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sábado, 23 de mayo de 2020

El futuro del libro-infantil en tiempos de coronavirus. Perspectivas e ideas.



El aquí firmante inauguró el pasado sábado "Cafe con monstruos", una sección de InstagramTV que incluye charlas, conversaciones, presentaciones y temas curiosos de la LIJ en formato vídeo. El tema elegido para la ocasión fue EL FUTURO DEL LIBRO INFANTIL EN TIEMPOS DE CORONAVIRUS. PERSPECTIVAS E IDEAS, una charla que, aunque todavía pueden ver (sólo estarán disponibles por un tiempo), he transcrito a este blog, mi  cuaderno de bitácora y espacio de referencia, para el uso y disfrute de todos aquellos que todavía no estén en dicha red social. Espero que lo disfruten y compartan, y de paso se suscriban a nuestro espacio de Instagram.

*    *    *

Teniendo en cuenta que la crisis de CoVID-19 no sólo es de carácter sanitario, sino que está alterando otro tipo de contextos, es necesario plantearse cómo va a afectar al entorno del libro infantil, uno que nos interesa a los monstruos. Les aviso que seré bastante concreto en mis planteamientos, sobre todo porque el panorama es muy complejo y esto no pretende ser una tesis doctoral, simplemente un pequeño esbozo de cómo un servidor ve el futuro del libro infantil a corto-medio plazo.



En primer lugar debemos plantearnos la durabilidad de esta situación excepcional, ya que las medidas a adoptar dependen en gran medida de cuánto vaya a prolongarse en el tiempo. Todos los indicios llevan a pensar que, como mínimo, pasaremos el resto del año bajo los efectos de esta pandemia, que incluso puede extenderse con toda probabilidad hasta el 2021, un lapso de tiempo considerable en el que la cadena del libro se va a ver afectada queramos o no, y que dichos efectos permanecerán en la sociedad más allá de la esperada vacuna.
En segundo lugar me pregunto “¿Y cuáles van a ser los efectos adversos del coronavirus sobre el ecosistema de los libros infantiles?” Para responder esta pregunta debemos considerar tres nuevas pautas comportamentales:
1) el distanciamiento social, uno que va a hacer mella sobre el carácter social del libro (venta directa y actividades grupales,
2) los límites de la manipulación, algo que tiene sus consecuencias sobre el uso de cualquier objeto como es el libro (préstamo de libros, ojear en librerías, etc.), y
3) el tiempo de permanencia en lugares públicos como librerías y bibliotecas.
A pesar de estas desventajas, hay que considerar otros efectos colaterales positivos, nuevos resquicios por los que el libro puede colarse en nuestras vidas y que no pueden ser desechados por la cadena del libro. Destaco dos: el aumento del tiempo dedicado al ocio dentro de los hogares por parte de los pequeños lectores, y una educación que se vislumbra semipresencial y que necesitará de nuevas herramientas de tipo autónomo para el alumnado (¡Bienvenidos libros informativos!).



Teniendo en cuenta que en la cadena del libro participan una serie de eslabones que, aunque articulados, desempeñan diferentes papeles y tienen intereses muy variopintos, prestaré atención a cada uno de ellos por separado.
Si de unos años a esta parte son muchos los nuevos autores que han entrado a formar parte de la cadena del libro, durante los próximos meses/años veremos cómo ese número de autores noveles disminuirá considerablemente, no sólo porque la producción descenderá (a menor demanda, menor producción), sino porque las editoriales se arriesgarán menos y optarán por salvar las ventas con autores más conocidos, más rentables y más visibles (NOTA: Precisamente eso, la visibilidad, será una baza inmejorable para todos aquellos autores que también participen activamente de la mediación, algo de lo que hablaremos a posteriori).
Por ello, los autores menos conocidos o menos comerciales deberán optar por nuevos canales de producción y venta, entre los que no hay que descartar la autoedición, ya que es un modelo menos clásico, más abierto y más dirigido.
Por otro lado y atendiendo a la economía, el principal consejo monetario que doy a escritores e ilustradores es que deben exigir el cobro del anticipo de los royalties de manera completa ya que el modelo de postventa no está asegurado por la contracción del negocio.



En lo que a editoriales se refiere hay bastantes cosas que decir. La primera es que teniendo en cuenta la disminución de las ventas hay que replantearse los modelos clásicos de producción como el de las temporadas de novedades… Antes de que el coronavirus irrumpiera en nuestras vidas, ya éramos muchos los que no veíamos claro un modelo productivo que está atestando las librerías de títulos que tienen una vida efímera en el mercado. Con esto de la pandemia, son muchos los editores que se han sumado a esta masa crítica y han decidido no publicar (tantas) novedades por el momento, no sólo porque la disminución del consumo repercute sobre la rentabilidad del negocio y pone más en riesgo el ecosistema del libro (véanse también distribuidores y librerías), sino porque supone una pérdida de capital intelectual (el libro que cae en el olvido y la desidia, es difícil de recuperar). Por otro lado no debemos olvidar que toda editorial tiene un fondo, un catálogo al que hay que dar visibilidad, sacarle jugo a montones de libros que caen en el olvido, y que tienen el mismo valor que otros recién sacados del horno. Consideren esta buena baza para la temporada veraniega.
También hay que hablar de la modernización de los recursos on-line, así como de las redes sociales… Si bien es cierto que bastantes editoriales infantiles tienen páginas web aceptables, otra buena tanda tienen websites que son una birria (si tienen interés por conocer a qué grupo pertenecen pueden escribirme por privado), y ocurre más de lo mismo con el e-commerce. Teniendo en cuenta que todo lo relacionado con internet va a ser crucial en esta crisis, ¿por qué no actualizarse? Es cierto que a corto plazo supone una inversión más, pero una página web está operativa durante muchos años y a largo plazo ayuda al posicionamiento de la editorial en el mercado.
Sobre las redes sociales tengo muchísimo que reprochar, pues son muy pocas las editoriales de LIJ que han apostado por afianzar su presencia en redes como Instagram y Twitter durante el confinamiento, cosa que, teniendo en cuenta el gran papel que han desempeñado durante la primera fase de la crisis, es una absoluta torpeza.  Las editoriales del libro infantil deben estar en las redes sociales SÍ O SÍ, y la que no, lo pasará bastante mal.
Asimismo el sector editorial debe tener en cuenta una serie de cuestiones como el estudio de nuevos canales de venta, nuevos productos dirigidos a un nuevo público, y el valorar nuevos formatos como el e-book en lo que a narrativa y álbum informativo se refiere.



