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miércoles, 28 de mayo de 2025

El superpoder del aguacate


El aguacate está de moda. Con su textura mantecosa y su sabor entre dulce y salado lo han convertido en un imprescindible de los desayunos, almuerzos y cenas de medio planeta. ¡Y eso que no es barato! Yo diría que es una de las frutas más rentables hoy en día.
Es el fruto de un arbolito de unos 10-15 metros que los biólogos bautizamos como Persea americana, pues tiene su origen en el continente transatlántico. La palta o el avocado, que así lo llaman por aquellos lares, es una baya con su cáscara, su pulpa carnosa y su pipa (¿No les recuerda a la uva, el arándano o la calabaza? Pues son lo mismo).


Como decía aquella, además de contener “potatsio”, “potatsio”, mucho “potatsio”, el aguacate se considera un superalimento (inventos nutricionales, tú sabes…) por ser una fuente de fibra y grasa vegetal que, además de calorías en forma de ácidos grasos monoinsaturados, aporta vitaminas E, A, B1, B2 y B3. En menor proporción, también contiene proteínas, magnesio y vitamina C.
Aunque en España los consumimos sobre las tostadas, en las ensaladas o en forma de guacamole, el Sudamérica se lo comen de montones de formas. Rellenos de vegetales y pescado, acompañando asados, mezclados con leche o acompañados de azúcar. El caso es que es un ingrediente muy conocido en la gastronomía del Nuevo Mundo.


Con más de una veintena de variedades, el aguacate viven en altitudes medias y altas con un clima tropical o subtropical (inviernos suaves, por favor. Si las heladas abundan en su zona, ni se les ocurra plantarlo). En nuestras latitudes es famosa la comarca de la Axarquía, en Málaga, la mayor productora de aguacate de Europa.
No se alegren, pues en él, no todo son bondades. El elevado consumo de aguacate durante los últimos años ha provocado su plantación masiva en zonas inapropiadas. Esto ha tenido como consecuencia crisis hídricas en zonas con recursos limitados como California y Chile (tomemos nota) o la deforestación de sierras fértiles en México. También hay que añadir su impacto sobre la atmósfera debido a las exportaciones masivas (el transporte y sus hidrocarburos…).


Y con mucho sabor, llegamos a Bebeguacate, un clásico de John Burningham que acaba de publicar en nuestra lengua la editorial Galimatazo. Publicado originalmente hace más de cuarenta años, este álbum nos cuenta las miserias de los Hargraves, una familia de enclenques que espera con ansia que su quinto miembro nazca más grande y fuerte que sus padres y hermanos. Pero como de tal palo, tal astilla, la criatura es bastante pequeñajo y no traga como ellos esperan. Su madre, preocupada, encuentra un aguacate en el frutero y decide dárselo para ver si la criatura come un poco. Tras zampárselo, todo cambia y, sorprendentemente, el bebé desarrolla una fuerza sobrehumana. ¿Qué pasará entonces?


Como en otras de sus historias, el genio inglés del álbum ilustrado incluye elementos mágicos que funcionan a modo de resorte, interruptores de un universo lleno de fantasía y surrealismo que descontextualiza lo esperado y lo transforma en aventura. Probablemente la idea surgió en un tiempo en el que los aguacates no eran nada comunes en los supermercados del Reino Unido, una fruta exótica con propiedades desconocidas que había que explorar. Sería la pitahaya de nuestros días.
Sobre la técnica empleada, además de las tradicionales plumilla y acuarela, podemos apuntar al collage de las guardas (esas laminas botánicas antiguas intervenidas me parecen maravillosas) o destacar recursos narrativos como las viñetas seriadas propias del cómic que imprimen dinamismo a la historia.


