hucha o el matamoscas son el punto de partida para entretener a cualquiera desde diferentes puntos de vista que abarcan la historia, la música, el arte, la literatura, la tecnología o las ciencias naturales. Un compendio de saberes que, sin olvidar el humor infantil y un lenguaje cercano aunque nada simplón (cosa que se agradece en estos tiempos que corren), se desborda ante los críos de cierta edad.
Ilustraciones llenas de diagramas explicativos, infografías, muestrarios y colecciones donde el blanco y negro y el color naranja son los protagonistas, se van alternando en las más de 120 páginas que conforman un libro que, además de entretener al lector, le invita a escribir, dibujar, investigar, jugar e imaginar en su particular universo, aunque este sea pequeño.