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viernes, 7 de enero de 2022

Un ejercicio reflexivo sobre "la vacuna" (Segunda parte)


Si en la primera parte de este ejercicio reflexivo sobre la vacuna les hablé de qué era una vacuna, cuáles eran los procedimientos para producir los dos tipos de vacunas frente al COVID-19, sus pros y contras, en esta segunda parte, teniendo en cuenta que ha pasado un año desde que se empezaron a administrar las primeras dosis y hemos podido ver sus efectos, toca reflexionar sobre diversas cuestiones.
Todos sabíamos que iba a llegar el invierno y que el virus nos sorprendería con una nueva cepa o variante (los virus nunca permanecen inmutables ya que van cambiando su material genético conforme se transmiten de un hospedador a otro). Así ha sido con Ómicron.


Según los datos que han proporcionado algunos países como Sudáfrica, Inglaterra o Estados Unidos en lo que se refiere a número de fallecidos y hospitalizados en UCI por edades y estatus de vacunación (el nuestro sigue controlando todos los datos pero no los ofrece a la ciudadanía), podemos decir que las vacunas, independientemente de su origen, han sido efectivas en lo que se refiere a prevención de los riesgos. No obstante, y refiriéndonos a este parámetro, cabe destacar que no todas las vacunas (Pfizer, Moderna, AstraZeneca o Janssen) tienen el mismo grado de efectividad, es decir, algunos se podrían haber vacunado con agua del grifo, que los efectos hubieran sido parecidos, algo de lo que ya nos habían avisado artículos científicos como ESTE y ESTE OTRO.
También hay que hablar de otro parámetro en una vacuna, lo que se conoce como prevención del contagio o esterilización. En todos los casos ha sido bastante pobre (es algo que también pasa con vacunas de otras enfermedades, las llamadas vacunas no esterilizantes). Teniendo en cuenta que más del 90% de la población española está vacunada con la pauta completa, es un dato casi obsceno que llevemos más de 700.000 contagios de la variante Ómicron en unas semanas, cuando las autoridades sanitarias nos habían vendido otra moto para que arrimáramos el hombro.
Por otro lado también debemos considerar los efectos secundarios de las vacunas, entre los que destacan los desajustes y dolores menstruales o la aparición de cardiopatías como la miocarditis. Aunque se piensa que pueden producir o agravar enfermedades preexistentes, todavía no hay suficientes evidencias científicas de ello (tranquilos, irán saliendo, como todo) y las pocas que hay se encuentran en revistas científicas de acceso restringido por lo que no os puedo enlazar ninguno (nenes, la ciencia tampoco es gratuita). 


“¿Para qué me he vacunado entonces?” Si tienes más de 67 años y la idea era la de minimizar los efectos de la enfermedad y no ser intubado, seguramente lo has conseguido. Si tienes 25, te has contagiado y has sufrido un pequeño catarro-gripe esta navidad, lo más probable es que con vacuna o sin ella, hayas tenido la misma sintomatología, algo que se venía apuntando desde que todo esto comenzó (que no me invento nada). Quizá te hayas salvado de algo más, pero eso es como el cuento de la lechera: que nos quedamos con las ganas de saberlo.
“Pero Román, si no nos hubiéramos vacunado, hubieran muerto muchos más viejecitos…” Y yo respondo que probablemente NO. Teniendo en cuenta la situación de estas fiestas, con las vacunas no hemos evitado el contagio colectivo, que era lo que nos vendían desde los púlpitos gubernamentales. Con la vacuna hemos minimizado las consecuencias a nivel individual. La vacuna nos "protege", (si es que un teenager sin riesgo ha estado alguna vez indefenso frente a este virus... NOTA: Estaría bien contrastar el efecto que ha tenido el virus en jóvenes antes y después de la vacuna), pero seguimos contagiando a tus abuelos, los ancianos que toman el sol en el parque, o la vecina octogenaria de turno. 


