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miércoles, 8 de enero de 2025

Aprendiendo de LIJ. Obras de referencia y consulta. 3ª Parte.


La Navidad, y esta con mucha más razón, se presta a los vicios. Si a eso añadimos la inactividad laboral que disfrutamos los docentes, además de dedicarnos a menesteres tan gustosos como la gastronomía o las reuniones sociales, el aquí firmante puede consumir más lectura. 
Lo cierto es que estas vacaciones han sido bastante productivas en este quehacer, pues tenía una buena pila de libros divulgativos y ensayos sobre cuestiones relacionadas con la literatura infantil y la lectura que quería considerar. Sí, me ha cundido mucho. Por eso, he aquí este puñado de reseñas presentadas por orden alfabético que espero les sirvan de utilidad a la hora de valorar obras teóricas de este mundo monstruoso.
Ni que decir tiene que si están aquí, es porque todas me han gustado en mayor o menor medida, pues a esta relación de títulos debería añadir otros dos que me han parecido infumables. A decir verdad y siguiendo mis propias normas deontológicas, prefiero omitir que hablar mal del trabajo de otros, pues al fin y al cabo, eso, el trabajo, siempre conlleva una respetable inversión de tiempo que no siempre fructifica a gusto de todos (léase mi caso). No obstante, lo importante es participar y darle vueltas a los engranajes de los libros para niños, que es de lo que nos ocupamos los monstruos.



María Isabel Borda Crespo (coord.), Aurora Gavino, Carmen Niño, María Isabel Borda y Rocío Antón. Ilustraciones de Pilar Ríos. El álbum ilustrado: pasen y lean. Los cuentos con palabras e imágenes. Pirámide. Siguiendo la línea de obras como álbum(es) de Sophie Van Der Linden, este monográfico se adentra en el universo del álbum desde diferentes puntos de vista. Especialistas, mediadoras y lectoras urden un libro dividido en cinco apartados, que aborda temas como la definición del libro-álbum, su estructura o sus tipologías.
Alternando cuestiones técnicas sobre el formato o los recursos narrativos, su relación con las competencias educativas, experiencias individuales, colectivas y académicas, las autoras de este manual a todo color ensalzan el valor que supone este tipo de libros en diferentes contextos y situaciones. Recursos electrónicos (¡Mencionan este blog! ¡Qué alegría!), una amplísima bibliografía (les confieso que me he topado con muchos libros desconocidos) y un enfoque multidisciplinar muy útil, hacen de este libro una necesidad para cualquier especialista y mediador. Además de entender los mecanismos que se utilizan en este tipo de literatura gráfica, conocerá obras clásicas y de renombre para llenar sus estanterías (lo que voy a hacer yo) o enseñárselas a otros.
Recomendadísimo a todos los padres, maestros y bibliotecarios que quieran una primera toma de contacto con el universo teórico-práctico de este género.



Paula Bravo López. Yo leo. Descubre el poder de la lectura y cómo fomentarla desde la infancia. Autoedición. Aunque este librito no ha sido escrito por una experta en la materia, me alegra leer a Paula Bravo, madre y licenciada en Traducción e Interpretación que nos brinda su experiencia como mediadora en el seno de su propia familia.
En un manual muy bien traído nos explica técnicas muy sencillas para llamar la atención de los pequeños de la casa hacia los libros y así ponerlos en valor dentro de un contexto esencial en la mediación lectora. Cómo relacionar la escritura con la lectura, qué tipos de libros podemos encontrar en una librería, un anexo donde recoge sus imprescindibles o el capítulo dedicado a sortear la omnipresencia de las pantallas, son los puntos fuertes de este libro de recetas lectoras.
Me gusta porque no hay nada de pretencioso en él. Es honesto y se deja a un lado los fuegos artificiales que muchos intentan vendernos en otras publicaciones de este tipo. Una propuesta muy recomendable para padres que no saben cómo inculcar la lectura, tras la que se esconde el trabajo y dedicación de una persona como tú y como yo.



Ana Garralón. Las incursoras. Las afueras. Llegamos a uno de esos libros que, lejos de abrir un debate feminista (si eso es lo que esperaban, olvídense), pone nombre y apellidos a la gran cantidad de mujeres que han contribuido a engrandecer el universo de la LIJ desde diferentes parcelas.
Autoras, bibliotecarias, recopiladoras, ilustradoras, editoras… La Garralón se interna en los recovecos de la historia para contarnos la vida y obra de Mary Norton (a quien hace un guiño en el título de este estupendo ensayo), hablar de la singularidad de Ursula Nordstrom, recordar la labor poética de Gabriela Mistral, Carmen Conde o María Elena Walsh, ensalzar el nombre de investigadoras de LIJ como Bettina Hürlimann, Virginia Haviland o Carmen Bravo-Villasante, y dedicar un capítulo a todas las fotógrafas que crearon historias infantiles utilizando sus instantáneas.
Bien escrito y muy cercano (se lee de un tirón), este libro que cabe en un bolsillo (ideal para llevarlo de viaje) llena un vacío documental sobre una realidad que los enteraos y especialistas en libros para niños sabemos desde hace mucho tiempo: el gran papel que muchas féminas de toda condición social han desempeñado en la literatura para niños.