Seguramente muchos padres verán en este libro una alegato a la comida sana (ya saben… dichoso utilitarismo…), pero yo prefiero perderme en esa metáfora sobre la infancia poderosa que se erige salvadora de un universo adulto insulso y asustadizo. Una especie de redención que, aderezada con mucho humor, busca colocar a los niños en un punto estratégico desde el que divisar las miserias familiares. Una buena excusa para hincharse a guacamole, ¿no creen?

lunes, 26 de mayo de 2025

La suerte de la fea...


"La suerte de la fea, la guapa la desea". Una frase que viene al pelo teniendo en cuenta cómo está el patio. Tanto es así, que el otro día, haciendo scrolling en Instagram, me apareció uno de esos entrenadores emocionales que defendía a un buenorro metido a llorón. El guaperas estaba siendo linchado por sus followers a cuenta de unas declaraciones en las que confesaba el descontento con su físico, pues a pesar de encuadrarse dentro de lo normativo, no se reconocía a sí mismo como el it-boy que era.


La fantasía no era pequeña y la encontré realmente sugerente, pues estas paradojas de la vida moderna me mantienen boquiabierto día tras día. La banalidad inunda las redes sociales y se desborda entre una chusma cada día más estúpida. Gente que rellena su vida inerte con fuegos de artificio y mucho confeti buscando la aprobación de sus iguales para no pegarse un tiro, mientras alardean de vulnerabilidad y falsa modestia. ¿En serio?
No me extraña que un tío del montón, pero con la cabeza bien amueblada se coma con patatas a este tipo de elementos cuya máxima es inspirar en los demás pena y admiración a partes iguales. Ante algo así es inevitable salir corriendo. Y quien no lo haga, que dios le pille confesado, porque acabar con un ególatra metido a donnadie puede causar una muerte lenta y agónica.


¿La legona o la fregona? Elige. Cualquiera podrá quitarte la tontería. Y si no, te la quito yo a golpe de lanzallamas, que eso de quemaros a lo bonzo da mucho gustirrinín. Además, yo soy más partidario de la gente que me hace reír. Normalitos, con alegría y buena conversación.  Me podrían encuadrar en diversexual o demisexual, que las amebas y las esponjas me inspiran más bien poco. Yo necesito charlar en igualdad. Y si lo que quieres son palmeros, practica el cante jondo, que yo no estoy dispuesto a acompañarte a ningún tablao.


Hablando de guapos de cara, llegamos a La bella Griselda de Isol, un librito que acaba de ser reeditado por la editorial Takatuka y hay que reseñarlo como merece. Para quien no conozca esta historia le diré que tiene como protagonista a Griselda, la doncella más guapa del reino. Su belleza no tiene parangón y hombre que la mira, hombre que acaba decapitado. Ella, orgullosa y divertida, cuelga de las paredes la testa de todos ellos a modo de ¿trofeo? Como ninguno le dura un asalto y lo que ella quiere es enamorarse, encuentra la forma: engatusar al chico más miope del lugar. Tras un breve noviazgo, el gachó tiene la misma suerte que el resto, pero la deja embarazada y…


Además de construir una alegoría evidente sobre los daños colaterales de la belleza, la importancia de la humildad o el poder de lo insignificante, la autora argentina crea un relato complejo donde caben otras interpretaciones, léanse la escala de prioridades que establece cada individuo, la incesante búsqueda de la maternidad y las consecuencias de esta. Un discurso con muchos rincones en los que hurgar, encontrar sorpresas y, sobre todo, simpatía, esa misma que triunfa ante tanta vanidad.


Pasiones extremas y amores imposibles en un álbum teñido de cobalto, oro y estampados digitales en el que luces y sombras, estampas diurnas y nocturnas, interiores palaciegos y exteriores medievales enmarcan una historia con guiños a Cenicienta o el jinete sin cabeza de la mitología irlandesa.


