viernes, 30 de septiembre de 2022

Deseos incumplidos


De entre todos los caprichos que me he concedido este verano, los que menos he disfrutado han sido los helados. Con esto de mantenerse esbelto y lucir lo mejor posible ante posibles pretendientes y compañeros desahuciados, empiezo a privarme de muchas cosas que me hacen feliz. Hay que solucionar tanta tontería y dejarse llevar por la gula y el disfrute, no sea que se derritan y se esfume el deseo. De este fin de semana no pasa que me zampe una buena porción de helado de turrón, mi favorito junto al de limón. Y si es con los pies rebozados de arena, mucho mejor.



-Vamos a hablar pronto,
antes de que me derrita.
¡Me gustas, cangrejo ermitaño!
¿Te gusta a ti la vainilla?

-Me encanta, me vuelve loco.
Creo que me la comeré toda.
Y si me da por engordar mucho
prepararé el pasaporte,
las maletas
y me iré a vivir al cucurucho.

-¡Mmmmmmm, estás más rico que la fresa,
el chocolate o el mango!
Sin duda soy muy afortunado:
¡salgo un rato a pasear
y se enamora de mí un helado!

-Pues empieza a chuparme ya
que este sol no perdona,
y si no me comes tú enseguida
lo hará la arena tragona.

José María Mayorga.
Helado x Cangrejo ermitaño.
En: Bichos, amor y cosas.
Ilustraciones de Iván Solbes.
2019. Madrid: Nuevo Nueve.


miércoles, 28 de septiembre de 2022

Madrastras, ¿víctimas o verdugos?


La madre de mi abuela se quedó viuda con cinco hijos y nunca quiso casarse en segundas nupcias. Prefirió ponerse a trabajar como una negra para sacar adelante a la prole, en vez de gobernarse un nuevo marido con el que mantenerse telenda. Sabía muy bien lo que hacía, pues es mejor quedarse pobre pero viva, que buscarse una mortaja buscando un duro. No solo para ella, sino también para sus hijos. Que ella ya había tenido padrastro.
Y no es que todos los padres postizos sean malos. Solo hay que tener un poco de psicología humana y saber algo de biología reproductiva para entender de qué iba el tema en la España de entonces.


Según la teoría general de sistemas, todos sistemas biológicos, incluidos los seres vivos (especies o individuos, ¿qué más da?), tienden a transmitir su información, tanto la contenida en los genes, como la que no (comportamientos), hacia lo futurible. Sean instintivos o no, muchos de nuestros actos están condicionados por el éxito. Y pregunto: ¿qué mayor éxito que sean nuestros propios hijos y no los de otro, quienes trasciendan en el tiempo? He ahí el quid de la cuestión.


Quizá hoy día veamos esto como un atraso, pues el mundo ha cambiado, pero en una época con circunstancias diferentes, cabría esperar que madrastras y padrastros putearan a quienes no fuesen sus hijos. A menos que no tuvieran prole propia o que les sobraran recursos, los hijos del otro pasaban las de Caín. Mulos de carga, mal vestidos, hambrientos, y apaleados. Así era la vida, incluso para los churumbeles biológicos, que en aquel entonces había muchos, no eran tan deseados y la pobreza campaba a sus anchas.


Si esto es así, ¿por qué, teniendo poderío y ningún vástago al que proveer de atenciones, la madrastra de Blancanieves se quiere cargar a la nena? Seguramente habrán leído las explicaciones que psicólogos como Sheldon o Bettleheim han dado sobre el tema, pero hoy le llega el turno a Beatrice Alemagna.
Y es que en su Adiós, Blancanieves, un álbum de gran formato y recién publicado por la editorial Combel, la autora boloñesa toma como referencia la versión primigenia de este cuento clásico recopilado y reescrito por los hermanos Grimm.


Es una buena oportunidad para saber que en la narración original Blancanieves despierta de su sueño debido a un tropiezo y se casa con el príncipe, mientras la madrastra es castigada a danzar sobre unos zapatos de hierro al rojo vivo durante la boda. Y también es la mejor manera para internarse en senderos oscuros que, allende lo literal, discurren por múltiples conflictos ajenos y personales.


En esta ocasión, la figura de la madrastra eclipsa por completo a Blancanieves, la eterna víctima que siempre termina triunfando en la versión clásica. Así se nos presenta una nueva visión, desde el otro lado, el de los celos, la envidia, la vejez, la venganza. Esa representación del mal que se ve auspiciada por emociones básicas que todos hemos experimentado alguna vez, que la relanzan a lo humano y dejan entrever una serie de flaquezas nada ajenas en esta antagonista de cuento.


