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miércoles, 11 de octubre de 2023

Elogio a la necedad


Hace más de cinco siglos que Desiderio Erasmo de Rotterdam, el gran pensador neerlandés, dedicara a populacho y gobernantes su Elogio a la necedad o encomio de la estulticia, para mi gusto, un libro todavía vigente a pesar de lo que ha llovido, no solo porque los necios sigan in crescendo, sino porque la sociedad es incluso más gris que en aquel entonces. Si no lo han leído, les invito a que le echen un vistazo y hagan una lectura, al menos, de sus frases más célebres para constatarlo.
Lo que más llama la atención de este libro es que, aprovechando que fue escrito en latín, su título se traduzca últimamente como Elogio a la locura, cuando Erasmo en realidad se refería a tontos y necios, dos adjetivos que, para mi gusto, distan bastante del llamado loco. Bastante tienen aquellos que sufren esquizofrenia u otras patologías de la psique, para que los relacionen con los primeros.


Yo diría que, más bien, tiene relación con esa frase tan española de “hacerse el loco”, una que utilizamos con frecuencia siempre que alguien quiere eludir un hecho o hacer caso omiso de alguna situación, generalmente embarazosa y que pone en evidencia su falta de sensatez, entendimiento, autocrítica y, sobre todo, miserias. Que este mundo bien podría llevar por título el del libro de hoy, La nave de los necios, recién publicado por A fin de cuentos.
Ana González Lartitegui nos brinda un libro, como diría Karlos Arguiñano, lleno de fundamento, no sólo porque es estupendo desde el principio hasta el final, sino porque el trabajo en el planteamiento y la resolución ha sido exquisito.


La autora maña nos plantea una historia muy loca en la que el sentido y el sinsentido danzan en todas sus páginas. Todo empieza con un joven aburrido (ya saben, lo que se estila…) que decide gastarle una broma a un vecino y echarse unas risas a costa suya. Pero como esta es una historia de ida y vuelta, al final le sale el cuento por la culata gracias a unos cuantos personajes que parecen salidos de La Celestina, películas de los Monty Phyton o un chiste de Gila.


Sobre los recursos narrativos y de estilo, hay que destacar bastantes cosas... Primero, utiliza un hilo conductor un tanto inverosímil (esa mata de tomate que pasa de mano en mano me recuerda a otras retahílas, cuentos sumativos y narraciones encadenadas como Corre, corre panecillo). En segundo lugar, imprime movimiento mientras los personajes van cambiando de ubicación en cada doble página. También ambienta la historia en el medievo tardío europeo, una época tan sugerente, como extraña, que siempre ha dado juego a ilustradores como Andrej Duguin y Olga Duguina. Por último, la Lartitegui toma como referencias grandes obras de la pintura flamenca y nos propone un juego del escondite gracias a El Bosco (recuerden que tiene un cuadro titulado como este libro, que a su vez está inspirado en la obra satírica de Sebastian Brant), Patinir, Brueghel el viejo o Desprez, al tiempo que nos sumerge en obras tan emblemáticas como El paso de la laguna Estigia, La parábola de los ciegos o El carro de heno.


Tapas enteladas, ilustraciones realizadas enteramente a mano y montones de detalles, nos dan la bienvenida a este “road trip” donde humor, arte y sentido crítico son los mejores aliados de una lectura en la que todos podemos mirarnos como necios y estúpidos que somos.

martes, 18 de abril de 2023

Monstruos culinarios


Nadie hace el cocido como mi madre. Ni las lentejas, ni las croquetas, ni las albóndigas, ni el arroz caldoso. Supongo que todos pensarán lo mismo de la suya. “Mi madre guisa estupendamente”. Eso es porque le pone mucho amor, dedicación y parsimonia. Es meticulosa, no abusa de la grasa ni los aceites, tampoco de la sal ni de las especias. Algo que tiene como resultado una comida ligera, pero sabrosa.
Yo le he dado alcance en ciertas ocasiones. Con el guisado de costillas y el asado de cordero, el sabor ha estado muy igualado, pero con otros platos es casi imposible rozar su perfección. Lo de la bechamel es toda una incógnita. Mira que observo, utilizo las mismas cantidades, idénticos productos y técnicas similares, pero nada, no hay manera de conseguir un resultado parecido. Espero cogerle el punto pronto y transformarme en un monstruo de la cocina. Como los que nos traen Mar Benegas y Ana G. Lartitegui en un libro simpático y alocado que se basa en el recurso de las solapas móviles.
Montones de monstruos que divierten, inspiran y abren el apetito (¡Vaya platos más jugosos se han marcado!). Mientras que la ilustradora juega con el bodegón y la pareidolia para marcarse un claro homenaje a Giuseppe Arcimboldo, la poeta nos descubre las enormes posibilidades de alimentos, vajillas, cuberterías y electrodomésticos a golpe de rima.
Casi 200.000 engendros diferentes que, a golpe de dedo, pueden habitar cualquier fogón pero, sobre todo, nuestra imaginación.