Sí. Isol le da una vuelta de tuerca a muchos cuentos tradicionales empezando por la portada, una en la que aparece la protagonista mirándose en un espejo… ¿Acaso no les recuerda a la malvada madrastra de Blancanieves? ¿La misma que pugnaba por el trono de la belleza con su hijastra? Es un buen punto de partida, pues, como veremos más tarde, Griselda quedará destronada por quien menos se lo espera. ¿Le importa? ¿Se enfurece? Fíjense bien en la expresión de su rostro. A mi juicio, parece más que satisfecha...

lunes, 12 de mayo de 2025

Rabia, tristeza y lodo


El que piense que las relaciones familiares son muy sencillas, que levante la mano para que los demás podamos apedrearlo… Y lo digo muy en serio porque teniendo en cuenta como está el patio, lo más normal es que los parientes se tiren los trastos a la cabeza y riñan por cualquier estupidez. Herencias, cuñados, yernos… cualquier excusa es buena para ahondar en relaciones complejas que, a golpe de infancia, se van enquistando.


Y es que eso de que todos los hijos, padres, sobrinos y nietos son iguales es una mentira como una catedral. La típica coletilla que todos nos aprendemos para no hacer distinciones y evitar los conflictos con algo de diplomacia. Si todos somos diferentes, ¿cómo vamos a desempeñar el mismo papel en la tribu, en la mínima expresión social?
Hay hijos que son más cariñosos y otros que viven con el morro torcido, nietos que se prestan a cualquier recado y nietos que pasan de todo, abuelos que cuidan de todos los nietos y los que sirven a unos pocos elegidos. Hay tantas variantes que no podemos ser equidistantes con cualquiera por el mero hecho de compartir un porcentaje de nuestros genes. Y la gente debe ser consciente de esta realidad.


Eso no quita para que la familia duela y podamos echarle un cable, pues a fin de cuentas, hemos compartido mucho tiempo, sobre todo el de la niñez, ese cúmulo de circunstancias que nos moldean hacia el futuro. Sí, la infancia: ¿El germen de nuestras miserias o un espacio reflexivo? Cada uno que elija su camino, que bastante tenemos como para andar con reproches familiares. Lo decimos yo y la Alemagna, en su último libro.


Cada tarde, Sen se acerca al colegio para recoger a su hermana pequeña, Yuki. Todos los días la misma ceremonia; Sen le da las llaves de casa, se esconde bajo su capucha y camina a tres kilómetros por delante de ella. Hasta que un día, Yuki, llena de cólera, decide tirar las llaves por la alcantarilla para darle una lección a su hermano. Lo que en principio parece un acto de venganza por el desprecio fraterno, se convertirá en el comienzo de una aventura a través de un misterioso reino gobernado por Su Alteza Lodo, Princesa de Barro, un personaje que, mostrándole los rincones de su territorio, también le permitirá indagar en sus sentimientos más oscuros.


En este libro publicado por A buen paso), Beatrice Alemagna además de utilizar sus característicos colores neón (para el álbum que nos ocupa el elegido ha sido el verde) y explorar las relaciones familiares, recrea un universo muy particular en el que podemos encontrar guiños a la Alicia de Carroll (a día de hoy, un desagüe equivaldría a ese hueco en el árbol por el que huye el Conejo Blanco), La reina de las nieves de Andersen (en una versión más subterránea) o a los universos oníricos de Miyazaki (no me dirán que los moquitos no se parecen a los kodamas de La princesa Mononoke pero en su versión más oscura y untuosa).
El barro, la suciedad, la basura y los desechos se amontonan en un espacio claustrofóbico que, a modo de estercolero emocional, va consumiendo a nuestra protagonista en una mezcla de ira, rabia y tristeza que chorrea por las paredes de ese reino tan infecto como necesario.