“Entonces, ¿para qué una (dos o tres) dosis de refuerzo?” A mi modo de ver las cosas y si existieran vacunas esterilizantes y sin riesgos (esperemos que las de segunda o tercera generación lo sean), deberían ponérselas las personas de riesgo (mayores de 60 años, patologías previas o inmunodeprimidos) y/o personas de ese mismo rango de edad que hayan sido vacunados previamente con vacunas de poca efectividad. Esto es algo que ya sucede todos los años con retrovirus como el de la gripe, una enfermedad de la que, ni yo ni montones de personas coherentes nos hemos vacunado en la vida. 
Es decir, ni mis alumnos, ni mis amigos, ni yo, necesitaríamos una tercera/cuarta/enésima dosis de esta vacuna (si es que alguna vez necesitamos la primera), ni mucho menos si hemos pillado el bicho, cuestión a la que ya están apuntando reputados inmunólogos como Alfredo Corell (la inmunidad natural es lo mejor). 
De hecho me alegro de que Papá Noel nos trajese a Ómicron y hacernos pensar a más de uno sobre la supuesta "necesidad" de enchufarnos otra dosis. Auguro que muchos, viendo lo visto, se van a ir quitando ese vicio insano de prestar su hombro para inyectarse cualquier cosa. Que luego decimos de los heroinómanos...


“¿Que ahora eres antivacunas?” Jamás he dicho eso. Le debemos mucho a las vacunas, sobre todo a las que son efectivas frente al contagio. Pero entiendo que en casos como este, en que los contagios van a más, mucha gente opte por no vacunarse, máxime teniendo en cuenta que no están perjudicando a nadie excepto a sí mismos (eso en el caso de que pillen el virus y tengan síntomas graves), ya que tanto los vacunados, como los no vacunados se contagian por igual. 
Parece que inyectarnos vacunas a troche y moche es la solución, pero nadie ha hablado de hacer inmunoensayos de anticuerpos (hay montones de personas que no saben que han pasado la enfermedad y otras que la han pasado y tienen anticuerpos para parar un camión), ni se han desarrollado protocolos de recomendación y exención vacunal.
Esa persecución que desde los gobiernos y los medios de comunicación de masas se está haciendo sobre estos ciudadanos, responde más a la incomodidad y el debate que generan sobre el poder y sus tretas, que sobre el impacto negativo que su decisión está teniendo en la salud pública (si quieren acabar en la UCI, ellos verán, que para eso pagan impuestos). Como ya explicó estupendamente Juan Manuel de Prada en este artículo, son los chivos expiatorios de la nueva religión pandémica. Y sigo con otro punto.


“¿Estás a favor de que los niños se vacunen?” Mi NO vuelve aquí. Un niño y un adolescente sanos tienen más probabilidades de morir por un accidente, una leucemia o suicidio que por las complicaciones derivadas del COVID-19. Y me dirán “Claro, como tú no tienes hijos...” Y yo les contesto: Ni quiero, solo les planteo un punto de vista desde la lógica y las evidencias. No encuentro necesidad alguna para este tipo de vacunas en niños sanos, incluso, y a pesar de mis reticencias con algunas vacunas infantiles, entiendo que se vacune antes a un niño de la Varicela-Zoster o el sarampión, que del coronavirus (el llamado "COVID-persistente" a estas edades presenta un porcentaje bajísimo, entre 2 y 4% del total de afectados y de estos, una gran proporción logrará recuperarse). 
Y para terminar con este tema y a modo de curiosidad, quiero decir que algunas de las razones que me han esgrimido los padres de niños vacunados no tienen nada que ver con la salud pública, sino más bien con el miedo infundado, la ignorancia, el postureo social y la falsa responsabilidad, psicosis y paranoia, el hiper-paternalismo, y la presión gubernamental y médica. Algo parecido sucedió con la vacunación de los adolescentes a la que se suma otra razón, la de “Me han vacunado. Soy mayor y esto es muy guay”.


“Pero hay que hacer algo, Román…, o si no esto se cronificará en el tiempo.” Desde el momento que un nuevo virus hace aparición, se abre camino inexorablemente entre la población humana. Eso es así. La gripe, el VIH y ahora el COVID-19 han venido para quedarse y la opción más plausible es aprender a convivir con ellos mediante la prevención (vacunas reales en el caso de personas con riesgo o mascarilla en interiores) y el desarrollo de terapias y medicamentos que minimicen el impacto sobre nuestra vida, como ha pasado con otros virus y sus enfermedades derivadas. Todo esto es lo que el mundo de la medicina debería estar gritando a voces y no abogar por la dejadez de funciones en la atención primaria ni el silencio en los medios de comunicación, que son el peor aliado de esta alarma social.
Lo que no tiene nada que ver con la salud pública es que los gobiernos, las farmacéuticas y otros grupos de poder aboguen por la cronificación de circunstancias colaterales que les favorecen, como son el negocio de las vacunas, el miedo social, el paternalismo de estado, la manipulación mediática, la restricción de libertades o las cortinas de humo, algo a lo que debemos ponerle fin YA (a menos que se saquen de algún laboratorio otro virus, que todo es posible...).


