Ya saben que las mascotas no son lo mío. Quizá porque me he pasado la vida rodeado de animales, tanto en sentido literal, como figurado, y conozco la de quebraderos de cabeza que acarrean.
El otro día me dio por pensar en cuestiones de perros, un animal que prefiero al gato, y se asomaron a mi azotea las típicas paradojas de esta sociedad posmoderna en la que los animales son venerados desde la obscenidad más absoluta. Aquí unas cuantas de ellas.
Estoy hasta las narices de los perros que se lanzan a ladrarte como si hubieran visto al mismísimo demonio cuando vas tranquilamente por la calle. Se ve que no les inspiro demasiada confianza, pues según los entendidos eso del miedo les agita las entrañas. A mí, que no me gusta que me ladren (ni los humanos ni el resto de los mamíferos, todo sea dicho) me resulta incomprensible que, sin haberles hecho nada, sus dueños te digan que la culpa es tuya y al perro lo traten como a un pobre niño mimado.
Hace poco, un colega se recogía a las tantas de la noche y, debido a problemas prostáticos, tenía una urgencia horrorosa. Como estaba lejos de su casa y no había ningún urinario cerca, se puso a orinar en un árbol. Un policía local apareció de la nada y la multa fue de quinientos pavos. Eso sí, los perros que van llenando todas las esquinas de meadas son sagrados.
Si forman parte de esa red social llamada Instagram y stalkean unos perfiles y otros, se habrán percatado de que mucha gente se autodenomina en su biografía “papá/mamá de Lula y Bimba”, sobreentendiendo, gracias a los emojis que acompañan, que estos hijos pertenecen a la especie canina. Espero que este amor obsesivo no los lleve a mantener con ellos relaciones sexuales, pues quizá algún juez lo interprete como incesto, que sería lo suyo entre padres y prole.
Para terminar este recorrido, una paradoja gastronómica… Me hincho de ver como el personal se atiborra de productos de tercera. Montones de alimentos refinados, procesados y edulcorados, marcas blancas y otras mierdas. Pero sin embargo la peña es capaz de gastarse un dineral en auténticos manjares para los chuchos. ¿Estamos locos? Yo no digo que haya que maltratarlos, pero sí abogo por un amor propio nutricional equitativo.
Y entre perro y perro, he decidido condensar en un mismo post, todos los libros sobre estos animales que se han publicado últimamente, que si no esto iba a parecer una sociedad protectora o una clínica veterinaria.
Empezamos con Los viajes de Laika, un álbum de Antonio Ortuño y Jonathan Farr (Océano Travesía) que se adentra en la historia de un perro callejero que es adoptado por una familia mexicana que decide probar suerte en Alemania.
En blanco y negro, de composiciones muy estudiadas y con una perspectiva muy cinematográfica que se articula en los cambios de plano y lente –véanse los primerísimos planos o las curvaturas de los objetivos ojo de pez), rezuma calidad artística por todos los costados.
Pequeñas y cotidianas anécdotas que tanto Laika, como su (finalmente) amiga Toribia, que, gracias a un lenguaje directo y sin florituras, configuran una mirada a caballo entre lo animal y lo humano que emociona y sorprende a partes iguales.
Le llega el turno a dos títulos muy caninos recientemente incorporados a la colección vintage de la editorial Lata de Sal (cosa rara pues son fanáticos de los gatos), concretamente Pretzel, un clásico de Margret y H. A. Rey, y Clifford el gran perro rojo, un libro escrito e ilustrado por Norman Brewell.
El primero cuenta la historia de un perro salchicha que tiene una longitud sorprendente (es tan largo que puede adoptar la forma de ese bollo salado de origen animal que le da nombre). Todo el mundo lo admira porque, como bien se dice en el libro, cuanto más largo es un perro salchicha, mejor perro es. Bueno, no todos, pues Greta, otra perra salchicha de la que está enamorado, no cree que lo sea. Pretzel intenta por todos los medios sorprenderla, pero nada, ella rehúsa una y otra vez casarse con él. Hasta que un día...
Una historia de amor bastante simpática en la que se pone de relevancia que cualquier peculiaridad puede ser tomada como una ventaja o un lastre. Todo depende de los ojos con los que se mire. Las ilustraciones a todo color y la sencillez del lenguaje lo hacen ideal para prelectores y primeros lectores.
El segundo es el álbum original en el que se basó la película homónima que se ha llevado al cine recientemente. Clifford es un perro como otro cualquiera. Le encanta jugar y correr, vive en una caseta y le encanta que lo acaricien. ¡Ups! Se me olvida un pequeño detalle, Clifford es tremendamente grande y aunque le guste hacer todo eso, siempre causa problemas. Es capaz de llevar a una persona de un lado a otro, su casa es el doble que la de sus dueños y traga lo que no está escrito.