Un texto en primera persona (¿Acaso pretende ponernos en su pellejo? ¿Acaso sus vidas discurren paralelas?) que se intercala con secuencias de ilustraciones desbordadas sobre la doble página, se entremezclan para crear un discurso inquietante en el que se pueden encontrar muchos matices. Los del sempiterno rosa neón de la Alemagna, los de la negrura del bosque o la terrible melena de Blancanieves, los de tonos ardientes y enfurecidos, los ocres y su dolor, el rojo y la venganza. Un sinfín de reflejos que ensalzan un libro lleno de guiños a Francisco de Goya, Gustav Klimt o la arquitectura clásica desde el expresionismo más sonoro.
Un libro oscuro dedicado a las mujeres y su propia lucha intergeneracional, a las debacles interiores y la tristeza que emana de ellas.

lunes, 26 de septiembre de 2022

Un nuevo camino


Empieza el decimoquinto curso al frente de este espacio de libros infantiles, miserias humanas y monstruosidades varias. Si pensaban que les iba a dar tregua este 2022-2023, estaban equivocados. Nada me gusta más que lacerarles con mis observaciones inútiles, conclusiones sacadas de contexto e ideas marítimas. Y este curso, más que nunca.


La cosa promete. Una incipiente crisis energética, especulación con las materias primas, inflación por la estratosfera, guerras que no son guerras, pugnas de poder, destrucción masiva de puestos de trabajo, ismos para lobotomizarnos a todos, una “plandemia” desinflada, y agendas 20-30 que van a hacer las delicias de este lector.
También tocan aires de cambio… Entre viaje y viaje estival, he estado releyendo algunas entradas de los últimos cinco años y la verdad que no me he reconocido mucho. Creo que he sido bastante correcto y no lo suficientemente lapidario. Hay mucho gilipollas al que le he dado tregua, libros que no valían una mierda, editores que se han comportado como auténticos mafiosos y debates dignos del vómito. Ha llegado la hora.
Para terminar de rizar el rizo les hago saber que me hallo rodeado por adultos despreciables en mi nuevo puesto de trabajo. La guinda de un pastel con el que más de uno se va a atragantar cuando me lea: vuelve el Román más displicente.


Le dije al patrón de España que iba a ser mucho más condescendiente este curso, que no me dejaría llevar por mis bajezas, que intentaría entender a otros pecadores y que evitaría cagarme en todo lo que se menea… Pero no, los tiros no van a ir por ahí. Será que enuncio mis plegarias malamente o que el destino me depara algo con más enjundia, pero el caso es que no me dejan ser bueno. Y mira que yo quiero… Pero no… Imposible.
Eso sí: nada de regodearse con lo que he dejado atrás. Hay que ceñirse al presente, buscar nuevas ideas con las que aprender, cultivar otras miradas, y experimentar la vida que se nos va. Me parecería una pérdida de tiempo abrir viejas carpetas, retomar rencillas infructuosas o temáticas espiraladas.


Que corra el aire. Como en El oso y el murmullo del viento, el álbum de Marianne Dubuc con la que doy el pistoletazo de salida a una nueva temporada de reseñas. Publicado por editorial Juventud la primavera pasada, es una historia ideal para cualquier principio y otros puntos de partida. En ella, un oso siente que su vida está algo estancada. Que a pesar de tener buenos amigos, su sillón y su tarta de fresa, ha llegado el momento de marcharse, de dar un giro a su vida, de probar cosas nuevas. El sillón ya no es tan cómodo ni la tarta sabe tan bien. Es así como decide emprender un viaje tras un murmullo de cambio que le trae el viento.


Con la siempre sutil mirada de la autora canadiense, descubrimos que el periplo de oso podría asemejarse al de cualquier otro. La búsqueda de uno mismo, de lugares en los que ser y estar casen a la perfección, de los miedos y las dudas que nos asaltan en mitad del camino, de cualquier atisbo de incertidumbre que nos hace replantearnos una y otra vez si hemos hecho lo correcto, o de lo difícil que es abandonar nuestra zona de confort.
Les invito a que lo lean, a que se miren en él, a que se pregunten si alguna vez se han sentido como este oso, a si tomarían su ejemplo, a si lo volverían a hacer. Yo lo tengo claro. Repetiría una y mil veces. El viento siempre acierta con sus susurros.