miércoles, 22 de octubre de 2025

Jubilación, ¿suerte o desgracia?



Trabajo en un cementerio de elefantes. Sí, así se les llama a los centros educativos donde más de la mitad del profesorado roza la edad de jubilación. Y no es que sea gerontófobo, pero sí es cierto que las conversaciones que más abundan en los corrillos se refieren a ese tema.
¿Y tú, cuándo cumples los sesenta?... A mí me quedan tres años para cobrar la máxima… ¿Treinta y siete años en el cuerpo?... Pues yo pierdo seiscientos lereles si me jubilo… He escuchado de Fulano va a solicitar el reenganche, ¡qué avaricia! No, mujer, es que tiene a los dos hijos en paro… Todo así. Y yo, mientras los escucho, me planteo si la jubilación es una suerte o una desgracia.


Por un lado, hay gente que se encierra en su casa, se hunde en el sillón y ve pasar los días enfrente de la tele y de espaldas al mundo. Quizá porque ya no es nadie (N.B.: Los hay que necesitan palmeros), quizá porque se siente inútil, deprimida o deshauciada. El caso es que hay personas que se desconectan de la vida antes de tiempo y pasan las hojas del calendario con mucha desidia y resignación. Y si te pones tonto, te zampan a los nietos: el castigo a la inacción.
Por otro, tenemos a los que rejuvenecen lo nunca visto. Gente que se pasaba de baja año tras año, de repente, se ponen como toros y sonríen a la vida. Otros se lanzan como cuervos a las agencias de viajes, los clubes de jubilados y las universidades populares. Una suerte de vitalidad que abre las puertas a aficiones olvidadas o descubre nuevos caminos que transitar.


Sí, amigos, la jubilación se parece a un décimo premiado del Euromillón. Si tienes esa suerte (no olvidemos que algunos no llegan), actúa como si no pasara nada y déjate llevar por la actividad o de lo contrario, estás perdido. Aunque dejemos de ser productivos para el sistema capitalista, tenemos que seguir comiendo, bebiendo y socializando, como la protagonista de la última joya de Anouck Boisrobert y Louis Rigaud que ha publicado este otoño la editorial Kókinos.
Los tesoros de la hormiguita, que así se titula este leporello, es uno de esos híbridos entre ficción y no ficción que tiene mucha chicha. Cuenta la historia de una hormiga que a lo largo del camino de vuelta al hormiguero, va encontrando diferentes elementos. Una semilla de diente de león, una ramita, una larva extraviada y una pluma son los actores secundarios que participan de esta aventura cotidiana y que le sirven como excusa para interactuar con otros animales y establecer pequeños diálogos durante el recorrido.


En esta creación, los autores franceses optan por una historia a doble cara en la que el exterior y el interior terrestre se aúnan en un mismo objeto. Por un lado tenemos el suelo de un bosque cubierto por la hojarasca y por otro descubrimos un mundo subterráneo gracias a las galerías y madrigueras que tanto las hormigas, como otros animales utilizan como hogar.


En lo que al formato se refiere, el dúo formado en Estrasburgo incorpora un nuevo concepto al libro-acordeón utilizando dos pliegos unidos que les permite establecer juegos interactivos en los que solapas y troqueles permiten crear una sensación de profundidad gracias a esa apariencia de capas superpuestas donde la realidad se funde con la ficción.



Del mismo modo, eligen la técnica de la acuarela para la elaboración de unas ilustraciones que rozan el naturalismo gracias a una paleta de color muy acertada y que nos permiten diferenciar con claridad las especies de insectos que habitan este universo edáfico tan logrado. Una aproximación al concepto de ecosistema que merece muchas lecturas en esos ratos de (in)actividad que todos tenemos para transformar la obligación en trabajo placentero.

lunes, 20 de octubre de 2025

¡Bendita geología!


¡Dichosa geología! ¡Todos los cursos lo mismo! ¿Por qué a nadie le gusta esta ciencia tan útil y lógica? Ya sé que rocas y minerales pueden resultaros de lo más estáticas, pero, al menos, deberíais conocerlas, pues en ellas está la base de nuestra existencia.