De sopa bien calentita
su cabeza es un puchero.
Tiene nariz de tortilla
y sus dientes son de fuego.
Un cuerpo de kiwi y piña
y de yogures enteros.
Barriga de col y endivia
con seis picantes pimientos.
Dos panes sus pantorrillas
de semillas y centeno.
Usa unas botas alpinas
en sus pies de caramelo.


Cabeza de artillería,
lo ralla todo sin peros:
espaguetis, tinta china,
tomates o chubasqueros.
Los brazos son golosinas
con dedos de caramelo.
Cintura de lata fina
donde comen los jilgueros.
Con piernas de mandarina
que huelen a limonero,
echa raíces finitas
que se enredan en tu pelo.

Mar Benegas.
En: Monstruos de cocina.
Ilustraciones de Ana G. Lartitegui.
2023. Barcelona: Combel.



lunes, 11 de marzo de 2019

Un lunes con buena (o mala) suerte



Hoy por hoy me considero una persona afortunada. Dentro de lo que cabe tengo buena salud (algún achaque sin importancia), una familia (con sus más y sus menos, que esas tan perfectitas me aburren sobremanera), un buen puñado de amigos, un trabajo que me llena (sobre todo cuando mis alumnos no lo impiden) y me permite pagar mis facturas, y tiempo libre para ampliar mis horizontes. Sí, se podría decir que tengo suerte… También es cierto que yo ayudo, pues soy una persona bastante conformista que no se pirra por el lujo ni caprichos excesivos, pues la buena o mala suerte también es una cuestión de actitud.



Les diré que hay personas que, a pesar de tener una vida sin sobresaltos ni problemas serios, se pasan el día lamentándose por sufrir de mala suerte. No me dan ninguna pena, pues hay gente que no han nacido en un país supuestamente avanzado (¿eso sería mala suerte?), sufren las precariedades de la miseria, y disfrutan de las pequeñeces de la vida con la mayor de las intensidades. En cierto modo compadezco a estos pobres de espíritu que tienen un rasero bastante desvirtuado.
Es verdad que también están aquellos a quienes parece ser les ha mirado un tuerto. No seré yo quien lo niegue, más todavía cuando hablamos de pobreza, hambre o marginación de cualquier índole, pero sí he de apuntar que mucha de esa gente con poca fortuna (sobre todo la que deriva de decisiones personales) también adolecen de mucha ignorancia y poco sentido común, toman decisiones poco acertadas y se dejan llevar por una vida alocada que suele traer muchos problemas, principalmente de salud y/o monetarios.


A veces pienso que la suerte es un invento para justificar nuestras circunstancias vitales, nuestra propia humanidad, y que cuando se rompen ciertos cánones, echamos mano de ella, pues nos es difícil admitir que cometemos errores, que no somos tan racionales como pensamos y que esa supuesta perfección a la que nos aboca la sociedad es inexistente.
Y dejo de ponerme trascendental para ilustrarles mis ideas con un título excelente (que se me pasó en su día... ¡Qué suerte haberlo encontrado!) de Sergio Lairla y Ana G. Lartitegui, El libro de la suerte, un libro editado por A buen paso que todos deberíamos conocer y sopesar para entender qué es eso del azar. Pues en este libro que conecta dos narraciones bien articuladas sobre una vacaciones, se nos presentan diferentes facetas de la llamada fortuna. 



Una de ellas está protagonizada por un personaje amable y bastante comprensivo que se deja llevar por las casualidades. Si le damos la vuelta al libro y abrimos la otra tapa (¡Sí, dos tapas para dos historias!) nos topamos con un personaje malencarado, terco y poco voluble al que nada le viene bien. Conforme pasamos las páginas vemos como se sucede la acción, mientras que a uno se le presupone mala suerte y al otro buena, nos damos cuenta de que esto no es así, pues el “ganador” (lean el libro y se sorprenderán) no es quién a priori empatiza con el lector. Seguramente les entrarán ganas de tirar el libro a la basura, pero si se detienen a pensar en la dicotomía entre suerte y felicidad, se pueden sorprender gratamente.


Sobre los aspectos técnicos del libro llamar la atención sobre la combinación de estructura de cómic y álbum, lo que le confiere una estructura secuencial bastante dinámica, así como la economía verbal del mismo, pues deja bastante libertad a la creación discursiva. También decirles que me encantan ciertos elementos de las ilustraciones (el barco y su reflejo como nexo de unión, la comicidad de ciertos personajes, la yuxtaposición de ambas historias, los cientos de detalles con los que enriquecer nuestras ideas, los guiños a los juegos de azar y a las ciudades monumentales, las aguadas sutiles…). Vamos, ¡que hay que leerlo!
¡Ah! ¡Y buena suerte en este comienzo de semana!

martes, 25 de abril de 2017

Cartas como premio


El viernes pasado terminó el pequeño concurso que realicé a propósito del artículo sobre la anatomía narrativa del objeto libro, uno en el que apuntaba a fajas, camisas, tapas y guardas como elementos físicos de los álbumes y que también contribuyen a la narración de estos. Habiendo valorado las aportaciones de los que participaron en él y el grado de concreción de éstas, he decidido que el premio vaya para... ¡Rubén Alejandro Cohen Tercero!, administrador de la página Bichitos Lectores.
Teniendo en cuenta que la piedra angular del concurso fue La carta de la señora González, un álbum de los españoles Sergio Lairla y Ana G. Lartitegui (A buen paso, 2019; existe otra edición anterior en Fondo de Cultura Económica), he creído que el gala más apropiado es precisamente un ejemplar de dicho libro. Así que, en breve llegará al buzón del ganador.