A pesar de lo complicado del tema, la autora italiana consigue hilar una historia con muchas fisuras por las que asomarse como protagonistas o como espectadores. La Jungla negra, el Lagondite, el Museo de los detestables o la Rabioteca. Todo articula un recorrido por las diferentes emociones de Yuki que se desbaratan gracias al grito ¿auxiliador? ¿liberador? ¿culpable? de su hermano y culminan con esa escena en un balcón desde el que se divisa el exterior. ¿Pero saben que es lo más bonito de todo? Que ningún adulto se asoma a las escenas para mediar en el conflicto, y eso, dados los tiempos que corren, es maravilloso.

miércoles, 19 de marzo de 2025

Nuevas paternidades


En este San José, además de mascletás, no está de más recordarles que sigo siendo partidario de los reformatorios para padres. Lo digo sin inmutarme, pues viendo lo que veo a diario, empiezo a pensar que la gente solo tiene hijos para colgarse un sambenito más. Una especie de postureo que les ayuda a ascender en una escala de valores cada vez más paupérrimos y donde no importa cómo seas, sino lo que seas.
Si no, a cuento de qué voy a recibir mensajes de padres que me imploran soluciones para que sus hijos no abandonen las aulas con catorce años. A cuento de qué voy a tener que explicarle a una madre que la justificación de las ciento cinco faltas que ha tenido su hijo este trimestre tienen que venir acompañada (¡Qué menos!) por alguna firma médica.


El mundo está loco. Tanto, que no solo los críos toman la comunión para hincharse a regalos, sino que los adultos buscan en sus etiquetas una aprobación social que les provea de un mimetismo con el que irse de rositas. ¿Qué tu hijo se pasa el día con la videoconsola haciendo el cabrón? No pasa nada mientras te acompañe a las reuniones con tus amigos y propine besos y sonrisas a todo quisqui. ¿Qué tu hijo se ríe en la cara del profesor cuando se le pide que respete las normas del aula? Non ti preocupare. Todo se soluciona con un viaje a Disneyland.


Lo verdaderamente importante no es dejar un legado interesante, tratar de crear un futuro mejor para esta especie nuestra, sino alimentar nuestros deseos y necesidades aunque vendas lo contrario. Que me apetece irme de vacaciones; da igual que pierdas una semana de clase. Que quiero ir al gimnasio; tú, sin clases de patines. Que me apetece hincharme a pasteles; tu índice de glucemia no se va a quedar corto. Que este año toca irse a Cuba; te quedas sin tus amigos de Benidorm, pero ganas una buena diarrea y dos tandas de jetlag.


Y así funcionamos, pasando de todo, pero bien agasajados de regalos. Viviendo a base de lo material y despreciando lo verdaderamente importante, un ideal que, a pesar de cubrir lo superficial, descuida lo trascendental.
Para compensar un poquito, en este Día del Padre les traigo tres títulos muy paternales que bien merece la pena conocer aunque ya tengan unos años (no todo van a ser novedades que sepulten libros que merece la pena airear), pero que se me había pasado incluir en esta bitácora mía.


El primero es Las manos de papá, un álbum de Émile Jadoul publicado por Corimbo y que hoy día está descatalogado (ya saben, queridos monstruos, acudan a las bibliotecas porque en ellas se esconden auténticos tesoros). En este libro dirigido a prelectores y primeros lectores, el autor francés se interna en los cuidados que un niño recibe durante los primeros meses de vida gracias a las siempre presentes manos de su padre.


Es curioso el recurso gráfico utilizado por el autor para captar nuestra atención y que dota de un sentido múltiple a esta historia cotidiana. Por un lado, ensalza la labor de la crianza, por otro, el hecho de mostrar solo las manos del progenitor, nos interpela como sujetos activos y experimentados (¿Quién es ese padre anónimo? Quizá el nuestro) y por último, recrea toda una serie de actividades en las que el lector puede verse reflejado (Una nueva pregunta: ¿quién es el verdadero protagonista? ¿El padre o el hijo?).


Un libro encantador donde la técnica pictórica es sencilla pero muy efectiva, el uso reiterado de onomatopeyas y el formato boardbook se combinan a la perfección para ensalzar el papel de los padres a la hora de enseñar a los hijos a subir escaleras, deslizarse por un tobogán o dar sus primeros pasos.


