martes, 3 de diciembre de 2024

El poder del "alter ego"


Tras los últimos exámenes (¡Mis alumnos están más vagos que nunca!) y el ataque de un virus que me ha dejado el tracto intestinal bastante tocado, parece que he recuperado las fuerzas de una manera súbita. Lo que parecía que iba a ir de detrimento de mi inventiva, ha funcionado a modo de catarsis y me hallo con bastantes ganas de terminar algunas cosas y empezar nuevos proyectos.
La verdad que quien me conozca dirá que no entiende tanta extrañeza por mi parte, pues “Román ¿cuándo tú no estás maquinando?” Yo me reiría como un niño pillado in fraganti y saldría por peteneras un tanto sonrojado, pues cualquiera se llevaría las manos a la cabeza si leyese todos los cuadernos y libretas que tengo llenos de infinidad de ideas y anotaciones.
Menos mal que las escribo y no las voy contando sin ton ni son. Primero porque no se me acercarían ni la Tana (aburriría a las piedras con tanto castillo en el aire…), y segundo porque eso de ir aireando ocurrencias bien masticadas puede despertar el apetito de ciertos parásitos para hacerse con ellas.


La verdad que trae más cuenta conversar con uno mismo e ir masticándolas poco a poco. Es un ejercicio un tanto saludable para tomar conciencia de nuestra realidad e ir interiorizando pensamientos, concepciones y deseos que, quizá, en un futuro, puedan materializarse. Es una especie de desahogo, un juego dialéctico (puede que también retórico) en el que, posicionándonos desde lo ajeno, despersonificándonos, logremos divisar pros y contras.
Hay gente que lo hace en la cama, antes de dedicarse al sueño, otra, mientras pasea (recuerdo que Darwin tenía su propio camino circular), nadan o juegan al golf, incluso tenemos quienes lo hacen tomando el sol. Pero la manera más bonita de hacerlo es la de Ellen, la protagonista del libro de hoy.


Publicado por primera vez en nuestro país gracias a Wonder Ponder, esa pequeñísima editorial que va editando joyas año tras año, ve la luz Ellen y el león, un libro de Crockett Jhonson, el autor de un sinfín de libros infantiles entre los que destaca su clásico Harold y el lápiz morado (de la que, por cierto, acaba de estrenarse su versión cinematográfica).
Protagonizadas por la pequeña Ellen y su león de peluche, esta colección de doce historias nos acercan al universo infantil desde situaciones cotidianas donde el juego y la imaginación son perfectos aliados para abordar diferentes conceptos.


Como Don Quijote y Sancho Panza, Ellen se dedica a fantasear a todas horas, mientras su inseparable león la intenta bajar del guindo cada dos por tres, algo que muy pocas veces consigue. A pesar de que, como bien se deja entrever en la primera historia, los dos personajes son la misma persona (una especie de Doctor Jeckyll y Mister Hyde), Jhonson atrapa al lector en ese diálogo que refleja el que todos hemos tenido alguna vez con nuestro alter ego.


Típicos juegos de roles, viajes a cualquier parte, aventuras, proyecciones futuras, miedos infantiles y sentimientos tan profundos como la amistad, se van presentando en unas narraciones breves que, desde lo sucinto, se desbordan en nuestra personal interpretación.
Hay momentos tan estelares, como creíbles (la aparición del policía, esa ambulancia rauda y veloz o las estatuas bailarinas, me han robado el corazón). También mucho humor en forma de enfados tontos, desplantes airados, mucho desdén, locuras sin sentido, complicidad y ternura.


Les recomiendo encarecidamente que lo lean porque tiene mucha enjundia. Y si tienen tiempo, también echen mano de otros libros como El letrero secreto de Rosie, Sapo y Sepo o las historietas de Calvin y Hobbes, seguro que los ubican en la misma constelación de lecturas.

viernes, 29 de noviembre de 2024

Humor que divierte y engancha


Mira que me gusta un libro divertido. Y si es después de una semana como esta, mucho más. No entiendo el empeño de los llamados agentes culturales en ponerse trascendentales e intimistas. Si lo que necesitamos los seres humanos es algo de cachondeo para enfrentarnos a las miserias cotidianas, ¿por qué no nos dejarán reírnos sin mesura? Hasta se han inventado un tipo de humor para aburrir a las piedras. Dignificación, corrección política, impostura… Solo hay que ver los "late night" de moda. Para cortarse las venas...


