Imagina que un día, harto de andar por este terrible mundo, te topas con un sinfín de cosas hermosas. Imagina que encuentras agua en medio de un desierto infinito. Imagina que la vida es un paseo sobre baldosas de cientos colores. Imagina que yo soy tú y tú eres yo. Imagíname boca abajo y yo te imaginaré boca arriba. Imagina la navidad soleada y un verano en claroscuro. Imagina un pastel como tú de grande y una boca para comerlo. Imagina cuentos para cada noche, para contármelos mientras duermo. Imagina que eres astronauta, escritor o carpintero. Imagina que vives adentro de un gran huevo. Imagina que volamos arrastrados por el viento, como las cometas, por todo el firmamento. Imagina que corres por tus sueños. Imagina que ganas una carrera de caracoles. Imagina aquello, otra cosa o esto. Imagina que sonríes doce horas de tu tiempo. Imagina que no tienes nariz, que tus ojos son dos melones y que mi risa es un concierto. Imagino que trepamos por las nubes, por el cielo. Imaginas que caemos sobre montones de yerba y nos pica todo el cuerpo. Imagina que imaginas y serás libre por un momento.
viernes, 25 de julio de 2008
martes, 22 de julio de 2008
Animales por San Antón
Recuerdo aquellas tardes de San Antón cuando era un escolar. El colegio nos premiaba con la tarde sin asistencia y acudíamos al asilo. Era toda una romería de gente portando jaulas, de perros sin collar y alguna que otra tortuga a la greña con ciertos felinos. Por no hablar de las bendiciones pastorales, esos enormes barquillos y los dátiles que vendían en la entrada. Tradiciones y festejos, lo que le gusta al español. Niños y abuelos, imprescindibles en cualquier jarana, ¡y animales!, que no falten animales, de los que hablan y de los que ladran, de los que maúllan y de los que trinan… Y hablando de animales, en un día como hoy, la consideración bibliográfica no podía dedicarse a otros menesteres.
Los animales, tamaña cuestión en cualquier libro infantil que se precie, dotan al libro de cierta fantasía y misterio, más todavía, si la fauna a mencionar es algo exótica y necesitamos acudir a Zimbawe o a las cordilleras andinas para disfrutar de ella en libertad. En el mercado podemos encontrar libros de animales por doquier: de murciélagos, hienas, elefantes, cebras, jirafas, cerdos, papagayos, koalas y canguros, de monotremas, cefalópodos, osteíctios, celentéreos y gusanos, también de abejas, ovejas y algún que otro animal nocturno. Ratones, ratas, tejones y un sinfín de familias zoológicas pueden aparecer de entre las páginas de cualquier relato dirigido al público infantil y juvenil. Hasta de gorilas. Sí, lee usted bien, de gorilas también hay unos cuantos, a destacar los escritos e ilustrados por Anthony Browne (ya hablé de él hace un tiempo, cuando trate El libro de los cerdos). Browne está obsesionado con ellos. Enamoradísimo de los primates, estos parientes peludos (no más que algunos) e inteligentes (algunas veces más que otros, supuestamente superiores en el experimento evolutivo), este autor les ha dedicado numerosos títulos (Willy el tímido, Me gustan los libros, Las pinturas de Willy,…), pero si debo escoger uno de ellos, elijo Gorila.
A Ana le gustaban mucho los gorilas. Leía libros sobre gorilas. Veía programas en la televisión y dibujaba gorilas. Pero nunca había visto un gorila de verdad.
Su papá no tenía tiempo para llevarla a ver gorilas al zoológico. Nunca tenía tiempo para nada.
