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martes, 24 de diciembre de 2024

Una buena noche


Sí, hoy es Nochebuena, ese día en el que gran parte de las familias españolas se reúnen para marcarse una cena opípara y ponerse hasta los ojos de todo tipo de condumio. Aparte de la gastronomía, se agradecen los chiquillos, los villancicos y algún altercado con el hermano, el cuñado o la suegra (ya saben, la sal de la vida).
No obstante y teniendo en cuenta todas las realidades de la vida posmoderna que nos azotan, cada vez hay más gente que pasa esta noche en la más absoluta soledad. Por suerte o por desgracia, vivimos en un mundo donde la migración, la exclusión social o las familias mínimas florecen a modo de malas hierbas, lo que obliga a muchos a comerse cualquier cosa y quedarse sobados en el sofá escuchando la letanía navideña del cacique de turno.


Si te toca, te toca, y no hay más que rascar. ¿¡Qué más puedes hacer!? Lo que nunca debes hacer: ponerte a cavilar. Uno se echa a llorar en aras de la nostalgia o se consuela pensando en todo lo que se ha ahorrado. Es una noche más, se repiten una y otra vez. Quizá una noche menos. Dale que te pego… Y lo que debería ser una gran velada contigo mismo se transforma en un runrún obsesivo-compulsivo que no te lleva a ningún lado.


Desde mi punto de vista, es mejor dejarse llevar. Ponerte el abrigo y salir a pasear. Encontrarte con un perro abandonado que siga tus pasos. Sentarte bajo el cielo estrellado y contemplar el firmamento. Ponerte a departir con la primera persona que encuentres. El repartidor de Glovo extraviado, una jovenzuela llorosa que acaba de corriendo de casa de sus padres o ese viajero que perdió el último tren. Quizá sea el amor de tu vida. Quizá te la cuente. Quién sabe lo que nos depare esta noche. Es una noche buena y en ella caben muchas opciones.
Esa es la idea que recorre una y otra vez Solo esa noche, el álbum que Andrea Antinori, ganador del premio de ilustración Bologna Ragazzi-Fundación SM, ha publicado este año con la citada editorial y del que no había disfrutado hasta hace unos días.


El argumento de este libro tan encantador es sencillito. Un senderista se va de excursión. Sube a la cima de la montaña, empieza bajar y comienza a oscurecer. Avista un claro y decide montar su tienda de campaña, encender una hoguera, cenar y pasar allí esa noche. Mientras él duerme, afuera empiezan a suceder cosas extrañas. Montones de animales, una fila de hormigas que transportan todo tipo de objetos (y que me recuerdan a estas otras), el hombre de las nieves, murciélagos a gogó, un cometa e incluso un platillo volante hacen aparición. ¡Qué lugar tan misterioso!


El autor italiano nos presenta una historia sin palabras y de paso nos saca una sonrisa (el extrañamiento es su recurso humorístico favorito). Sobre la técnica narrativa, hay que destacar esa secuenciación tan activa que, con recursos del cómic o sin ellos, nos recuerda a fotogramas que le imprimen continuidad a esta historia.


Guiños al cine (¿Han visto a E.T. el extraterrestre?), seres nocturnos, un partido de tenis y hasta una meada nocturna son algunos de los detalles que nos invitan a imaginar y confundir sueños con realidad. ¿He dicho confundir? Como se nota que me he olvidado del final…
Lo dicho: espero que tengan una buena noche, sea como sea.

sábado, 13 de enero de 2024

Inmortales


Últimamente vivo la vejez de cerca. Y no en mis carnes precisamente, que a pesar de la calvicie, me considero bastante lozano todavía. Más bien me rodeo de gente que padece el deterioro propio de la edad. Falta de movilidad, achaques de todo tipo, enfermedades degenerativas, desgaste orgánico y mental… Los años no pasan en balde y el cuerpo lo sabe. Teniendo en cuenta que nuestra maquinaria llega a su punto álgido con treinta años (lo que oyen), que la media en España ronde los ochenta años no está nada mal. Y si además llegamos en el mejor de los estados, podemos celebrarlo por todo lo alto.


Y ahora les pregunto: ¿Les gustaría vivir eternamente? Sí, todos nos lo hemos planteado. Eso de habitar el mundo por los siglos de los siglos, amén, sería toda una suerte, pues podríamos hacer lo que nos viniese en gana, disfrutar de todas nuestras aficiones, tener todo el tiempo del mundo para comer, bailar, amar, dormir, reír y leer. Sobre todo si no envejeciéramos, y cumpliésemos un año tras otro los treinta y cinco, mejor que mejor.


