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martes, 24 de marzo de 2020

De problemas y oportunidades




Se ha hablado mucho estos días (y se sigue hablando, que aún nos queda confinamiento para rato) de muchos temas que atañen a la salud pública. De medidas preventivas, de la higiene, de cómo evitar el aumento de la carga viral, de qué podemos hacer y qué no en la cuarentena, y de cómo debemos comportarnos y afrontar emocionalmente esta crisis sanitaria.
De entre todos estos temas, uno que me llama sobremanera la atención es el de las pautas comportamentales y psicológicas frente a este panorama dantesco (N.B.: Siempre había querido utilizar este adjetivo pero nunca había encontrado una situación apropiada. Es el momento de no caer en la hipérbole), no sólo por la cantidad de psicólogos y terapeutas que desde las redes sociales nos están asediando (Para el carro, bonico, que con tanta celeridad me vas a provocar un síncope antes de tiempo), sino porque la gente se está poniendo demasiado intensita y necesitamos algo de sentido común en vez de tanto misticismo.


No voy a negar que el problema del coronavirus sea muy caleidoscópico, es decir, que tenga tantas caras como seres humanos nos estamos viendo afectados. Pero precisamente por eso, debemos dejar que las circunstancias, los desenlaces y, sobre todo, la lógica personal nos vaya diciendo como debemos comportarnos ante él.
Aunque esto es para echarse a llorar, hay gente que se ha tomado el problema con guasa, ha enganchado un megáfono y se ha liado a organizar bingos desde las alturas. Otros han sacado sus instrumentos musicales al balcón. Los hay que les ha dado por el patriotismo. Los de la otra manzana han decidido pasear a sus perros descolgándolos en el patio de vecinos (increíble pero cierto). Tengo dos vecinos que se mandan mensajes de amor por el cristal de la ventana (¡Lo que dan de sí unos prismáticos estos días!). Más allá se pasan el día discutiendo (¡Qué voces, oiga!). En fin, cada uno canaliza el problema como mejor sabe…


Incluso los hay que lo han encarado a modo de oportunidad…. Les diré. Hay quienes han optado por denunciar a toda la finca y que viva la venganza (¿Se acuerdan de las vecinas de Valencia? Pues lo mismo). Algunos hemos tenido la oportunidad de saber a quien le importamos y a quien no (amigos y familia son puro desencanto, aviso). Los progres han visto la oportunidad de catar las mieles de la sanidad privada, que eso de la Ruber tiene mucha enjundia. No pueden faltar millonarios que quieran desgravarse impuestos. A mucha gente le ha dado por flirtear con el repartidor de pizzas o el de Amazon©. No pueden faltar los ególatras que se han lanzado a los directos de Instagram para contribuir a la paz mundial, el entretenimiento infantil, el fitness o las tendencias en mechas y otras chanzas del universo de la peluquería.


Y así, hablando de problemas y oportunidades he decidido empezar la segunda semana de aislamiento junto a ¿Qué haces con un problema? y ¿Qué haces con una oportunidad?, dos libros de Kobi Yamada y Mae Besom, que junto a ¿Qué haces con una idea?, terminan una trilogía que ha sido muy aclamada en esto del álbum infantil y publicada por la editorial BiraBiro en nuestro país.


Aunque me consta que muchos profesionales de las emociones y la psicología los están usando para sus sesiones de terapia y divanes varios, hoy rompo una lanza por la carga simbólica de estos libros, sobre todo en lo que se refiere a lo onírico de sus ilustraciones y que complementan de una forma muy narrativa cierto cariz didáctico del texto. Bebiendo de las fuentes del maga y el anime, así como de otras referencias orientales como el origami o la indumentaria samurái, se nos presenta una historia llena de fantasía en la que el niño protagonista y sus amigos de batalla –unos animales que acompañan y aúpan a este héroe-, se enfrentan a una nueva aventura.
Y sin más dilación, me voy a poner con mi oportunidad de este encierro: dibujar.

miércoles, 17 de enero de 2018

¿De dónde sacamos las ideas?