Lo mejor de todo es que su dueña está tan contenta con su mascota a pesar de darle tantos quebraderos de cabeza. Un libro descriptivo que, como su compañero, nos habla de los inconvenientes del tamaño sin entrar en valoraciones para que el lector-espectador opine al respecto y se forme sus propias ideas (¿A qué niño no le gustaría tener un perro como él?). Una maestra me acaba de decir al oído que es ideal para hablar de la importancia de las referencias, así como de la relatividad de las magnitudes. Ya me dirán...
Seguimos con un perro lleno de preguntas, concretamente el protagonista de Un buen perro, el libro de Farren Phillips que publicó hace unos meses Babulinka Books. Si buscan lecturas que les hagan pensar, esta es la suya, más que nada porque este perro está hecho un lío…
Ética y moral, el bien y el mal, retórica y dialéctica se entremezclan en una suerte de monólogo donde el protagonista se pregunta y los lectores responden (o se lían más que él… que de todo puede pasar).
Si a todo ello añadimos que el autor utiliza la estructura de cómic y el fotomontaje como recursos narrativos o estéticos, el disfrute está servido para todas las mentes inquietas que se acerquen a un libro a través del que conocerse.
Ahora les llega el turno a dos perros existencialistas. El primero es Aníbal. Perro fantasma, de Joaquín Camp y la editorial A Buen Paso, un animal algo despistado que se convierte en un fantasma cuando se enfunda en una sábana. Es capaz de volar y aúlla de una manera diferente al resto. Sí, Aníbal es un auténtico perro fantasma.
Con cierta estructura de libro circular, un plato de espaguetis muy cinematográfico, y bebiendo de las fuentes de ese absurdo que se articula en el juego de perspectivas (la del protagonista, las de otros personajes y la del espectador), esta historia logra arrancarnos más de una sonrisa al tiempo que nos suscita cuestiones un tanto metafísicas (¿Somos lo que creemos ser? ¿Qué o quién nos define?).
Lo peor de todo es que un cambio de vida lleva consigo otros cambios: Aníbal echa de menos su pelota roja. ¿Será capaz de recuperarla? Ya saben lo que han de hacer para salir de dudas… Una delicia para lectores de toda edad y condición, les gusten o no los canes.
El otro ¿perro? filósofo lo encontramos en las páginas de Este es un libro de perros, un álbum de Judith Henderson y Julien Chung editado por Libros del Zorro Rojo la pasada primavera.
Pongámonos en situación… Imagínate que estás convencido de ser tú, te llames como te llames, pero de repente llega alguien y te cuestiona quién eres, cómo eres y de dónde vienes. ¿Te replantearías si eres quien crees ser? Eso es exactamente lo que le sucede a nuestro perro protagonista. Corre detrás de la pelota, mueve el rabo cuando está contento o sabe poner ojos de cachorrito para que no le regañen pero, a pesar de todo esto, los demás piensan que no es un perro ¡es un conejo! Esperemos que al final la cosa no pase a mayores y pueda solucionar el entuerto.
Un libro que desde el humor y el desenfado habla sobre la identidad y los estereotipos que puede hacerse extensivo a otras facetas de la vida. Porque no solo los perros tienen estos problemas, también los gatos, los profesores o los padres.
Continuamos con el Amado perro de Maira Kalman, ilustradora neoyorkina de origen israelí que suele colaborar con The New York Times, y que nos trae gracias a la editorial Avenauta una oda ilustrada a estas mascotas.
Partiendo de tres perros, el famoso perro Max Stravinsky, Pete, su propio perro al que también llamaba Einstein, y Boganch, un perro postizo, la autora hace un recorrido por anécdotas, recuerdos y pasajes donde queda claro su amor por estos animales que puede hacerse extensivo a todos aquellos que piensan como ella. Acompañado de escenas divertidas, cotidianas y poéticas a todo color, este es un libro para regalar. No lo duden.
Para cerrar con esta pequeñísima muestra de libros caninos tenemos Yo quiero un perro. ¡El que sea, me da igual!, un álbum de la gran Kitty Crowther (Fulgencio Pimentel) que critica la tontería que hay en torno a los perros de raza y algunos problemas que acarrea la adopción canina para los más pequeños de la casa.
Millie quiere un perro, tiene más ganas que un tonto de tener uno y vacilar de él junto a todas las componentes del Dog Club, un atajo de niñas repipis y snobs. Es en este momento cuando su madre decide acudir con ella a la perrera y encontrarse con Princesito, un perro muy especial que conseguirá cambiar su forma de pensar.
Tan mordaz, como entrañable (ya saben… Kitty Crowther), es una historia que se repite -más de lo que pensamos- en muchos hogares de un primer mundo muy absurdo. Construida desde el humor y sobre un fondo de color naranja fosforescente y a rebosar de perros de toda condición, este álbum nos habla de la crianza, de las relaciones sociales, de los deseos infantiles, o del trato hacia los animales. Nos abre perspectivas necesarias que ahondan en muchas facetas de la vida, de entre las que elijo esa que prefiere lo sobrenatural y fantástico ante lo mediocre y material.