Compota de manzana, el álbum de Klaas Verplancke editado por Ekaré, es mi segunda elección. En este libro del premio Bologna Ragazzi 2001, el autor flamenco se interna en las relaciones entre un hijo y su padre de una forma un tanto fantástica (podríamos decir que es la versión masculina del Madrechillona de Bauer).


Tomás quiere mucho a su padre porque tiene montones de cosas buenas. Lo que más le gusta de él es que los dedos de las manos le saben a compota de manzana. Pero a veces, su padre se calla, una tormenta se avecina y sus dedos se convierten en rayos que lo envían a su habitación con firmeza. Así, nuestro protagonista se marcha en busca de un padre nuevo con mejillas suaves, músculos firmes y manos tibias, pero solo encuentra una casa en lo alto de un árbol donde lo espera un extraño personaje. ¿Quién será?


Si bien es cierto que la primera parte de este libro recuerda a otros libros como Mi papá de Antonhy Browne, donde las cualidades y los defectos de los progenitores son el hilo conductor de una acción, en este caso enriquecida por el doble sentido de unas ilustraciones descriptivas y de gran belleza compositiva, la segunda parte se recrea en una mirada llena de metáforas visuales donde la transformación del padre tiene que ver con esa percepción onírica que los niños tienen de la realidad. Una vía de escape que transgrede las normas, pero que les ayuda a gestionar desencuentros con el universo adulto.
Junto con una buena elección de formato, recursos secuenciales que huelen a viñeta y una dedicatoria llena de sentimiento, seguro que encuentran a un padre enfurruñado para regalárselo (y si no, háganmelo saber, que yo sí sé a quién).


Por último les traigo un clásico de los libros paternales. P de papá es un libro escrito e ilustrado por Isabel (Minhos) Martins y Bernardo Carvalho, que editó hace años Kalandraka para ensalzar esos momentos que padres e hijos comparten a diario desde una perspectiva lúdica muy recomendable para prelectores.


Este libro se articulado sobre una serie de escenas donde las siluetas de un padre y un hijo dibujan montones de escenas gracias al contraste de los colores. Así, el hijo, como si de un juego de palabras se tratase, inventa diferentes tipos de papá gracias a posturas o situaciones que recuerdan a objetos, vehículos, lugares o profesiones. Tenemos el papá grúa, el papá perchero, el papá abrigo, el papá avión, el papá túnel o el papa domador, todo un catálogo de papás que se funden en uno solo.


Si bien es cierto que las siluetas dejan entrever emociones básicas, están bastante despersonalizadas, lo que ayuda a la hora de que el lector-espectador se refleje en ellas, un recurso gráfico muy interesante en este tipo de libros sobre temas universales.
Y así, con tres padres muy diferentes, pero con gran parecido, les dejo con el suyo que, presente o ausente, bien merece una caricia.

jueves, 13 de marzo de 2025

De calvos y alopécicos


La vida moderna es un tanto extraña y cuando pensabas que la mayoría de tus amigos y conocidos masculinos se iban a quedar calvos (como manda la vejez de cualquier mamífero), de repente los ves aparecer con una mata de pelo recién injertada en Turquía, centro mundial del tratamiento alopécico.
Unos aprovechan las vacaciones para pasar por el quirófano, otros se esconden y te cuentan milongas y a los más avezados les da igual pasear sus heridas, pasear con sombrero y lucir esa pelusilla tan extraña que empieza a poblarles las ideas. El caso es recobrar la juventud deseada gracias a esos folículos pilosos del cogote que resisten cualquier hormona.