¡Ya basta, caris! Yo lo que necesito es un libro como el de hoy, con mucho ritmo, situaciones absurdas, jocosas, humanas e ideal para celebrar el Día de las bibliotecas. Imaginen: una auxiliar le entrega el mando de la Biblioteca Nacional a un cerdo un tanto cobarde. A partir de ahí, todo es pura fantasía. Una panda de borrachos y bandarras, esa araña tocapelotas, personajes de cuento hechos un asco, limpiadoras en huelga, una ola de frío polar (como la que necesitamos), mucha escatología, mala educación y hasta un paro cardíaco. No falta de nada. Ni siquiera versos, rima consonante, consejos bibliotecarios y guardas epitextuales. ¡A disfrutarlo!


[…]
Érase un día azotado por el viento,
érase un día de clima turbulento,
érase un día tan frío que pelaba,
que llovía, nevaba, granizaba.

Cerraron calles, colegios, parques,
quedaron en casa los estudiantes,
salvo un gorrino cabeza hueca
que, sorprendido por la tormenta,
buscó refugio en la biblioteca.

Allí la encargada, una tal doña Socorro,
lo recibió con guantes, abrigo y gorro.
-Me voy –dijo-, que tengo jaqueca.
¿Cuidarás hasta las cinco de la biblioteca?

Aceptó el gorrino la propuesta
y partió doña Socorro toda presta,
dejándole con una araña peluda
que hojeaba un manual de costura.

Era el gorrino muy dulce y obediente,
pero también, ha de decirse, poco valiente.
¿Es necesario, pensaréis, ser aguerrido?
¡Cuidar de los libros es pan comido!

Veréis, todo iba a pedir de boca
hasta que entró en la sala una oca
liderando a una banda de cretinos
que venían de una cata de vinos.
[…]

Marta Azcona.
En: Desventuras de un cerdo colosal en la Biblioteca Nacional.
Ilustraciones de Anna Font.
2024. Barcelona: Takatuka.


lunes, 25 de noviembre de 2024

Desastres cotidianos


Ayer fue un día de mierda. Sí, lo afirmo con total claridad. Los alumnos están imposibles. La primavera parece haberse adelantado unos cuantos meses (Y no me extraña… ¡Menudas temperaturas para vislumbrarse diciembre…!) y sus hormonas juegan al ping-pong en los pasillos. Son capaces de cualquier cosa con tal de hacer su santa voluntad.
Por otro lado, tengo a los compañeros. Una suerte de dinosaurios que, habiendo adquirido la condición de vacas sagradas, son capaces de defenestrarte con tal de seguir manejando el cotarro. ¡Hábrase visto tanto mangoneo! Y lo peor de todo es que se jubilan en menos que canta un gallo…
Y luego, las familias… No hay nada peor que una madre más arrogante que sus vástagos. Se retratan en un plis. Que si trabajo en tal sitio, que si conozco a no-sé-quién, que si confío en mi hijo plenamente… Menos lobos, Caperucita, que en el fondo eres una arribista de medio pelo, una lumpen teñida de clase media que intenta lavar su pasado a costa de menospreciar a todo el que te ponga en evidencia.


Menos mal que mi curso avanzado de croquetas está dando sus frutos y en nada me voy a convertir en un maestro de la bechamel y los rebozados. Un pequeño consuelo me hace brillar tras la tempestad. No hay nada como relativizar los pequeños desastres de la vida y contemplar lo acontecido desde una perspectiva más distante. Y si no sabes cómo hacerlo, he aquí una pequeña guía en la que encontrarás esa mínima situación que te saca de tus casillas.


Aquí está la Guía ilustrada de las catástrofes de cada día, un libro de Noritake Suzuki que nos regala la editorial Libros del Zorro Rojo y que se antoja uno de libros del año. Con un formato de guía comentada, este álbum que cabalga entre la no ficción y la ficción, nos hace un recorrido por situaciones cotidianas que, por suerte o desgracia, casi todos hemos experimentado alguna vez.


