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jueves, 31 de marzo de 2022

Cosas de "teenagers"


Es curioso cómo, durante la educación primaria, la mayoría de los padres se vuelcan en sus hijos. Les ayudan en las tareas, se preocupan por la buena (o mala) marcha de sus estudios e intentan estar al tanto de las tendencias educativas.


Sin embargo, cuando los nenes se van acercando a la adolescencia, empiezas a ver cómo las fuerzas flaquean. Ya no hay tiempo que dedicarles ni paciencia para comprenderles, solo queda resignación para no acabar electrocutándolos con la plancha del pelo o el cargador del móvil, dos herramientas muy necesarias a estas edades.


Muchos ponen distancia, se alejan. Lo que antes era pasión por la crianza, se convierte en toda una suerte de despropósitos que van minando todas esas expectativas depositadas en unos vástagos cuya mayor preocupación es contar el número de likes que ha cosechado su última foto en las redes sociales.


Se acabó el sharenting. Ni comuniones, ni regalos navideños, ni fotos de familia. No queda ni rastro de aquel supuesto orgullo paterno-filial que atestaba las estanterías y mesitas de noche. Ese acompañamiento que lucía por los cuatro costados, ha quedado reducido a un puñado de cenizas, un boletín de notas lleno de tachones y mucha decepción.


Al otro lado están ellos. Desbocados, herméticos, ignorantes y complicados. Abandonados a su suerte en mitad de un agujero inmenso que engulle al desesperanzado. Esa es la razón por la que, más que nunca, hay que estar cerca y alerta para, en caso de caída libre, abrir los brazos y cogerlos al vuelo para que continúen. Equivocándose y levantándose, un difícil vaivén más que necesario para cualquier aprendiz en ciernes.


El aprendiz de brujo es una balada que Johann Wolfgang von Goethe escribió en 1797 tras escuchar un cuento tradicional con el mismo título pero diferente contenido. Estructurada en catorce estrofas pasó a ser una historia muy arraigada en la cultura alemana que daría el salto internacional gracias a la película Fantasía (Walt Disney, 1940) donde aparecía Mickey Mouse interpretando a este aprendiz desastroso al son del poema sinfónico de mismo nombre que Paul Dukas compondría en 1897. Sí, queridos lectores, aunque no lo crean, fue antes la literatura que la música y el cine.


De sobra conocido, el argumento de esta obra habla de Florián, un pequeño vagabundo que es acogido por un hechicero y pasa a ser su aprendiz. El chico aprende rápido y el brujo comienza a enseñarle algún que otro hechizo. Un día, el maestro se tiene que ausentar y deja todo en manos del chaval. Pero como la juventud es ignorante y osada, Florián intenta ahorrarse algo de trabajo y lía la marimorena. Al final será el maestro quien tenga que solventar el desastre además de ver traicionada su confianza.


En esta ocasión son Gerda Muller y la editorial Lóguez quienes nos hacen disfrutar de esta historia en castellano. Ilustraciones figurativas con montones de detalles (me encanta ese libro sobre botánica o todos los enseres que pueden encontrarse en casa del brujo) y donde la ambientación es un plus, acompañan a un texto adaptado pero con chicha donde podemos encontrar ecos a otros cuentos clásicos, y de paso tomarlo como buen ejemplo para lo que hoy nos ocupa. Pues los adultos deben saber perdonar y enseñar, y los discípulos arrepentirse y aprender. 

miércoles, 13 de enero de 2021

¡CIERREN LAS VENTANAS DE LAS AULAS, POR FAVOR!


Mientras unos regresaron a las aulas tras el parón navideño, otros nos incorporamos más tarde por culpa de la nieve. ¿Y cómo nos las hemos encontrado? Literalmente heladas.
Por si se les había olvidado, seguimos bajo las inclemencias del COVID-19, un virus que, según los expertos, se contagia principalmente a través de las gotículas de saliva que desprendemos durante la espiración forzada, los estornudos o el habla. Por ello y para minimizar la presencia aérea del virus se recomienda ventilar los espacios cerrados. Ahora bien, ¿qué significa “ventilar”? 