Lo que muchos no saben es que después de la intervención y recuperar esa dignidad juvenil que creyeron perder, algunos necesitan de una serie de suplementos para conservar su renovada melena, como por ejemplo los inhibidores de las enzimas que activan la testosterona. Ya saben, esa hormona que actúa sobre nuestro apetito sexual, la fertilidad y el mantenimiento de la erección (¿Cómo era aquello que decía mi abuela? ¿Para presumir hay que sufrir?).
Y eso, en el caso de que todo vaya viento en popa y no tengas que acudir otra vez a Oriente Próximo, porque muchas veces hay que volver a pasar por caja, ya que un solo trasplante no suele ser suficiente. Que se lo digan al Juli que ya va por el tercero…


Conmigo que no cuenten para recuperar ese remolino que lucía en mi frente durante mi adolescencia. Le supe decir adiós y ya no lo necesito, pues he desarrollado otras estrategias la mar de efectivas para llamar la atención de quienes me rodean. Ser Tintín durante un tiempo es maravilloso y hacerle frente a las carencias todavía mejor.
Queridos traumatizados: ya sé que vuestro tupé era el santo y seña de una época dorada en la que las nenas se lanzaban a vuestros pies, pero ¿alguna vez habéis pensado que las pavas de aquella época han madurado y hoy día no se dejan seducir por esas miserias que habéis desarrollado gracias a vuestros traumas?


Y con este prólogo tan deslenguado, doy paso a un libro que me ha encandilado por hacerme disfrutar como calvo digno que soy. Cuando los pelos de papá se fueron de vacaciones, un álbum narrativo de Jörg Mülhe que acaba de publicar Takatuka es una historia muy disfrutona que tiene como protagonista a un padre que vive un infierno cuando su cabellera decide salir volando. Por el restaurante, los grandes almacenes o el zoológico, los persigue por toda la ciudad, pero los pelos, finalmente alcanzan la depuradora y acaban en el mar visitando los lugares más insólitos. ¿Conseguirá que vuelvan?


Con mucho humor, el autor despliega una batería de recursos narrativos (tanto textuales, como gráficos), que hacen de esta pequeña anécdota una aventura trepidante muy apta para cualquier calvo. Guiños muy sugerentes (¿Han visto La noche estrellada de Van Gogh?), juegos gráficos a base de pequeños trazos, referencias a las historietas clásicas (el clásico pelo en la sopa no podía faltar…), los abundantes croquis (tienen un puntito informativo que gusta mucho al lector infantil) o montones de disparates surrealistas. Todo se conjuga para hacernos reír.


Aunque el final podría haber tomado otro cariz, me gusta que se haya planteado un giro en el guion, sobre todo porque da una oportunidad sobrenatural a la transformación, un momento mágico que seguramente muchos agradecerán en loor de su cuero cabelludo desnudo a modo de simpática ensoñación. ¡Les dejo que me tengo que rapar!

lunes, 10 de marzo de 2025

Madurando a golpes


Hace un par de meses me di un trastazo monumental en mitad de la calle por culpa de un adoquín mal trazado. La ostia no fue pequeña y los pantalones que llevaba quedaron hechos jirones. Las peor paradas fueron mis rodillas, maltrechas y llenas de sangre. Caminé malherido hasta casa y me desinfecté las heridas, quitándole importancia al accidente, pues todo se resumiría en una pequeña cicatriz.


Lo peor llegó al día siguiente cuando mi cuerpo, que había perdido toda esa elasticidad de la infancia, me dolía como si lo hubiera atropellado una apisonadora. Tampoco había sido para tanto, pues en mi niñez había superado con creces peores trompazos. Es lo que tienen los años, que no pasan en balde y son estas pequeñas cosas las que nos hacen caernos del guindo.
Un par de días más tarde, se formaron dos costras. Tenían un tamaño considerable y habían atrapado buena parte del vello corporal. Una semana, dos y allí seguían inmutables. Yo no recordaba que el pellejo tardara tanto en regenerarse… Pasaba el tiempo y empezaban a aflorar en mí unas irrefrenables ganas de arrancarlas. Las mismas que sentía siendo un crío.


Al final empecé a toquitearlas. Por la periferia, por el centro, pero nada. Hasta que casi un mes después del percance (estas estructuras suelen caerse a las tres semanas), recién salido del agua, me decidí a meterles mano y las arranqué de cuajo dejando visible dos zonas rosadas que siguen tachonando mis articulaciones a modo de medalla.
Y como ya les he contado el proceso de reparación de una herida, me voy a dedicar a ese viaje interior que Beatrice Alemagna nos regala en su último libro publicado en España y que gira en torno a una costra. 