Daniel Goldin. Los días y los libros. Kalandraka. Con el subtítulo Divagaciones en torno a la hospitalidad de la lectura, la editorial gallega recupera uno de los primeros libros de este editor y bibliotecario mexicano archiconocido en el universo de la LIJ hispanoamericana.
Construido a base de diferentes conferencias y artículos, este ensayo trata temas muy interesantes desde perspectivas algo controvertidas, sobre todo para todos aquellos que se acercan a los libros infantiles con esa condescendencia que amalgama buenismo y utilitarismo. Los libros de su niñez, la mirada literaria desde la paternidad, reflexiones en torno al concepto de infancia y su evolución histórica o la relación entre lo multikulti y la lectura, son algunas de las cuestiones que se abordan en él.
Por si no fuera poco, Goldin incluye en esta nueva edición un capítulo titulado Reverdecer o fenecer. Una perspectiva procesual de la LIJ y sus dilemas, hoy. Esta quizá sea para mí la parte más interesante, ya que en ella tiene la oportunidad de opinar de las realidades, paradojas y sinsentidos que vive actualmente el universo de los libros para críos, una suerte de prospectiva que el autor se encarga de diseccionar con prosa sesuda y elocuente no apta para lectores lineales.



Guadalupe Jover. Un mundo por leer. Educación, adolescentes y literatura. Octaedro. Había oído el nombre de esta mujer en varias ocasiones durante el último curso y me decidí a leer su ensayo más conocido.
Ya saben ustedes que, en lo que a enseñanza literaria en educación secundaria se refiere, soy bastante crítico y creo firmemente que debería orientarse en otro sentido. Es aquí donde entra en juego una de las mayores defensoras de los itinerarios lectores, esa suerte de caminos por los que transitar lo literario desde un prisma que combina clásicos y nuevas tendencias.
Con un discurso nada enrevesado, la profesora nos invita a unir la lectura, el mundo real y las experiencias compartidas en sus llamadas constelaciones de lectura (si tienen curiosidad, la imagen de cabecera de este post simboliza una). Estas creaciones contribuyen, no solo a enseñar literatura, sino que ayudan a ensalzar las palabras como un vehículo del que participan los miedos, inquietudes y sueños de unos adolescentes que, a pesar de los cambios generacionales, siguen en sus trece. Pero para eso, señores, los docentes tienen que leer, no solo las lecturas de ese corpus curricular, sino atreverse con muchos otros que, tildados frecuentemente de literatura comercial, establecen sinergias con los primeros. Profesores ¡échenle un ojo!



Felipe Munita. Yo, mediador(a). Mediación y formación de lectores. Octaedro. Tenía muchas ganas de pillar este libro en el que, el poeta y doctor en Didáctica de la Lengua y la Literatura, nos dibuja un panorama muy sugerente sobre la labor del mediador de lectura desde dos perspectivas: la promoción lectora y la enseñanza literaria. Aunque pueden parecernos muy cercanas, suelen excluirse con frecuencia. ¿Por qué? Porque generalmente, la mediación lectora suele echar mano de muchos fuegos de artificio, mientras que la didáctica de la lengua y la literatura necesita del ejercicio reflexivo, cosa que se olvida con frecuencia entre docentes y bibliotecarios, máximos exponentes en esta labor.
Lejos de abandonarnos a nuestra suerte, Munita nos regala una serie de directrices y propuestas que, desde su propia experiencia o la de otros, surten efecto entre los críos a la hora de inculcar esa lectura del disfrute con la que se nos llena la boca. Bitácoras de lectura, conversaciones en torno al Zorro de Brooks y Wild, juegos poéticos que invitan a la disección o novelas que se convierten en proyectos integradores son algunas de sus recetas.
Si bien es cierto que el autor hace gala de ese lenguaje inclusivo que tanto me empalaga, el contenido es muy necesario, ya que pone en tela de juicio una serie de prácticas en torno a la lectura que estamos acostumbradísimos a ver en escuelas e institutos. Pegar, colorear y recortar, tres verbos que hacen reflexionar al chileno sobre cómo debe ser el encuentro entre libros y lectores.



Michèle Petit. Los libros y la belleza. Somos animales poéticos. Kalandraka. Con prólogo de Daniel Goldin (el de tres libros más arriba), este libro se revela (¿o se rebela?) como un ensayo poético sobre la belleza: la que habita los libros y la que los rodea. Dos tipos de belleza que se complementan y que la especialista en LIJ y socióloga francesa ensalza mientras desgrana una serie de experiencias reales desarrolladas en diferentes ámbitos como la escuela o instituciones sociales.
Michéle Petit vuelve a poner en valor la humanización de la lectura desde el punto estético en un librito que se articula gracias a varias de sus conferencias que ha impartido entre 2015 y 2020. Como en otras obras (véanse Leer el mundo o Lecturas: del espacio íntimo al espacio de la lectura), ensalza el impacto de los libros y la lectura sobre personas que sufren todo tipo de miserias, como los migrantes, los habitantes de zonas despobladas, los refugiados o los pobres de solemnidad. Más concretamente, Petit nos habla de la palabra como legado, del valor cultural del lenguaje o del vínculo perdido y recuperado. También de la capacidad evocadora de las palabras, de la descriptiva y sus sinergias, de esos paisajes imaginarios que nos recuerdan a los propios. Tampoco se olvida de las bibliotecas ni de la dichosa pandemia.
Si bien es cierto que a veces me suena un tanto utópica, se agradece esa mirada alentadora sobre el valor de la lectura en tiempos revueltos. Y menos mal, porque los que nos dedicamos a la mediación lectora, muchas veces necesitamos de este tipo de arengas para seguir remando.
Lleno de referencias y muy ameno, es de esos libros que uno puede releer con facilidad para insuflarse una pizca de esperanza lectora y llenarse de preguntas sobre las que reflexionar.