Aunque le llega el turno a los distribuidores, quizá los más perjudicados junto con los libreros, en esta crisis del coronavirus, poco puedo decir ya que desconozco bastante los entresijos de la profesión. Lo único, señalar que, teniendo en cuenta su modelo de negocio basado en la deuda-crédito, se verán bastante afectados, ya que al depender del resto de agentes de la cadena (es lo que le pasa a todos los intermediarios) tienen una estasis mucho menor.



Pasamos así a las librerías, unos negocios que también van a sufrir mucho durante esta crisis (sobre todo las físicas, porque las librerías on-line ya convivían con su virtualidad), no sólo como puntos de venta directos del libro, sino como espacios de intercambio cultural. Aunque hemos visto que durante el confinamiento muchas de ellas han desarrollado nuevas estrategias de venta como el cheque-regalo, las tarjetas prepago o los libros a ciegas, también deben considerar nuevas formas de venta. No creo que todo deba ser dirigido al e-commerce (piensen en su radio de acción y en la rentabilidad, porque a veces trae más cuenta contratar un repartidor por horas en bicicleta), pero hay ideas que merece la pena sopesar.
Sobre los cuentacuentos, los talleres para pequeños y grandes, los clubes de lectura o las presentaciones de libros, deben empezar a pensar en las redes sociales y en las plataformas de formación on-line. Hoy por hoy son las únicas alternativas, no sólo para dar a conocer un fondo que necesita consumidores, sino para seguir aupando la mediación lectora y el papel cultural de las librerías que muchos clientes agradecerán cuando todo esto pase.



En penúltimo lugar tenemos a los mediadores de lectura, los grandes protagonistas durante el confinamiento. A pesar de las polémicas en torno a las lecturas en la red y el feed-back cultural, ha quedado claro que la compra de libros es una consecuencia y no un fin en sí mismo, algo que muchos ya estábamos constatando desde hace años, pues gran parte del consumo de libros infantiles que se realiza en nuestro país se debe a la labor de los prescriptores y mediadores de lectura. Si las redes no hubieran bullido de enteraos y especialistas contando cuentos, presentándolos y dándolos a conocer, muchos libros seguirían en los almacenes de distribución. Esto es algo que deben considerar autores, editores, distribuidores y libreros, pues primero, el libro como objeto ha sido devaluado y muchos consumidores potenciales no podrán acceder a ellos, ni ojearlos, ni manipularlos para decidir qué lecturas les convienen, y segundo, no todo el mundo tiene visibilidad, ni buen criterio, ni capacidad de comunicar.



Para terminar y prescindiendo de unos lectores que podrían decir mucho pero que lamentablemente no consumen aunque lean, solo me queda mencionar a los políticos, unos con los que básicamente yo opto por ignorar, justificándome para ello en un pequeño chiste norteamericano que me contó el otro día Ricardo, un seguidor francés, y que dice así:
Un día, un florista fue a un barbero para cortarse el pelo. Al terminar, el florista pidió la cuenta y el barbero respondió: "Es gratis porque durante toda la semana presto servicios a la comunidad". El florista quedó satisfecho y salió de la tienda.
Cuando el barbero fue a abrir su negocio a la mañana siguiente, encontró una tarjeta de agradecimiento y una docena de rosas esperando en la puerta.
Ese mismo día, acudió un policía a cortarse el pelo, y cuando llegó la hora de pagar, el barbero respondió nuevamente que no podía aceptar su dinero porque esa semana hacía servicio comunitario. Así que el policía se marchó muy contento.
A la mañana siguiente, cuando el barbero fue a abrir, había una tarjeta de agradecimiento y una docena de donuts esperándolo en su puerta.
Un poco más tarde, un político entró para que le cortaran el cabello, y cuando fue a pagar su la cuenta, el barbero respondió nuevamente: “No puedo aceptar su dinero ya que estoy prestando servicio comunitario esta semana". Y el congresista salió muy contento de la tienda.
A la mañana siguiente, cuando el barbero fue a abrir, había una docena de políticos haciendo cola en la puerta esperando un corte de pelo gratis.



