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martes, 12 de febrero de 2019

Como una tortuga



Tras unos días de asueto en Málaga (¡Qué bien se está allí! No me extraña la afluencia masiva de guiris a sus costas…), regreso con un montón de faena. No porque me la haya traído bajo el brazo, sino por toda la que me dejé pendiente aquí, sobre las estanterías, sobre el escritorio, sobre el suelo (si vieran como está mi casa… no daban crédito).
A veces me gustaría convertirme en superhéroe para poder deshacerme de todos esos nudos, trabas y líos que enmarañan una vida que debería suponerse grata, pero otras veces me digo que no importa, que sigo siendo mortal, que no merece la pena estresarse por cuestiones baladíes y poco satisfactorias.


Antes era de esos que empiezan algo y gustan de terminarlo, si no era a lo grande, qué menos que de manera aceptable y correcta; e incluso me flagelaba si esto no sucedía así, pues me gusta bastante la formalidad, sobre todo cuando en ella se veían involucradas terceras personas (en lo que a trabajo y quehaceres se refiere, las apariencias y poses me importan mucho menos). Ahora las cosas no son tan blancas ni tan negras, unas veces digo que no, otras que sí, y las más prefiero cierto tono intermedio, pues en esta vida hay que saber torear las embestidas que te propician los días.


También he aprendido a ir tranquilo por la vida. La verdad es que no me lo creo ni yo. Será la vejez, será el desencanto (¿Correr? ¿Para qué? Si a todo el mundo le da igual. Aligeren el paso por ustedes, que los demás bien tranquilos que van…). ¡Decidido! En vez de superhombre quiero ser una tortuga, no sólo porque son unos animales bastante parsimoniosos (a veces es lo que necesito…), sino porque me parecen bastante curiosos.


¿Saben ustedes que las tortugas gigantes pueden superar el siglo de vida? ¿Qué presentan caracteres intermedios entre reptiles (grupo al que pertenecen) y las aves, como por ejemplo el pico córneo? ¿Qué las terrestres pueden hibernar como algunos mamíferos? ¿Qué dependiendo de la temperatura a la que se incuben sus huevos pueden nacer machos o hembras? ¿Sabían que las tortugas fueron los primeros animales en hacer un viaje de ida y vuelta a la luna? ¿Qué muchas de las especies de tortugas del mundo se encuentran en peligro de extinción, o que inspiraron a los estrategas militares del antiguo imperio Romano para desarrollar sus formaciones de combate?


Si no han tenido bastantes curiosidades, les animo a hacer un listado de todas las tortugas que son protagonistas de la LIJ, y en la que deben añadir Las tortugas nunca duermen, un álbum de Esther Pardo con ilustraciones de Miguel Díez Lasangre que editó el año pasado Ekaré y que me pareció un librito muy hermoso sobre la relación entre una anciana y su animal de compañía, la tortuga Lina, más todavía cuando esta historia (que también bebe de la aventura) tiene su lado fantástico, pues la anciana y el animal intercambian su forma para vivir más intensamente tanto de noche, como de día.


Quizá muchos lo puedan tomar como una bella metáfora sobre el fin de la vida, de cómo poder esquivar la vejez, incluso la muerte, con unas dosis de magia y riesgo (la interpretación de los símbolos la dejo a otros más duchos en esto), yo sólo les digo que a un servidor le ha encantado, ténganlo en cuenta a la hora de hacer un descanso que yo hoy tengo tarea…

jueves, 7 de febrero de 2019

Joyas de LIJ que quitan el sentío



En breve conoceremos el desenlace del Brexit, uno de esos procesos indeseables que laceran la vieja Europa. Muchos nos veremos abocados a no visitar el país vecino con tanta asiduidad como nos gustaría. Es una pena, pues los monstruos solemos encontrar verdaderas joyas en las librerías de segunda mano que abren sus puertas por todo el país. Libros que nunca han visto la luz en nuestra lengua, ni creo que la vean, pues por sus características son poco asimilables por nuestra realidad editorial, una en la que priman aquellos productos en lengua castellana (algo bastante lógico, por otra parte). Es por ello que me creo en deber de obviar de vez en cuando el mercado de novedades nacional y posar mis ojos sobre libros maravillosos y desconocidos como el de hoy.