La formación de la Vía Láctea, el origen del Sol, la teoría de los planetesimales, la estructura de nuestro planeta, cómo nos ayudan a conocerla los seísmos o el campo magnético terrestre, la dinámica de las capas que la componen la geosfera, los agentes geológicos externos e internos, su intervención en el modelado de la superficie terrestre, el clima y el suelo, los grupos mineralógicos, los tipos de rocas y el ciclo de estas, lo que aconteció en el pasado y los que sucede en el presente…
¿Qué no os parece interesante? Y si no las aplicaciones que tiene todo esto en nuestra vida diaria. Los sistemas de geolocalización, la planificación y edificación de obras públicas y viviendas, las prospecciones mineras, la intervención en las políticas de medio ambiente y planificación del territorio, los materiales de construcción, metales nobles y joyería, la fabricación de vidrio, la extracción de áridos, la prevención de riesgos naturales o el conocimiento del paleoclima son algunas de ellas.


Y mira que muchos intentamos darle alas a esta ciencia tan útil y estratégica, pero nada, tendremos que resignarnos un año más a ver las mismas caras de aburrimiento y desidia mientras Estados Unidos pretende explotar las tierras raras de Ucrania, China impide la independencia del Tibet para controlar el abastecimiento del agua potable, siguen los conflictos entre Perú y Ecuador para hacerse con una zona rica en petróleo o en Liberia y Sierra Leona continúan asesinando a cuenta de la extracción de diamantes.


Yo solo os invito a disfrutar del libro de hoy y darle una oportunidad a una aventura ambientada en el interior terrestre. Pataslargas, que así se llama el último libro de Matthias Picard que acaba de publicar Fulgencio Pimentel en su catálogo, nos cuenta sin demasiadas palabras las correrías de un personaje que, tras llegar a una isla, encuentra una cuerda que sobresale de la superficie del agua. Desciende por ella y se adentra en un pozo que lo lleva hasta las entrañas de la tierra.


Tras las aventuras de Jim Curious (o Curiosón) bajo el océano y en la selva, Matthias Picard nos ofrece una nueva y espléndida aventura tridimensional que, acompañada de las típicas gafas, nos sumerge en un universo subterráneo que, como en sus anteriores trabajos, tiene mucho de la obra de Julio Verne. Esa isla donde habita el volcán Snæfellsjökull, el orificio de entrada a las profundidades terrestres, esos bosques fúngicos, inmensas formaciones cristalinas, el mar subterráneo… Sin duda, este el reflejo del Viaje al centro de la tierra del escritor francés.



Ese intrépido y silencioso monigote bautizado como Pataslargas contrasta con el realismo de los decorados diseñados por el autor para un libro en el que conviven técnicas muy dispares como el dibujo, la fotografía o la cinematografía. Rotulador, esculturas de yeso, instantáneas a diferentes distancias focales y muchas modificaciones dan vida al pequeño gabinete de curiosidades que constituye el escritorio de un niño grande desde una perspectiva lúdica y sorprendente que embelesa a todo tipo de espectadores.

miércoles, 15 de octubre de 2025

Trabajando por nada


“Creador de contenido”. Es lo que más se escucha en Instagram y TikTok. Pero ¿a qué cojones se refiere esta expresión? Si, a priori, nos ponemos a analizarla, podríamos pensar que son personas que generan ideas o recopilan información útil para determinado público. Parece que se refiere a gente creativa, reflexiva o cultivada en un área determinada. Entonces ¿seré yo un creador de contenido? Tal vez…
Lo chungo viene cuando le pregunto a San Google y me encuentro con algo como “profesional que produce material original y valioso (texto, video, audio o imagen) para plataformas digitales como redes sociales, blogs o sitios web, con el objetivo de conectar con una audiencia, construir una marca y alcanzar objetivos de marketing”.
Es decir, ¿para ser un verdadero creador de contenido he de sacar tajada? Entonces no, no soy creador de contenido. Lo que soy es gilipollas. ¡Con razón veía yo tantos actores porno, nutricionistas, entrenadores personales, psicólogos, fisioterapeutas, peluqueros, médicos y farmacéuticos en estos espacios! Todo el que tiene algo que vender está ahí publicitándose, mientras un servidor trabaja por amor al arte.
Y lo verdaderamente curioso es que mediadores (que sí viven de esto), escritores, ilustradores y editoriales se han acostumbrado a esa circunstancia y dan por hecho que debes seguir ahí por romanticismo, humanidad, compromiso y casi obligación, mientras los "likes" (el único pago que recibo) disminuyen temporada tras temporada. E incluso se creen con la libertad de corregirte, exigirte y censurarte.
Mientras a otros especialistas les montan talleres y charlitas o los “invitan” a semanas, ferias y jornadas, el aquí firmante se come los mocos y trabaja como un negro a cambio de cero. Quizá debería montarme una plataforma de pago o una newsletter en condiciones con la que pudiera monetizar mi trabajo... Ni eso, la peña es tan miserable que no me llegaría para pipas. Lo mejor sería echar el cierre, borrar todo mi contenido y que le vayan dando a todos esos que lo han utilizado sin ser capaces de mostrar una pizca de agradecimiento. He dicho.