Todas las imágenes que acompañan a este post pertenecen al espacio que los monstruos tenemos en Instagram y que pueden visitar AQUÍ

lunes, 20 de abril de 2020

Mediadores de lectura en huelga



Durante las últimas semanas y tras la publicación de ESTE POST que levantó alguna que otra ampolla, me han venido a la mente muchas cosas... Los comentarios de la siempre acertada Isabel Benito y sus Lecturas Compartidas, el cierre motu proprio de la cuenta de Belén Santiago (más de veinticinco mil seguidores y un muy buen criterio que se fueron al traste por aburrimiento), y la decisión que ha llevado a algunos a dejar de leer/contar cuentos desde las redes sociales por lo inoperativo de pedir permisos y lo frustrante de recibir negativas, me ha llevado a pensar en el papel que desempeñamos los mediadores de lectura y el trato que recibimos por parte del resto de actores de la cadena del libro, más todavía cuando se acerca un Día del Libro atípico en el que tendremos mucho que decir.
Todavía no sé muy bien cuánto habrá que agradecerle al coronavirus, pero si algo me ha quedado claro tras las horas que he invertido en las redes sociales es que los mediadores de lectura somos muy necesarios. Ahora bien, hay que plantearse una cuestión: “¿Quiénes nos necesitan?” En primer lugar nos necesita el libro, pues la literatura, sea del origen que sea , siempre necesita una buena carta de presentación, buenas razones por las que subsistir entre los hombres. En segundo lugar nos necesita el público, los lectores reales y potenciales que nos utilizan a modo de brújula, de linterna en mitad de ese bosque. Para elegir, para entender, para interpretar, para contar con opiniones diferentes y para comprender las relaciones complejas que subyacen a la vida y la lectura. Y en tercer lugar la industria, un tejido muy articulado que necesita continuar su labor para generar ganancias y riqueza monetaria y, a veces, hasta intelectual.
Si bien es cierto que, tanto mediadores de lectura, como lectores tenemos este papel bastante claro (el libro siempre habla y otorga), no creo que suceda lo mismo por parte de la industria del libro. Una idea que entresaco de la falta de reconocimiento, las trabas y diatribas que nos presentan a diario, y el escasísimo feed-back que exhibe. Y ahora dirán “Pero Román, que yo mando ejemplares a casi todos los mediadores…” Y yo respondo “¡Estaría bonico que no los mandaras! ¡Qué menos! Teniendo en cuenta que, aparte de potenciar la lectura, ofrecen visibilidad a uno de tus productos..., ¡sería muy poco gentil!” 
No obstante, aparte de ejemplares y cortesías que cada uno ofrece a quien le da la gana, está el reconocimiento de un trabajo no tipificado (como el de ama de casa, el mejor de los símiles) que conlleva mucho tiempo y esfuerzo (a ver si se creen que tengo un negro escribiendo estas parrafadas). Y cuando, por ejemplo, un servidor habla de un libro como si fuera suyo y observa que quien lo ha escrito, ilustrado o editado opta por el silencio y/o no comparte el amor por ese título (y no digo la opinión, porque puede haber disparidades), envía un mensaje muy poco acertado sobre su propia obra, tanto al mediador, como al público.
Pueden discrepar en las selecciones y formas de presentar los libros –eso sería otra historia que daría para un extenso post como bien dice Susana Encinas- pero hay que agradecer que un desconocido se fije en tus libros y además lo diga públicamente de una forma o de otra. Qué mínimo que sentirte agradecido… Pues no. A algunos, les cuesta horrores.
En otro apartado entra la remuneración económica. Conozco muy pocos mediadores de lectura que vivan exclusivamente de esta tarea no tipificada, repito. En primer lugar porque está infravalorada (como aquí todo quisqui sabe hablar de libros, contarlos o desarrollar actividades sobre ellos... ¡Da igual! ¡Ya saldrá otro! Se ve que “A rey muerto, rey puesto”) y en segundo lugar porque muchos agentes de la cadena del libro no contribuyen a este reconocimiento (Se lo digo yo, que llevo años en esto). Quizá deberíamos plantearnos el poner precio a nuestro trabajo, aunque sea de manera simbólica, y revalorizar así una labor que no todo el mundo hace adecuadamente.
Además y respecto al punto anterior, es curioso cómo, en algunas ocasiones, esos otros eslabones de la cadena del libro se creen con el derecho a exigir y pedir explicaciones sobre nuestras apreciaciones, e incluso solicitar cambios y rectificaciones de las mismas. No facilitan la tarea o la impiden (véase la campaña #déjanosvivirdelcuento, autores de renombre internacional que andan sobre las aguas, o los grandísimos grupos editoriales). Esto me suena a caciquismo y a una sesgada complacencia, situaciones que, alejándose de la libertad de expresión y el fomento de la lectura no reglada, llevan a pensar en la explotación, pues hasta donde yo sé, muchos no ganamos ni un duro de manera directa por las opiniones vertidas en blogs y redes sociales. Se puede colaborar y sugerir, pero nunca imponer.
Por último hablar de un punto que se nos olvida: el altruismo. La figura del mediador de lectura se ha adscrito tradicionalmente a tres tipos de perfiles (puede haber otros, evidentemente) que son libreros, bibliotecarios y docentes, un tipo de perfil que todavía hoy y a pesar de la gran diversificación que han traído las redes sociales, siguen vigentes, pero no todos siguen en mismo modus operandi, Mientras que bibliotecarios y docentes exhiben un perfil más desinteresado y divulgador, sobre los libreros pesa cierto fundamento económico. Con ello no quiero decir que no existan libreros apasionados comprometidos con lecturas y lectores, pero sí que lectura y lectores forman parte de un modo de vida que inevitablemente repercute sobre la labor de mediación y la independencia. Algo que también sucede con editores y autores que hacen las veces de mediadores.
Como colofón final decirles que sí, que somos una voz imprescindible, algo por lo que hoy, en vísperas de la celebración lectora por antonomasia, he decido alzar la mía que, además de necesaria como me apuntaría Diana Sanchís en una ocasión, quizá también sea más visible que la de otros buenos mediadores de lectura como los que, por ejemplo, he mencionado en esta pequeña defensa, y dar este necesario punto de vista a un sector que necesita reconsiderar la figura del mediador.
Les dejo así imaginando un escenario más distópico todavía del que vivimos. Uno en el que los mediadores de lectura se declararían en huelga dejando de lado a los libros. Imaginen por ahora, siempre hay tiempo para la realidad.