La primera vez que me topé con Anno’s Alphabet fue en una tienda de caridad (traducción literal de “charity shop”) de Covent Garden, una zona londinense con mucho poderío. El volumen estaba en perfecto estado (excepto una "camisa" ligeramente ajada y unas marcas a lápiz del antiguo propietario, estaba muy bien cuidado) y el precio era irrisorio, así que lo compré sin dudarlo pues necesitaba leer con detenimiento este libro del año 1975.
En primer lugar toca hablar de Mitsumasa Anno, uno de los más afamados creadores de álbumes ilustrados cuyos libros no suelen dejar indiferentes. Aunque muchos de ustedes no lo conozcan (sobre todo porque la mayor parte de sus obras traducidas al castellano no se encuentran disponibles a consecuencia de la descatalogación), este nonagenario nacido en Tsuwano (prefectura de Shimano, Japón) en 1926 (sí, todavía está vivito y coleando), recibió el premio Andersen en 1984 por el conjunto de su obra, una que busca el deleite visual, el desarrollo de la imaginación, la búsqueda del discurso y la alfabetización artística desde diferentes prismas.


Muy conocido en nuestro país por obras estupendas como El viaje de Anno, El misterioso jarrón multiplicador, Trucos con sombreros o Las semillas mágicas, el libro en el que hoy me detengo es uno de los más especiales y, por qué no, también inquietante de este nipón. Anno’s Alphabet (sería más adecuado decir Anno’s Alphabet An Adventure in Imagination, que además de ser el título completo, resume a la perfección la intencionalidad de un libro muy pensado) tiene estructura de libro-abecedario, concretamente de lengua inglesa (N.B.: En muchas ocasiones se le ha preguntado al autor sobre esta decisión a lo que él ha respondido que es un libro que nació con la intencionalidad de abrirse a un mundo más plural) formado por una sucesión de dobles páginas que presentan cada letra del alfabeto en la página izquierda y una ilustración referida a dicha letra en la de la derecha. Hasta ahí, todo sigue el arquetipo habitual. Lo sorprendente viene cuando nos internamos en los detalles que subyacen.


Todo comienza con una sucesión de imágenes que narran una historia. Primero un árbol, después un hacha que lo tala, el banco del carpintero, la talla de la madera, y un libro con la inscripción “ABC” en su tapa. Esa es la portadilla. Empezamos bien, pues año modifica la estructura habitual del libro y le confiere a esta parte un aspecto narrativo, peritextual, con carácter de prólogo.




Se abre camino la sucesión de letras. Todas ellas labradas en madera, con formas imposibles, perspectivas retorcidas, mecanismos que las aproximan al mundo de los álbumes de conocimientos, y cicatrices que anuncian nuevas historias en la mente del pequeño lector. Un mundo un tanto surrealista que recuerda al trabajo de genios como Escher y que dan buena cuenta de la magia que puede rodear a un abecedario tan sinuoso como este. 


En las ilustraciones de las páginas derechas encontramos las imágenes de referencia a estas letras. Bomberos, relojes, arlequines, cebras, paraguas e incluso guiños metaliterarios (vean el mapa de La isla del tesoro) se abren camino en las páginas de un libro con una selección de objetos, situaciones, animales y personales poco habituales para un libro (se supone) dedicado a los prelectores, algo que por otro lado me encanta pues da buena cuenta de la preocupación por un enriquecimiento del léxico y no de un libro con intenciones didácticas. En ellas, Anno les confiere vida con muy variadas técnicas que van desde la clásica figurativa, hasta el surrealismo manifiesto, sin olvidar el guiño al material de partida: la madera.





Mención aparte merecen las orlas que rodean a los motivos ilustrados. Unas filigranas a tinta de estilo clásico donde abundan vegetales y figuras cuyo nombre también empieza por la letra que se trata en cada doble página, una sorpresa añadida que enriquece este mundo onírico creado por Mitsumasa Anno.