Una tostada que se quema, un exceso de salsa en la comida, una pajita que se cuela dentro del zumo, un helado que comienza a derretirse, el calcetín juguetón que cae detrás de la lavadora, te quedas sin papel higiénico cuando más falta hace o pisar una mierda (una de las cosas que más odio en este mundo). Todas estas desgracias y muchas más quedan recogidas en este librito donde las expresiones del protagonista nos dicen mucho.


Muchísimo humor para invitarnos a ver muchos momentos desde lo paródico, no caer en el drama y buscar la solución (o en su defecto, el lado bueno). Con juego de búsqueda incluido y un aperitivo del segundo volumen, no se pueden perder este libro que nos presenta estas desgracias en un formato muy ameno que incluye el grado de importancia, su peligrosidad, la probabilidad de que sucedan y desastres similares.
Para regalar a todos los cenizos que nos rodean, personas dramáticas o con días desastrosos como un servidor.

martes, 19 de noviembre de 2024

Cuentos mutantes


Todos los estudiosos del tema suelen aludir a la capacidad mutable de los cuentos, sobre todo si tenemos en cuenta que estas creaciones populares corren de boca en boca y de hoguera en hoguera. Como nuestros propios genes, pueden ser modificados gracias a las aportaciones que cada narrador hace en su relato, y no nos debería extrañar que existan numerosas versiones de cada uno de ellos, más todavía teniendo en cuenta la de años que han pasado desde que la especie humana comenzó a usarlos.
Bien por necesidades del guion (añadir un poco de salsa siempre realza los sabores), las tendencias y modas (como el largo de la falda, los cuentos también se adaptan al gusto del público) u otras triquiñuelas (ya saben… cuitas palaciegas, intereses maquiavélicos, revoluciones populares y doctrinas varias, también meten la cuña publicitaria en los cuentos), estas narraciones han ido cambiando su forma.


Parece que todo cambia con Gutemberg y su invento, pues eso de la letra impresa pone freno a que todo el mundo colabore con sus aportaciones en esto del entretenimiento lingüístico. O al menos, eso creemos, pues incluso de esta manera, también hay que hablar de libros destruidos o perdidos, editores entrometidos, traductores desafortunados, correctores incorregibles y lectores juguetones.


Precisamente de estos últimos toca hablar hoy gracias al último libro de Jon Klassen que se publica en nuestro país gracias a Blackie Books. La calavera, que así se llama el título de este álbum, está basado en un cuento tradicional tirolés que Klassen leyó en una biblioteca de Alaska mientras esperaba que comenzase una de sus presentaciones.
La historia nos habla de Otilia, una niña que huye en mitad de la noche. Atraviesa el bosque mientras escucha su nombre, hasta que se encuentra con una casa. Al acercarse, se da cuenta de que la puerta esta cerrada y, tras llamar y preguntar si hay alguien, una voz le contesta. Al alzar la cabeza, ve a una calavera asomada a una ventana que, finalmente, le ayudará a entrar. La calavera le cuenta su historia mientras le enseña la casa y la invita a pasar la noche no sin antes confiarle un secreto: le tiene que ayudar a escapar de un esqueleto sin cabeza que la persigue todas las noches.


En este cuento un tanto misterioso, Klassen despliega todo su arte narrativo en un álbum extenso (unas ciento veinte páginas son bastantes para un álbum) en el que utiliza diferentes recursos. Lo primero de todo es que estructura la obra en cinco partes con título múltiple. Esto es algo que extraña bastante en un relato corto como un cuento, pero del mismo modo tiene su sentido, ya que así establece una serie de ideas clave que permiten al lector, no solo recordar lo que acontece en él, sino anticipar, a modo de funciones de Propp, esos hilos argumentales que tanto resuenan en unos cuentos y otros. Del mismo modo, dilatar el lapso temporal también le ayuda a mantener la tensión en un relato intrigante y un tanto terrorífico en el que las sorpresas y el efectismo tienen su función.


En segundo lugar, hay que hablar de la paleta de color. Siluetas grises, sombras negras y reflejos tornasolados de hogueras y amaneceres invernales, llenan unas ilustraciones donde el uso variado de los planos imprime bastante ritmo cinematográfico. Me encanta la escena del baile de máscaras (¡Me resuenan tantas películas y novelas…!) y la plasticidad que adquieren algunas figuras (Ese esqueleto cayendo es una maravilla).