Los animales, tamaña cuestión en cualquier libro infantil que se precie, dotan al libro de cierta fantasía y misterio, más todavía, si la fauna a mencionar es algo exótica y necesitamos acudir a Zimbawe o a las cordilleras andinas para disfrutar de ella en libertad. En el mercado podemos encontrar libros de animales por doquier: de murciélagos, hienas, elefantes, cebras, jirafas, cerdos, papagayos, koalas y canguros, de monotremas, cefalópodos, osteíctios, celentéreos y gusanos, también de abejas, ovejas y algún que otro animal nocturno. Ratones, ratas, tejones y un sinfín de familias zoológicas pueden aparecer de entre las páginas de cualquier relato dirigido al público infantil y juvenil. Hasta de gorilas. Sí, lee usted bien, de gorilas también hay unos cuantos, a destacar los escritos e ilustrados por Anthony Browne (ya hablé de él hace un tiempo, cuando trate El libro de los cerdos). Browne está obsesionado con ellos. Enamoradísimo de los primates, estos parientes peludos (no más que algunos) e inteligentes (algunas veces más que otros, supuestamente superiores en el experimento evolutivo), este autor les ha dedicado numerosos títulos (Willy el tímido, Me gustan los libros, Las pinturas de Willy,…), pero si debo escoger uno de ellos, elijo Gorila.
A Ana le gustaban mucho los gorilas. Leía libros sobre gorilas. Veía programas en la televisión y dibujaba gorilas. Pero nunca había visto un gorila de verdad.
Su papá no tenía tiempo para llevarla a ver gorilas al zoológico. Nunca tenía tiempo para nada.
Así comienza una historia que se repite en muchos hogares, donde los cambios sociales y la imposibilidad de conciliar la vida laboral con la familiar acusan la soledad de niños como Ana…, aunque también es cierto que existen algunos gorilas encantados de tener una hija como Ana… Je, je, je. Léanlo.
Como sugerencia de lectura juvenil (quizá algo complicada) recomiendo Mi familia y otros animales –Gerald Durrell-, que ya va siendo hora de que algunos adolescentes, además de utilizar los dedos para aferrar los mandos de control de la Play Station®, los utilicen para pasar las páginas de un libro luminoso, primaveral (Enriqueta, gracias por ambos calificativos), divertido y de gran despliegue etológico.
Y sin más preámbulos, me voy a disfrutar de una cerveza.
viernes, 18 de julio de 2008
Málaga, Alberti y el mar
Después de unas vacaciones (creo que merecidas), he regresado a este espacio un tanto subversivo (como toda la Literatura Infantil...) y, como no podía ser menos en esta época veraniega, mi vuelta tiene cierto aire marino, costero, con sabor a moraga y espeto de sardinas, salitre y jazmín... A todo eso me sabe Málaga, además de a otras muchas cosas menos sabrosas, claro está...
Este gusto malagueño que se me ha adherido al paladar, ha sido algo especial, con un poder casi aperitivo de una nueva etapa que deshojar. Los viajes son así: sinuosos, inesperados, escondidos... como cualquier camino trazado al azar que hace y deshace tu propio sino. Durante el viaje aprendes de la senda, de los demás y de uno mismo. Somos pupilos de un mundo infinito: cada tropiezo es un paso, y cada piedra, el camino; un recorrido del que aprendemos.
Y si me preguntan sobre Málaga diré que en ella he aprendido sobre corrientes marinas, de corazones dolidos, de epitafios antiguos, he recorrido Francia desde sus costas fenicias y he hilado cientos de sonrisas llenas de sol.
Y haciendo gala de la figura estilística de ese lenguaje acuñado en tierras malacitanas, la hipérbole descriptiva, remito a las palabras de Rafael Alberti para, en un intento de pasión folclórica, agradecer este viaje, prefacio de los que vendrán.
El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!
¿Por qué me trajiste, padre,
a la ciudad?
¿Por qué me desenterraste
del mar?
En sueños, la marejada
me tira del corazón.
Se lo quisiera llevar.
Padre, ¿por qué me trajiste
acá?
jueves, 10 de julio de 2008
Regalos
Regalar nunca está de más, sobre todo cuando encuentras aquello que puede originar cierta sorpresa e ilusión.
No nos engañemos, regalar es fácil, lo verdaderamente difícil es dar con un buen regalo, por este motivo, uno es partidario de regalar sólo cuando hallas el objeto que anime a la ilusión.