lunes, 26 de febrero de 2024

Nuevos apuntes sobre la censura en la Literatura Infantil y Juvenil


El pasado sábado participé en la jornada profesional que la Asociación LASAL (Salamanca Animación a la Lectura) organiza cada año para que diferentes facciones del sector se encuentren en torno a un aspecto de la llamada LIJ y puedan intercambiar ideas y opiniones que enriquezcan el debate en este universo de los libros para críos y no tan críos.
En esta ocasión nos reuníamos bajo el título ¡Eso no se dice! La censura, los silencios y lo disimulado en la Literatura Infantil y Juvenil, un tema con bastante chicha que nos dio para hablar largo y tendido durante unas cuantas horas. El partido se dividió en cuatro tiempos. Empezó Santiago Rico Alba con su charla inaugural ¿Dónde viven los niños? El segundo estuvo dedicado a la edición y creación gracias a una mesa redonda moderada por Francisca Noguerol y en la que intervinieron Ellen Duthie, Patric San Pedro y Nando López. El tercer bloque se centró en la censura desde el mundo de la mediación y la crítica gracias a Ana Garralón, Freddy Gonçalves y un servidor, que fuimos coordinados por Sònia Oliveira. Y el cuarto y último se desarrolló en tres talleres vespertinos impartidos por algunos de los ponentes anteriores.
Como este espacio, además de aglutinar reseñas y selecciones, hace de cuaderno de notas, recogeré aquí algunas de las ideas que más me llamaron la atención de nuestra mesa redonda-coloquio. Con esto quiero decir que no voy a transcribir palabra por palabra lo que allí se dijo, sino que intentaré hacer un resumen muy personal, incorporando cuestiones e impresiones que se pueden añadir a estos apuntes sobre la censura publicados hace años. ¡Allá voy!


Tras presentarnos, Sònia disparó la primera cuestión. ¿Es lo mismo mediar y censurar? Ana Garralón dio un no rotundo. No pueden serlo porque la labor del mediador se centra en seleccionar y ofrecer alternativas de lectura. Nada que ver con apartar una obra a ojos de los lectores por diferentes motivos. Freddy Gonçalvez y yo respondimos con ciertas reservas, pues cuando uno pone su mirada en unas obras y la retira de otras, le resta visibilidad a las segundas. Además, yo añadí la autocensura del lector desde su propia voz, mencionando El verano que mi madre tuvo los ojos verdes, un ejemplo de lectura audaz y controvertida que despierta diferentes puntos de vista en su encuentro con los lectores, así como mi confesada censura a la mayoría de los libros sobre gatos (los que me siguen ya saben que no me gustan estos felinos).


Sònia continuó: ¿Hay censura en la LIJ actualmente? Si atendemos exclusivamente al contenido de las obras, Ana Garralón lo dudaba seriamente. Según ella, hoy por hoy, cualquiera puede publicar lo que le dé la gana, hay muchas editoriales, la oferta es muy variada y los lectores son muy diversos. Cualquier obra puede tener su recepción en mayor o menor medida a pesar de que los grupos de poder políticos y religiosos compliquen ese alcance entre el público potencial.
También apuntamos a las formas, concretamente a la censura que supone la corrección política. Personajes planos, argumentos lineales y ausencia estética son el resultado de muchas de esas creaciones que rezuman compromiso. Ese mundo feliz que nos han traído los ismos y las cuotas de visibilidad, castiga a lo literario en su parte más hermosa y humana. Los “libros intensitos”, los “libros por” y los “libros para” proliferan como setas, copan las listas de ventas y no dejan resquicio para que aflore la verdadera belleza. Una visión de la literatura más comercial que Freddy Gonçalvez invitaba a combatir desde la lectura analítica y compartida. Para deslavazar obras que tienen más que ver con la autoayuda, la pedagogía y el exorcismo de los traumas personales, necesitamos un ejercicio crítico en el que la comparativa desmonte las facetas menos artísticas del mercado editorial.
Por otro lado y enlazando con lo anterior, el mercado también se hace eco de esos temas controvertidos o inapropiados para ensalzar el valor (pseudo)literario de algunas producciones. Una exaltación de la censura que sirve como reclamo de ventas entre ese público infantojuvenil que busca en la subversión y el libertinaje un modo de contrarrestar las convenciones del mundo adulto. ¿Censura o campañas de publicidad inmejorables?


La última pregunta que recuerdo de Sònia fue ¿Existe censura en la mediación? Contó con muchos puntos de vista, gracias en gran medida a las aportaciones de los asistentes. Veamos...
Hablamos de la censura intrínseca que favorece la propia industria y una elevada producción (unos 7000 títulos según las estadísticas que manejaba Ana Garralón). Familias, docentes, bibliotecarios y otros mediadores dirigen su foco a aquellas obras con mayor repercusión en el mercado, bien por desconocimiento del resto, bien por diferentes estrategias publicitarias, al tiempo que olvidan otras que bien merecen ser leídas. Es imposible estar al día y el propio sector silencia libros que pasan inadvertidos a pesar de su gran calidad literaria.
Esta realidad se enlazó con la censura en la biblioteca. Aunque las estadísticas nos digan que los libros más demandados por los usuarios pertenecen al circuito más comercial, la biblioteca, como institución pública que está al servicio de todos los ciudadanos, tiene que romper una lanza por la mediación plural diseminando otro tipo de producciones literarias para que esa inercia social no se traduzca en censura cultural.