Habrá que tomar ejemplo de La mujer multiplicada (o dividida), un álbum de Elena Losada y Amanda Mijangos que publica este otoño Ekaré y que nos cuenta la historia de una mujer alta y robusta que, además de aguantar a sus hijos, cultivar el huerto, alimentar a los animales y hacer las tareas domésticas, ayuda a sus vecinos con las ajenas. Una mujer en tres dimensiones que, deseando multiplicarse para ser más útil, se mira en el espejo y se convierte en dos por arte de magia. Un poco más pequeñas, pero pueden estar en más sitios a la vez. Y así, a base de reflejos y más reflejos llega el día en el que se transforma en todo un ejército de mujeres idénticas pero diminutas que siguen trabajando simultáneamente en un montón de ocupaciones. Pero llega el día en que empiezan a estar hartas y deciden volver a ser una, pero… un momento, ¿dónde está la 128? ¡Sin ella no pueden unirse!


Con un relato que respira algo de tradición (me encantan esas ilustraciones que recuerdan a los tejidos estampados, las frutas tropicales y el modesto mobiliario del otro lado del Atlántico), se podría decir que este libro se podría interpretar como una crítica al "multitasking" femenino y todo el estrés que conlleva. Que alguien sea capaz, no quiere decir que debemos exprimirlo hasta la extenuación. Del mismo modo, anima al descanso y el disfrute tras el trabajo bien hecho.


Guardas peritextuales a modo de prólogo y epílogo, el espejo como elemento mágico sin parangón en los cuentos de siempre, los juegos de simetría y muchas metáforas visuales (esa mujer edificada a base de otras mujeres, la casa de muñecas como reflejo de la realidad o ese guiño a la lectura me han sacado una sonrisa) articulan una historia colorista y vivaracha que merece un hueco, no solo en ese corpus sobre problemas sociales, sino en esa amalgama de obligaciones y placeres que es la vida.

viernes, 10 de octubre de 2025

Leer en los susurros


A veces leo libros que no alcanzo a escuchar con claridad. Unas veces me susurran muy bajito. Otras hay demasiado ruido. Y entre unas cosas y otras me pierdo entre las palabras que los arman. Y no es que no digan nada, pues dicen muchas cosas que te impregnan con fuerza, solo que, como si de otra lengua se tratase, no te envuelve la evidencia. Y piensas que la nitidez es un lastre, pero también un regalo, el de entenderse con la mirada a través de la niebla.


El de hoy es uno de esos libros que te habla claro y fuerte pero que no logras descifrar completamente. Sabes que en él hay tristeza, hay ensimismamiento, hay aislamiento. Pero también cariño, comprensión y una pizca de esperanza. Quizá ese sea el misterio de la poesía, alcanzar a todos gracias a un idioma ininteligible.


María José Ferra y Mariana Alcántara nos dan una lección narrativa que habla y cuenta, pero que también calla y silencia. Aves enjauladas, paciencia bordada en rojo, mucho espacio, sombras misteriosas, abrazos que consuelan, guardas peritextuales… Todo se articula para que cualquiera lea a su manera, pero todos alcancemos la esencia.

Soplo y despierto al único habitante del lugar.
No lo sabe, pero soy yo quien dibuja las nubes
y las cuelga sobre su cielo con un alfiler.

Yo, el que cada día, imagina una ventana para él.

Dentro de mis lágrimas hay peces blancos
que confunden el agua con el aire.

María José Ferrada.
En: La soledad de los peces.
Ilustraciones de Mariana Alcántara.
2025. Diego Pun: Santa Cruz de Tenerife.

miércoles, 8 de octubre de 2025

¿Espíritu crítico? ¿Dónde?