Pero también habría desventajas. ¿Qué pasaría si fuésemos los únicos que sobreviviéramos? ¿No sentiríamos solos, vacíos, aburridos, sin propósitos vitales? ¿Acabaría devastado nuestro planeta a causa de la superpoblación? ¿Flotarías en el vacío una vez que el universo se desvaneciera? Si nos ponemos así, quizá no esté tan mal eso de morirse, que a fin de cuentas, es para lo que hemos venido al mundo


Todo esto y mucho más debió pensar el protagonista de Gilgamesh. Más allá del confín del mundo, el álbum de Annamaria Gozzi y Andrea Antinori que ha publicado Siruela en nuestro país. Basado en la epopeya de Gilgamesh, el poema épico que fue recuperado en 1870 gracias al hallazgo de unas tablillas de arcilla de origen sumerio sobre las que había sido escrita hace cuatro mil años.


En esta adaptación se relata la parte final de la historia, el viaje que emprendió Gilgamesh, el rey de la ciudad de Uruk, en busca del hombre y la mujer que nunca morían, para poder recuperar a Enkida, su gran amigo recién fallecido. Enfrentándose a monstruos mitad hombres mitad escorpiones, recorriendo las entrañas de una montaña, y atravesando un océano mortífero, logrará dar con ellos, pero ¿podrá salvar a su amigo?
Con un lenguaje sencillo, la escritora italiana recupera para la literatura gráfica una historia llena de elementos líricos y sugerentes que invitan a una inmersión completa en la edición integral.


Por su parte, Antinori vuelve a sacar músculo con sus rotuladores de colores y una pizca de grafito para componer una secuencia de imágenes que cuecen y enriquecen. Detalles contemporáneos (¿Quién se espera que dos seres inmortales esperen al protagonista en una tumbona o que este se desplace en camioneta, patinete o a lomos de un bisonte en plena Edad Antigua?), inspiraciones arqueológicas y composiciones con mucha fuerza son el acicate necesario para acercar esta leyenda al gran público.

martes, 28 de noviembre de 2023

La muerte es así


Ayer murió Miguel A. López, El Hematocrítico, una persona muy querida dentro y fuera de la LIJ que nos dejaba muy joven y llevándose un montón de buenas ideas con las que llenar los libros infantiles. Casualmente, ayer fue el día en el que también nos dejo Gloria Fuertes, la poeta y escritora que tanto hizo por los críos. 
No son los únicos. Se calcula que que cada día fallecen entre 100.000 y 150.000 personas en todo el mundo. Un dato que da bastante vértigo a todos los mortales. Pero claro, en eso consiste el juego de la vida, en nacer y morir. Murió Cleopatra, Julio César, Aristóteles, Juana La Loca y Hans Christian Andersen. Todos estamos condenados a un mismo final.


Lo difícil es imaginarse qué sucede después, adónde nos lleva la muerte, de qué seremos capaces, de qué no. Un sendero de no retorno (o al menos eso nos dicen las estadísticas). que sugiere muchas cosas y en el que, curiosamente, sí-pero-no queremos meter la patita. Y aquí tenemos a tres valientes que lo han hecho. 
Una filósofa (Ellen Duthie), una socióloga (Anna Juan Cantavella) y un ilustrador (Andrea Antinori) se adentran en los recovecos de la muerte, el fenómeno natural por excelencia sobre el que se deslizan montones de cuestiones que, en un susurro o gritándolas a los cuatro vientos, llevan lacerando a la humanidad desde su aparición sobre la tierra como animal racional.


En ¿Así es la muerte? se reúnen, como el subtítulo indica, 38 preguntas realizadas por niños de entre 5 y 15 años procedentes de diferentes países. Esta selección se llevó a cabo gracias a un proyecto internacional en el que se recopilaron más de mil preguntas (La gran parte recogidas en las guardas del libro, todo un detalle como reconocimiento a la ayuda prestada por estos pequeños colaboradores). Con la ayuda de una bióloga (Xaviera Torres) y una psicóloga (Montse Colilles), todos intentan (incluido el ilustrador) dar respuestas a cuestiones complejas o, al menos, establecer senderos por los que transitar en ese intrincado y desconocido mundo que es la muerte.