Para más inri y por si el lector (novel o experimentado) se pierde entre tanta referencia y búsqueda incansable (les confieso que yo sigo encontrando detalles en El viaje de Anno después de un montón de años), el libro contiene un apéndice final donde se incluyen todas (¡Gran idea!), así como una pequeña biografía del autor.
Y con esto y un bizcocho… ¡Ups! ¡Un momento! Falta la sorpresa final… Deben retirar la camisa, ese papel que protege al libro y donde aparecen el título y los interrogantes de inicio y fin, y descubrir con sus propios ojos el libro que han estado leyendo.


Una pena que el libro, candidato para la Medalla Kate Greenaway en 1974, fuera descalificado por una falta de forma. Los jueces del premio británico se dieron cuenta de que el autor era japonés y que el libro se había publicado originalmente en Japón (a pesar de estar en inglés) y no en Gran Bretaña. A pesar de ello, los jueces quedaron tan impresionados con el trabajo, que recibió una mención especial del certamen.

miércoles, 6 de febrero de 2019

De familias, mentiras y realidades



Cada familia tiene su propia historia. A lo que yo añado que si no la tiene, se la inventa.
¿Acaso ustedes no han dado con auténticos muertos de hambre que parece que se han dejado el corcel en la puerta? ¿O con esos que parecen muy leídos y en realidad pecan de medio analfabetos? ¿Y los que dicen ser comunistas cuando en el fondo son hijos de falangistas? ¿Y los que vacilan de deportistas cuando lo único que han hecho es encender la tele y abrir una cerveza?


Se cree que el postureo nació con las redes sociales (¿Y pensar que algún día llegaría el final de las peroratas sentimentales a pie de foto? Pues no, la cosa sigue…) teniendo como máximo exponente a Instagram y sus acólitos, pero lo cierto es que parapetarse detrás de un pelaje que no es el propio, es uno de los inventos más antiguos de la raza humana. Quizá por vergüenza, también por complejo, o simplemente como estrategia para alcanzar cierto estatus (ahí tienen a pobres casados con cortesanas y a un montón de hijos bastardos), el ser humano siempre ha cambiado (la vida y) la historia.


El caso es que a un servidor le da igual, sencillamente porque soy consciente de esta realidad (todo aquel que te vende una moto es porque está intentando deshacerse de la que no le sirve para comprarse una nueva) y porque no me gusta medir a la gente por las apariencias, pero permítanme que me ría de todas estas banderas, unas veces divertidas y otras, grotescas. Pueden unirse si quieren, ejerciten su sentido del ridículo. Que tontería y risa son gratis, un tándem muy necesario.


Y  hasta aquí el prólogo para presentarles un libro con mucha chicha. Un gran perro, de Davide Cali y Miguel Tanco, publicado en nuestro país por la editorial almeriense Libre Albedrío, es uno de esos libros que a través del humor busca un discurso bastante crítico, e incluso entrañable. En él, un padre y su hijo hacen un recorrido por las hazañas de sus antepasados perrunos.
Toda una serie de oficios se presentan ante los ojos del lector, pues esta familia ha contado con policías, bomberos, pintores y maestros ¿de renombre? Ejem… No es oro todo lo que reluce, pues al desplegar las páginas de los retratos de estas personalidades caninas nos encontramos con la realidad que subyace a su supuesta profesionalidad. Situaciones jocosas y divertidas que transforman en paródico lo loable. Un juego que permite a los pequeños continuar con su mirada subversiva hacia un mundo adulto lleno de poses y pretensiones.


Por si no fuera poco, el libro cuenta con una sorpresa final que se interna en otros derroteros (quizá más emocionales) sobre hijos adoptivos, deseos personales y ánimos paternales que todos podemos sentir cercanos.