miércoles, 15 de febrero de 2017

Panorama editorial emergente de LIJ en España (4ª Parte)


Es un secreto a voces que, durante los últimos años y al amparo de la crisis económica, el negocio de los álbumes ilustrados se ha disparado. Bien por la pasión manifiesta de algunos, bien porque la necesidad apremia, se han abierto numerosas librerías especializadas en muchos puntos de nuestra geografía, y escritores e ilustradores se han lanzado a probar suerte en esto de la LIJ, pero lo que más llama la atención es la proliferación de casas editoriales, modestas, minúsculas, que intentan abrirse un hueco en esto de los libros para niños, algo que he intentado recoger en ESTA SECCIÓN que creé hace ahora unos tres años.
Como bien dije AQUÍ, aunque el nacimiento de todas estas editoriales ha permitido que muchas obras desconocidas pudieran ver la luz en nuestra lengua y ha dado oportunidad a muchos autores que de otra manera nunca hubieran salido a la palestra, también hay que hablar de la empinada cuesta que muchas de ellas deben afrontar para seguir en el candelero para poder constituirse como empresas solventes. De hecho, algunas de esas editoriales que recogí al comenzar con este panorama se han ido desinflando poco a poco, e incluso en algunos casos, no son más que los rescoldos de lo que otrora eran muchos sueños.
Es por ello que en esta cuarta entrega del panorama emergente de LIJ española me gustaría hacer un llamamiento, no sólo a las instituciones, unas con cierta responsabilidad a la hora de diversificar las opciones culturales que deben ofrecer a los ciudadanos, sino también a legisladores y gobernantes para que elaboren una hoja de ruta dirigida a todas estos pequeños empresarios que se ven sepultados por las cuotas, los plazos y cánones de los circuitos de venta y distribución, y un montón de obstáculos más que frenan su afianzamiento. Por una vez, y aunque parezca lamentable, dejaré al público -nosotros, los aficionados al libro-álbum- a un lado, no sólo porque no queda mucho que rascar, sino porque muchas veces somos los que sufrimos la desaparición de libros geniales que mucho tienen que decir dentro del mundo de los álbumes ilustrados.
Sin más reivindicaciones (que ya son), me pondré a enumerar y ejemplificar todas aquellas empresas con nacionalidad española que he ido descubriendo en los últimos tiempos y que han apostado por el álbum en sus múltiples variantes.

En primer lugar redimirme con Silonia, una editorial que surgió hace un par de años, con un catálogo impecable del que ya he reseñado parte de sus títulos. Es un lujo contar con ella, tanto por el rescate que ha hecho de títulos antiguos, como por sus novedades de producción propia. Como sus responsables no se prodigan mucho por las redes sociales, me haré eco de algunos títulos que me encantan: los Illustration school de Sachiko Umoto, ¡Oh! ¡Un zig-zag! de Antonio Ladrillo, el Si yo fuera mayor... de Janikovszky y Réber, El huevo maravilloso y el Me gustan los animales, libros informativos de Ipcar, el Leotolda de Olga de Dios o su edición de la Alicia de Carroll.





Sobre las editoriales catalanas tenemos La casita roja, una editorial con muy poco recorrido (unos mesecitos, más o menos), pero que ha saltado al terreno de juego con mucho garbo, no sólo porque ha apostado por obras relacionadas con el cómic y la novela gráfica infantiles (les recomiendo echar un ojo a títulos como El globo rojo en la lluvia de Liniers o La caja sorpresa de Art Spiegelman), sino por llevar como bandera el humor blanco y la línea narrativa clásica de trama, nudo y desenlace en álbumes como Las aventuras de Lester y Bob de Ole Könnecke u Ovejas, muchas, muchísimas ovejas de Haluka Nohana. Sin muchas vueltas de tuercas ha destacado y esperemos que siga trayendo nuevos títulos a reseñar en los espacios monstruosos.





La topera, otra casa nacida en Barcelona, aunque cuenta con sólo tres títulos en su haber, también empieza a llamar la atención por haber editado al penúltimo ganador del Premio Lazarillo (edición 2015), Martín, una historia de Alaine Aguirre y Maite Gurrutxaga. Esperemos que siga dando pasos en esta andadura de los álbumes ilustrados.



La editorial catalana Mosquito Books Barcelona es un proyecto que irrumpe con fuerza en las librerías de nuestro país. Con un acabado excelente e historias muy cercanas a los lectores, sus primeros libros hacen una apuesta clara por autores nacionales más o menos desconocidos que, como Mia Cassany, Ana de la Sima, Asís Percales o Mikel Casal, harán las delicias de muchos durante los meses venideros con libros ilustrados, humorísticos, surrealistas, para colorear o informativos sobre todo lo que nos rodea.