Muchos creerán que estas fechas de sosiego y descanso no son muy propicias para estar regalando, sino más bien para estar gastando la paga extraordinaria en otros menesteres más egoístas, como puede ser aparcar el cuerpo en una soberbia tumbona, untarse hasta el duodeno de pringue con olor a zanahoria o pillando unos súbitos mareos a lomos de cualquier crucero transmediterráneo. Yo soy de esos pocos que regalan en estas fechas, será por expurgar el espíritu y hacerlo rebosar de pensamientos menos grises que los que he tenido en pasados días (¡maldita oposición…!), así que, ayer, sin comerlo ni beberlo, dí con dos estupendos regalos, y hoy, de buena mañana, los he entregado a sus dueños (siempre he pensado que los buenos regalos ya tienen propietario, son como los perros perdidos que los encuentra un amigo).
El primer regalo a sido para Rosa, la que sueña, y qué mejor regalo que El sueño de Pablo, de Antonio Ventura y Pablo Auladell (Editorial Los cuatro azules), donde los sueños alcanzables y la realidad se cogen de la mano en las palabras de un niño que se enfrenta al mundo adulto desde una perspectiva sencilla que aupa sus deseos más inmediatos.
El segundo regalo lo he encontrado para Amparo, que le encantan todas las letras del abecedario: ABC3D de Marion Bataille –Editorial Kókinos-. Para ella este recorrido por el alfabeto en forma de libro álbum desplegable de pequeño formato y renovados aires, donde la “A” se escapa del papel y la “S” gira sin parar buscando una nueva forma de enseñar la magia de las letras, verdaderos ladrillos de la palabra.
miércoles, 9 de julio de 2008
Miedo y Poe
Una vez, en la lúgubre media noche, mientras meditaba débil y fatigado sobre el ralo y precioso volumen de una olvidada doctrina y, casi dormido, se inclinaba lentamente mi cabeza, escuché de pronto un crujido como si alguien llamase suavemente a la puerta de mi alcoba.
«Debe ser algún visitante», pensé. ¡Ah!, recuerdo con claridad que era una noche glacial del mes de diciembre y que cada tizón proyectaba en el suelo el reflejo de su agonía. Ardientemente deseé que amaneciera; y en vano me esforcé en buscar en los libros un lenitivo de mi tristeza, tristeza por mi perdida Leonora, por la preciosa y radiante joven a quien los ángeles llaman Leonora, y a la que aquí nadie volverá a llamar.
Y el sedoso, triste y vago rumor de las cortinas purpúreas me penetraba, me llenaba de terrores fantásticos, desconocidos para mí hasta ese día; de tal manera que, para calmar los latidos de mi corazón, me ponía de pie y repetía: «Debe ser algún visitante que desea entrar en mi habitación, algún visitante retrasado que solicita entrar por la puerta de mi habitación; eso es, y nada más».
En ese momento mi alma se sentía más fuerte. No vacilando, pues, más tarde dije: «Caballero, o señora, imploro su perdón; mas como estaba medio dormido, y ha llamado usted tan quedo a la puerta de mi habitación, apenas si estaba seguro de haberlo oído». Y, entonces, abrí la puerta de par en par, y ¿qué es lo que vi? ¡Las tinieblas y nada más!
Escudriñando con atención estas tinieblas, durante mucho tiempo quedé lleno de asombro, de temor, de duda, soñando con lo que ningún mortal se ha atrevido a soñar; pero el silencio no fue turbado y la movilidad no dio ningún signo; lo único que pudo escucharse fue un nombre murmurado: «¡Leonora!». Era yo el que lo murmuraba y, a su vez, el eco repitió este nombre: «¡Leonora!». Eso y nada más.
Vuelvo a mi habitación, y sintiendo toda mi alma abrasada, no tardé en oír de nuevo un golpe, un poco más fuerte que el primero. «Seguramente -me dije-, hay algo en las persianas de la ventana; veamos qué es y exploremos este misterio: es el viento, y nada más».