Este año me toca impartir una nueva asignatura. Investigación y desarrollo científico, que así se llama, consiste en desarrollar en los alumnos el pensamiento científico y ya se pueden imaginar ustedes que, con la juventud que tenemos, la cosa está difícil.
Yo siempre parto de dos premisas: la curiosidad y el espíritu crítico. Lo primero es intentar que ellos mismos se planteen sus propias hipótesis en base a cuestiones o evidencias fácilmente observables. A ojos de la ciencia, el mundo que nos rodea, la realidad es la única forma de alcanzar la verdad. El método científico dixit y así lo llevamos haciendo desde hace siglos. Es la parte que no se les da del todo mal. Lo peor se refiere al espíritu crítico…


A pesar de lo espabilados que son, tienen los ojos muy llenos de pan. La verdad es que ellos no tienen la culpa, sino más bien una sociedad que ha caído en picado gracias a una degradación educativa sin precedentes. La lectura instrumental ha caído en picado. El libro ha quedado relegado a un segundo plano, en parte, gracias a una administración subyugada a los intereses económicos de las grandes multinacionales. Ni textos académicos, ni periódicos. La diversidad de opiniones se ha esfumado porque la información procede de espacios completamente dirigidos como las redes sociales o plataformas digitales como YouTube (si los de mi época nos quejábamos de la televisión, agárrense los machos con Instagram o TikTok que dependen de algoritmos mucho peores). Y para más inri, aparecen unas tecnologías supuestamente facilitadoras. ChatGPT y otras “inteligencias” merman la resolución de problemas y la autonomía en el aprendizaje, minimizan el debate, así como la interacción entre ellos y crean nuevos sesgos (intencionados) u errores.
Por si todo esto fuera poco, no se olviden de cómo se han criado estos chavales: hiperprotegidos e hiperconsentidos. En definitiva, hay poca humildad, todo un lastre para esta faena de lo reflexivo, donde no hay cabida para los egos y las superstars de poca monta.


Estas son las razones por las que cada vez más valoro los libros que nos invitan a explorar senderos desconocidos. Y si lo hacen desde un punto de vista poético, como es el caso de La fábrica de las preguntas, mejor que mejor. Este álbum de María José Ferrada e Isidro Ferrer que acaba de ver la luz gracias a la editorial A buen paso, nos plantea un cuestionario muy juguetón al tiempo que explora el mundo a través de un puñado de animales. Pues como bien apuntan ellos La fábrica de las preguntas aparece a veces en un zapato y otras, entre las flores de la maceta.


Un ratón, un pato, un murciélago, un conejo, un zorro o un tigre se interrogan sobre hechos muy dispares. ¿Las pulgas extrañan el sol durante el invierno? ¿Toman leche las estrellas? ¿Suspiran las cerezas? o ¿Cómo sabe el gusano que hay una casa dentro de la manzana? Preguntas con respuestas de todos los colores y sabores que atraviesan la mente de lectores y espectadores gracias a un juego discursivo que combina dos lenguajes.


Por un lado, nos interpela de manera directa gracias a las palabras y por otro, también lo hace indirectamente gracias a unas imágenes elaboradas a base de collages con recortes de papel, cartón estampado y madera pintada que dibujan las figuras de veinte animales más o menos evidentes a los que ponerle nombre. Formas orgánicas e interrogantes líricos que nos sugieren y nos empujan a examinar el universo de las ideas, uno que suele permanecer apagado si nadie pulsa el interruptor.

jueves, 2 de octubre de 2025

¡No me des gato por liebre!


Llevo muy mal que me engañen, sobre todo a la hora de hacer la compra. Eso de que te gastes un dineral en unos tomates esperando que sepan a gloria y cuando les hincas el diente te encuentras con el sumum de lo insípido me saca de mis casillas. O cuando la dependienta te promete que esa camiseta que miras con recelo no va a encoger ni en agua hirviendo y a los dos lavados parece el top crop que llevaba Britney Spears en el parvulario. Y si no, los móviles y derivados…


En definitiva, hay que andarse con mucho ojo porque, a la menor distracción, te la meten doblada. Y no es que yo desconfíe de los comerciantes, pero me gusta estar informado y sopesar pros y contras. Como dice mi padre, soy muy mirado, sobre todo porque me cuesta mucho trabajo ganar cuatro duros, como para que llegue un tendero y se aproveche de mí. Al menos, espero honestidad. Y si no, que se preparen…


Lo primero es que un servidor, con sus cuartos va donde quiere. No le rindo pleitesía a nadie por muchos años que sea cliente suyo. Si reincide en sus amaños y apaños, que se olvide de mí. Lo segundo es que ya sabe el que me conoce, que rostro tengo y lenguaraz soy un rato. ¡Ay de ti si me vendiste los mejillones en mal estado, la silla coja o el reloj escacharrado!