Se apuntó también a la obligatoriedad de la lectura en las aulas (para algunos, la imposición es censura) y la necesidad de diversificar lecturas donde el canon y otras formas literarias, como la novela gráfica o el libro-álbum, coexistan para ofrecer un selección equilibrada en opciones, intereses y finalidades.
Al hilo de esto, se añadió la necesidad que crear itinerarios lectores para ensalzar la mirada literaria sin prejuicios hacia obras de diferente naturaleza, una práctica que ejemplificó Santiago Rico en la parte de su ponencia que relacionó El cerdito amable de Beatrix Potter con La metamorfosis de Kafka o los clásicos griegos.
También se señaló a esa censura que supone la sobreprotección hacia la infancia (No quiero un libro que hable de cosas ajenas a la vida de mí nieta o que la pueda incomodar) y la necesidad de romper con esas preconcepciones buenistas de la mediación lectora.
Y para terminar, hablamos de una paradoja: es bastante curioso que al libro se le pongan limitaciones de contenido, cuando la mayor parte de los niños y jóvenes tienen acceso a todo tipo de información a través de internet y las redes sociales. La sociedad es permisiva con el uso de los dispositivos electrónicos, pero sin embargo, no le pasa una al libro, ese objeto de deseo que, venerado por lectores y no lectores, se supone que contiene la verdad absoluta e inmutable aunque se encuentre en pleno proceso de devaluación cultural. Incomprensible.


Y con estoy y unas empanadillas riquísimas, me despedí de Salamanca hasta nuevo aviso. 
Mil gracias a los organizadores por pensar en mí, a los compañeros por sus contribuciones tan inspiradoras y a los asistentes por el interés y cariño en esta jornada tan agradable como nutritiva.

martes, 16 de mayo de 2023

De aquellos barros, estos lodos


España cae siete puntos en comprensión lectora. ¿Les extraña el titular con el que nos hemos levantado? A mí lo más mínimo. Lo que me parece peliagudo es que, según apuntan los informadores, se deba al cierre de los centros educativos durante la pandemia. Como si la responsabilidad de que en este país se lea, la tenga única y exclusivamente la escuela.
Aquí siempre haya algún tonto al que endiñarle el muerto. ¿Acaso solo leemos los maestros? Manda huevos que ni la sociedad ni las familias estén metidas en el ajo de la lectura. Todo recae siempre sobre los mismos. Una concepción que procede del más asqueroso paternalismo de estado que, coadyuvado por ese menosprecio tan español al funcionario, sigue denostando la labor del trabajador público. Así nos va.


El otro día me decía un gilipollas que tengo como amigo, que él, por el hecho de ser padre, tendría que pagar menos a la hacienda pública (a pesar de estar en el negocio de las multipropiedades... ¡Ejem!). Es decir, solo por el hecho de traer criaturas al mundo, algunos se creen con el derecho de tener un mayor status social. Porque lo valen. Les han vendido la moto de que el estado va a cuidar de ellos, que no les va a faltar de nada. Pondrán todos medios a su alcance, incluidos médicos y maestros. A sus pies.


En vez de pensar que la escasa formación de las familias fue la que lastró a los críos durante la pandemia, que la educación formal les sobrepasaba, que carecían de conocimientos y estrategias con las que enseñar a sus hijos desde casa, prefirieron cargar con el sambenito a unos docentes que se vieron atados de pies y manos en sus hogares a base de limitaciones.
Quizá sea ese el razonamiento correcto. Admitir de una vez por todas que muchos padres existen en la más absoluta ignorancia y que prefieren vivir preocupados por comuniones y otros eventos en los que puedan estirar el cuello, a participar del proceso de enseñanza de sus hijos. O eso, o gritar, encerrarlos en sus cuartos, imponer castigos de los que se arrepienten demasiado pronto, echar balones fuera e intentar vapulear a los únicos que, desde una posición todavía comprometida, intentan hacer algo por abrirles la mente.


Detrás de esto y una vez más, las dobleces triunfan en una sociedad abocada a la impostura, al quiero y no puedo, exhibicionista y pecadora, absurda hasta el punto de decir basta.
Lo dicho: de aquellos barros, estos lodos, pero de pandemia, ni hablar.

***
N.B.: Todas las imágenes que acompañan a este post son obra de Quint Buchholz y algunas se incluyen en El libro de los libros y En el país de los libros, ambos publicados por Nórdica.

viernes, 15 de octubre de 2021

"El juego del calamar" o la desinfantilización de la infancia


Vuelve la polémica con El juego del calamar, la serie coreana de moda que ve hasta el Tato, niños incluidos, los mismos que representan sus escenas violentas mientras se comen el bocata en el patio del colegio. Y venga, todos echándose las manos a la cabeza. Que si las criaturas están a pique de enrolarse en la legión, que si algunos padres merecen ser quemados en la hoguera, que si la vuelta de los rombos es inminente, y bla, bla, bla.
Tanta escandalera y yo aquí, adherido al debate para constatar que nadie suelta el móvil mientras cena con sus hijos, pero todos se indignan con la sola idea de que los críos se entretengan con una de ficción violenta. Menos mal que tener dos ojos me tranquiliza bastante. Y si subtitulo las imágenes con el “Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago” (consigna favorita de los adultos ejemplares) se me esboza hasta la sonrisa.


