miércoles, 16 de octubre de 2024

El reino de la usura


¿El dinero es un lastre o una bendición? Para los que no tienen ni un duro, quizá sea una bendición. Para los que tienen demasiados, puede llegar a ser un lastre. Ya saben, depende de las gafas con las que miremos el mundo... Sin embargo, no está de más que echemos un ojo a cómo ha cambiado nuestra perspectiva respecto al parné durante los últimos años.
Si bien es cierto que hace sesenta años el dinero significaba arraigo estatutario (lo de tener billetes daba mucho caché) y un futuro de bienestar (hasta mediados del siglo XX no existía la pensión de jubilación), hoy en día el dinero tiene nuevas dimensiones gracias a la tecnología o los cambios sociales. Aquí un par de ejemplos…


El otro día quedé con un amiguete mucho más joven que yo para echarme algo en una terraza. Pedimos dos cervezas y las pagué en el momento. Nos pusimos al día y disfrutamos de un rato agradable, pero cuando llegué a casa me encontré con un Bizum de 2,20 euros. Se me llevaron los mil demonios. No solo tuvo la indecencia de despreciar una invitación, sino que además pensaría que estaba haciendo lo correcto por dos razones. La primera, que yo no pensara que era un pobretón y la segunda consistía en hacerme saber que no se quería aprovechar de mí. Hemos perdido el norte…


Cada vez más gente decide que su herencia vaya a manos de hospicios, organizaciones caritativas y derivados, en vez de a sus seres queridos. Esto deja entrever que familia ya no es lo que era, pero sobre todo, que la riqueza adquiere una concepción muy estoica: la disfruta quien se la gana. ¿Para qué voy a entregar mis ahorros a personas que no me han demostrado su cariño, no se han preocupado por mí o, simplemente, no conozco? Para eso lo cedo a una causa determinada y contribuyo al engrandecimiento del mundo.


Y con tanto billete de por medio, me viene a la cabeza el último librito de Iban Barrenetxea que he leído. Publicado por Loqueleo Santillana, La musaraña que robó una montaña es una de esas maravillas de las que se disfruta sin contemplaciones.
Este relato ilustrado nos cuenta las peripecias de un rey cuyo reino está para el desguace, un desastre total a pique de derrumbarse. Toda la culpa es suya. No suelta ni un duro para mantenerlo como dios manda, porque está muy entretenido ejerciendo la usura. Su pasatiempo favorito es contar quince millones trescientas cincuenta y dos mil ochocientas setenta monedas que forman un tesoro vigilado por un dragón hambriento, un laberinto mágico y noventa y nueve caballeros bien armados. Pero un día, tras pasar la mañana contando, se da cuenta de que falta una. ¿Quién la habrá robado? ¡Ha sido una musaraña! ¡La más grande ladrona del mundo! Tanto es así que es capaz de robar una montaña…


Con ese toque tan surrealista, el autor vasco nos lanza un relato que recuerda a los cuentos clásicos, pero lleno de humor y muchas casualidades. Así construye un nuevo espacio paradójico que, utilizando la parodia, ridiculiza a la avaricia y el poder gracias a un personaje aparentemente insignificante (¿Conocen algún mamífero más pequeño?). Un rey infantil y frustrado, un héroe minúsculo y astuto, muchos golpes de suerte (y desgracia) y una cigüeña que rompe el marco de lectura y cambia los acontecimientos, nos hablan de muchas cosas (o quizá de ninguna).


Apoyado por unas ilustraciones frescas y sencillas, auguro mucho recorrido a este álbum narrativo de tapa blanda que recuerda a otros de antaño (76 páginas dedicadas a lectores competentes) e igualmente eficaz en eso de enganchar a cualquiera a la letra impresa. Espero que lo lean y me den su opinión, porque este libro es la prueba inequívoca de que para escribir para niños hay que ser otro niño.

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