Eso sí, cualquiera puede errar o equivocarse y con una disculpa y buena disposición, el entuerto puede enmendarse. Hay veces que muchos productos vienen defectuosos desde la propia fábrica y procede el cambio, otras que los alimentos no son lo que parecían y hay que compensar al cliente o que simplemente ciertos objetos no son lo que esperábamos cuando los sacamos de la caja y queremos cambiarlos por otros.


Precisamente en esto se basa el ¡Ay, caramba! de Michael Rosen y Helen Oxenbury, un libro con mucha sorpresa y guasa que acaba de publicar la editorial Ekaré en nuestro país. En este álbum, un chavalín va a la tienda a comprar zanahorias y tras esperar una hora, el dependiente le entrega un paquete, pero cuando llega a casa y lo abre ¡se encuentra un loro que no para de parlotear! Más tarde quiere hacerse con un sombrero, pero al abrir su envoltorio se da cuenta de que es un gato que maúlla. Así, los equívocos se suceden una y otra vez, hasta que la casa del protagonista parece un zoológico en el que los animales se llevan a matar. ¿Qué hará para solucionarlo y al mismo tiempo recuperar todo lo que ha ido a comprar?


Los creadores del mítico Vamos a cazar un oso, nos sumergen esta vez en una historia acumulativa donde una concatenación de errores convierte el resultado en un desastre monumental bien simpático. Gracias a rimas sencillas, onomatopeyas animales y los juegos de adivinanzas que esconden las páginas (N.B.: Aparte del objeto-libro ¿se han fijado en las pequeñas pistas que sobresalen de cada paquete?), este álbum con frases mágicas incluidas (Me imagino a todos los niños repitiéndolas, e incluso cambiándolas a su antojo, y reboso de felicidad) es una apuesta inmejorable para prelectores y primeros lectores que quieren jugar e interactuar con las palabras y el disparate.


Ilustraciones de corte clásico que nunca pasan de moda, guardas peritextuales, la alternancia de imágenes enmarcadas y otras que no (les dejo que piensen su efecto en la lectura), fauna doméstica y no tan doméstica (¡Peligro, peligro!), una caracterización inmejorable de todos los personajes (fíjense en los gestos de humanos y animales y esbocen una sonrisa) y el acto cotidiano de hacer recados (¿A qué niño no le gusta ir a comprar el pan o la fruta con las manos llenas de calderilla?) convertirán este álbum en el favorito de muchos lectores. Yo incluido.

martes, 30 de septiembre de 2025

Falta de perspectiva


Perspectiva: sus. fem. Del lat. tardío perspectīvus, y este der. del lat. perspicĕre 'mirar a través de', 'observar atentamente'. Punto de vista desde el cual se considera o se analiza un asunto. Visión, considerada en principio más ajustada a la realidad, que viene favorecida por la observación ya distante, espacial o temporalmente, de cualquier hecho o fenómeno. Óptica, prisma, ángulo, visión, enfoque.


Me encanta esa palabra. En realidad, todo depende de ella, sobre todo porque el ser humano es especialista en utilizar lentes con diferentes dioptrías para sopesar lo que le rodea, para poner nombres y quitarlos, para hacer y deshacer. Sin perspectiva, no hacemos nada. O quizá sí, por ejemplo, fluir y vivir.
¿Quién decide si alguien es gordo o delgado? ¿Alto o bajo? ¿Valiente o cobarde? Nada es inmutable, pues hablar en términos absolutos nos puede acarrear más de un equívoco. Esa es la razón para abogar por lo plural, a considerar todas las opciones como válidas. ¿Qué es una virtud? ¿Qué es un defecto? ¿Acaso no son transmutables? Todo depende de la situación, del contexto. Y si no me creen, presten atención al libro de hoy, la nueva edición del Amiga gallina de Juan Arjona (A buen paso). El libro que en su día fue ilustrado por Carla Besora, adquiere una nueva dimensión gracias al trabajo de Ramón París.