Nos trasladamos a Madrid con Libros de las Malas Compañías, un sello editorial que me gusta bastante por fijarse en colecciones de cuentos tradicionales de nuestro país (Mapa legendario de Gran Canaria) como de fuera (Cuentos noruegos), también en formatos más arriesgados como El principito ha vuelto o Si tuviera que escribirte (me parece una idea fabulosa, editar poesía en formato de postales), o en álbumes como La mujer esqueleto o El ratón que quería un palacio. Sin duda, dará mucho que hablar.



Llega el turno con dos colecciones de libros infantiles dentro de dos sellos editoriales para adultos, algo que durante los últimos años se viene observando dentro del entorno de los libros para niños de nuestro país. En primer lugar tenemos La casa azul, una colección inserta en Frida ediciones, que aboga por álbumes de autores patrios como Ismael Serrano, Mar Blanco, Maxim Huerta y María Cabañas, unos títulos que empiezan a tener visibilidad dentro de los mercados.



En segundo lugar, me gustaría apuntar hacia Monterrey Ediciones y sus libros para niños. Aunque de carácter pedagógico y con unas colecciones que se centran en lo didáctico, podríamos destacar algunos de sus libros incluidos en la colección Valores Horus, donde se han incorporado obras de otros entornos donde destacan autores como Monika Filipina.



Es cierto que la LIJ procedente de los países boreales sigue siendo una gran desconocida por estas latitudes donde el sol brilla más, por lo que es de agradecer que la editorial Gato Sueco, formada por Leticia y Tora, una española y una sueca (no esperaba menos), haya decidido editar en castellano algunos álbumes ilustrados firmados por autores nórdicos más o menos conocidos por aquellos lares y que se centran en sostenibilidad social e inteligencia emocional. Son una de las apuestas más plausibles a la hora de inculcar valores entre los pequeños.




Aunque Koala Ediciones es una empresa ecléctica que comercializa tanto libros de actividades, como boardbooks para los lectores más pequeños, no podía dejar pasar la oportunidad de centrarme en la colección de álbumes pop-up de Rudolf Lukes, cuatro maravillas de 1965 que, finalmente, se han materializado en castellano gracias a esta pequeña editorial y que les recomiendo encarecidamente, no sólo por el valor histórico, sino por tu aire vintage y su gran aceptación entre los pequeños lectores.




El proyecto maño (Ontinar del Salz, Zaragoza) bautizado como Ediciones sinPretensiones, es uno de esos proyectos editoriales con el que da gusto terminar este recorrido anual. La apuesta que desde el pequeño municipio de Zuera se hace por álbumes de producción propia es notable y reconocida a nivel internacional (vean sus menciones dentro de los premios Cuatrogatos). A pesar de tener cierto recorrido en esto de la LIJ y de que todos los libros están escritos por la misma persona, Daniel Nesquens, incluyen a ilustradores como Ana Lóbez (El sombrero volador), Elisa Arguilé (Un agujero) y Alberto Gamón (Nada de nada, Seis leones y Un perro), ejemplos de cómo, desde la modestia y lo regional, puede alcanzar el universo de la excelencia y lo global.





lunes, 2 de enero de 2017

¿Qué libros infantiles queremos? Re-pensando la LIJ


Hace nada que ha empezado 2017 y creo que es el mejor momento para plantearse de qué hablar en este lugar los próximos 364 días. Para ello, lo mejor es dar unos pasos hacia atrás y recapitular lo vivido. Todo ello pensando en voz alta, que es lo que mejor se me da...
Durante las últimas semanas me enrolé en una pequeña reforma de este sitio. He dejado atrás el fondo oscuro y le he dado una mano de pintura blanca (luz, mucha luz) para facilitar la lectura y dotarlo de más espacio. También he combinado el negro, los grises y el tono frambuesa para imprimir cierta armonía visual al texto. Unos cambios importantes han sido el de añadir unas pestañas/páginas para resaltar algunos temas (muchos se quejaban de que entre tanta información les resultaba difícil buscar cosicas de su interés) y el de incluir mucho más “feedback” por todos lados.
Mientras realizaba todas estas tareas (todavía no finalizadas por completo), iba echando el ojo a entradas antiguas, a reflexiones en torno a los libros infantiles que publiqué hace seis o siete años. Eran miradas divertidas, tontas, absurdas, osadas, desorbitadas..., pero al fin y al cabo opiniones, preguntas y creaciones contextualizadas en la Literatura Infantil.
No obstante y aunque sigo siendo igual de incisivo y hablo de lo que me viene en gana, quizá con una formación mayor (el estudio nunca viene mal), es cierto que por aquel entonces estaba menos contaminado por el mercado. Prestaba mucha menos atención a las novedades editoriales, apuntaba de manera caótica a los catálogos, me fijaba en joyas literarias cubiertas de polvo, obviaba muchas de las opiniones vertidas por los gurús "lijeros", y no hablaba jamás con editores o autores.
Me temo que este lugar en el que viven los monstruos deriva de una pasión personal y de un ejercicio de responsabilidad para con los que lo visitan -hay que estar al día y ofrecer contenidos aceptables que puedan servir de guía a otros-, pero también he de decir que, cuanto más me interno en este tinglado mercadotécnico, el negocio de la LIJ se me empieza a figurar algo cansino y desmedido.