No obstante y siendo consciente de que son bastantes los que se han devanado los sesos con el citado concurso (casi nadie conocía este libro con tanta chicha), aquí traigo un premio inmaterial (tendré que hablar con los que llevan el tema de los patrimonios en la UNESCO...) para todos ellos y otros muchos que no participaron en él: mis apuntes sobre este álbum ilustrado.
Aunque la mayor parte de las reseñas de este álbum, una mención honorífica del III Premio A la orilla del viento, hacen referencia a la correspondencia entre la señora González y el señor Lairla (sí, los autores decidieron desempeñar un papel en esta historia que todavía no sé cómo definir... principal, secundario...), este libro es más que eso... Pero sí, el libro empieza con una carta, un buzón y un cartero, aunque la cosa se complica cuando el cartero cae a un pozo... De esta manera la carta emprende un viaje que terminará depositándola en las manos de su destinatario en loor de un amor sincero que aparta lo banal y mundano en pro de lo bello y humano.


En este libro circular -ya saben, que empiezan y terminan en el mismo lugar (o eso parece)-, además de una narración que está basada en una especie de retahíla donde capítulos a modo de peldaños se suceden utilizando como elemento narrativo la dualidad realidad-fantasía, hay que hablar de muchos elementos técnicos, muchos detalles más que pensados (N.B.: Algunos gustan de definir estos álbumes como “experimentales”, un tipo de libros en los que destacan esta pareja de autores de cuyo arte también pueden disfrutar en El libro de la suerte también editado por A buen paso).


En primer lugar me gustaría hablar de la estructura en capítulos. Si nos fijamos bien, estos capítulos empiezan la cuenta hacia delante, pero al llegar al ecuador de la narración, como por arte de magia, empiezan a sucederse hacía atrás hasta llegar de nuevo al primero, esto da una perspectiva simétrica y lo que, de manera obvia, podría parecer un libro circular, para mí son dos imágenes especulares.
En segundo lugar me gustaría hablar de la conexión que se establece entre los finales textuales de un capítulo y el siguiente. El autor utiliza el acto concluyente para dar importancia a fragmentos narrativos. […] como el ombligo de una bestia peluda., […] como la garganta de un gigante., se prestan como antesala a imágenes evocadoras y de gran carga metafórica.


No hay que olvidarse de cuestiones menos evidentes como por ejemplo:
-las guardas sintéticas (esas que nos han traído hasta este libro) donde aparecen muchos de los elementos que, aparentemente sin relación, encuentran conexión una vez leemos y releemos (¡Relectura obligada de este fantástico álbum una y otra vez! Si no, nunca van a apreciarlo en toda su magnitud ¿Me han oído? ¡Re-lec-tu-ra! Lartitegui y Lairla dixit);
-el fabuloso uso de la luz que se hace en las imágenes (fíjense en los útiles de escritura que hay sobre la mesa, ¿no creen que son las estrellas de la escena?)
-los detalles minúsculos (¡El sello! ¡El sello que hay sobre el escritorio!);
-las pequeñas figuras gráficas en blanco y negro situadas sobre el texto de los capítulos impares que cumplen un cometido referencial a la escena anterior.



Por último y teniendo en cuenta las imágenes de gran belleza (Ni se les ocurra decirme que es la primera vez que ven a ese pez payaso nadando entre los árboles), hablemos del estilo de la ilustración... Hay que decir que se erige sobre una mezcla de estilos (un tanto ecléctica pero con gran personalidad) donde el figurativo surrealista lleva la voz cantante (elementos descontextualizados buscan alojarse en el subconsciente del lector, referencias simbólicas que llaman nuestra atención, y juego, mucho juego y adivinanza). La técnica de realización es mixta (acuarela con matices a lápiz de color) y la composición está muy estudiada ya que las formas y la perspectiva (esa combinación de planos generales y primeros planos me vuelve loco...) tienen una carga narrativa importante.


Así que, llegados a este punto, creo que ya tienen más de una razón para retomar este álbum que han olvidado con mucha facilidad (una pena teniendo en cuenta que es un álbum relativamente joven). Para mí, que me gusta lo diferente y complejo (para que les recomienden libros asépticos ya tienen otros espacios más blancos y virginales), es un álbum genial. ¿Y ustedes? ¿Qué opinan?