miércoles, 15 de octubre de 2025

Trabajando para otros por nada


“Creador de contenido”. Es lo que más se escucha en Instagram y TikTok. Pero ¿a qué cojones se refiere esta expresión? Si, a priori, nos ponemos a analizarla, podríamos pensar que son personas que generan ideas o recopilan información útil para determinado público. Parece que se refiere a gente creativa, reflexiva o cultivada en un área determinada. Entonces ¿seré yo un creador de contenido? Tal vez…
Lo chungo viene cuando le pregunto a San Google y me encuentro con algo como “profesional que produce material original y valioso (texto, video, audio o imagen) para plataformas digitales como redes sociales, blogs o sitios web, con el objetivo de conectar con una audiencia, construir una marca y alcanzar objetivos de marketing”.
Es decir, ¿para ser un verdadero creador de contenido he de sacar tajada? Entonces no, no soy creador de contenido. Lo que soy es gilipollas. ¡Con razón veía yo tantos actores porno, nutricionistas, entrenadores personales, psicólogos, fisioterapeutas, peluqueros, médicos y farmacéuticos en estos espacios! Todo el que tiene algo que vender está ahí publicitándose, mientras un servidor trabaja por amor al arte.
Y lo verdaderamente curioso es que mediadores (que sí viven de esto), escritores, ilustradores y editoriales se han acostumbrado a esa circunstancia y dan por hecho que debes seguir ahí por romanticismo, humanidad, compromiso y casi obligación, mientras los "likes" (el único pago que recibo) disminuyen temporada tras temporada. E incluso se creen con la libertad de corregirte, exigirte y censurarte.
Mientras a otros especialistas les montan talleres y charlitas o los “invitan” a semanas, ferias y jornadas, el aquí firmante se come los mocos y trabaja como un negro a cambio de cero. Quizá debería montarme una plataforma de pago o una newsletter en condiciones con la que pudiera monetizar mi trabajo... Ni eso, la peña es tan miserable que no me llegaría para pipas. Lo mejor sería echar el cierre, borrar todo mi contenido y que le vayan dando a todos esos que lo han utilizado sin ser capaces de mostrar una pizca de agradecimiento. He dicho.


Habrá que tomar ejemplo de La mujer multiplicada (o dividida), un álbum de Elena Losada y Amanda Mijangos que publica este otoño Ekaré y que nos cuenta la historia de una mujer alta y robusta que, además de aguantar a sus hijos, cultivar el huerto, alimentar a los animales y hacer las tareas domésticas, ayuda a sus vecinos con las ajenas. Una mujer en tres dimensiones que, deseando multiplicarse para ser más útil, se mira en el espejo y se convierte en dos por arte de magia. Un poco más pequeñas, pero pueden estar en más sitios a la vez. Y así, a base de reflejos y más reflejos llega el día en el que se transforma en todo un ejército de mujeres idénticas pero diminutas que siguen trabajando simultáneamente en un montón de ocupaciones. Pero llega el día en que empiezan a estar hartas y deciden volver a ser una, pero… un momento, ¿dónde está la 128? ¡Sin ella no pueden unirse!


Con un relato que respira algo de tradición (me encantan esas ilustraciones que recuerdan a los tejidos estampados, las frutas tropicales y el modesto mobiliario del otro lado del Atlántico), se podría decir que este libro se podría interpretar como una crítica al "multitasking" femenino y todo el estrés que conlleva. Que alguien sea capaz, no quiere decir que debemos exprimirlo hasta la extenuación. Del mismo modo, anima al descanso y el disfrute tras el trabajo bien hecho.


Guardas peritextuales a modo de prólogo y epílogo, el espejo como elemento mágico sin parangón en los cuentos de siempre, los juegos de simetría y muchas metáforas visuales (esa mujer edificada a base de otras mujeres, la casa de muñecas como reflejo de la realidad o ese guiño a la lectura me han sacado una sonrisa) articulan una historia colorista y vivaracha que merece un hueco, no solo en ese corpus sobre problemas sociales, sino en esa amalgama de obligaciones y placeres que es la vida.

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