Filosóficas, históricas, biológicas o teológicas. Preguntas de todo tipo. ¿Cuándo sabemos si un muerto está realmente muerto? ¿Por qué se entierra a los muertos? ¿Cómo se hacen las lápidas? ¿Qué sentido tiene la vida si vamos a morir? ¿Es verdad que cuando te decapitan, tu cuerpo corre sin cabeza? ¿Qué hay después de la muerte? Son algunas de las cuestiones que recoge un volumen de factura exquisita en el que todos los elementos nos hablan al unísono y por separado.


Respuestas razonadas, desarrollos teóricos y metáforas humorísticas componen cada capítulo, que además cuenta con nuevas preguntas y enlaces a otros capítulos que favorecen la cohesión de una misma línea argumental, algo que gusta mucho en la editorial Wonder Ponder.
Del mismo modo, me parece muy adecuado que las autoras se hayan decantado por el género epistolar para alzar la voz, una que, sin caer en la condescendencia (muy típica cuando hablamos de un tema tan peliagudo como este), se aproxima de manera tierna y simpática a cualquier tipo de lector y no sólo al infante.


Visiones religiosas, aspectos científicos, humor negro y un sinfín de curiosidades se amalgaman en esta guía ilustrada que se deja de tabúes y eufemismos para tratar un tema universal que, innecesariamente, suscita reticencias en muchas familias. Guiños a la pintura, a la literatura, al cine y a la cultura pop, llaman la atención de cualquier espectador y nos abren la puerta del mundo de ultratumba, haciendo el viaje mucho más agradable.

miércoles, 25 de mayo de 2022

Asesinos de árboles


El tostón del ecologismo está rozando cotas insospechadas, pero ¿qué pasa con los árboles de las ciudades? Es una vergüenza como están paseos, plazas y otras zonas verdes de mi ciudad, una situación que se podría hacer extensiva a cualquier municipio de España.
Parece que a la gente, a los políticos les joden los árboles. Arrasan con ellos sin miramientos. Cuando necesitan poner una terraza, cuando el aparcamiento escasea, o cuando hay que levantar una calle, los arrancan y como si nada. Incluso los jardineros, que se supone deberían velar por la conservación y el buen estado de la vegetación urbana, tienden a su eliminación indiscriminada achacando cualquier tipo de justificaciones absurdas, como el peligro ciudadano


Ni siquiera arbolillos como Cercis siliquastrum, Laurus nobilis, Arbutus unedo, Prunus cerasifera o Ligustrum vulgare quedan a salvo de este expolio. Puedo entender que un plátano de sombra, un olmo o un almez sean árboles con demasiado porte como para crear problemas en las calles, estorbar a los vecinos con sus ramas o viandantes. Pero que estos arbolitos que funcionan como meros adornos y entretenimiento para viandantes
Con lo que cuesta criar un árbol en mitad del asfalto. Gases tóxicos, sustrato escaso, riego mínimo, zarandeos varios… Auténticos supervivientes que no solo engalanan las aceras, sino que oxigenan el aire circundante, nos proporcionan sombra y frescor y, lo más importante, una pizca de vida. Jardines esquilmados, calles desangeladas y paseos que bien podrían ser eriales. Esa no es la forma de ejemplificar una conservación del


Lo peor de todo viene cuando, llegada la hora de rellenar ese hueco con otro ejemplar, la administración competente decide eliminar el alcorque o poner es su lugar una papelera o cualquier otra especie fuera de toda razón o estética.
Ojalá se inventaran una ley como la de perros y gatos pero dedicada a árboles y arbustos, para todo aquel que atentara contra la vida de estos seres (útiles, no como los primeros) pudiera ser enchironado, sobre todo en ciudades como lamía en la que el sol es un tormento la mitad del año y la sombra escasea en cada recodo. Y no me vengan con que ya hay multas en las ordenanzas municipales, porque más de uno se las pasa por el forro.


Dejando para otro día el tema del césped en el sur peninsular, continúo con el tema arbóreo gracias a Andrea Antinori, la editorial A fin de cuentos y El naranjo, un álbum bien simpático con un trasfondo bastante interesante. Una semilla brota, crece un árbol y se llena de naranjas. Llegan los pájaros y se las llevan, el hombre lo poda, el gusano se come las hojas y el perro hace sus necesidades en él. El naranjo decide tomar venganza con el pájaro, el agricultor, el gusano y el perro, para después escapar perseguido por un policía.