Entonces empujé la persiana y, con un tumultuoso batir de alas, entró majestuoso un cuervo digno de las pasadas épocas. El animal no efectuó la menor reverencia, no se paró, no vaciló un minuto; pero con el aire de un Lord o de una Lady, se colocó por encima de la puerta de mi habitación; posándose sobre un busto de Palas, precisamente encima de la puerta de mi alcoba; se posó, se instaló y nada más.
Entonces, este pájaro de ébano, por la gravedad de su continente, y por la severidad de su fisonomía, indujo a mi triste imaginación a sonreír; «Aunque tu cabeza -le dije- no tenga plumero, ni cimera, seguramente no eres un cobarde, lúgubre y viejo cuervo, viajero salido de las riberas de la noche. ¡Dime cuál es tu nombre señorial en las riberas de la Noche plutónica!». El cuervo exclamó: «¡Nunca más!». […]
Ante las crisis de creatividad, disfruten del miedo. Edgar Allan Poe nos lo regaló en forma de cuervo.
«Debe ser algún visitante», pensé. ¡Ah!, recuerdo con claridad que era una noche glacial del mes de diciembre y que cada tizón proyectaba en el suelo el reflejo de su agonía. Ardientemente deseé que amaneciera; y en vano me esforcé en buscar en los libros un lenitivo de mi tristeza, tristeza por mi perdida Leonora, por la preciosa y radiante joven a quien los ángeles llaman Leonora, y a la que aquí nadie volverá a llamar.
Y el sedoso, triste y vago rumor de las cortinas purpúreas me penetraba, me llenaba de terrores fantásticos, desconocidos para mí hasta ese día; de tal manera que, para calmar los latidos de mi corazón, me ponía de pie y repetía: «Debe ser algún visitante que desea entrar en mi habitación, algún visitante retrasado que solicita entrar por la puerta de mi habitación; eso es, y nada más».
En ese momento mi alma se sentía más fuerte. No vacilando, pues, más tarde dije: «Caballero, o señora, imploro su perdón; mas como estaba medio dormido, y ha llamado usted tan quedo a la puerta de mi habitación, apenas si estaba seguro de haberlo oído». Y, entonces, abrí la puerta de par en par, y ¿qué es lo que vi? ¡Las tinieblas y nada más!
Escudriñando con atención estas tinieblas, durante mucho tiempo quedé lleno de asombro, de temor, de duda, soñando con lo que ningún mortal se ha atrevido a soñar; pero el silencio no fue turbado y la movilidad no dio ningún signo; lo único que pudo escucharse fue un nombre murmurado: «¡Leonora!». Era yo el que lo murmuraba y, a su vez, el eco repitió este nombre: «¡Leonora!». Eso y nada más.
Vuelvo a mi habitación, y sintiendo toda mi alma abrasada, no tardé en oír de nuevo un golpe, un poco más fuerte que el primero. «Seguramente -me dije-, hay algo en las persianas de la ventana; veamos qué es y exploremos este misterio: es el viento, y nada más».
Entonces empujé la persiana y, con un tumultuoso batir de alas, entró majestuoso un cuervo digno de las pasadas épocas. El animal no efectuó la menor reverencia, no se paró, no vaciló un minuto; pero con el aire de un Lord o de una Lady, se colocó por encima de la puerta de mi habitación; posándose sobre un busto de Palas, precisamente encima de la puerta de mi alcoba; se posó, se instaló y nada más.
Entonces, este pájaro de ébano, por la gravedad de su continente, y por la severidad de su fisonomía, indujo a mi triste imaginación a sonreír; «Aunque tu cabeza -le dije- no tenga plumero, ni cimera, seguramente no eres un cobarde, lúgubre y viejo cuervo, viajero salido de las riberas de la noche. ¡Dime cuál es tu nombre señorial en las riberas de la Noche plutónica!». El cuervo exclamó: «¡Nunca más!». […]
Ante las crisis de creatividad, disfruten del miedo. Edgar Allan Poe nos lo regaló en forma de cuervo.
lunes, 7 de julio de 2008
Hablemos de...
