Ya era hora de que regresara del irreal mundo veraniego
-para lo que he hecho acopio de un gran número de bártulos lingüísticos e
irónicos-, y tomara posiciones para los meses venideros, que si no falla la
bola de cristal que me he feriado este año, se presentan con bastante oleaje…
Pero antes, el mamoneo de rigor: ¿Cómo están ustedeeeeees? Espero que capeando
el temporal, ese que arreciará en breve, según cuentan las agoreras cabañuelas.
La verdad es que la cosa está muy mal y “el conjunto de la ciudadanía” (N.B.:
¿Algún político sabe hablar en este país? ¿Algún periodista puede dejar de
parafrasear a los políticos? ¿Algún televidente puede empezar a leer?) prefiere
visitar la aldea y hacer jabón con la pringue de los chorizos, que gastarse el
“Plan Prepara” en El Corte Inglés… No sufran, aquí viene un servidor, el
superhéroe de las letras infantiles, ese que va encorsetado en un refajo
manchego (¡Y pensar que algunos de ustedes me hacen de otras tierras!), para
rescatarlos de la inmundicia que nos rodea y llevarlos hasta esa orilla donde
viven los monstruos.
Y por empezar el curso académico con buen pie, el plato
principal de este menú semanal amenizado de ácidos sabores, les recomiendo un
clásico con el que me he topado recientemente (seguro que alguno de los blogs
amigos ya ha agitado este libro ante sus narices, pero no importa, cuántos más
seamos, más se nos oye…), el ¡Shrek!
de William Steig (Blackie Books).
Aunque yo prefiero obras como Doctor De Soto, Irene la valiente o Silvestre y la piedra mágica donde la pericia infantil es más que manifiesta, este álbum ilustrado, se ha convertido
en uno de los más conocidos por ser el más alocado de este autor y, sobre todo, por haber sido adaptado al cine de animación de la
mano de DreamWorks con ciertas licencias edulcoradas que a mí personalmente no me gustan nada (Por cierto, hagan click en este enlace para más adaptaciones al cine de animación).
En esta historia, el artista de origen polaco-judío, narra las
aventuras de Shrek, un ogro malhumorado, buscaruidos, tontarra y verde que, despedido con una patada en el trasero de casa de sus padres, va en busca de su particular princesa alentado por las palabras de una bruja. En su camino se encontrará con todo tipo de personajes y dará buena cuenta de un carácter horrible.
Echando mano del viaje iniciático, Steig compone una fábula moderna en la que resuenan elementos argumentales de los cuentos clásicos (con una estupenda vuelta de tuerca, claro está) y el Frankestein de Mary Shelley. Como es costumbre en sus obras infantiles, Steig incorpora sus tonadas y rimas para imprimir dinamismo y juegos verbales en las lecturas. Lo absurdo, la parodia, el humor blanco y los clichés se conjugan a la perfección logrando su objetivo: divertir a cualquiera que se atreva a abrirlo.
Y ya saben, como todo quisqui lo conoce, algún bibliotecario avispado puede echar mano de él para conmemorar el fallecimiento de su autor durante este 2023, y de paso, envenenar con las palabras a los lectores del mañana.