Berta y yo, que así se llama, cuenta la historia de una niña que, como yo, resbala y cae de bruces hiriéndose la rodilla. Cuando llega a su casa, su padre la cura y le dice que pronto lucirá una costra preciosa. Pero ¡ay, amiga! Resulta que ni es bonita ni tan efímera como le habían dicho, y tendrá que aprender a convivir con ella. Para empezar le pone Berta, como a la perrita que nunca tuvo y después se la tiene que llevar de vacaciones con los abuelos. ¿Se irá algún día de su lado?
Con mucho humor, la autora italiana afincada en Francia, se basa en un episodio autobiográfico (fíjense en la dedicatoria de este libro) para realizar un ejercicio introspectivo en el que los pequeños acontecimientos vitales nos sirven a modo de peldaños que ir subiendo en el proceso madurativo.


En un principio, podríamos pensar que Berta es la protagonista, pero nada más lejos de la realidad (¿Se han percatado de la omnipresencia de ese pelo anaranjado que llena incluso las guardas?). Todo tiene que ver con la metáfora del viaje iniciático que, como diría mi amigo Alonso, se resume en el “dejar ir”, una práctica muy saludable que todos hacemos inconscientemente.
Como en todos los libros de la Alemagna, hay escenas preciosas. Véanse como ejemplo la de la despedida en mitad del campo de amapolas (quiten la camisa y extiendan las tapas del libro para disfrutar de la imagen en todo su esplendor) o las escenas campestres junto a los abuelos.
Lo dicho: vigilen por dónde pisan.

jueves, 20 de febrero de 2025

Apelativos empalagosos


Últimamente, denoto mucha condescendencia en el trato que damos y recibimos en esta España nuestra. Hay algo más allá de las palabras que realmente me preocupa, pues esa ñoñería tan manifiesta que se respira en hogares, centros laborales y grupos de amigos, no es más que la ridícula impostura a la que nos sometemos a diario los seres humanos.
Bombón, guapo, corazón, amor… Son algunos de los apelativos que más oímos a diario. Toda una suerte de palabras donde ese cariño que otrora se presuponía aunque utilizáramos otro tipo de vocablos, se hace superlativo para enmascarar las carencias, debilidades o complejos con los que lidiamos en la era de la apariencia.


No veo tan necesario dirigirse a los cercanos en términos de telenovela venezolana. Además de hiperbólico, suena forzado. No denota ternura, sino empalague. Con los hijos, con las parejas, con los padres, con los abuelos, con los alumnos o con los clientes, pierden su sentido de tanto utilizarlos.
Los “te quiero” de antaño tenían más sabor que esos que resuenan a diario como mantras terapéuticos que, además de fuegos artificiales, validan el discursito frágil y pueril de una psicología positiva que embebe todo de buenas maneras y suaves arengas, incluidas las parcelas más íntimas y personales. Coletillas exentas de toda lógica en un mundo cada vez más absurdo. Me apuñaló mientras me llamaba “cielo”. Una fantasía sin parangón.


Nunca he oído a mis padres dirigirse el uno al otro de esa manera. Como cualquier pareja, tenían sus propios códigos, pero esa dulcificación tan de moda entre los tórtolos del siglo XXI, hace estremecerse a cualquiera. Tan manida, tan evidente, tan asquerosa.
Y entre padres e hijos, ya ni hablemos… Por eso mismo, me voy a acercar a este tema con Esto es muy extraño… un álbum de Matilde Tacchini y Mercè Galì que acaba de publicar Kalandraka.
En esta pequeña historia dirigida a los primeros lectores, un chiquillo se pregunta por las razones que llevan a su familia y otras personas llamarlo por diferentes nombres de animales. Unas veces es un ratón, otras es un mono, un koala, un pollo, un lirón o un pez. ¿A qué se deberá esta extraña manía? ¿Habrán salido locos o tienen que graduarse la vista?