martes, 5 de febrero de 2019

Mimos y abrazos paternos



Esta semana, con esto de padecer del tracto digestivo (se ve que virus de toda condición se han expandido de lo lindo durante este invierno) y los tristes recuerdos que me vienen a la cabeza, me sale la vena tierna. Y es que cuando uno está malico tiene ganas de caricias y carantoñas, de besos y abrazos (siempre con precaución, que a la más mínima gota de saliva, gastroenteritis o gripe que te crió). Ponemos el modo bebé “on” y buscamos cobijo y protección. Los hay que los hallan en manos de los médicos (esta opción tan fría no me vale), otros en el Tinder (de todo hay en la viña del Señor), y los más clásicos, en los brazos de una madre (¡No hay parangón!).
Por lo general mi madre siempre le quita hierro al asunto. “No seas exagerado” “Nadie se ha muerto de esto” o “dentro de un par de días, como nuevo” (siempre sin empalagues, que esta mujer es mu’ seria). Sin embargo mi padre es más dramático (es lo que tienen los hipocondriacos, que acaparan desánimos) y prefiero que cierre el pico (aunque se preocupe) a ponernos nerviosos. Está claro que hay gente que sabe cuidar mejor a los enfermos que otra (¿Entre cuáles me contaré yo?).
El caso es que hoy les traigo un libro bien tierno, uno de esos que en el mundo anglosajón rompen moldes desde hace más de 25 años, de esas historias sencillas que dicen mucho, hablan poco, y que casi siempre tienen razón. Las tres pequeñas lechuzas de Martin Waddell y Patrick Benson (editorial Kalandraka) es un álbum de situación en el que tres lechuzas se quedan solas mientras su madre tiene cosas que hacer. Los tres hermanos se ponen a elucubrar sobre si su madre volverá a su lado o no. Una de ellas aplica la lógica, otra le da la razón y la más pequeña (y más necesitada del calor materno) no hace más que desear su regreso.
Aunque parece un libro sencillo, no creo que sea así pues despierta muchas sensaciones en los lectores (incluido el gran Martin Salisbury, que tan bien habla de este librito). Por un lado habla del niño, de su soledad y de cómo se enfrenta a determinadas circunstancias, y por otro hace alusión al universo nocturno (uno en el que, paradójicamente, esta aves se encuentran adaptadas), donde el miedo y la incertidumbre se abren camino cuando los ojos infantiles se encuentran abiertos. También hay que tener en cuenta el ritmo de suspense que rodea a la acción y en el que el lector aprecia la angustia y preocupación de los protagonistas, incluso participar de ella, así como unas ilustraciones cargadas de planos cinematográficos aéreos y hermosas perspectivas, y por supuesto, esa pizca de humor.
Sí, monstruos, quizá olvidamos con cierta frecuencia que los padres siempre están ahí. Que a veces no hacen lo correcto, que también se equivocan, pero casi siempre buscan la felicidad de sus hijos (aunque muchas veces nos cueste darnos cuenta de ello). ¡Que quiero y necesito a mis padres, odo!


lunes, 4 de febrero de 2019

Un invierno sin agua


Nadie puede decir que el otoño no se presentó lluvioso. Desde el norte al sur peninsular las precipitaciones fueron generalizadas un día sí y al otro casi que también. Un otoño de libro dicen muchos, otros, los más jóvenes, dicen que atípico (no me extraña teniendo en cuenta que en los últimos años el verano terminaba para la Inmaculada). El caso es que llovió, y bien.



Pese a ello el invierno está más tonto. Mientras que toda la cornisa cantábrica y los Pinireos están sufriendo las inclemencias de la lluvia (a mansalva) y la nieve (no como en la costa este norteamericana, pero parecido), desde Madrid para abajo no estamos viendo ni un gotazo (viento y airazo que no falte). Parece ser que los dioses, incuso los del frío (a los que estamos muy acostumbrados en la meseta) nos han abandonado, prueba de ello es que los almendros (sobre todo las variedades más tempranas) ya están en flor. Así es el agua, unas veces brava y otras, callada.
Esperemos que todo esto sea una mala racha, pues el campo necesita agua. Agua que vaya, agua que venga. Que los acuíferos se llenen y los ríos sigan caudalosos. Que dé gusto ir al campo, celebrar una merendola y comernos la mona. Que los prados verdeen y el rocío desagüe en tus labios. .



Y con tanto líquido elemento no puedo olvidarme de dos títulos muy acuáticos.
En primer lugar tenemos Gotita de Stéphanie Joire y Laura Fanelli (editorial Juventud), un libro acordeón muy interesante en el que se describe el ciclo de agua desde una perspectiva ficcional en la que una gota es la protagonista. En gran formato, el título en cuestión también se podría enmarcar dentro de la literatura de no ficción y el álbum informativo en calidad de híbrido. Como profesor de ciencias naturales abogo por él, desde la primaria hasta la secundaria, no sólo por el concepto circular de la historia, sino porque aproxima los fenómenos naturales a un prisma humano muy necesario en los tiempos donde el futuro del medio ambiente es importante. Cercano y sencillo.