Para todos aquellos que no conozcan esta historia les cuento un poco… El perro, el cerdo y la gallina son buenos amigos. Hartos del corral y con ganas de pulular por el mundo, deciden salir de allí y aventurarse por otros lugares. Durante sus andanzas, cada uno desempeñará su papel: el perro se encargará de guiar sus pasos, el cerdo se embelesará con las vistas y la gallina… La gallina irá acojonada en la retaguardia y a cada susto que se lleve, pondrá un huevo. Es la única forma de relajarse y continuar con sus amigos.
Pero cuando la noche se cierne sobre ellos, la oscuridad apaga la mirada del cerdo y mina la seguridad del perro para convertir todo en pánico y terror. ¿Podrá hacer algo la gallina para cambiar el rumbo que toman las cosas?


Con una estructura narrativa que recuerda a los cuentos de fórmula y las retahílas, esta historia de tintes humorísticos recuerda a esas fábulas con mensaje implícito pero nada evidente, lo que permite al lector disfrutar de ella al tiempo que le plantea nuevas situaciones en las que posicionarse. Todo ello sin olvidarnos de esa amistad incondicional que, a pesar de diferencias, virtudes o defectos, mantiene unidos a los protagonistas desde el principio hasta el final


Gracias los juegos tipográficos, las repeticiones y una excelente caracterización de los personajes (la cara de la gallina lo dice todo), tenemos una nueva versión de un relato que ya quedó finalista para "Los mejores" del Banco del Libro allá por 2013 y que seguro nos arranca más sonrisas.

lunes, 29 de septiembre de 2025

Pertenecer o no pertenecer, he ahí el dilema


Animalistas y veganos, minorías étnicas, personas LGTBIQ+, nacionalistas, fachas y cayetanos, feministas, discapacitados, migrantes, habitantes del mundo rural… Al humano le gusta hacer rebaños. Lo curioso es que la forma de hacerlos se va modificando.
Para no remontarme a épocas demasiado lejanas, les pondré como ejemplo los años noventa, cuando se hablaba de las llamadas tribus urbanas. Grupos de jóvenes que se identificaban con una estética, ciertos estilos musicales y unas tendencias políticas establecían sinergias a la hora de salir de parranda. Lo mejor de todo es que a pesar de ese sentimiento de pertenencia, cualquiera era susceptible de relacionarse con bakalas, punkis o raperos y compartir momentos divertidos.


Eso ha cambiado en esta España de la guerra cultural y la cancelación porque, si bien es cierto que este tipo de sectorización continua entre los teenagers, lo hace desde un prisma mucho más peliagudo. Como era de esperar en una generación de cristal arengada por el interés político del “divide y vencerás”, el victimismo pasa a ser bandera y es preferible radicalizarse a considerar y respetar unas ideas ajenas con las que enriquecernos en este mundo (aparentemente) diverso y plural.
Así pasa, que la homogeneización de pensamiento es tal, que todo aquel que difiera de las pautas ideológicas que rijan cada uno de estos colectivos, se expone a ser rechazado por sus iguales para ser excluido del grupo y convertirse en un paria. Draconiano... 


Menos mal que hay gente a la que se le hinchan las pelotas, decide ir a la suya y se aparta de ese modus operandi tan pueril y obtuso. Que para palmaditas en la espalda y sonrisas impostoras, mejor solo que mal acompañado. Como el protagonista de uno de los libros que acaba de publicar Corimbo y que lleva por título Vampiro para siempre.


Firmado por Davide Cali y Sébastien Mourrain, este álbum nos cuenta la historia de señor Baltús, un vampiro noctámbulo, que vive en un caserón acompañado de un gato y los restos de lo que fuera un canario, evitando la luz del día y cualquier contacto humano. Pero un día, cuando su gato se queda sin comida y tiene que ir urgentemente a la tienda a pleno sol, se encuentra con Claudia, una cría la mar de salada que trastoca su rutina. A medida que se van conociendo, su universo va cambiando. La confianza da paso a confidencias y momentos compartidos que construyen una amistad muy especial.


Con esa vis de historia surrealista a la que nos tiene acostumbrados, Cali nos entreabre la puerta para reflexionar sobre muchos temas. Desde la realidad solitaria que afecta a muchos ancianos, hasta los problemas de aceptación familiar y social que sufren muchas personas en su entorno próximo, pasando por las posibles enfermedades de salud mental que trastocan la percepción del mundo. En definitiva, todo un alegato a la amistad intergeneracional que desde la inocencia, el entendimiento y la comprensión sacude las barreras y convenciones sociales que nos llenan de prejuicios estúpidos.