Por último, no hay que olvidar el humor que destila Klassen en todas sus obras. Por un lado, tenemos uno muy blanco que nos hace sonreír (lo de que una calavera coma peras y beba té es tan absurdo como los chistes de Faemino y Cansado). Por otro, uno muy negro, sobre todo cuando descubres que detrás de la apariencia inocente de Otilia, hay una persona con muchas intenciones y nada inofensiva, sobre todo cuando se trata de conservar el paraíso prometido y el lector conoce el final de la historia original (no se olviden de leer la nota del autor).

jueves, 14 de noviembre de 2024

¡Larga vida, Hervé Tullet!


El otro día, eché mano de este cuaderno de bitácora y me di cuenta de que nunca antes había destripado un libro de Hervé Tullet, así que hoy toca darle a la manivela, resarcirme de mi pecado y hablar un poco de este mago del álbum ilustrado que, como todos los monstruos saben, le ha dado mucho a los álbumes para primeros y no tan primeros lectores.
Nacido en 1958 en Normandía (Francia), Hervé Tullet estudió Bellas Artes y Artes Decorativas para más tarde trabajar como director de arte en varias agencias publicitarias. En 1991 nace su primer hijo y, tras diez años en el sector, decide dedicarse a la ilustración y participa en publicaciones como ELLE, Madame Figaro, Le Monde o The New Yorker.

En 1994 publicó su primer libro para niños, Comment papa a rencontré maman, en la editorial Le Seuil, un libro con el que da el pistoletazo de salida a una carrera imparable como autor de libros infantiles, dando vida a más de 80 libros traducidos a más de 30 idiomas.
Entre los espacios donde ha participado con sus talleres, se encuentran la Tate Modern, la biblioteca del Congreso, el MoMA y el Museo Guggenheim. Además ha realizado varias exposiciones en el Invisible Dog Art Center y en el Museo de los Niños de Pittsburgh, en 2018, realizó su primera retrospectiva en el Centro de Artes de Seúl, Corea.


La más conocida de todas sus creaciones es Un libro. Publicado en 2010, estuvo en la lista de los más vendidos del The New York Times en la categoría de libros infantiles durante más de cuatro años (hecho que avalan los dos millones de copias vendidas en todo el mundo).
Este álbum interactivo basado en el acto (o juego, según se mire) de pasar página y el uso del amarillo, el azul y el rojo, es una delicia para cualquier lector (independientemente de la edad), ya que es capaz de establecer un diálogo muy especial entre nosotros y ese objeto tan devaluado últimamente, además de elevarlo a una dimensión que supera a la de muchos videojuegos.


Si bien es cierto que es un ejercicio sorprendente donde la anticipación y la sorpresa van de la mano, también tiene que ver con la psicomotricidad, algo que muy pocos autores de la llamada LIJ habían desarrollado y que estableció un punto de partida muy interesante para otros nuevos productos que hoy día incorporan elementos parecidos en esa materialidad que acompaña al objeto-libro.


Partiendo de esta serie de premisas, se acaba de publicar en nuestro país su secuela, La mano mágica, un álbum que cambia de protagonista y se centra en el lector como creador de un universo que tiene su reflejo en el libro. Centrado en los diferentes tipos de trazos y los colores básicos, Tullet nos invita a despertar ese poder que todos tenemos oculto en las palmas y dedos de nuestras manos.



El segundo libro que les traigo en este pequeñísimo monográfico lo acaba de publicar para nuestro disfrute la editorial Librooks. Es ¡No confundas!, una obra estupenda que en 1998 recibió el Premio Bologna Ragazzi en la categoría de no ficción y que lleva unas cuantas ediciones por delante. Cosa que no me extraña porque, además de tener más de 140 páginas (¡Mejor! No sé qué pasa con los libros de este señor, pero uno no quiere que lleguen a su fin), es una maravilla a la hora de desarrollar conceptos opuestos o complementarios, antónimos de todo tipo y mucho vocabulario (hay tándem de palabras que me encantan… “verdadero” y “falso”, “orden” y “desorden” son mis favoritas)



Si bien es cierto que, comparativamente con los anteriores, la interactividad se reduce (si es que eso se puede decir de algún libro…), el lector-espectador recorre este imaginario gracias a unos agujeros que recorren las páginas y funcionan a modo de nexo de unión entre estas parejas de conceptos. Del mismo modo, Tullet sigue dando vueltas sobre su estilo colorista y un tanto ecléctico que combina diferentes medios para crear unas imágenes donde siempre cabe el humor.