En segundo lugar la editorial catalana A buen paso nos vuelve a sorprender con uno de sus libros especiales Un día de tormenta. De la mano de Daniel Nesquens, uno de los mayores representantes del nonsense en castellano, y Maguma (Marcos Guardiola), un ilustrador que me encanta (muy conceptual y colorista), se abren camino dos historias surrealistas (vean las dos portadas) que convergen en un mismo océano. 




En una de ellas un charco se interpone en el paseo de dos señores. Las aguas se agitan a su paso y un universo diminuto de surfistas y pescadores aparece tras las olas. Abrimos el libro por la otra tapa (¡Ups! ¿Hay que darle la vuelta o no? Decidan ustedes si quieren que el agua caiga desde el techo o que esté ambientado en las antípodas) y una casa se ve inundada (aquí la cosa se pone divertida pero en la realidad es otra cosa). Las páginas se van llenando poco a poco de azul, se amplían los marcos de las viñetas, se desbordan de gigantes, olas, de lo mágico y lo soñado.



martes, 29 de enero de 2019

Abriendo libros y cerrando el desánimo



No sé qué coño le pasa al personal. Tienen tan mala cara que desaniman a cualquiera. Unos  sufren de gripe (¡Como si yo tuviera la culpa! ¡Bastante tengo con intentar no pillarla!), otros con mucho trabajo (Yo vivo soterrado por pilas de exámenes que preparar y corregir, y no me dedico a joder al personal), y los menos aducen problemas familiares (mientras no sea un problema grave, hay que huir de los que se quejan de los hijos malcriados). El caso es que la cuesta de enero (más la emocional que la monetaria) está resultando muy acusada con una atmósfera tan grisácea.
Señores, yo también podría contarles mis penas (autocompasión… ¡vaya asco!), pero prefiero dejar de cavilar y lamentarme (sobre chorradas, la mayor parte de los casos) para ponerme con otros menesteres, léase quitar el polvo, preparar un bizcocho o planchar toda esa ropa que debería estar ocupando el armario.


Si no les apetece en absoluto dedicar su tiempo a las tareas domésticas, hoy les propongo una aventura (baratica, que ya sé que el dinero sigue mermando en sus bolsillos). Pónganse guapos (es un buen comienzo ese del quererse y cuidarse), echen mano del abrigo (que con está ciclogénesis pueden salir volando) y dirijan sus pasos a la biblioteca más cercana. Busquen la sección de narrativa, pues la propuesta de hoy tiene que ver con los clásicos, y, sobre las baldas, den con Peter Pan y Wendy, Robin Hood (en la edición de Howard Pyle), El mago de Oz, El viento en los sauces, Alicia en el país de las maravillas, La isla del tesoro y una colección de cuentos de  los hermanos Grimm. Con eso, bastará.


Si no me equivoco podrán pedir prestados estos siete libros (N.B.: No hagan como un servidor y devuélvanlos cuando sea menester… Les confieso que me he demorado un poco con el último préstamo… Soy un mal ejemplo y tendré que sufrir las iras de mi bibliotecaria. Lo reconozco). Váyanse con ellos a casa, de la mano o bajo el brazo (de ustedes depende el gesto cariñoso), elijan un sillón cómodo ¡y a leer!
Al principio, muy al principio, se sentirán algo estúpidos (¿Leer? ¿En vez de ver la serie de moda? No sé lo que aguantaré…), tras unos minutos esbozarán una sonrisa (Y aquí estoy… ¡con estos libros para niños!), seguidamente se olvidarán de sus prejuicios, y por último se sumergirán en las escenas imaginadas, en el mundo de la fantasía. 
No piensen que son los únicos, pues uno de los personajes icónicos de la LIJ actual, el Willy de Anthony Browne, también hace lo propio en Los cuentos de Willy, un título recién reeditado por Fondo de Cultura Económica.