Y si a este caleidoscopio discursivo, añadimos el humor que nos brinda Mourrain gracias a unas ilustraciones de Mourrain en las que encontramos detalles que nos sorprenden (¡Dimitri estaba vivo!), nos desconciertan (¿Se han fijado en la ilustración de la contraportada? ¿Quién es en realidad el señor Petroulakis?) y nos embelesan (Esas escenas nocturnas recorriendo París son toda una delicia), no se pueden perder este librito tan sutil como potente.

jueves, 25 de septiembre de 2025

El retorno de los juegos de mesa


Parece ser que los juegos de mesa están volviendo al siglo XXI gracias a jóvenes y no tan jóvenes. Desde hace más de una década, las ventas de este tipo de productos se ha incrementado en un veinte por ciento. Es por ello que en todas las ciudades de nuestra geografía se puede encontrar una pequeña tienda especializada en juegos con diferentes escenarios y reglas que entretienen a grupos de amigos y familiares. E incluso, he visto muchas cafeterías con una pequeña ludoteca.
Niños, adolescentes o adultos, separados o revueltos, echan mano de la gamificación para pasar la sobremesa, la merienda o las noches del fin de semana. Cualquier momento es nuevo para desentrañar la experiencia que se esconde en una caja de cartón.


Si bien es cierto que en los años 90, con la diversificación de los videojuegos y la videoconsola, los juegos de mesa pasaron a considerarse antiguallas propias de clubes de jubilados y bares casposos, hoy en día comienzan a estar muy bien vistos por el público en general debido a la nueva dimensión que han adquirido: jugar es de guapos que se sonríen a la cara y no a través de una cámara.
¿Cuántas veces habremos disfrutado (o sufrido) con el tute, el póker, el dominó, la oca o el parchís en las cantinas universitarias, las Nochebuenas familiares o las frías tardes de invierno? De entre todos los juegos de mesa que pululaban en aquella España alejada de las pantallas, mi favorito eran los dados. De hecho todavía conservo uno de aquellos cubiletes de piel con los que echábamos la tarde del viernes al kiriki o el mentiroso.
Y ustedes dirán: “¿Y qué mosca le ha picado al ludópata este?” Pues me entenderán cuando lean el libro que les traigo hoy gracias a la editorial Errata Naturae y que lleva por título Los duendecillos.


Escrito e ilustrado por Camille Romanetto, este álbum narrativo (cada vez se apuesta más por este tipo de productos donde un texto muy abundante está acompañado por ilustraciones descriptivas) nos cuenta la historia de Madenn, una niña traviesa que pasa el final del verano en casa de sus abuelos. Rodeada de naturaleza, un día encuentra en un pequeño claro un pequeño cono de fieltro, pero lo que nunca imaginará es que su pequeño tesoro, en realidad es el gorro de un hombrecillo que intentará recuperarlo en mitad de la noche. Así es como empieza una aventura en la que una chiquilla ayuda a una familia de duendes a encontrar el misterioso Criquidibú. Y más les vale, porque si no, todo acabará siendo un desastre…


Con un argumento que puede recordar a muchos cuentos tradicionales como Blancanieves, y clásicos como Los Mumins de Tove Jansson o Los incursores, este relato donde se respira un ambiente lleno de magia y fantasía, también está amenizado con unas ilustraciones elaboradas con técnicas muy clásicas (tinta y acuarela) cuyo estilo tiene mucho de John Bauer y Sybille von Olfers, bastante del art decó y la escuela rusa encabezada por Ivan Y. Bilibin, o el preciosismo de Kazuo Iwamura. E incluso, si me apuran, tiene un puntito muy sutil de Hayao Miyazaki.


