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viernes, 31 de enero de 2020

Los últimos peldaños de enero



Decimos adiós a un enero que se ha hecho demasiado cuesta arriba. No sé qué ha pasado, pero muchos coincidimos en la misma impresión. Por Gloria, porque no tenemos ni un duro o porque todo se está saliendo de madre (cada vez entiendo menos a esta España cainita y miserable).
El caso es que ha costado terminar el mes. Incluso mis alumnos, cuyas preocupaciones son de otra índole, estaban hasta las narices. Que si exámenes, que si mire usted, o que la evaluación está a la vuelta de la esquina. Ni ellos ni yo sabemos quiénes han decidido jodernos de tal manera, pero el caso es que no se me ocurre mejor forma de sintetizar sus intereses y los míos que escalar peldaño a peldaño en los versos de Unamuno, el grande.

Ay primera escalerita
de olvidar lo que hay que sé,
tras de ti vienen los grillos
que nos atan al saber,
y la hoz tras de los grillos,
que ciega ciencia a cercén.
¡Ay terrible abecedario!
¡Ay potro de la niñez!,
en el zigzag de la zeda,
rayo de raya al través,
se acabó su santo oficio
y con ella el abecé.

Miguel de Unamuno
A.B.C.
Ilustraciones de Artur Heras.
2009. Vigo: Kalandraka.


miércoles, 26 de agosto de 2009

Palabras mágicas en la "Selección Poética de Miguel de Unamuno"


La extraordinaria poesía infantil de Miguel de Unamuno (1864-1936), crea un mundo didáctico, con un interesante juego de ideas, palabras, letras, más el encuentro con la naturaleza. En la obra El grillo asierra la siesta, en los versos se halla la sonoridad por esa continua onomatopeya, los usos de las “rr”, permite ver al grillo emocionarse prolongando su pertinaz canto; por otro lado, la letra “ll”, no se quedaría apartada en los leves rasgos que intenta espigar y emerger en el laberinto de las fúlgidas ideas. El juego de estas letras “rr” y “ll” se dirigen a observar sus pasos reiterativos, la una, se arrastra entre tarea y tarea, y no deja de ser la que “asierra”; pero las otras, agigantadas, imponen sus nombres “pillo”, “pillín”. Los adjetivos no descansan, se pasan animando dudas: entre poco, mucho, oscuro, puro y crean su primer epíteto “sol puro”; un sol que en todo su resplandor no ha perdido la cordura sigue siendo sencilla y cristalina. Todo el texto es un conjunto, se encuentra animado por sustantivos, adjetivos, verbos y otras palabras variables e invariables. Con “su cri cri cri aserrín/aserrán” una línea de ritmos y figuras; el grillo reitera su alegría y mediante el encabalgamiento, la producción del remedo, no cesa de ser ese sonido en movimiento. En el poema, el autor ha personificado al grillo dejándolo en un ambiente cálido. Miguel de Unamuno se aparta de las palabras turbulentas, y deja en su mágica antología de poemas que fluyan las ideas hasta convertirse en un lector apasionado.

Autor de la reseña: Pablo Rafael Idrovo Recalde. Quito (Ecuador).

miércoles, 4 de junio de 2008

La ignorancia...


Hace un mísero momento me he dado cuenta de mi ignorancia (que ya es bastante castigo en sí misma)…
¿Y yo pretendo enseñar a otros el placer que encierran los libros? Yo, que tan siquiera he leído clásicos de la talla de El libro de las tierras vírgenes de Ruyard Kipling o Niebla del maestro Unamuno, no puedo ser maestro de aquellos que no han encontrado el encanto que encierra el paso de una página o el tacto de la celulosa (esta última preferiblemente repleta de letra impresa y no enrollada y lista para usar ante cualquier emergencia de tipo intestinal)… Aunque también es cierto, como bien dice Ana María Machado, que maestro no es el que siempre enseña, sino el que de repente, aprende.
Y como un servidor ha aprendido de su propio error, intentaré redimirlo (no como mis pecados, que son meras circunstancias, sino como mis carencias, necesidades salvables del naufragio): pondré manos a la obra, acudiré a una biblioteca y, haciendo valer mi derecho a eso tan poco apreciado denominado “cultura”, leeré. Leeré gustoso, tranquilo y a buen ritmo, como deben llevarse a cabo todas las necesidades naturales del Hombre (y cuando digo todas, me refiero a todas).
Siempre me ha apetecido leer el Libro de la Selva de Kipling, y no sólo porque cuando contaba poca edad, los creativos de Disney bombardearan mi cerebro con tan desvirtuada versión cinematográfica de dicha obra, sino porque los biólogos (incluida Ana Obregón) sentimos verdadera pasión por las descripciones paisajísticas, la fauna exótica (esta premisa depende de la procedencia del biólogo-lector) y las aventuras de toda índole.

Elegir de la obra de Unamuno para ocupar el último resquicio que queda libre en mi mesa se debe, simple y llanamente, al placer y la curiosidad, dos apartados con gran volumen en mi persona…
¡Se me olvidaba! Hay otra razón por la que quiero leer ambos títulos: darle alguna utilidad a esos lugares conocidos como bibliotecas, esas salas atestadas de estantes y baldas, donde duermen miles de volúmenes, aburridos de tanto “cultureta” de baja estofa venido a más que sólo acoge en préstamo a aquellos que hacen gala de la nueva-cultura-de-masas-elitista-y-de-claro-espíritu-políticamente-correcto. ¿Por qué será que, cada vez que imagino una biblioteca, viene a mi mente la escena descrita por Jonathan Swift en La guerra de los libros? Creo que es debido a que, la última razón que me invita a leer estos dos títulos, es la de que la lectura de los clásicos cimienta toda la lectura y, de manera osmótica, el resto de nuestra cultura.
Creo que son buenas razones, o por lo menos, buenas excusas para alimentar mi mente, ávida de nuevas sensaciones.