Hasta dónde yo sé, ventilar consiste en renovar el aire circulante en un espacio de una manera periódica, como hacemos muchos en nuestros hogares todas las mañanas durante 5-10 minutos. Una idea que nada tiene que ver con tener ventanas y puertas abiertas de par en par que permiten durante las 5-6 horas que dura la jornada escolar que la temperatura interior se iguale con la del exterior, incorpore la humedad ambiental a las aulas y establezca corrientes de aires difícilmente soportables, un concepto de ventilación que las administraciones competentes y los medios de comunicación están insertando en la sociedad durante los últimos meses. 
Si en septiembre, y teniendo en cuenta nuestra climatología, lo de las puertas y ventanas abiertas de par en par era incluso agradable, durante las últimas semanas se está convirtiendo en una “norma” desvirtuada, insoportable e incluso denunciable. 


Teniendo en cuenta el anexo III del Real Decreto 486/1997, todavía vigente y que regula las disposiciones mínimas de seguridad e higiene en el trabajo, les informo que deberán (y cito textualmente) “evitarse las temperaturas y las humedades extremas, los cambios bruscos de temperatura y las corrientes de aire molestas”. Además sitúa el rango de temperatura para aquellos lugares donde se realicen trabajos sedentarios entre los 17 y 25 ºC (artículo 3.a.). 
Si bien es cierto que gran parte de los edificios públicos cuentan normalmente con estas condiciones, no ocurre así con colegios e institutos, construcciones en la mayoría de los casos con grandes deficiencias térmicas y/o energéticas. Con ello quiero decir que lo de pasar frío o calor no nos pilla de sorpresa en el presente curso escolar, sino que viene de muy lejos, algo por lo que no hemos recogido firmas ni secundado ninguna huelga (me gustaría ver a otros sectores del funcionariado trabajando en estas condiciones). 
Lo que sucede es que si a esta realidad sumamos una norma sacada de quicio, sobre todo por los políticos, la inspección educativa, los equipos directivos y otras jerarquías, nos hemos visto obligados a sufrir temperaturas inferiores a 10ºC en las aulas durante las últimas semanas, algo que, permítanme decirles, es intolerable, tanto para alumnos, como para docentes. 


Si en materia científica todavía no hay estudios fundamentados que defiendan este tipo de medidas, ni vemos hospitales de esta guisa, podemos concluir que este despropósito nada tiene que ver con el verbo “ventilar”, ni siquiera con la palabra “pandemia”, sino que está más relacionada con las expresiones “salvar el culo” o “buscar culpables", unas que son muy típicas cuando la mala gestión, la salud pública y el miedo se entremezclan sin ton ni son en un panorama complejo como el que vivimos. 
Para seguir justificando esta situación, nos vienen con que lo hacen por nosotros, por nuestros alumnos e hijos, por el éxito colectivo. Pero no. Podrían habernos dado el suficiente material de protección, podrían haber hecho PCRs a mansalva, podrían haber realizado test serológicos rápidos, podrían haber dispuesto rastreadores para los centros o podrían haber contratado más personal para evitar aglomeraciones y desdobles académicos innecesarios. No, una vez más. Lo único que han hecho es abrir las ventanas e instar a alumnos y profesores a acarrear mantas muleras, usar ropa siberiana, y tratarlos de culpables e irresponsables cuando ha quedado más que claro que la mayor tasa de contagios tiene lugar en el ámbito privado y familiar.


Lo que está claro es que, como sucede con otras enfermedades respiratorias, léanse el catarro o la gripe, la mayor prevalencia del COVID-19 tiene lugar durante el invierno, algo que hemos observado, tanto en el 2019-2020, como en el actual, una cuestión que puede deberse, bien a las condiciones climatológicas, bien a otras de la propia naturaleza del virus ya conocidas o no. Por tanto es una irresponsabilidad por parte de las autoridades, tanto educativas, como sanitarias, implementar medidas que puedan agravar la situación durante estas semanas que auguran temperaturas mínimas extremas. 
Sí, hay que ventilar desde el sentido común, pero no tratar a niños, jóvenes y docentes de una manera indigna, deshumanizada y reprobable, algo que no se hace con otros sectores como los agentes fiscales, los trabajadores del padrón, los prevencionistas o los médicos de atención primaria. 
Ventilen 5-10 minutos varias veces al día, pero durante el resto de la jornada escolar ¡CIERREN LAS VENTANAS DE LAS AULAS, POR FAVOR! 


NOTA: Las imágenes que acompañan a este manifiesto pertenecen a Invierno, uno de los títulos que configuran la serie dedicada a las cuatro estaciones que Gerda Muller realizó en los años 90 y que todavía hoy día siguen imprimiéndose por todo el mundo por casas editoriales como ING edicions. Disfruten de ellas y constaten que esta estación del año también trae muchas cosas hermosas.