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martes, 8 de marzo de 2016

Deseos hechos quimeras



A la quimérica Alejandra.

La vida está llena de quimeras, y no precisamente de esas criaturas mitológicas que habitaban en las mentes de los antiguos griegos, sino de otras más modernas pero igualmente peligrosas.
La naturaleza quimérica del hombre, la intelectual, no la física (aunque no sé muy bien que pensar..., que a más de uno/a le ha dado por ponerse el morro de un pato) nos lleva por el camino de la amargura, un poquito de cabeza... Unas veces pillamos lo que nos gusta de aquí, otras, un poquito de allí, lo vamos metiendo en el vaso mezclador y, con un poco de ritmo, nos sacamos una nueva idea de la manga de lo que debería ser y que nunca es. Así pasa, que vivimos un tanto confusos entre nuestra forma de actuar y pensar, una dicotomía que hace las alegrías y penas de esta especie razonada (que a ver quien es el guapo que logra encasillarse...).


El resultado unas veces nos llena de esperanza y otras nos asola de decepción, pero está claro que ante tanta impertinencia del yugo mundano, un servidor opta por la salida más fácil. Y para ilustrar, desgrano un caso cotidiano, la elección de pareja . El otro día me decía J., treintañera de buen ver, con bastante guasa, socialmente comprometida y mu' trabajadora (N.B.: Para más señas, pídanlas), que necesita un hombre hecho a su medida: amable, guarrindongo, graciosete, cultureta, canalla, educado, vegano (¡Qué plaga!), guapetón, aseado, currante y que la trate como a una reina. Yo le dije “O te esperas sentada, o lo pides por encargo”. Ella resopló (¿o fue un bufido?) y siguió con el desencanto. A lo que yo le contesté que en vez de ponerse trascendental debería coger un serrucho e ir juntando cachos; la fórmula más plausible de maravillarse con tan anhelado macho. Nos reímos mucho y el resto, como todo lo inútil, se esfumó en el aire.


En esas me hallaba cuando caí en la cuenta de que este argumento a caballo entre las utopías, los deseos, la creación, el juego de la vida y las quimeras se ha usado con cierta frecuencia en la Literatura (no se olviden de Mary W. Shelley y su famosa criatura) y en bastantes libros ilustrados. Es por ello que hoy les traigo dos de ellos de reciente hornada. Operación Frankenstein de Fermín Solís y editado por Narval, y Un regalo para Nino de Lilith Moscon y Francesco Chiacchio, publicado por A buen paso. Aunque los dos beben de este espíritu quimérico y tienen una línea ilustrativa parecida (aunque diferente perspectiva), son muy diferentes. Mientras que el primero se podría catalogar como una simpática secuela del clásico de Shelley adaptado a un contexto infantil y sin tanta mira discursiva, el segundo se parece más a los cuentos de hadas tradicionales (quiso recordarme a la Pulgarcita de Andersen y a los cuentos populares rusos, no sólo en la estructura, sino también en la forma) en los que los “donantes” (Propp dixit), desde la sombra, echan un cable al protagonista para hacer realidad su sueño.


Aunque ambos libros tratan desde una perspectiva diferente un mismo tema -uno a pinceladas y jolgorio y otro con profusa delicadeza (a veces excesiva)-, creo que pueden surgir sinergias entre ambos y despertar así en el lector discursos complementarios, nuevas quimeras.


lunes, 11 de enero de 2016

Abecedarios olvidados y un recuerdo a David Bowie


¡Qué mal estoy llevando el comienzo de este año bisiesto! Lo cierto es que no ando muy estresado (hace tiempo que decidí dejar a un lado el histerismo para declararme un completo vividor), pero sí estoy metido en muchos fregaos que no me dan mucho asueto. Que si prepara exámenes de recuperación, corrígelos, viajes, date prisa con el temario, no te olvides de comprar leche, llama al técnico... Vamos, que ando con un poquito de jaleo pero nada que no se pueda llevar, que a estas alturas de la película no es poco (Ufff... ¡Menos mal que no tengo hijos...! Según dicen, es la mar de entretenido...).


Si un servidor lleva con algo de vértigo la cuesta de enero, peor la llevan mis alumnos que, aunque tengan que hacer poco, no se acuerdan de nada. Y cuando digo nada, es nada. No se acuerdan del tema anterior, tampoco de lo del pasado trimestre, ni de lo que estudiaron el año que dejamos atrás, y mucho menos de lo que vieron durante toda la primaria. Vamos que por no acordarse, no se acuerdan ni del número Phi (3,141652...)