Con este libro, el autor inglés pretende rendir un homenaje a unas cuantas obras fetiche de la literatura infantil a través de su (creo) alter ego, Willy, el mono que protagoniza sus libros-serie más conocidos, y de paso hacer un reconocimiento público (y necesario, tal vez) al universo bibliotecario (cruzar esa puerta… una bonita metáfora). También propone un juego a los pequeños lectores, pues abre esas historias a nuevas interpretaciones y finales en cada doble página, un recurso que utilizan muchos autores para introducir al lector en el país de lo (meta)literario y la creación.
¡Venga! ¡No pongan esa cara de muermos! ¡Atraviesen la puerta y disfruten de los libros!


miércoles, 23 de enero de 2019

Una de peras gigantes y aventuras



Estamos en el ecuador de la semana académica (la que a mí me importa, la de los cinco días) y creo que hay que darle una vuelta de tuerca a estos ánimos minados por la climatología (¡Qué días tan asquerosos se está gastando enero!), una gripe arrolladora (estoy a pique de rezar un rosario para no pillarla…) y las carteras vacías (no se preocupen que dentro de nada es final de mes y recuperamos el poder adquisitivo). Así que, sin más dilación me permito el lujo de traerles un libro muy divertido.
Algunos lo tachan de comercial, otros de simpático, los más de creativo, y a un servidor, que según muchos le saca poco jugo a los libros (¿Qué se creen? ¿Qué yo no sufro al sector crítico…?), simplemente le ha encantado. Es por ello que me creo en deber de sacarlo a la palestra, más que nada porque en las librerías españolas está pasando un tanto desapercibido (y eso que se ve que los españoles vamos leyendo…) y a lo mencionable (calificaciones aparte) hay que darle vuelo.


La increíble historia de la pera gigante (editorial Gribaudo) es uno de los libros infantiles más exitosos del dibujante danés Jakob Martin Strid. No es la primera vez que un historietista de corte político (pueden echar un ojo a su serie de viñetas Strid que publica periódicamente en el diario Politiken) se hace a la mar en el universo de los libros infantiles, algo que da buena cuenta de que el mundo de la literatura para niños tiene cierta relación con el de la literatura para adultos, sobre todo en el aspecto subversivo.


De aventuras, surrealista, absurda… No cabe duda de que es una historia curiosa. El título ya nos invita a sumergirnos en él (¿Una pera gigante? ¡Con lo que me gustan!). Empezamos a leer… La cosa va de dos amigos, Mika, una gatita con mucho arrojo pero con pocas ganas de mojarse, y Sebastian, el elefante asustadizo, que viven en el pequeño puerto de Solby. Un día se topan con una botella que contiene una semilla y un mensaje inquietante, que les lleva a pensar que el alcalde JB desaparecido un año atrás está en peligro (¿Se imaginan? Dos niños rescatando a un político… Puedo adivinar algo de crítica social en este gesto…). Ellos, inocentemente, plantan su semilla (¡¿Qué tendrá ese gesto que tanta magia ha traído a la literatura infantil desde las habichuelas de Jack?!) y empieza la acción.


Piratas, científicos, monstruos marinos y mucho humor llenan las páginas de un libro que bebe de la idiosincrasia del cómic (no hay calles ni viñetas pero sí múltiples escenas por página) y del libro informativo (me encantan las ilustraciones que nos dejan curiosear dentro de la pera o en otros “medios de locomoción” que tanto utilizan autores como Richard Scarry o David Macalauy). Sobre el mensaje ya saben que hay tantas interpretaciones como colores (que si el valor de la amistad o la superación de los miedos personales), pero yo, que siempre le saco punta a todo, me he fijado en que se desmarca de la crítica hacia el mundo adulto que Roald Dahl hace en James y el melocotón gigante (obra que inspira claramente a esta) para darle un tono más fresco y alocado, algo que también se agradece en estos tiempos en los que pululan padres comprensivos y desenfadados.


Lo dicho. Esta historia puede soportar muchos adjetivos, así que diríjanse a la librería/biblioteca más cercana y háganse con ella. Y después, si gustan, vean la película de animación europea inspirada en ella (otro título que ha pasada a engrosar esta lista de libros infantiles con peli de dibujos incluida) y comparen.
¡Hasta mañana!

martes, 22 de enero de 2019

¿Perdiendo el tiempo o aprovechándolo?



