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lunes, 29 de octubre de 2012

Novedades con parecido razonable (2)



Tras un fin de semana en la Córdoba española sufriendo sus tortuosas calles, que además de caóticas son automovilísticamente intransitables -¡un tráfico horrible!-, disfrutando de largos paseos y degustando todo tipo de tapas (destacando las clásicas de salmorejo, flamenquines, tortilla y croquetas), regreso con esta sección que me he sacado de la manga para comparar las novedades en el género del libro álbum con lo que a mi se me ocurra, que puede ser mucho… o poco.
En el día de hoy se me ha ocurrido buscar similitudes y diferencias entre El Bunyip, una de las obras de los australianos Ron Brooks y Jenny Wagner que Ekaré ha editado recientemente en nuestra lengua, y Frankenstein o El moderno Prometeo de Mary W. Shelley (si desean que cite alguna de sus variadas ediciones, les diré que me quedo con la de “Tus Libros” de Anaya).
Aunque podría parecer impensable que un álbum ilustrado se pareciese a una novela, El Bunyip deconstruye esta idea preformada en la mente de cualquier acérrimo profesor de Literatura. Basándose en las mismas dos premisas que la obra de Shelley, la búsqueda de la identidad y la necesidad de los iguales, esta obra para niños ahonda en el viaje interior de un animal, aparentemente único en la fauna australiana (siempre hay buenas excusas para instruir a los lectores en cuestiones zoológicas que no abundan en muchos libros… El pudding mágico y alguno más…), que necesita saber quién es.
Evidentemente ni qué decir tiene que un libro de escasas treinta y dos páginas no puede llegar nunca al entramado de posibilidades interpretativas y nivel de detalla que una de las obras cumbre de las letras universales, pero sí es, gracias al preciosismo de unas ilustraciones elaboradas a tinta y aguada, a cierta cadencia secuencial y cíclica de las escenas, y al ya consabido recurso de la retahíla y la repetitividad de los que se nutre la LIJ, un hermano pequeño del entrañable monstruo de Shelley en el que todos nos miramos cuando no nos comprendemos.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Celos


Cuando me percato de ciertas situaciones indeseadas, me pongo en plan católico y deseo redimir mis supuestos pecados. Tras un instante de recapacitación, le resto importancia y sigo a lo mío. Pese a ello, hay veces en las que me reconcome cierta culpa, véase el caso de la envidia. No me gusta ser envidioso. Si por un instante, pienso que tengo todo lo que necesito para ser feliz y que, para más suerte, lo soy, ¿qué coño envidio yo? El primer motivo es que soy humano, en absoluto perfecto, así que estoy en mi plena potestad de sentirme como tal. El segundo ítem es el que más me jode: el motivo que hace aflorar esa envidia… Nunca he deseado bienes materiales, me la sudan, desde los coches hasta las chaquetas de piel, pasando por los bienes inmuebles o las cenas de alto copete. Lo que si me ha dado ciertas envidias son los bienes sentimentales, por otro lado, los más preciados, los que suponen esa “envidia sana”, que de sana, poco.
A veces, esta envidia se ha traducido en celos, que bien pensado, es algo lógico. La mayor parte de las veces se cree que los celos son un sentimiento sólo apto para amantes, parejas y otras milongas, lo que es erróneo, ya que nadie, sea cual sea nuestra situación sentimental, estamos exentos de tener celos de un hermano, una amiga, un pariente lejano o del vecino del séptimo. Tampoco sabría decir si los celos son negativos o positivos…, grandes hitos de la historia mundial se han debido a los celos, son ellos los que han terminado por quebrar los más frágiles corazones, y por ellos se ha terminado con cientos de vidas, así que, cada cual ha de elegir la respuesta más conveniente.
Para hablar de celos, Ron Brooks y Jenny Wagner, crearon el álbum-ilustrado titulado Óscar y la gata de medianoche. El formato no es muy innovador y las ilustraciones son de línea clásica, recordando al trazo utilizado por Maurice Sendak. Lo verdaderamente novedoso es el tema. Expuesto de manera abierta y sencilla, Ron Brooks se decide a contar una historia de celos entre dos animales, donde, como siempre, el mediador entre ambos es quién sufre las consecuencias. Sin pretensiones: una pequeña lección.