No se crean que cultivar ideas es fácil, no. Lo de encender bombillas, aunque sea de manera metafórica, tiene su intringulis. Está claro que hay personas brillantes, de esas con una inspiración pasmosa. Observadores, creativos y muy espabilados, son capaces de desarrollar los conceptos más complejos de la forma más fácil. Llámenlos genios, talentosos o como quieran, pero el caso es que hay que tener en cuenta que la mayoría no entramos en esta categoría. Entonces, ¿como tienen ideas aquellos que las tienen?


Está claro que creativos de empresas de publicidad, científicos, artistas y escritores tienen a sus espaldas un bagaje más que importante. Gracias al estudio, la práctica y la pericia son capaces de relacionar conceptos y situaciones de otros o de su propia cosecha que les llevan a pergeñar obras de gran calado. Deberían convenir conmigo en ese punto que afirma que la experiencia es un grado y que, cuanto más profundamente conozcamos nuestras respectivas disciplinas, mucho más fácil nos será contribuir a nuevos engendros y creaciones que nos faciliten la existencia o nos llenen de belleza. Originales o no (siempre he considerado que la humanidad hace mucho tiempo que no es demasiado innovadora y que muchas ideas son refritos de otras) todos ellos contribuyen al mundo de la creatividad, ese en el que confluyen campos y disciplinas tan dispares como la cocina, la ingeniería, la arquitectura, la orfebrería, el pret-a-porter o la ilustración infantil.


Es por ello que la gente que trabaja con las ideas, ese mundo en el que Platón tanto profundizó, tiene una serie de recetas o consideraciones que les ayudan en el día a día. De entre todas ellas, tres son mis favoritas... La primera es la de la asociación forzada. Escriba palabras en trozos de papel. Verbos, sustantivos y adjetivos. Coloque estos tres grupos en una bolsa diferente y extraiga uno de cada. Aunque aparentemente la asociación pueda resultarle inconexa, puede que halle en ellas la inventiva necesaria para construir en torno a ella.
¿Qué es un ambiente creativo? Una pinacoteca, un museo de ciencias, una novela, un ensayo, artículos científicos, una conferencia, el jardín botánico, un concierto o ir al cine pueden desatar las ideas que subyacen en nosotros, las agarran con fuerza y las liberan poco a poco. Sumergirse en las ideas a las que otros han dado forma, es una fuente inagotables de acicates y sugerencias para las nuestras propias.
La última es la llamada al profano. Véase mi caso... Cuando no sé de qué hablar, cuando no encuentro la solución a un problema o no encuentro la imagen perfecta, engancho al primero que pillo (generalmente mis alumnos o mi familia) y les planteo el dilema (o quizá otro cualquiera). Escucho su punto de vista, dejo que vayan a su aire, que naden contracorriente, que se líen, que me líen, y con frecuencia, ¡ahí está la fuente de inspiración!


Pero, una vez que tengamos una idea, ¿qué hacemos con ella? Probablemente sea lo más difícil, sobre todo porque, primero, hay que discernir entre lo verdaderamente original y lo manido, segundo, dejarla reposar y madurarla, y por último, hacerla tangible. Eso es sobre lo que trata ¿Qué hacer con una idea?, un álbum hermoso, poético y sugerente de Koby Yamada y Mae Besom, editado recientemente en nuestro país por la editorial BiraBiro, que intenta desde la metáfora hacernos entender que el camino de las ideas es lento pero muy satisfactorio. Con unas ilustraciones que con una pizca de surrealismo (Ese huevo coronado, ¿no creen que tiene algo de Dalí? ¿O quizá de El Bosco?) y basadas en la dicotomía entre el blanco y negro -grafito- y el color, simbolizan una búsqueda necesaria para todos que tiene como fin iluminar el mundo con nuestra inventiva.