Todo suena muy absurdo pero ese giro argumental inesperado lo es todo, ya que dotar de movimiento a un árbol, rompe el marco de lectura y propicia un discurso enriquecido donde cualquier cosa es posible. La víctima se convierte en criminal, los verdugos se convierten en inocentes, ¿qué pasa aquí? No es más ni menos que una metáfora imaginaria sobre la naturaleza y su capacidad para aleccionarnos desde un prisma travieso y divertido.
Heredera de las persecuciones de las películas mudas que se acentúa por la poca economía textual y una secuenciación lineal que corre página tras página, es un libro bastante alocado pero que da lugar a interpretaciones muy variadas dependiendo de la mirada y su contexto.
Y si encuentran algún asesino de árboles, no duden en regalárselo, se lo pensará dos veces.

martes, 1 de junio de 2021

Lista de cosas que debo hacer el curso que viene


Siempre se ha dicho que cuando un nuevo año comienza, hay que hacer una lista de cosas que quieres cambiar para que el futuro te sonría o, al menos, se intente. A mí, personalmente, las “New Year’s resolutions”, que así las llaman los ingleses, no me van, más que nada porque mi ciclo vital es otro, ese que se solapa con el curso escolar. Como para un servidor las vacaciones de verano son un remanso espiritual en el no hay que permitir que nada ni nadie te busque las cosquillas, suelo hacer mi personal listado de cosas que debo cambiar (la felicidad es una cosa muy seria) cuando el fin se a de cara al curso que vendrá. Es 1 de junio, hemos tenido tiempo de catar todas las miserias habidas y por haber durante este 2020-2021, y sabemos las que no queremos para el que viene. Sin más dilación, aquí tienen mis intenciones para el 2021-2022. No será que no les aviso...


1. Abandonar la sanidad pública y solicitar una compañía de sanidad privada. Reconsiderar mi continuidad si me regalan un lanzallamas o el ministro de turno se asegura de que me vayan a coger el teléfono al décimo intento (siendo bastante comprensivo).

2. Recordarles a mis alumnos que se llora por cuestiones de suma importancia. De no ser así, por cada lágrima vertida innecesariamente, un gatito subirá al cielo.

3. La tercera, también para mis alumnos. Queridos míos, los Reyes Magos son los padres, no los profesores. En el caso de tener poderes sobrenaturales y estar iluminados por una estrella fugaz, no estaríamos dándoos clase: trabajaríamos para Marvel.

4. Rezar una vez al mes a cualquier deidad monoteísta para, en caso de que la reencarnación sea efectiva, poder volver a la vida en forma de maestro albañil. Viendo cómo se ha puesto el tema de la construcción, va a ser imposible hacer unas reformillas hasta el 2122.

5. Hacer limpieza de agenda telefónica. El 25% de la gente que tiene mi teléfono solo me pregunta cómo estoy cuando dejan de ver mi foto de estado en el Whatsapp y sienten miedo al no poder inmiscuirse en mis mierdas personales; al 70% le importo básicamente nada. Con el 5% que se preocupa por uno, la vida ya merece la pena.

6. Lo mismo con las redes sociales. Ser el único que no ha estado en las islas Phi Phi empieza a importarme más de la cuenta, ¿debería preocuparme teniendo en cuenta mi patente exotismo?

7. Hacerme el tonto con los compañeros de trabajo. Es preferible que crean que hablan de igual a igual, a que te compliquen la existencia.

8. Jugar a la primitiva todas las semanas y que no me toque. Así son los sueños: castradores pero emocionantes.

9. Buscar un hueco para todos los nuevos libros que han llegado a mis manos.

10. Si no encuentro ese espacio tendré que aprender a echarlos a volar y ellos a batir sus alas.


Si no han tenido bastante con mi lista y quieren conocer alguna otra, les recomiendo que se acerquen a La ciudad de las listas, un álbum de Cristina Bellemo y Andrea Antinori que acaba de publicar la acertada Liana Editorial.
Esta historia ambientada en la ciudad de Rocaperfecta, tiene como protagonista a Fidel Burócrata, un funcionario del ayuntamiento encargado de inscribir a sus habitantes en la lista correspondiente y que así sean alguien, una situación que puede parecer extraña pero que tiene mucha miga. Todo va estupendamente hasta que un día, los 12 alumnos de la clase de segundo B de la escuela primaria del callejón secundario de la Libertad visitan el Departamento de Listas. Ya saben cómo son los niños, que donde dicen digo digo Diego y arman un buen cacao al pobre Fidel Burócrata.