El tercero y último de los libros que incluyo en esta multi-reseña es La expo ideal, un libro que parte del proyecto colaborativo que Tullet lanzó en 2018 para valorar el impacto de su filosofía e idiosincrasia creativa gracias a la participación de lectores de todo el mundo. Esta iniciativa, que en principio consistía en una serie de talleres visuales en forma de serie web y una exposición virtual colectiva, se materializó en el libro que nos ha traído Kókinos este otoño a las librerías.


De los tres títulos que aquí recojo, probablemente sea el más visual. En él se recogen la mayor parte de los recursos estéticos que suele utilizar el autor francés afincado en Nueva York. Páginas desplegables que recuerdan a leporellos, troqueles que seleccionan unos colores sí y otros no, series que suman y otras que restan, acumulativas o repetitivas, collages y fotografías, y los tres colores básicos se combinan en esta exposición en forma de cuaderno con gusanillo que, como otras obras de Kveta Pacovsca o Katsumi Komagata, nos sumerge en una amalgama de recursos visuales que inspiran y desbordan al artista que todos llevamos dentro.

martes, 12 de noviembre de 2024

A rebosar de recetas


Como la de media España, mi bandeja de sugerencias de Instagram está llena de recetas. No sé qué tienen esos vídeos breves que hipnotizan a cualquiera. Hasta mis alumnos confiesan sentirse irresistiblemente atraídos por ellos. Cocineros reconocidos, pinches en ciernes y gente buenorra se han lanzado a los fogones para incitarnos al “savoir faire” culinario.
Por un lado está bien eso de abogar por la cocina hecha a mano y dejar a un lado todos esos productos precocinados y ultracongelados a los que nos estábamos abocando, pero también es llamativo que a la par de todas esas buenas intenciones, se vislumbran otras no tan respetables. Publicidad encubierta, intereses colaterales, falsa modestia, egos desmesurados…


He llegado a pensar que la mayoría están subvencionados por las grandes corporaciones que manejan el cotarro alimentario. Solo hay que fijarse en la cantidad de nuevos productos que incorporan en sus platos y los precios que se estilan en los supermercados. Algunos han puesto el ojo en el negocio de la comida: oligopolios a la vista.
Lo más gracioso es que, por mucho que se empeñen, los ingredientes básicos de cualquier guiso son el tiempo y el cariño, dos cosas que empiezan a escasear en este país de familias desorganizadas, trajines laborales y conformismo gastronómico. Yo lo tengo claro: no hay comida que iguale a la que se cocina al calor de una madre.


Hablando de recetas, en este día luminoso, acaba de aterrizar en mi buzón lo último de Heena Baek, esa autora coreana que me tiene enamorado. Cómo hacer caramelos mágicos. Un título muy sugerente que se ha encargado de publicar Kókinos, su editorial de cabecera en el terruño.
Si recuerdan Caramelos mágicos, una de sus obras maestras, se toparán con el protagonista de este libro, el dependiente de El lucero del alba, ese badulaque en el que Dung-Dung encuentra esos dulces tan especiales, y que nos irá explicando paso por paso la manera de fabricarlos. Primero, preparar todos los ingredientes. Segundo, buscar el silencio en mitad de la noche estrellada. Tercero…


Como de costumbre, Baek, nos brinda una historia fantástica en mitad de lo cotidiano haciendo gala de tres elementos que caracterizan a su obra. Uno de ellos es la elección de una situación cotidiana en la vida de cualquier persona, en este caso, ese ritual que precede a las buenas noches. Otro es que continúa dando protagonismo a la tercera edad. Los ancianos no solo son guardianes de la sabiduría, una cuestión muy oriental, sino que también conocer la forma de hacer magia. Si además esa persona vive con un pájaro sobre la calva, no hay quien se resista a hacerle caso. Por último y como ya comenté en su día, hay que hablar de la suspensión de la incredulidad, esa característica que hace dudar a sus lectores entre la realidad y lo onírico, que despista pero embelesa.