El ritmo de publicación de las novedades es frenético. Cada semana aparecen unos cuantos títulos nuevos sobre las estanterías de las librerías. Montones de libros con temáticas y estilos similares se disputan la atención de los consumidores. Y la gente, incluido yo mismo, nos vemos abocados a elegir entre una marabunta de títulos difícilmente manejables y clasificables (créanme que, a pesar de tener muy claras mis preferencias, tardé más de tres semanas en calibrar y equilibrar mi selección anual). Así, no es de extrañar que el mercado de la LIJ se esté volviendo -si me permiten lo hiperbólico- insoportable para todos los sectores...
He visto cómo editoriales que empezaron con un catálogo modesto, publicando tres o cuatro libros anuales, han pasado a editar quince títulos al año en todas las lenguas peninsulares, algo que no sólo supone un mayor esfuerzo vital si tenemos en cuenta que muchas de estas editoriales están formadas por una o dos personas, sino también económico (gastos de producción, anticipos a los autores, edición, impresión, almacenamiento, transporte, pagos de "royalties", etc.). Si a ello añadimos que los editores pugnan por cuotas de atención cada vez más difíciles a base de apuestas promocionales cada vez más costosas, la cosa se agrava. 
No negaré que la oferta se ha ampliado considerablemente y que era necesario editar y/o reeditar muchos clásicos desconocidos/olvidados en nuestro país, pero también hay que tener en cuenta que, aunque el consumo en libros infantiles ha ido creciendo en los últimos años debido, en parte, a un mayor interés social, no es lo suficientemente grande como para poder sostener un volumen de publicaciones semejante. Todo esto es algo directamente relacionado con la disminución de los tirajes, ya que, de los 1500 ejemplares por título, hemos pasado a 750 ejemplares en el mejor de los casos (es preferible re-imprimir a comerse con patatas los excedentes).



Respecto a lo que salpica a los autores, hay que decir bastante... El abanico de autores que se dedican a los libros para niños ha aumentado considerablemente desde hace unos años, aunque también hay que apuntar a su carácter endogámico (es frecuente ver cómo bailan sus nombres de unas editoriales a otras). Esto denota la influencia que tienen estos grupos dentro del sector editorial y la poca participación que tienen las editoriales en la búsqueda de escritores y/o ilustradores noveles que amplíen el campo de visión en una LIJ que debería ser cada vez más diversa.
Está claro que la LIJ es secundaria, una mera afición para muchos profesionales (no sé cuánto de bueno o malo ha hecho la ósmosis por los libros para niños) y, teniendo en cuenta la imperiosa necesidad de engendrar un libro en unos pocos meses para hacer frente a la celeridad de las temporadas de novedades, tenemos gran cantidad de obras hechas ad hoc para un consumo rápido y de mala digestión.
No se puede vivir sólo de la literatura infantil a no ser que cuentes con un título superventas o un contrato vitalicio con un gigante editorial. Es por ello que no son pocos los autores que han decidido aparcar a un lado un mundo que, no sólo no presta la suficiente atención promocional a sus creaciones tras desinflarse como novedades, sino tampoco a la hora de remunerar económicamente un trabajo (Estamos hablando de adelantos cada vez más paupérrimos que rondan los 700-1000 euros... ¡Sería necesario publicar doce títulos a lo largo de un año natural para poder malvivir!) cuyos derechos de autor están desprotegidos por leyes cada vez más injustas. En este apartado también hay que destacar que ese pequeño porcentaje que cobra el autor (del 14% del precio sin I.V.A. como máximo), en el caso del álbum, hay que dividirlo entre escritor e ilustrador, lo que reduce todavía más la posibilidad de subsistir gracias a la Literatura Infantil.
Cambiando de sector, hay que llamar la atención sobre las distribuidoras, empresas que tienen mucho que ver en este lío... Las novedades se han convertido en una doble “necesidad”. Por un lado estos intermediarios (sobre todo los grandes) “recomiendan” a las casas editoriales cierta continuidad a la hora de publicar sus productos. Hay que estar en el candelero y seguir en esta carrera de fondo. Por otro, el mercado de novedades escalonado permite a los editores el cobro de sus porcentajes sobre las ventas de forma regular ya que muchas distribuidoras realizan sus pagos con demora (una media de 6 meses).


De aquí nos vamos a los mediadores de lectura... Instituciones y profesionales que tienen como objetivo ampliar el abanico de lecturas, se ven abrumados por la imposibilidad de manejar toda la información que les llega y ofrecen un servicio de promoción y orientación lectora bastante convulso. ¿Cómo es posible que en las selecciones anuales de libros, muchos blogs y revistas especializadas sólo se refieran a las novedades del último trimestre del año? Y aquellos que se publicaron en marzo, ¿dónde están? La responsabilidad de la crítica, de los especialistas y los medios de comunicación no es la de contribuir al enriquecimiento de la industria gracias al consumo rápido de productos caducos, sino de aupar los productos de buena calidad, se pergeñen estos el mes pasado o hace cincuenta años.
Otro daño colateral de la ingente cantidad de publicaciones sobre librerías y bibliotecas es, indiscutiblemente, la falta de espacio... Es difícil moverse entre las estanterías, unas que están atestadas de libros literalmente. Miles de volúmenes se agolpan en ellas y pierden su razón de ser dentro de un universo donde se las debería tratar como piezas relevantes. Es así como caen en el olvido títulos que se publicaron unos meses atrás. Así es como se vuelven invisibles libros maravillosos. Y es de esa forma como se expurgan los depósitos de archivos y bibliotecas para desterrar al cubo de la basura obras maravillosas de nuestro patrimonio cultural.
Todo esto, cómo no, redunda sobre los lectores, receptores últimos de un proceso bastante complejo que gesta unos libros que poco trascienden. Lo que debería traducirse en calidad, no es más que un espejismo, una suerte de coincidencias que tienen más que ver con altavoces y medios de comunicación, con modas pasajeras, con tipos de papel y formatos, con tipografías e ilustraciones efectistas, que con lo literario.
Allanar todo este escarpado relieve que se presenta ante la dulce pero amarga LIJ, no será nada fácil a menos que todos los implicados hagamos un poco de autocrítica, que seamos conscientes de nuestras capacidades y de la realidad que nos envuelve. Necesitamos reflexionar sobre qué Literatura Infantil queremos, sobre qué modelo es el más adecuado. Si no lo hacemos, probablemente, el que hoy vivimos, acabará por autofagocitarse, por engullir, no sólo a las empresas que de unos años a esta parte tanto bueno han traído, sino también a una parte de nuestro pensamiento, de nuestra cultura.
Por todas estas razones relacionadas con el mundo del libro infantil y algunas de carácter personal, aunque no abandone del todo el mercado de novedades, necesito regresar a los libros del ayer, unos que se masticaban despacio y que me permitían disfrutar. Reencontrarme con mi Literatura Infantil, a dejarme llevar por las cosas que me emocionan. Leer y soñar... Sencillamente, volver.