Armin Greder

Dejando a un lado la ironía, creo que el punto de partida no tiene la menor trascendencia: una fábula distópica llena de violencia junto a un problema de censura paternalista (lo de toda la vida). Sobre las distopías les recomiendo a otros especialistas (si es que me consideran dentro de esa categoría) y para reflexionar sobre la censura les recuerdo ESTE POST. 
Lo verdaderamente complejo del asunto viene cuando estos dos factores se mezclan con un tercero llamado la desinfantilización de la infancia, una cosa muy seria que se puede extrapolar a otras muchas facetas de la vida social y cultural, incluida la Literatura Infantil.


Shaun Tan

Como muchos sabrán, el concepto de infancia ha variado a lo largo de la Historia, sobre todo en lo que se refiere al aspecto social, algo a tener muy en cuenta en este debate sobre espectadores y calamares que hoy nos ocupa. Así definimos tres tipos de niño a lo largo de los siglos:
- El niño premoderno (por ejemplo el del medievo) compartía con el adulto actividades productivas, educativas, lúdicas y sociales. No se volcaban en él sentimientos diferentes a los de un adulto ni se le velaban aspectos importantes de lo cotidiano, como por ejemplo el sexo o la muerte (lean ESTE OTRO POST).
- El niño moderno, ese que nace a partir del siglo XVII, pasa a ser dependiente de un proceso de crianza, tanto maternal (algo que Ariés en 1962 define como “mignotage”), como escolar (la escuela, ese territorio educativo ad-hoc). También juega y se divierte mucho más, no participa del mundo laboral hasta estar crecidito, solo conoce una parte de la realidad, y se le presuponen sentimientos diferentes a los del adulto.
- El niño posmoderno se moldea por los cambios que acontecen durante los siglos XX y XXI. Más independiente y solitario, gestiona parcelas de su propia crianza, se enfrenta a sentimientos más complejos, ya no juega ni se divierte de la misma manera, sigue sin trabajar, se forma de manera perpetua y tiene "toda" la realidad a su alcance (N.B.: pueden echar un ojo a los trabajos de Postman o Nadorowski en la bibliografía).


Edward Gorey

Sí, amigos, la inocencia, la necesidad de cuidado o la fragilidad, ya no sostienen al niño. Los cambios en la institución familiar, la incorporación de la mujer al mundo laboral, la estructura tentacular de la escuela como medio de poder estatal y familiar, los avances tecnológicos, el libre acceso a la información, la omnipresencia de las redes sociales, o la disfuncionalidad en las relaciones humanas, han propiciado un nuevo escenario para el desarrollo de niños diferentes a los que conocíamos.
Fíjense. Somos tan buena gente y estamos tan preocupados por ellos, que queremos darles clases magistrales sobre identidad de género, ecologismo, consentimiento, racismo,  inteligencia emocional y hasta de indigenismo, pero eso sí ¡Nada de violencia, sexo, drogas o punk! (sobre todo si es explícito, que algunos no saben leer entre líneas). ¡Uy qué lío! ¡Benditas paradojas! Tanta moral, tanta doctrina, tanta corrección política, tanta hostia. Empieza bien la cosa….
Con todo esto quiero decir que el mundo infantil y el adulto se encuentran cada día más cercanos. Hipersexualización, consumismo, depresión, ansiedad… Las fronteras se diluyen inexorablemente porque el proteccionismo es cada vez más difícil. Los niños son individualistas, carecen de referentes tangibles, viven aislados real pero no potencialmente (¡tablets y ordenadores que no falten!), o se pasan el día en aulas matinales y clases extraescolares. El niño actual, el autónomo-autómata, necesita aferrarse instintivamente a su propia supervivencia en un tiempo y espacio cada vez más hostiles para esa idea dieciochesca que poco a poco se va esfumando.


Maurice Sendak

Con este panorama, ¿de qué quieren protegerlos? ¿De qué se extrañan? Lo raro es que no vean Funny Games, A Serbian Film, La gran bacanal o Nekromantik, una buena tanda de películas con las que muchos de ustedes se cagarían de miedo.
“Ay, Román, pero ayúdanos, ¿en qué quedamos? ¿Son niños los niños? ¿Queremos que lo sigan siendo? ¿Sí o no a este juego de moluscos?” Queridos, ustedes verán lo que hacen con sus hijos, que ya son mayorcitos. Yo les informo de la realidad por si la habían olvidado o simplemente tenían los ojos vendados. A mí, lo único que me aterra es saber que hay niños tan despiertos como para entender la citada serie... 

*Nota: La viñeta de portada es propiedad de @tutorporsorpresa (Jaume Font) y el resto de las ilustraciones pertenecen a reconocidas obras de la Literatura Infantil donde la violencia también habla.

Bibliografía

Ariés, Philippe. 1987. El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen. Madrid, Taurus.
Nadorowski, Mariano. 1994. Infancia y poder. La conformación de la pedagogía moderna. Buenos Aires: Aique.
Postman, Neil. 1988. La desaparición de la niñez. Barcelona: Círculo de Lectores.