Por último, me encanta esa pequeña guía de yoga que, aparte de darle un puntito no ficcional muy interesante, anima a mover el esqueleto de pequeños y mayores.

lunes, 11 de noviembre de 2024

Solos ante la vida


No entiendo porqué mucha gente es incapaz de ir sola al cine. Es algo que siempre me ha llamado mucho la atención. Ellos me responden que siempre han acudido a ver una película con su pareja o el grupo de amigos de turno como manda la tradición, y yo pido razones.


Lo primero que se les ocurre es ponerse profundos y rondar esa idea de construir momentos colectivos en los que todo el mundo pueda dar su opinión para enriquecerse mutuamente. Luego se bajan de la burra y empiezan a largar de lo lindo. Que en aquellos años tocaba aprovechar la oscuridad de la sala para meterle mano al ligue de turno, para abrazar a alguien en caso de una escena peliaguda o que les da miedo la oscuridad.
Si bien es cierto que todas me parecen igual de válidas (cada uno que haga lo que quiera), creo que hay una asociación de ideas muy malograda con esto de la compañía de la que muchas empresas dedicadas al ocio como las aerolíneas o las cadenas hoteleras se aprovechan para sacarnos los cuartos.


Cuando te acostumbras a realizar cualquier actividad, por cotidiana que sea, con una o varias personas, también estás perdiendo la capacidad de experimentar y valorar ese momento desde un prisma individual. Esto no quiere decir que sea mejor o peor, sino simplemente diferente. La satisfacción de establecer un diálogo contigo mismo te ayuda a interiorizar la experiencia y concienciarte de tu posición en el mundo.
Y ya que me he puesto el “modo mindfulness” on, hoy me toca detenerme en Yo puedo sola, el nuevo álbum de Kathrin Schärer que acaba de editar Lóguez y que está haciendo las delicias de todos los que, de vez en cuando, nos ponemos un tanto profundos e introspectivos (sin abusar, claro está).


Como ya hizo en su Estar ahí, la autora alemana se dispone a explorar un montón de actividades cotidianas en las que participan las crías de un sinfín de animales. En esta ocasión presta mucha atención a la autonomía de los pequeños lectores-espectadores, esos que se identifican con las escenas que se van representando en cada doble página.
Lirones, ardillas, tejones, conejos, cerdos o zorros se levantan, desayunan, van al colegio, aprenden y juegan. Desde que se levantan hasta que se acuestan hacen todo tipo de tareas por sí solos. Del mismo modo, las imágenes nos hablan de esos momentos desde una perspectiva emocional en la que la alegría, la frustración, la tristeza o la sorpresa se entremezclan a lo largo del día.


Una excusa perfecta para indagar en nosotros mismos gracias a una treintena de imágenes que, acompañadas de un sinfín de verbos infinitivos, abogan por la curiosidad y la autosuficiencia durante los primeros años de vida. Aunque también me atrevo a recetarlo a muchos niñatos inútiles y adultos sin inteligencia emocional alguna, es una buena manera de echar a rodar a los prelectores en este mundo lleno de cosas disfrutonas que podemos hacer solos.

viernes, 8 de noviembre de 2024

¡Cuánto listo suelto...!


Yo, que algo sé de inteligencia (y no porque la tenga, sino porque la cuantifique), he de decir que últimamente escasea. Más que nada porque si hace décadas abundábamos los tontos, hoy día los listos germinan en cada esquina.
Paradoja enorme la que nos ocupa, pues muchos listos de ahora pasarían por tontos de antes. Solo que, echando mano de morro y traje, se acomodan en cualquier oficina, campo de fútbol u obra cercana a impartir catequesis.
Mire usted, que yo no estoy pa’ ostias. Ni consagradas ni como panes. Ya me dedico a cosas serias como romper platos, destripar conejos y germinar limones. Para vos la perra gorda que yo hace tiempo que dejé de compararme la chorra. Y a sabiendas le digo: bienaventurados los listos, que los calemos pronto y se vayan a lo más alto. Porque este tonto se queda en la tierra, viviendo y soñando.