Así, las autoras entresacan situaciones cotidianas en las que los niños realizan gestos o actividades que recuerdan a muchos habitantes de los zoológicos, lo que por un lado sirve de gancho humorístico y por otro tiene que ver con lo identitario, más si cabe cuando los adultos se empeñan en sus excesos.
Un libro tierno para regalar a padres con poca imaginación que siempre utilizan las mismas coletillas para dirigirse a sus hijos. Lo que me hace recordar el “zángano” y el “pájaro” que siempre ha usado mi padre para dirigirse a los niños pequeños, incluido un servidor.

lunes, 27 de enero de 2025

Vejez y dignidad


Ser viejo es una lata. Y si no, que se lo digan a nuestro continente. Quien no sepa que Europa es un museo, ya puede ir haciéndose a la idea. Con su larga historia, sus ciudades monumentales, sus democracias centenarias, su estado del bienestar y sus tradiciones, dudo que sea capaz de subsistir al siglo XXI como siga con la marcha que lleva.
En un panorama capitalista y liberal, los burócratas de la Unión siguen aferrados a unas ideas inmovilistas y obsoletas que poco tienen que hacer contra China, Estados Unidos o Canadá, las llamadas potencias mundiales. Por muy especiales que nos creamos, hasta la Intemerata se ríe de nosotros y exprime los cuatro duros que quedan en los bancos alemanes.
Según los últimos informes, Europa tiene un gran capital intelectual, un montón de start-ups que se esfuman de nuestro entorno cuando todos esos países que aspiran a controlar el mundo se encaprichan de ellas. Condenada a ser un parque temático en el que el turismo campe a sus anchas, vive a expensas de otros y su caridad.


Lo peor de todo es que todavía estamos a tiempo de reaccionar. Apuntarnos a gimnasia de mantenimiento, hacer valer nuestra experiencia, ponernos al día. Digitalización, inversiones, planes de modernización, diversificar amistades, fijarnos en otros más lozanos. Se trata de subsistir con dignidad, que apoltronarse en el sofá está contraindicado para la supervivencia.
Dejémonos de disputas ajenas, los prejuicios y demás vainas que no nos atañen. No hay tanta diferencia entre jóvenes y ancianos. No hay cosa peor que dejarse subestimar. Y si todavía no se han dado cuenta, aquí les dejo un título que les iluminará.


¿Es muy diferente ser viejo?, escrito por Bettina Obrecht, ilustrado por Julie Völk y publicado por Lóguez hace unos meses, hace una comparativa muy ejemplificadora entre los pormenores de la tercera edad y la infancia. ¿Cómo nos cambia la vida cuando nos hacemos mayores? ¿Nos gustan las mismas cosas que a los niños? ¿Nos sentimos del mismo modo? ¿Podemos hacer cuestiones similares? Utilizando las actividades cotidianas, las autoras alemanas nos van desgranando con tono poético lo que nos acontece cuando llegamos a cierta edad.


Con lápices de colores y aguadas donde las pinceladas verdes, azules y rojas se funden (me gusta mucho ese contraste), van articulando un diálogo entre un par de críos y su abuela, mientras comen, juegan en el parque o acuden a la feria. En realidad no hay tantas diferencias entre los unos y la otra, simplemente cambia la perspectiva.


Si bien es cierto que yo hubiera sido más ácido (los viejos se las traen…), este álbum entrañable tiene montones de detalles (¿Se han fijado en la señora de los globos? ¿Hacia dónde se dirige?) y metáforas visuales (me encanta como los recuerdos y anhelos se representan con ese trazo rojo y fino) que crean una atmósfera cálida, pero nada inocua, que se atreve a hablarnos de conceptos muy peliagudos (¿Adivinan cuáles?).
Lo dicho: cumplan años, pero con mucha dignidad.