En cualquier caso, es un libro muy entrañable y lleno de aventuras donde la naturaleza se hace protagonista gracias a los paisajes brumosos, los helechos, las setas y cientos de detalles. Fíjense en las guardas, en las cenefas, en los paseos, en las fiestas y díganme lo que más les gusta de este universo. Por mi parte, les confieso que me quedo con Douchka Babam. ¡Háganme caso y no desperdicien ni una pizca de belleza!

miércoles, 24 de septiembre de 2025

El camino como metáfora


Este verano no he podido peregrinar a Santiago por culpa de los incendios que asolaron aquellos lares. Incomunicado durante varios días con el norte, decidí desistir y postponer la ruta portuguesa para el 2026. Esperemos que con mayor suerte, pues cada año que pasa, pirómanos, políticos y turigrinos (por ese orden) nos lo ponen más difícil a los que contemplamos la posibilidad.


Mientras tanto, dediquémonos una vez más a hablar del camino como metáfora literaria (también musical o pictórica, ¡cultural, vaya!). Aunque es un tema muy manido con esto de la psicología positiva y cada vez se le adscriben más gurús e influmierders, esto de deambular por avenidas y descubrir senderos tiene su enjundia.
La vida como trayecto, el recorrido como el progreso, encarar los desafíos, experimentar suertes y desgracias, ser consciente de uno mismo y compartir el espacio y el tiempo con otros se afianzan como piedras angulares de esta alegoría que ya se considera universal.
Y así, la experiencia se hace símbolo. La existencia se adscribe a un proceso constante pero cambiante donde cada individuo avanza y se detiene a un ritmo personal e instransferible. Elige, traza su itinerario, acierta y se equivoca en pos de un propósito, un destino real o ficticio. Cada paso nos moldea de una u otra forma, el camino a nosotros y nosotros, al camino. ¿Aprendemos o no? ¿Crecemos o empequeñecemos? Depende de tantas cosas… De nosotros, de los demás, del itinerario elegido, del azar…
Positivo o negativo, acertado o equivocado. Cada viaje tiene su resumen y los de hoy no podían ser menos.


El primero es el que emprende Evergreen, una pequeña ardilla que debe llevarle a su abuela Roble, la sopa que ha preparado su madre para que se recupere de sus dolencias. le teme a muchas cosas: a los truenos, a los halcones y a los oscuros senderos del Bosque de Espinos Cervales. Pero cuando su madre le encarga que le lleve sopa a su Abuela Roble enferma, la pequeña ardilla debe enfrentarse a sus miedos y emprender el viaje. Así, Evergreen se encuentra en el camino con otros habitantes del bosque. Unos quieren ayudarla y otros quieren hacerse con la deliciosa sopa de su madre. ¿Llegará a su destino?


Publicado en castellano por Océano Travesía, este libro de Matthew Cordell nos sumerge en los cuentos clásicos como Caperucita Roja desde una perspectiva más simpática y fantástica que permite introducir elementos narrativos que rompen el marco de lectura desde el relato de aventuras.


Onomatopeyas por un tubo, guardas convertidas en mapas (la cartografía siempre es un plus), ilustraciones que gracias a la técnica de plumilla y aguadas ocres recuerda a la tan utilizada por Arnold Lobel (¿No ven cierto guiño a su Saltamontes va de viaje? Yo sí) y muchas sorpresas que se acompañan de ese humor blanco que tanto gusta a la primera infancia, son algunos de los ingredientes que hacen de este libro una pequeña delicia otoñal.


El segundo viaje de hoy es el que recorremos gracias a El camino amarillo, un álbum de Sven Nordqvist, el padre de Pettson y Findus, que acaba de ser publicado en nuestro país por la editorial Flamboyant y en el que se vislumbra cierto guiño al camino que llevó a Dorothy hasta Oz.


El protagonista de este libro despierta en mitad de un bosque. ¿Dónde estará? Por suerte, unos hombrecillos muy amables lo llevan a casa de la mujer Sabelotodo que le invita a seguir un camino amarillo que lo llevará hasta su hogar. Siguiendo el sendero, encontrará cosas hermosas y extrañas, cosas que nunca ha visto… Gigantes que construyen iglesias, jirafas que no paran de reír, trolls muy feos, un tren en el que subirse cuesta una piruleta o un picnic organizado por un grupo de juguetes. ¡Todo aquí es posible!


El autor sueco se recrea en un universo imaginario lleno de detalles surrealistas e inverosímiles. Aunque cada página recoge paisajes donde merece la pena detenerse y recrearse, también juega con el lenguaje del cómic y enriquece el relato con viñetas y pequeños diálogos que imprimen dinamismo a la acción. Un híbrido muy interesante que intercala el libro de aventuras y el de actividades, sin olvidar a quien está dirigido.