Y con esto y un bizcocho, la pandemia ha terminado para mí. Creo que ya está bien. Debo pasar página y vivir como me apetezca. La vida siempre es arriesgada, con COVID-19 o sin él, pero nunca debe ser inapetente o aterradora. Ustedes verán lo que hacen. Por el momento, yo tengo la firme intención de no hablar más de este bicho ni de sus cuitas. ¡Un abrazo!

miércoles, 5 de enero de 2022

Convivir con el virus


Queridos Reyes Magos:

Después de siete días encerrado, me he decidido a escribiros para pediros un poco de ayuda con la que poner algo de cordura a esta pandemia que se nos está yendo de las manos.
No sé qué pensaréis vosotros, pero yo tengo muy claro que el virus ha venido para quedarse y que, o aprendemos a convivir con él, o nos vamos a ver muy mal. Es incomprensible que teniendo en cuenta la sintomatología de la nueva variante del virus (un regalo de la naturaleza), la gente haya preferido quedarse encerrada en su casa aludiendo ingentes cantidades de miedo navideño o se pase el día haciendo cola en el centro de salud para colapsar el sistema sanitario a base de enfermos asintomáticos. Ni en los peores momentos de la pandemia había visto tanta incongruencia.


Gente que ha hecho caso omiso de todas las recomendaciones desde que empezó la pandemia, está completamente anulada, noqueada. ¿Cómo es posible? Empezamos a barajar irnos de vacaciones o no por miedo a las restricciones. Dudamos sobre contratar personal asistencial en nuestros hogares. Necesitamos hacernos 2 test de antígenos al cabo del día. Nos planteamos celebrar reuniones con nuestras familias y amigos porque alguno de ellos ha estado en contacto con el virus. Y para colmo, cuando dices que eres positivo, la gente te trata como si tuvieras una enfermedad terminal. En fin… yo sólo os pido un poco de sentido común.


Supongo que habréis visto lo mal que está la democracia por toda Europa (mira que V de Alan Moore nos venía avisando desde hace décadas, pero nada… no hay manera). Sinceramente, lo que más me preocupa, es que se utilice el cariz sanitario de todo esto para dar rienda suelta a un descontrol como el que padecemos.
Por todo ello, me gustaría que trajeseis mucha valentía a médicos, enfermeros y auxiliares para que comiencen a lanzar mensajes de tranquilidad y sembrar una convivencia armónica con el virus. Que se dejen de tanta EPI y protocolo, que atiendan con normalidad a los pacientes, que no descuiden intervenciones quirúrgicas u otras patologías, que manden a los hipocondriacos y absurdos a su p*** casa, que no permitan que se degrade su imagen en los medios de comunicación (¿os acordáis de que los tacharon de irresponsables por celebrar la Navidad con sus compañeros?) y, sobre todo, que no permitan que los políticos utilicen la sanidad para sus fines y la dirijan al precipicio. Son los únicos que pueden cambiar esa atmósfera terrorífica y asfixiante que se está apoderando de nosotros.


Y si no podéis hacerlo por arte de magia (cada vez hace falta más) a ver si podéis dejar caer en sus calcetines un librito de Sophie Gilmore que lleva por título Pequeña Doctora y la bestia sin miedo y que acaba de publicar la editorial Galimatazo. Es un librito agradable, que habla sobre el empeño de una médico por curar a un gran cocodrilo que se resiste a cualquier tipo de examen o tratamiento. Al final, el empeño y la perseverancia tendrán su recompensa y logrará “curar” su dolencia.
Tranquilo y desde la dulzura de unas ilustraciones con bonitas composiciones, contemplamos el triunfo de la pequeña sanitaria, un ejemplo a seguir para todos aquellos que son llamados por la vocación médica.
¡Ah! Y si pasáis por casa de la traductora, preguntadle por qué se ha empeñado en usar “doctora” con lo bonita que es la palabra “médico”.