Los adultos nos ponemos muy pesados cuando vemos que los niños, los jóvenes, pierden el tiempo con los aparatos electrónicos. Que si nene deja el móvil y ponte a estudiar, deja la tele y arregla el cuarto, deja la tablet y ayúdame a poner la mesa… Una cantinela que se repite todos los días en cualquier hogar. Pero, ¿acaso no preguntamos si hacen algo útil con esos dispositivos? Seguramente la mayor parte de las veces no hacen ni el huevo, pero otras quizá estemos errando. Esto sucede en parte porque los mayores tenemos nuestras propias ideas sobre lo que es aprovechar el tiempo, y todo lo que se salga de esos parámetros consiste en perderlo. Si a ello añadimos que prejuzgamos a críos y adolescentes a todas horas, cualquier cosa que se escape de hincar codos y las actividades extraescolares clásicas, no tienen cabida en lo productivo (futuro, dichoso futuro del dinero y el estatus).


Tengo alumnos de todo tipo. A unos les gusta cantar, otros se dedican a la magia, el de más allá hace parkour (para los poco doctos consiste en saltar por cualquier sitio), alguno que prueba videojuegos, chicos que les encanta disfrazarse, dos de ellas se dedican al teatro, los menos a la papiroflexia, a la cocina, uno que hace taquigrafía, otro que recogía piedras, y una que practicaba el finger dancing (les incluyo al final del post dos ejemplos de esta maravilla). Seguramente todos y cada uno de ellos empezaron a practicar todas estas cosas a espaldas de sus progenitores, bien por vergüenza, bien por evitar que les dieran la chapa (dudo que muchos de ellos las cultiven abiertamente hoy día) pero a mí, que me encanta que cada uno pueda enriquecer su mundo interior de la manera que le plazca (yo lo he hecho y me ha dado igual ocho que ochenta), me parecen aficiones maravillosas.



Necesitamos cambiar nuestro concepto sobre lo que es útil y lo que no, de lo que nos llena y lo que nos vacía, de lo que nos aporta y de lo que nos vuelve inertes. Para ello hoy les traigo dos libros que me han encantado y que (creo) necesitan leer. El primero de ellos es Mi abuelo, un álbum de Catarina Sobral editado por la editorial Limonero. En él se entrevén las vidas de un abuelo y su vecino que se supone comparten muchas cosas en común. Les gustan los idiomas, la comida italiana, charlar con la gente, hacer la compra y las plantas. Pero no es oro todo lo que reluce, algo que nos muestra la autora estableciendo un paralelismo entre estos dos personajes en cada doble página y concluyendo con que el vecino del abuelo, a pesar de “aprovechar” muy bien el tiempo, no tiene una vida tan agradable como cabría esperar, sobre todo porque no se deja llevar por sus deseos de libertad y tiempo libre.


El segundo libro al que deseo referirme hoy es Ana y la gaviota de Carolina Esses y Raquel Cané (Adriana Hidalgo Editora, colección Pípala). Les tengo que decir que es una creación que abre muchos interrogantes, más todavía al desarrollarse en una atmósfera sutil y algo romántica de una playa que ayuda a suavizar las reacciones. En ella, una enfermera que se dirige a su lugar de trabajo, siente la necesidad de socorrer a un ave marina que ha tenido un accidente. Ante ella se presentan muchas dudas: ¿Su presencia es más necesaria allí que en el hospital? ¿Y si por su decisión alguien muere? Para saber el final tendrán que leerlo, pero les aviso de que es un buen libro para abrir un diálogo sobre la dicotomía responsabilidad-deseo con cualquier tipo de lector.




He aquí dos maravillosos ejemplos a tener en cuenta en este mes de enero tan cargado de nuevos propósitos, que nos dejan entrever que el tiempo no se suele perder y que hay momentos en los que, rebosantes de placer, quietud y ocio supuestamente insulso, ganamos mucho más que en aquellos donde la frenética actividad no nos llena, ni la vida ni el alma.