Y para los que sepan inglés, una revisión crítica de todos estos temas con bibliografía actualizada:
Meynert, Mariam. 2013. Conceptualizations of childhood, pedagogy and educational research in the postmodern: A critical interpretation. Lund University.

miércoles, 18 de octubre de 2017

La censura en la Literatura Infantil y Juvenil. Unos apuntes.


Corren tiempos difíciles en los que las ideologías y los ismos se abren paso. Prejuicios, demagogias e intereses flotan en el aire. Ha llegado la hora de hablar de un tema que, a pesar de estar estrechamente relacionado con la política y la sociedad, nos atañe a todos, más todavía a los que sugerimos lecturas y literatura. Es el momento de hablar de censura.
Aunque se figura un tema bastante escabroso en el que es difícil ser imparcial y ortodoxo, aquí les traigo una serie de apuntes sobre ciertos aspectos relacionados con esta, que bien pueden abrir nuevas ventanas desde donde mirar la realidad o simplemente exponer desde mi punto de vista algunas cuestiones tratadas por otros, quedando abiertas todas ellas a sus comentarios y aportaciones.


Ha sido uno de los libros más censurados en el mundo, calificado como obra perturbadora que incita al desequilibrio mental y las tendencias homicidas.

Todos somos censores

Antes de meterme en harina con un tema que suscita interés y polémica, he querido abrir esta caja de Pandora parafraseando las palabras de Perry Nodelman en su artículo homónimo que les recomiendo a manos llenas y que pueden leer aquí.
De acuerdo con Nodelman, la censura en los libros para niños no es llevada a cabo de manera exclusiva por agentes gubernamentales que adornan su brazo con la cruz gamada o la hoz y el martillo. No. Censores somos todos (o podemos serlo, dejemos la duda en el aire). Sólo basta con ser humano, tener una educación determinada, unas preferencias o pertenecer a un grupo social concreto, y por tanto, desechar otras ideas por el mero hecho de ser diferentes.
Por ello y a pesar de la libertad que todos nos presuponemos, debemos interiorizar que cualquiera, desde la bibliotecaria de su barrio, pasando por el librero, el maestro de sus hijos, ustedes o yo mismo, somos censores. Censuramos a nuestra madre para que no vaya cascando las miserias familiares, censuramos a nuestros hijos a la hora de elegir libros infantiles, censuramos al vecino cuando apunta alguna inconveniencia, o al locutor de radio de turno por no poner entera la canción que nos gusta.
Pero, ¿por qué censuramos? Por el mero hecho de ser humanos y adscribirnos a unas normas y razones sociales, nos pasamos el día con la censura a cuestas sin darnos cuenta. Son las diferencias en cuanto a ideas y estereotipos las que condicionan la censura. Lo que James Moffett define como “agnosis”, el deseo de no saber, esa cualidad del adulto que se hace más patente cuando de él depende el hecho de seleccionar libros para los niños  y que deben mostrar la realidad que más le conviene. 
Si a ello añadimos el acto discursivo y que la literatura infantil es un territorio indefenso ante el control de los adultos, la cosa es mucho más llamativa y afianza más el concepto de que la infancia es una etapa a rebosar de oprimidos, en este caso niños, menospreciados por razones de edad (y otras muchas cosas).


Fue censurado en los Emiratos Árabes por incitar a la brujería. En Tejas (EE.UU.) y Toronto (Canadá) hubo quien fue a los tribunales para que se eliminara de sus páginas la batalla contra los muggles.

El individuo y la sociedad. La censura individual y la censura colectiva

Aunque todos somos censores según lo dicho, debemos hablar de la censura desde dos perspectivas, las que se refieren a las dos realidades de nuestra condición, la personal y la social. Generalmente el ser humano tiende a comportarse de manera diferente cuando está solo y cuando se encuentra acompañado. Las relaciones que el hombre establece con sus iguales pueden modificar las ideas y conductas que este tenga cuando se encuentra en soledad, incluidas las preferencias sobre la literatura infantil.
No me pregunten sobre las bases antropológicas que llevan a esta situación pues las desconozco. Lo único que he apuntado durante mis numerosas charlas y encuentros sobre libros para niños es que las personas modifican sus preferencias en torno a los libros dependiendo de las opiniones vertidas por los demás, de los prejuicios que surjan en el momento y los estereotipos de moda en el instante. Esa socialización de la ideas a la que apelaba Foucault se hace más palpable cuando hablamos de censura.
Es por esto que me atrevo a definir dos grupos de censura, aquella que realiza el individuo por sí mismo, con sus preconcepiones y su experiencia, cuando se encuentra solo ante un libro, y aquella que lleva a cabo el mismo individuo cuando se halla en un grupo de personas. Ámbito público y ámbito privado, las doble cara de la censura. La explicación de por qué muchos votan a la derecha cuando se pasan el día aplaudiendo a los progres en las redes sociales.


En 1931 fue censurado en Hunan, China, porque en sus páginas  los animales hablaban, algo inadmisible ya que ponía a los animales al mismo nivel del hombre.

