Durante mi último viaje por Europa, aparte de mucho chocolate y buena cerveza, me he topado con un hallazgo LIJero.
Andaba yo paseando por Amberes cuando, en la puerta de su catedral, divisé sobre el suelo una estatua de mármol que representaba a un niño durmiendo encima de su perro y cobijados ambos por un manto de adoquines. La gente se hacía fotos y los chiquillos lo utilizaban como zona de recreo.
Me acerqué a leer la placa conmemorativa adyacente y, como sospechaba, se trataba de un homenaje al libro Un perro de Flandes, novela escrita en 1872 por la autora inglesa Marie Louise de la Rameé, también conocida como Ouida.
En ella nos cuenta la historia de Nello, un muchacho que queda huérfano a los dos años y del que su abuelo, Jehann Daas, se hace cargo. Un día, se encuentran con un perro que ha sido apaleado. A pique de perder la vida, Nello y su abuelo lo cuidan y, Patrasche, que así lo llaman, se recupera y les ayuda con el reparto de leche todas las mañanas.
La vida sigue y Nello se enamora de Aloise, la hija de un adinerado que no quiere un pobre como yerno. Pero Nello, analfabeto pero con buenas dotes para el dibujo, se presenta a un concurso artístico con la esperanza de ganar los doscientos francos del primer premio. Como nunca hay justicia para el pobre, además de perder, su abuelo muere días después y él es acusado de provocar un incendio, lo que lo lleva a una situación muy delicada.
Sin techo bajo el que cobijarse, familia ni novia, acude en plena Nochebuena acompañado de Patrasche a la catedral de Amberes con la intención de ver dos cuadros de Rubens que todavía hoy cuelgan de sus paredes: La elevación de la cruz y El descendimiento de Cristo.
Como no soy de joder al personal, si no han leído este libro, les dejo que descubran el final por ustedes mismos, pero también les comento que, a pesar de que la historia se desarrolla en esta ciudad, esta novela no goza de mucha popularidad en Bélgica. ¿Y entonces? ¿Qué hace allí esa estatua? Es una historia algo rocambolesca…
Esta novela fue adaptada como serie de dibujos animados en Japón hace cincuenta años (Nippon Animation, 1975), convirtiéndose en todo un éxito, tanto allí, como en Corea gracias a la labor de, entre otros de profesionales, Hayao Miyazaki o Isao Takahata. Los treinta millones de espectadores que la vieron en su primera emisión, así como sucesivas versiones (My Patrasche, en 1992, y Snow Prince, en 2009), produjeron que la novela se hiciese conocida y leída por varias generaciones de niños, llegando a considerarse un clásico de la Literatura Infantil. Por ese motivo, la mismísima Toyota (sí, la compañía de automóviles), viendo que la ciudad de Amberes no poseía ninguna referencia de este libro en sus calles, decidió colocar una placa en la puerta de la catedral, un lugar que ya se había convertido en un lugar de peregrinaje para muchos nipones.
Años más tarde, el ayuntamiento, viendo el éxito de este pequeño homenaje entre los asiáticos que visitaban la ciudad, decidió dedicar dos estatuas como reclamo turístico. La recogida aquí, creada por el artista Batist Vermeulen en 2005, y la situada en la Kapelstraat de Hoboken, un barrio periférico y supuesto lugar de inspiración para la historia, realizada por Yvonne Bastiaens en 1985.
Es curioso cómo todo se articula para elevar una obra escrita en el siglo XIX y que había pasado sin pena ni gloria por el país que constituye su escenario. ¿Por qué?
Lo más probable es que la propia nacionalidad de la escritora haya sido cortapisa en su difusión en una Bélgica en plena industrialización y con numerosos conflictos coloniales. Al haber sido publicada por primera vez en lengua inglesa, no forma parte del canon literario nacional ni del sistema educativo belga. Muchos belgas simplemente no crecieron con esta historia y ha perdido su valor nostálgico.
También se especula con que la visión que Ouida da del país vecino está basada en estereotipos románticos británicos de la época. Como resultado, los personajes, la sociedad y el entorno que describe no reflejan con precisión la realidad belga del siglo XIX, lo que genera una sensación de inautenticidad para los lectores locales.
Por otro lado, el tono profundamente triste de la historia, aunque muy apreciado en culturas que valoran el sentimentalismo como las orientales, en Bélgica es visto como innecesariamente melodramático y oscuro, especialmente tratándose de un libro infantil. Además, teniendo en cuenta la popularidad masiva de la novela en estos países, puede haber provocado que en Bélgica se perciba como una apropiación o exageración de un relato que no sienten propio.
Si no han leído este libro que acabo de incluir en mi selecciones sobre estatuas y libros infantiles, libros infantiles navideños y libros infantiles adaptados al cine de animación, les animo a buscar una edición en español (muy raras, les advierto) y conocerlo de primera mano, ya que en él que pueden ver claros paralelismos con otras obras contemporáneas como el Grandes esperanzas de Dickens, la Heidi de Johanna Spyri, el Colmillo blanco de Jack London o La cerillera de Andersen, además de muchos deseos frustrados, sueños infantiles y respeto animal.