Y poco más… Espero que la noche os sea liviana. Un abrazo,

Román

P.D.: Este año, en vez de anís, os he dejado un orujo de fresas bien rico que hice la primavera pasada para que os salga la alegría por las orejas.

martes, 9 de febrero de 2021

Médicos o cómo abandonar al ciudadano


Bienaventurados los que echen mano del médico de cabecera porque irán directos al reino de los cielos. No es para menos teniendo en cuenta cómo está la atención primaria en estos momentos. ¿Que han privatizado los servicios? ¿Que no tienen medios? ¿Que están desbordados?... ¡Pero qué pijo! ¡Muchos se están rascando el fandango! Y les aviso que nos quedan unos cuantos años de esta guisa. Así que Dios les pille confesados que yo me quedo en el limbo.


No hay manera de que te vean presencialmente, y si te ven, con mala cara -por joderles almuerzo y zambra-. Paradojas de la nueva realidad. El estrés postraumático, la coartada perfecta (anda que no hay bajas…). La consulta telefónica, el chollo de sus vidas. Y mientras media España engorda las colas del paro, ellos te cantan esa de “Es una la-ta el trabajar...”


Bendita pandemia que a más de uno le ha abierto los ojos. Ellos, que vivían embobados con los matasanos, tan buenos y tan sabios. “Querido Papá Noel, esta navidad quiero un médico” escribían algunas criaturas “de esos solidarios y suavones, que le cuelgue el fonendoscopio del pescuezo y haga cantidad de crossfit…” ¿Y ahora esto? Si es que no hay vergüenza: jugando con nuestras ilusiones.


Mucho código deontológico, mucho juramento hipocrático y mucho vacilar de EPI en las redes sociales, pero a la hora de la verdad, la vocación se les ha ido por el sumidero (si es que alguna vez la tuvieron). A ver, para que yo me aclare... Si en una situación sanitaria sin precedentes quienes tienen que cribar a los enfermos y evitar la saturación de los hospitales, no lo hacen, ¿entonces quién? ¿los reponedores de los supermercados?... Que sí, que son más susceptibles de contagio y que el miedo es gratis, pero ¿qué se creían que era practicar la medicina? Camareros, limpiadoras, dependientes, maestros… todo quisqui jugándose el pellejo (si es que nos queda algo con tanto gel hidroalcohólico) y ellos, "héroes", ¿acojonados? FLI-PO. Menos mal que internistas, neumólogos, cardiólogos, enfermeros de UCI, de urgencias, y otros sanitarios están dando el callo en los hospitales, porque si no, en vez de palmas, llovían ostias.


Siento generalizar (que también los hay muy profesionales), pero mi experiencia ha sido nefasta y no me da ningún reparo alzar la voz y decir que la sensación que cunde entre la gente es la dejación de funciones por parte de estos sanitarios. Muchos queremos que nos atiendan dignamente y no sucede así desde hace meses. Lo peor de todo es que los que actúan de esa manera desprestigian a todo un colectivo y se dedican a boicotear la sanidad (sobre todo pública, que es a la que pertenezco). El que quiera crédito que se lo gane. Como Oso, un tipo con mucha entrega que hace lo imposible por curar a Tigre, su mejor amigo. Lo lleva a casa, lo venda y lo mima. Viendo que esto no da resultado, lo lleva al hospital para que le hagan todas las pruebas oportunas y lo traten como es debido.


Este es el argumento de Yo te curaré, dijo el pequeño oso, uno de los libros más conocidos de esta serie de Janosch (editorial Loqueleo), que era necesario traer aquí para hablar de medicina y vocación. Una historia llena de sinsentido pero de excepcional ternura que, lejos de dejarte un amargo sabor de boca, rezuma calidad humana y mucho humor, dos premisas que siempre deberían primar en todos aquellos que se dediquen al universo sanitario.
Perdonamos que en el menú no haya trucha saltarina con salsa de almendras y pan rallado, pero al menos, que haya buena voluntad. Y que se note.