Yo quiero pensar que es una mera pose para que no les dé la tabarra, que pase de ellos y siga con lo mío (así se evitan responderme)... En el fondo sé que todos los conocimientos que han ido adquiriendo y gestando dentro de su maleable cerebro, subyacen ahí (¿Soy un pobre iluso?). Otra cosa es que no sepan cómo extraer toda esa información (sobre todo en la adolescencia, que entran en una especie de letargo cognitivo)... No saben escarbar en el disco duro, entre todo lo que saben y lo que se les dice. Quizá sea porque no les interesa (pregúntales algo de la tele, del partido de ayer o de Justin Bieber... ¡Se saben hasta el último detalle!). Quizá también tenga que ver el tipo de relación que uno establece con ellos... Si eres un tirano malhumorado, probablemente vivirán acojonados por si el error llama a la puerta, otra cosa en que les des muchas posibilidades y les eches algún que otro cable, algo a veces más efectivo que echarles una bronca de tres pares de cojones por olvidar lo más obvio.


Entretanto, yo sigo recordándoles lo más básico, que va desde la tabla de multiplicar, pasando por la lista de los reyes godos (ja, ja, ja... es broma, no me la sé ni yo...), los ríos penínsulares, que las palabras agudas que terminan en “-on” llevan tilde en la o, o incluso el abecedario, algo la mar de últi cuando queremos buscar un libro en una biblioteca.... Hablando de alfabetos, aquí les traigo un trío de abecés que bien valen un vistazo. El primero es el Abececuentos al que Daniel Nesquens ha puesto palabras y Noemí Villamuza ilustraciones (publicado por Anaya), y que nos hace un recorrido, tanto por las letras del alfabeto, como por muchos de los personajes clásicos de la literatura infantil; una buena forma de recordar las letras. En segundo lugar tenemos el abecedario que Fermín Solís ha publicado con la editorial Libre Albedrío, y que lleva por título Los niños valientes. Se trata de un catálogo de niños muy atrevidos (y ordenados por orden alfabético) que, acompañando todo tipo de situaciones adversas, consiguen transmitir al lector cierto riesgo y aventura. Por último traigo un abecedario en inglés (últimamente estoy haciendo referencia a muchos títulos en esta lengua por el interés que suscita entre muchos padres y maestros que tienen como objetivo desarrollar una segunda lengua entre el griterío), concretamente los ABC's (son dos) de Charley Harper, un gusto para la vista que, además de presentarse en formato boardbook, tienen un diseño maravilloso.




Y como colofón a este lunes de olvidos, un recuerdo a la figura de David Bowie tras su fallecimiento (los grandes lo son incluso a la hora de morir). Les dejo con su Magic Dance de En el laberinto, una película de culto de Jim Henson basada en el álbum ilustrado de Maurice Sendak (El otro lado), que muchos guardaremos en nuestra retina de niños a pesar del paso del tiempo.

  

lunes, 27 de abril de 2015

Gente diferente


Muchos me tachan de excéntrico y todavía no entiendo el porqué. Soy una persona bastante normal, con una vestimenta bastante normal, con un coche normalito, con un hogar de lo más normal, una familia muy normal, una profesión que la mayor parte de las veces es normal y unos amigos que suelen ser normales (o eso creo yo...). Creo que, de entre lo poco anormal que hay en mi vida, podría citar esta afición mía por los libros para niños que, si extrapolamos a todos ustedes, concluiremos con que ninguno de nosotros es normal (¡Qué paradojas!).


Seguramente, esos que me definen y apelan a mi poca normalidad, se habrán basado en otras características menos evidentes y más fiables (¿Cuáles serán? ¡Tengo curiosidad!). A la espera de que alguno de ellos se pase por los comentarios y agudice el ingenio para sacarme de esta debacle que hoy me agita, he aquí las posibles razones… He pensado que quizá se deba a esa sutil ironía que utilizo a diario, que quizá sólo sea cuestión de mi impertinencia, quizá sea esa mezcla de amor y odio que suscito ante lectores y oyentes, quizá sea mi punto picantón y dicharachero, o quizá sea que todo lo anterior me da igual y que siempre he sido/hecho lo que me ha salido del pijo (la verdadera guía espiritual de un albaceteño de pro como el que soy).


Es curioso constatar que algunos toman esto de ser un bicho raro como insulto al honor, mientras otros necesitan destacar entre la muchedumbre a toda costa (esos siempre son los menos especiales y no puede verlos ni La Tana), pero los últimos lo digerimos con un respiro, reflexionamos sobre la vida y decidimos estar tranquilos con nosotros mismos, algo que nos hace ser atípicos a pesar de vacíos envidiosos, tristes aduladores, enteraos de poca monta, maquiavélicos caprichosos, extraperlistas emocionales y garrapatos energéticos que intentan robarnos alegría y bondad (condiciones “sine quibus non” para captar la atención del graderío) con la triste obscenidad del día a día.


Y sin haberlo pensado mucho, he llegado a la conclusión de que esa excentricidad que a algunos se nos presupone, no es más que tener una personalidad que sepa adaptarse a la vulgaridad del mundo sin renunciar a nuestras propias particularidades que, a fin de cuentas, son las que nos hacen extravagantes y únicos. La misma lectura que hace Fermín Solís (un autor de cómic que se ha internado en esto del álbum ilustrado) en Mi tío Harjir, un álbum ilustrado editado por Narval que, con sencillez y un toque de humor, nos traslada el exotismo de las personas diferentes, especiales y, sobre todo, auténticas.