martes, 5 de abril de 2016

Las expectativas del álbum ilustrado español en el mercado global

Aprovechando que Bologna está atestada de editores, ilustradores, escritores, agencias de representación, distribuidores, impresores y un sinfín de profesionales más del mundo de la LIJ, y dado que me encantan los negocios (pero ojo, no quiero sufrir un paro cardíaco), me ha entrado la vena de valorar y desgranar las que, a mi juicio y conociendo un poco esta gran feria, son las expectativas del libro ilustrado español en los contextos europeo y mundial.


Antes de empezar, tenemos que distinguir dos tipos de editores. Aquellos que quieren vender los derechos de sus obras de producción propia a otras casas extranjeras (los más), y aquellos que intentan abrirse camino en otros mercados, una opción más difícil que supone encontrar distribución en esos lares e incluso personarse físicamente en ellos. A tenor de esta realidad y siempre bajo mi punto de vista, he de decir que encuentro la primera opción más plausible, no sólo porque supone menos coste (aunque menor volumen de ganancias a largo plazo y quedarse sin los derechos de las obras por la el tiempo que estipule el contrato), sino porque el mercado editorial infantil español todavía no es lo suficientemente potente como para hacerle frente a inversiones de esa índole, y el esfuerzo que supone puede caer en saco roto para proporcionar finalmente más desilusiones que alegrías. Sí, sí..., sé que hay firmas que están presentes en muchos países (véase Kalandraka), pero debemos ser críticos con nuestra propia realidad y ser conscientes de que no todos tienen su catálogo ni su volumen de ventas. Así que, ya digo, lo primero que yo haría sería introducir nuestros productos indirectamente (vender derechos y exportar libros), y después, irrumpir en otros mercados de una manera directa.
Una vez he hecho esta aclaración iré desgranando qué contextos exteriores, bajo mi lupa, pueden ser propicios para nuestros libros ilustrados. En primer lugar detengámonos en Europa... Dentro del panorama editorial europeo y de un modo casero (no todo es tan categórico, y se puede dar la existencia de más dependiendo de otros criterios), suelo distinguir seis entornos diferentes: el anglosajón, el germano, el nórdico, el centroeuropeo, el francés y el mediterráneo. Cada uno de ellos tienen sus características y peculiaridades y dependiendo del tipo de álbum ilustrado que pretendamos vender a las casas editoriales debemos de hacer unas consideraciones. A saber...


Lalalimola.

Ninguna casa editorial española ha sabido abrirse camino en el mercado anglosajón a pesar de las intentonas que se han llevado a cabo. Es un mercado difícil y muy cerrado, no sólo por las redes de distribución, sino por la elevada producción propia (entiendo que se apuesta por el producto nacional antes que por el extranjero), y una marcada tradición en cuanto a ilustración (prima el estilo “a-cartoon-ado”, uno que puede ser una gran baza para aquellas casas editoriales que cuenten en su catálogo con obras realizadas por ilustradores que sigan esta tendencia), el tipo de argumentos (cotidianos, generalmente) y un humor característico (lo mismo digo: si hay humor fino, los ingleses no se lo piensan). A pesar de esto, tampoco hay que cejar en el empeño, ya que últimamente están proliferando casas (véase Nobrow-Flying Eye Books) que hacen su apuesta desde otro punto de vista (más ecléctico y menos conservador), que se alejan de esa marcada tradición LIJ, y a través de las cuales se pueden hacer incursiones en lo que a co-edición y venta de derechos se refiere.





Más allá de los Pirineos tenemos al mercado francés (incluyendo el Benelux), que tras el inglés es el mercado editorial europeo más potente y en el que tienen gran cabida nuestras obras, no sólo por la historia y tradición cultural y artística que nos une, sino porque es un mercado muy amplio que da cabida a numerosas y variadas propuestas (a caballo entre el entorno mediterráneo y el anglosajón). Si además tenemos en cuenta que existen numerosas agencias que están aunando esfuerzos en intercambiar proyectos entre nuestra realidad y la suya, el éxito que algunos de nuestros ilustradores están cosechando allí (se me ocurre citar a Raúl Nieto-Guridi o Ana Pez), la potenciación del álbum ilustrado de autor, y el “afrancesamiento” que muchos de los libros independientes españoles (un proceso de mimetismo que comentaré algún día en este lugar) están alcanzando, puede suponer una buena baza ofrecer abiertamente a estas casa editoriales tanto co-ediciones, como la venta de derechos en la Francofonia.