Yo diría que habla un poco más alto que los demás
Los demás somos casi siempre estúpidos
Y tenemos un hermano gemelo también estúpido
Si nos gustan las galletas es porque nos gustan las galletas
Si calentamos agua se nos derrama la leche
No hay manera de acertarle las quinielas a un listo
Se creen la nodriza de Mallarmé
Mientras uno hace un esfuerzo para explicarse
Él ya ha hecho el gesto de que no te está comprendiendo
A lo mejor es verdad y el listo no entiende tanto como parece
Un listo te pide cigarrillos y le das cigarrillos
Al mes siguiente te pide acciones en la Tabacalera
Cuando estás como siempre el listo está siempre mejor
No hay manera de quitarle la silla a un listo
Gracias a dios la mujer de un listo
No es tan lista como el mismísimo listo
Un listo no se come las uñas, se come el cerebro
El listo no lleva papeles en el bolsillo, lleva papiros
Yo diría que por eso habla un poco más alto que los demás

Juan Carlos Mestre.
Retrato del listo.
En: La historia del movimiento obrero de las hormigas.
Ilustraciones del autor.
2024. Pontevedra: Kalandraka.


miércoles, 6 de noviembre de 2024

Gracias amargas


España, un país tan visceral donde cualquier conflicto era susceptible de acabar en una juerga o llorando a lágrima viva, poco a poco se está convirtiendo en ese paraíso inerte que son los países nórdicos. Se nota que la impostura y los modales están calando hondo entre unas generaciones sin sangre en las venas a las que todo les importa un bledo.
Tan dóciles y educados, que han perdido la capacidad de obrar acorde a las circunstancias. Se contentan con la solidaridad y la beneficencia "¡Ay, qué buenos chicos, nos han salvado!" "Estaría bueno, ¡si están en el paro!" Todo es emotividad en unos jóvenes que, con alma misionera, pretenden cambiar el mundo a base de buenas maneras. Muchas gracias, mucho por favor y mucho perdón. No saben otra cosa. “Que dios se lo pague” rezan sus parches de la ropa. Y si no, ya lo pagará mi padre, que para eso está. También la Seguridad Social (si es que aguanta).


Todo esto viene por la DANA, claro está. La nueva excusa para expiar pecados, piensan. “Ya que los políticos, los meteorólogos y la confederación hidrográfica la han cagado, vamos a enfangarnos las manos y solucionar el entuerto, en vez de colgarlos” habrán cavilado. Craso error, pues estáis tan bien domados, que además de crédulos, os tienen de esclavos.
Y no es que yo esté criticando su arrojo y buen corazón, que ya quisieran muchos. Lo que digo es que, además de las muy nuestras nobleza baturra y caridad cristiana, podrían haberle echado cojones y darle su merecido a esos mequetrefes, miserables y cobardes que hay al mando. Y así, las gracias, en vez de amargas, hubieran sido dobles. Una por benditos y otra por libertarios.


Yo, incluso, hasta hubiera regalado unos cuantos ejemplares del libro de hoy, que lleva por título esa palabra que tanto hemos escuchado estos días. Y es que Gracias, uno de esos álbumes tan bien hechos a los que nos tiene acostumbrado Icinori, el tándem formado por Mayumi Otero y Raphael Urwiller, ha llegado a las librerías españolas de la mano de Ekaré.


En este libro de más de ciento setenta y cinco páginas, además de la palabra “gracias”, los autores realizan un ejercicio visual exquisito en el que entremezclan un sinfín de elementos. Empiezan dando las gracias al amarillo, el rojo y el azul (los tres colores sobre los que se basan todas sus obras) para dar la bienvenida a un nuevo día. El despertador, una cama, el amanecer o una toalla. Todo es susceptible de una palabra de agradecimiento de la protagonista en esta suerte de diccionario-imaginario narrativo.


Sí, amigos, porque a pesar de presentarnos elementos muy dispares, este par de artistas hilvanan una historia donde el surrealismo y la magia se cogen de la mano en unas ilustraciones que, complementando cada palabra (siempre en mayúsculas, para satisfacer las manías de los maestros), nos llevan por senderos insospechados. Del mismo modo, el texto baila al son de las imágenes, dibuja pequeños caligramas que nos invitan a pasar las páginas, recrearnos en las escenas, o incluso buscar nuevos significados.


Les invito a conocerlo, disfrutarlo y regalarlo a cualquier persona, independientemente de la edad. Espero que les den las gracias. Y si no, ya saben…

martes, 5 de noviembre de 2024

¡Abajo el postureo solidario!