… Animación a la lectura… ¿O no?... Quizás deberíamos hablar de libros, de lectura o de cualquier cosa que esconda una hoja de papel.
Los maestros (y profesores, incluyo esta denominación por consideración y respeto a algunos) a veces nos olvidamos de hablar con nuestros alumnos, generalmente de todo aquello que no sean contenidos, pruebas escritas, trabajos y calificaciones, y particularmente de la bonita sonrisa que trae a clase Rocío, de la cara larga de Miguel, del resultado del último partido de fútbol televisado… y de libros… Hablamos muy poco de libros.
La semana previa a estas -divinas y deseadas- vacaciones, un servidor, apenas tenía fuerzas para desgañitarse frente a una peligrosa jauría de adolescentes, así que, haciendo alarde de mi bagaje como lector y aficionado a la Literatura Infantil, decidí hablar de libros.
Como tema de la conversación, elegí las diferencias entre los géneros –léase masculino y femenino- (¡que expresión tan políticamente correcta, para referirse a “la lucha de sexos”!) y para introducir el debate, de entre los títulos que conforman mi biblioteca (Breve inciso: probablemente, mi colección bibliográfica y el polvo que acumula, entre otros, van a ser las causas de una emancipación temprana…), seleccioné El libro de los cerdos (algún día hablaré de Anthony Browne, una asignatura pendiente), Arturo y Clementina -Adela Turín & Nella Bosnia, Editorial Lumen- (un clásico inexcusable) y La recta y el punto -Norton Juster, Editorial Fondo de Cultura Económica- (todo un descubrimiento).
Los tres títulos se adentran en las relaciones personales de un modo diferente, e incluso, podríamos ubicarlos bajo el denominador de trilogía (gracioso pero factible).
Los maestros (y profesores, incluyo esta denominación por consideración y respeto a algunos) a veces nos olvidamos de hablar con nuestros alumnos, generalmente de todo aquello que no sean contenidos, pruebas escritas, trabajos y calificaciones, y particularmente de la bonita sonrisa que trae a clase Rocío, de la cara larga de Miguel, del resultado del último partido de fútbol televisado… y de libros… Hablamos muy poco de libros.
La semana previa a estas -divinas y deseadas- vacaciones, un servidor, apenas tenía fuerzas para desgañitarse frente a una peligrosa jauría de adolescentes, así que, haciendo alarde de mi bagaje como lector y aficionado a la Literatura Infantil, decidí hablar de libros.
Como tema de la conversación, elegí las diferencias entre los géneros –léase masculino y femenino- (¡que expresión tan políticamente correcta, para referirse a “la lucha de sexos”!) y para introducir el debate, de entre los títulos que conforman mi biblioteca (Breve inciso: probablemente, mi colección bibliográfica y el polvo que acumula, entre otros, van a ser las causas de una emancipación temprana…), seleccioné El libro de los cerdos (algún día hablaré de Anthony Browne, una asignatura pendiente), Arturo y Clementina -Adela Turín & Nella Bosnia, Editorial Lumen- (un clásico inexcusable) y La recta y el punto -Norton Juster, Editorial Fondo de Cultura Económica- (todo un descubrimiento).
Los tres títulos se adentran en las relaciones personales de un modo diferente, e incluso, podríamos ubicarlos bajo el denominador de trilogía (gracioso pero factible).
La recta y el punto nos acerca al comienzo de una relación, a la casi mitificación del otro. El enamoramiento juvenil, fresco, y la lucha por el éxito amoroso, encabezan este experimento literario donde se presentan las dos caras opuestas: el respeto a los sentimientos y la pasión y lo engreído e indeseable de la pareja.