Partiendo de una situación un tanto inverosímil, los autores italianos desarrollan una narración que bebe del nonsense más absurdo, un texto que a ratos suena a Rodari y su Gramática de la fantasía, y otros parece una parodia de todas esas ataduras estúpidas que se autoimpone el mundo adulto. Guardas sintéticas, ilustraciones coloristas y desenfadadas, composiciones estudiadas, personajes locos y algún que otro conocido, le imprimen mucho más carácter.
Se la recomiendo para pasar un rato de lo más simpático y, si a la postre se atreven, también para filosofar sobre quiénes son y cómo se definirían. Siempre pueden echar mano de un lápiz y apuntar algunas ideas en el espacio que el libro ha reservado para ello. Pero no me sean cafres: desordénenlas y cúbranlas de helado, que siempre es un plus.


viernes, 28 de septiembre de 2018

Especialistas en adivinanzas



Me gustan las adivinanzas. Tienen algo bonito. El ritmo, la rima, los mil y un intentos. Dar vueltas sobre las palabras, rodear las pistas. Todavía recuerdo las competiciones de adivinanzas familiares… Mi hermana, era (y es) muy rápida, una chica avispada. Mientras yo tardaba en dar en el clavo, ella siempre ganaba. ¡Y eso que mi madre siempre decía las mismas…! Pero a un servidor se le olvidaban... Mi hermana era como el ratón de la historia donde el viento soplaba adivinanzas.

[…]

Soy muy transparente,
o color azul.
Soy fuerte, soy suave,
de huracán o tul.

Los pájaros vuelan,
rugen las tormentas.
Tengo nidos, nubes
y muchas cometas.

A ver si adivinas,
si sabes quién soy:
juego y te despeino,
te soplo y me voy.

[…]

Mar Benegas.
En: Blanco como nieve.
Ilustraciones de Andrea Antinori.
2018. España: A buen paso.


jueves, 29 de marzo de 2018

¿Pasión o folclore?



Hoy empezamos con la pasión. Aunque algunos dicen que es la de Cristo, yo me atrevo a afirmar que también es la de las corbatas y los trajes de chaqueta, de las mantillas y las peinetas, la de las torrijas y los buñuelos. De las cañas al mediodía, del vino blanco, también del tinto, el bacalao rebozao y cuatro croquetas. La del potaje, los garbanzos, los costaleros y las cornetas. Es la pasión, que se note manque pierda...


Y así, todos enfervorizados. La primera, la cuatro y la sexta. La una con el Cristo de los gitanos, la otra con la Macarena, y la de más allá con la Cristo de los legionarios. Que si el fervor de la ministra, que bien canta el himno, que cómo se nota. Y mientras tanto, un chorro de apóstatas y republicanos también se apuntan a la fiesta ataviados de capuz, túnica y escapulario, que a pesar de anticlericales, no faltan al guateque como anónimos mercenarios. No se fíen de las apariencias, ni de las que se estilan en las capillas, ni de las de los centros okupados, que la fe va con todos, Dios mediante.


Si a todo ello le añadimos lo muchos que se despachan algunos en las redes sociales con todo tipo de consignas y vendavales (¿desde donde dice usted que soplan esos aires...?), la polémica está servida. ¡¿Qué más dan saetas, procesiones o banderas a media asta si lo que nos gusta es el folclore, los dimes y diretes, la España de las mil facetas?!


Así que, para cerrar esta semana pasional (y breve, ya saben que disfruto de mis vacaciones) no podía dejar pasar La entrada de Cristo en Bruselas, un libro de Andrea Antinori (Libros del Zorro Rojo) que, tomando como excusa la obra homónima de James Ensor (1889), uno de los precursores del expresionismo, se interna en un desfile disparatado de personajes que dan la bienvenida al redentor a esta ciudad. Una procesión en toda regla que, de forma surrealista, estrambótica, crítica y muy colorida, acerca al lector a las celebraciones culturales que en torno a la vida y pasión del Cristo se llevan a cabo en media Europa durante estos días.


James Ensor

Haciendo alusión a la entrada de Cristo en Jerusalén que el pintor belga descontextualizó temporal (pleno siglo XIX) y espacialmente (Ensor prefirió alejarse de Oriente próximo), Antinori explora toda una suerte de personajes (incluidos la muerte y "El hijo del hombre" de Magritte) que, de forma peculiar, deciden hacer el más disparatado recibimiento al mayor icono del cristianismo, lo que desemboca en una mordaz sátira en la que parodia y sinsentido son las claves para poner en tela de juicio la importancia de la religión en nuestras vidas.
Es por ello que después de echarle un ojo a este honesto álbum les animo a responder la siguiente pregunta: ¿Acaso religión es sinónimo de postureo? Piénsenlo en estos días de pasión, sea esta del origen que sea.