En estos días de llantos y barro, he tenido la suerte (o la desgracia, según se mire) de constatar hasta donde llega la impostura humana. Como la gente se ha ensañado con algunos líderes de uno y otro bando, no ha tenido tiempo para analizar el circo que muchos han construido en sus redes sociales a expensas de los estragos de la DANA y que yo me dispongo a comentar.
No seré yo quien critique a todas esas personas que, desde el anonimato, han cogido el petate y, escoba en mano, se han ido a echar un cable a los vecinos de las zonas afectadas. Un aplauso por ellos. Que quede claro. Pero a quienes sí estoy dispuesto a destripar es a todos los que han utilizado los trabajos de limpieza y desescombro para adquirir notoriedad.


Mira, cari, si lo único que te mueve en esta vida es que un montón de palmeros te jaleen porque has ido a sacar pecho en mitad de tanta miseria, te he de decir que, conmigo, te has equivocado. Y ahora lo maquillarás diciendo que han realizado la labor informativa que los medios especializados no han hecho, que nos has enseñado la cruda realidad para que seamos conscientes de lo mal que lo están pasando en Paiporta, Benetusser o Alfafar.
Para estirar el cuello y dar lecciones moralizantes, ya están los curas, mi ciela. No hace falta que veamos tus Hunter untadas de mugre, ni que te dediques a dar abrazos por la calle con la GoPro en la frente. La solidaridad, la caridad, son otra cosa. Primero de todo, parten de la humildad, y segundo, no son reclamos publicitarios con los que engrandecer una marca comercial o personal.
Perico el de los palotes: si lo que te mueve para echarle una mano a los vecinos de Valencia es aumentar tu número de seguidores y recibir muchos like, para mí estás a la altura del betún, como Rosalía, Miguel Angel Silvestre y Paz Padilla.


Prefiero que la gente haga de su capa un sayo y que no dé explicaciones de ningún tipo. Como las hormigas que protagonizan el último álbum de la editorial Barrett. Un reguero de hormigas que cargan mil veces su peso es el título del libro tan loco que nos regalan el tándem creado por Löik Urbaniak y Baptiste Filippi y que no me he podido resistir a reseñar para darle en los morros a todos esos instagramers que se han desplazado hasta la terreta a practicar el postureo.
Y es que las protagonistas de este libro no tienen tanto criterio a la hora de exhibir músculo. Te levantan una ristra de ajos o la mismísima Torre Eiffel. Empiezan con objetos dispares, la comida, siguen con la merienda y terminan porteando las siete maravillas del mundo antiguo o un gato enjaulado. ¿Pero adónde irán en fila india portando tan suculento botín? ¿Acaso querrán escapar a algún paraíso fiscal en vuelo charter? Síguelas y lo averiguarás.


Esta hilera de hormigas auguro levantará pasiones entre los lectores más pequeños (hasta ustedes, adultos amanerados y trasnochados, caerán rendidos a sus pies). De cantos redondeados y un formato muy llamativo, deslumbra a cualquier criatura que, sin mediar palabra escrita, se lanza a descubrir un universo muy ecléctico gobernado por estos diminutos himenópteros en una versión un tanto alienígena.


Desmelenado y chirriante, es un libro lleno de contrastes coloristas que, a modo de fuegos artificiales, nos guía por un sinfín de elementos que atrapan a cualquiera. Empezando por esa tipografía dorada e ilegible de la tapa (me encanta ese invento de los jeroglíficos) y terminando en dobles página donde caben todas las tintas posibles, es un álbum diferente que bien merece una lectura.


Porque, eso sí, en este experimento que recuerda al trabajo de genios como Pollock y otros expresionistas, hay muchas cuestiones en las que detenerse. Fíjense, por ejemplo, en la gran tipología de desfiles que recoge... El cortejo fúnebre de un abejorro (me apasionan esas representaciones en los libros para chiquillos), una cabalgata que podría ser la de San Patricio, Victoria’s Secret o el Brighton Pride, o la exhibición circense de acróbatas y domadores de fieras. Tampoco se les pueden pasar por alto las formas grotescas de unos personajes que bien podría haber pintado mi sobrina, ni los montones de detalles graciosos y surrealistas que arrancan más de una carcajada.
Lo dicho. Para lucir músculo, estas.