Los terceros receptores de la obra ilustrada española son nuestros vecinos de entorno editorial: portugueses e italianos. Italia es un mercado bastante amplio, con muchas similitudes con el nuestro (aunque con una distribución más exigente en cuanto a requisitos se refiere y unas estrategias empresariales con más dobleces), y una tipología de obras con éxito parecida. No se olviden de distinguir entre el norte y sur de Italia (una sensible dicotomía). Portugal es un mercado más pequeño (no hay comparación en cuanto a extensión y volumen de ventas), más sano y nos comprendemos bastante bien en lo que a literatura e ilustración se refiere, por lo que no hay que descartar esta opción ya que nuestro país vecino puede constituir la puerta de entrada al mercado brasileño, bastante jugoso por cierto. Junto a Francia, las considero las dos mejores bazas para empezar a vender nuestros libros, tanto a nivel directo (sin necesidad de vender los derechos a terceros), como indirecto (creo que las coediciones pueden ser una idea que no desmerece nada).


Sobre los mercados germano, centroeuropeo y nórdico, algunas cosillas (Ea, son los que menos conozco...). Sus literaturas ilustradas son muy intensas en cuanto a mensaje se refiere (hay cierta gradación dependiendo de las zonas) y dejan a un lado el contenido artístico, más plano, laxo y parco. No obstante, hay que destacar el carácter apreturista que estos tres mercados están teniendo frente al resto de socios comunitarios (hay de todo: obras más sobrías o más coloristas), aunque la identificación de sus lectores con ellas sea más complicada. Eviten la venta de obras localistas y céntrense en las de carácter universal. Una mención aparte merece el mercado polaco y el balcánico, con los que parece que nos ponemos de acuerdo en ciertos casos (católico uno y Mediterráneo el otro). No los aparquen y sopesen las opciones.
También me gustaría dar unas pinceladas al resto de mercados mundiales (no me quiero extender uno por uno, pero si citar a los potenciales)...
En primer lugar tenemos el continente americano. Esta claro que todos los países de Centroamérica y Sudamérica son destinos maravillosos para nuestros libros. Chile, Argentina, Colombia, México y Panamá son los países clave en los que tienen cabida los albumes ilustrados españoles, no sólo por compartir la segunda lengua más hablada del mundo, sino por los lazos culturales y empresariales que hemos desarrollado desde hace siglos. Nuestra mirada artística y literaria se comprende y existen facilidades técnicas que pueden aupar, tanto la coedicion, como la exportación comercial de nuestros libros o su presencia en estos países a base de licitaciones gubernamentales. Como adenda añadiremos Brasil, el país de habla portuguesa que está al otro lado del charco y que, con una población enorme, puede ser un lugar excelente para nuestros álbumes (a través del éxito en Portugal o de manera directa en él).


En segundo lugar debemos tener en cuenta a Estados Unidos de Norteamérica. Es un mercado potentísimo, con un volumen de ventas enorme y en el que, a pesar de sus obras de corte imperialista y lineal (algo que empieza a romperse con editoriales como Chronicle Books), es bastante plural y aperturista. Si además tenemos en cuenta que, tanto Canadá (hablaremos seguidamente de este país), como EE.UU., albergan a la mayor comunidad hispanohablante en países de habla no hispana del mundo, debemos sopesar la venta de derechos, la coedición y la exportación a estos paises como un arma eficaz. Sobre la exportación les aviso que no es nada fácil (hay que echar mano de muchos intermediarios, transporte, impuestos, etc., pero no olviden que editoriales como Cuento de Luz, están teniendo un éxito pasmoso por allí). Sobre Canadá he de decir que existen dos mercados (ya saben de esas dos lenguas oficiales), por lo que es un país muy diverso en cuanto a gustos (mezcla el europeo con el norteamericano) y también se ve alguno que otro de nuestros libros por allí.



Aunque muchos detestan trabajar con países orientales como China o Vietnam (su caótica forma de trabajar, la poca seriedad, lo poco controlable de los procesos de producción, junto a las diferencias culturales, las hacen bastante indeseables para los negocios), me centraré en Japón, el que, a mi parecer, es el más occidentalizado. Son muchas las casas japonesas interesadas en importar nuestras creaciones literarias ilustradas. Conozco más de una publicada en el país nipón y con bastante éxito de por medio. No lo descarten ya que su mirada se acerca más a la nuestra (¿Acaso no ven próximos a Taro Gomi y Tupera Tupera?). Formas sencillas, colorido y humor y mensaje sutiles, son su santo y seña; además son bastante serios y no dan lugar a equívocos (que hay cada uno por ahí que telita...).


Para terminar este recorrido, me gustaría decirle a todos los editores españoles que se atrevan a mercadear con los derechos de reproducción de sus libros. Para hacer negocios en Bologna no creo que sea necesario gastarse un dineral en uno de los espacios que ofrece la feria a los editores (¡Qué sacacuartos!), sino investigar qué editores la visitarán, concertar citas con los que les interese con la debida antelación, adquirir la entrada, montarse en un avión, comprarse una barra de pan y una tripa de boloñesa, y tirar millas. No hay que dejarse abrumar, ni caer en la decepción o el desengaño. Nosotros lo valemos y nuestros libros, también.