En un segundo lugar, la historia nos muestra una relación joven, medianamente consolidada, afectiva en un principio y transformada en prisión al final. Clementina quiere sentirse realizada, ser útil, vivir en pareja una vida libre, pero Arturo no entiende sus pretensiones e incluso menosprecia sus capacidades, por lo que decide construir una jaula hermosa, pero opaca y hermética, que encierre la libertad de Clementina.
La última historia encierra una realidad cotidiana. La señora De La Cerda es la encargada de realizar las tareas de un hogar en el cual su invisibilidad es palpable y sus necesidades y trabajo no son tenidos en cuenta ni valorados, por lo que decide castigar la actitud despótica de su familia con el abandono y la desidia (Como apunte, valorar la maestría de Anthony Browne para captar la atmósfera de la historia: excelente, casi mágica).
Como colofón, urge comentar que, bajo una perspectiva femenina (que a veces roza el feminismo), podríamos decir que, la autoestima de la mujer es la constante más palpable en las tres obras (no tan acusada en la primera de ellas).
Y sí, al final conseguí que hablásemos de libros.
Y sí, al final conseguí que hablásemos de libros.
jueves, 3 de julio de 2008
El libro triste
Una tarde, disfrutaba paseando entre las calles que forman las estanterías de la sección infantil de la Biblioteca Pública de mi ciudad, Albacete, cuando de repente, mis ojos chocaron con un lomo de color miel. Lo leí:
“Blake… El apellido que lo dice todo… Rosen… ¿Rosen?... ¡Rosen! El de “Vamos a cazar un oso”… ¿Y el título?... A ver… “El libro triste”… Prometedor, muy prometedor.”
Lo saqué con cuidado del estante, tomé asiento en una de las minúsculas sillas y comencé mi lectura. Fue un momento extraño, diferente, silencioso e íntimo, de esos lapsos de tiempo que hacen especial una lectura, que convierten al libro en protagonista, y este lo fue… Me abrumó la soledad que transmitían las palabras, sus ilustraciones. La carga de sinceridad fue tan pesada que oprimió mi corazón, inmóvil bajo un yunque de tristes pensamientos.
“Blake… El apellido que lo dice todo… Rosen… ¿Rosen?... ¡Rosen! El de “Vamos a cazar un oso”… ¿Y el título?... A ver… “El libro triste”… Prometedor, muy prometedor.”
Lo saqué con cuidado del estante, tomé asiento en una de las minúsculas sillas y comencé mi lectura. Fue un momento extraño, diferente, silencioso e íntimo, de esos lapsos de tiempo que hacen especial una lectura, que convierten al libro en protagonista, y este lo fue… Me abrumó la soledad que transmitían las palabras, sus ilustraciones. La carga de sinceridad fue tan pesada que oprimió mi corazón, inmóvil bajo un yunque de tristes pensamientos.
A veces la tristeza es muy grande. Está por todas partes. Me envuelve. Y no puedo hacer nada para evitarlo. […] A veces estoy triste sin saber porqué. […] Quizá sea porque las cosas ya no son como eran hace unos años. Como mi familia, que ya no es la que era hace unos años. Así que lo que pasa es que dentro de mí hay un sitio triste, porque las cosas ya no son como antes. […]
Pero aunque la tristeza envuelva una gran parte de esta hermosa historia autobiográfica y alguna tímida lágrima se esboce en el párpado, queda un resquicio para la esperanza, una parte amable que nos invita a hacerle frente a esa emoción que a todos nos apoca alguna vez:
Pero a veces me sorprendo a mí mismo mirando cosas: gente en la ventana, una grúa y un tren lleno de gente… […] Y los cumpleaños… me encantan los cumpleaños. No sólo el mío, también el de los demás. […]
Uno de mis libro-album favoritos y un ejemplo extraordinario de la buena conjunción entre imagen y texto, interdigitados en pro de una obra de gran redondez (Nota de humor: ¿Acaso mi vocabulario podría ser más periodístico?... Creo que estoy perdiendo la capacidad de expresarme con corrección… Definitivamente: no sé usar ésta, la lengua más hermosa del orbe, el castellano… Triste tristeza…).
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