La censura gubernamental e institucional: el poder traducido

Desde España solemos mirar la censura hacia cierta dirección ya que todavía hacen mella en nuestra sociedad los cuarenta años de dictadura franquista, algo que también ha sucedido en países como Italia, Alemania o Chile donde las dictaduras de derechas han ejercido una opresión ideológica más que palpable. Pero, ¿es la censura exclusiva de los gobiernos conservadores? El NO debe ser rotundo pues existen casos de territorios gobernados por regímenes comunistas en los que la censura literaria es el pan de cada día, algo que se puede constatar en lugares como China, Rusia, Corea del Norte, Cuba o Venezuela.
Seguramente también estén pensando que la censura es patrimonio de los totalitarismos, pero un servidor sigue negándolo ya que existen democracias de dilatada trayectoria como los Estados Unidos, Francia o Inglaterra en las que también hay ejemplos de censura literaria. Más bien podríamos aclarar que en los totalitarismos (unas veces despóticos, otras no tanto) la visibilidad de estos instrumentos censores ha sido mayor, alcanzando identidad como daño colateral e instrumento propagandístico, acompañando acciones mucho más deleznables y rodeando la relación entre oprimidos y opresores.
Resumiendo, y como ya explique en este post sobre política y LIJla censura gubernamental o institucional es un medio de poder que se pone en práctica en mayor o menor medida dependiendo del interés de quien ostenta dicha hegemonía, proceda esta de siglas diferentes, religiones varopintas o sindicatos de cualquier índole. Si desean definiciones más académicas les remito a este artículo de Raquel Merino Álvarez o a este otro de Roberto Martínez Mateo.


Este libro fue censurado en Dakota del Norte (EE.UU.) por contener "imágenes perturbadoras". Asimismo muchos sectores polemizaron porque incitaba a los niños a la desobediencia y violencia. Incluso se llegó de decir que alguno de sus poemas "glorifican a Satanás, el suicidio, el canibalismo o la pura pereza"

Cada época, cada sociedad, tiene sus propios tabúes, llámense erotismo, sexismo, nacionalismo, progresismo, o maltrato animal. Unos demonios que el poder y los medios de comunicación de masas utilizan a su antojo para contentar a sus partidarios, menospreciar a sus detractores y capar ideológicamente a todos (no sea que la líen). Es así como la censura se balancea sobre un finísimo hilo que, unas veces nos deja caer a un lado y otras, al otro; algo que el hecho histórico constata de manera fehaciente.
Como hay poco espacio y no tengo tiempo para enumerar todos los libros infantiles que han sido censurados en diferentes países y sociedades a lo largo del tiempo, les invito a echar un vistazo a las imágenes que acompañan estos apuntes (todos ellos han sido censurados en diferentes lugares del planeta) y a tres estudios que recogen innumerables ejemplos de libros infantiles que se han visto afectados por las censuras gubernamentales e institucionales: Prohibido leer. La censura en la literatura infantil y juvenil contemporánea (edición de Pedro C. Cerrillo y César Ortiz Torremocha, 2016, Ediciones UCLM), Literaturas y Poder. La censuras en la LIJ (Angel Luis Luján y César Sánchez Ortiz, 2016, Ediciones UCLM), Niños, niggers, muggles. Sobre literatura infantil y censura de Elisa Corona Aguilar (2012, Deléatur).


Este libro fue acusado de "minar la autoridad paterna" o "incitar a los niños a huir de casa y vengarse de los adultos", mensajes frecuentes en las obras de Dahl.

El espectáculo de la censura: medios de comunicación y redes sociales

Cuando hablamos de medios de comunicación y redes sociales seguro que nos vienen a la cabeza todo tipo de opiniones. Medios de poder, altavoces y micrófonos intervenidos, amarillismo, modas, demagogia y un largo etcétera de cuestiones poco deseables son las que despiertan la prensa escrita, la digital, la televisión o la radio. Todas manipulan la información y la traducen a su antojo. La 1, la CNN, El Español, Al Jazeera, elDiario.es o TV3, da igual que estén de un lado o de otro: muy pocas veces ostentan independencia (a no ser que sean minoritarias... y ni aún así...).
Lo más inesperado viene cuando tenemos que hablar de redes sociales, unas que se suponen plurales y populares, también se adscriben a movimientos y partidismos, por ejemplo léanse Twitter o Linkedin, una de corte progresista y otra más conservadora, en las que sus usuarios vomitan todo tipo de ideas e improperios incendiarios.
Por otro lado todos estos medios de masas tienen papeles fundamentales en la censura y pueden reunirse en dos claras tendencias, o bien promueven la censura, o bien aúpan lo censurado. Todo ello con salvedades y grises, claro está.
Sobre los mecanismos censores me limitaré a remitirles a los paripés propagandísticos de las diversas facciones que intervienen en cualquier conflicto político y que incluso han provocado en ocasiones la modificación de la intención de voto de unos y otros. "Guerra cultural" lo llaman. Como si la Cultura, así, en mayúscula, fuera eso... No hay más que decir.


Este libro de Dahl fue censurado en Colorado (EE.UU.) por presentar una "pobre filosofía de vida". Asimismo los entrañables Oompa Loompas fuero percibidos como una ofensa hacia los afroamericanos. 

Sobre lo de la promoción, hay más chicha que embutir... Desde los comienzos de la literatura infantil ha existido la censura, y curiosamente y muy a pesar de los adultos censores, la popularidad de estas obras ha crecido entre los niños, su éxito ha subido como la espuma y se han vendido millones de ejemplares de obras como las de Roald Dahl.
Por todos es sabido (incluidos medios de comunicación y gurús de las redes sociales) que en este mundo capitalista donde el escándalo vende, estar en el candelero da una mayor visibilidad a las obras literarias, es decir, conlleva una publicidad la mayoría de las veces gratuita que tiene sus consecuencias en la adquisición del producto por parte del consumidor, más todavía cuando los padres y maestros (opresores en este caso) están implicados en ello.
Campañas de prestigio basadas en la censura (esto es de traca) y ejercida desde ciertos sectores de la opinión pública se han convertido en una herramienta de doble filo para el consumo literario, y son comparables con las maniobras publicitarias de sagas como Crepúsculo o Los juegos del hambre. ¡No todo tenía que ser negativo en esto de la censura!
“Censura y polémica, victimismo y negocio” ¿Quién se atreve a escribir este libro? 


Esta obra fue censurada en dos ocasiones en Estados Unidos, concretamente en las décadas de los años 30 y 60. En los 30 se relacionó con la brujería y el esoterismo, y en los 60 por constituir una metáfora del comunismo.

Nuevas formas de censura colectiva. El buenismo, las minorías y lo políticamente correcto.

Siguiendo con el hilo del epígrafe anterior continuo con la tormenta que desató hace unos veranos el libro 75 consejos para sobrevivir en el colegio de María Frisa. Yo estaba haciendo de las mías por las playas españolas y preferí mantenerme un poco al margen (¡Tampoco voy a estar en todos los fregaos!) aunque seguí con detenimiento todos los comentarios que se vertían sobre la innecesaria (a mi juicio) polémica. Unos hablaban de autopromoción, otros de literatura ofensiva, y algún otro de victimismo. Eso sí, en el fondo, todos se referían a lo mismo: censura.
Lo que más me llamó la atención de esta polémica fue que era bastante paradójico que un libro que pretendía ser humorístico (N.B.: Lo siento por todos aquellos que blandieron la espada subversiva de la LIJ o citaron a Barrie o Sendak para justificar este libro. Me pareció un exceso), se tornara incómodo.
Algo por el estilo le sucede a Twain y Huckleberry Finn con esa parte de la comunidad afroamericana que ha censurado este libro por considerar que Jim recibe un trato ofensivo y vejatorio por parte de Huck (la palabra con connotaciones despectivas “nigger” se lee una y otra vez en esta obra), y que no deja de ser un personaje elaborado a base de los clichés racistas de la época. Me parece extremista y descabellado que lo realmente interesante de un libro tan excepcional sean las formas y no que Huck deje a un lado sus prejuicios de blanco supremacista y reconozca a Jim como un verdadero amigo, un compañero de viaje a pesar del color de su piel.


Como ya dije en este otro post, la dictadura de la piel fina ha cambiado la percepción que tenemos del mundo. Lo políticamente correcto nos aboca a un ejercicio censor que tiene que ver con lo preestablecido más que con nosotros mismos. Todo ello nos conduce a unas de esas paradojas modernas sobre las censuras. La doble moral, los dobles raseros, o lo desvirtuada que se siente la sociedad con el ser y el parecer, nos lleva a una perdida de sentido crítico por culpa de la imposición política, de los discursos morales erróneos.
No somos censores por nuestros propios prejuicios, sino que los somos porque otros se empeñan en censurar aquello que podría ser censurado y de paso lapidar a un tercero que probablemente se ha censurado a sí mismo como producto de otros prejuicios e intentaba ser crítico en primera instancia... Nota: Si no se lían con este trabalenguas, les animo a leer los juegos de palabras que Perry Nodelman, con más razón que un santo, apuntó en este otro artículo que tiene mucho que decir sobre censura y objetividad.


Fue censurado en muchos países por considerar que trataba temas de corrupción política, contenía sentimientos anti-belicistas y poner sobre la mesa el debate de la colonización. Por esta razón muchos lo camuflaron como libro de viajes.

Libreros, bibliotecarios, influencers... ¿literatura infantil realmente libre?

A veces me pregunto si el papel de blogueros, booktubers, bookstagramers, libreros, bibliotecarios y otros monstruos, es esencial para que lo diverso se mantenga en la LIJ. He tratado muchas veces este asunto en post como este o este otro, pero dejando a un lado las cuitas entre los enteraos de los libros infantiles, sí me atrevo a añadir que, a juzgar por las recomendaciones de final de año tan socorridas a la hora de recomendar libros, no parece que la cosa sea muy plural, ya que existen muchas coincidencias entre unos criterios y otros.
La cosa cambia cuando los seguimos, nos siguen con más detenimiento y observamos que muchos de ellos, de nosotros, saltamos con algún título sobre el que nadie se había percatado. Es ahí cuando la censura colectiva se hace menos evidente y me atrevo a pensar que muchos son, somos necesarios, sobre todo porque diluimos el llamado sesgo y abrimos más puertas que las que cerramos. Seguramente yo esté harto de libros sobre emociones, compendios comportamentales y obras edulcoras, mientras que otra colega se pirre por este tipo de títulos. Todos están presentes y el público puede ojearlos y decidir, según su propio criterio, cuáles censura y cuáles no.


Libro censurado hoy en día en Estados Unidos por hacer alusiones a familias con progenitores homosexuales, el matrimonio igualitario y la adopción por parte de estas parejas.

Lugar aparte merecen los enfrentamientos o guerras personales sobre el criterio de este booktuber o esta bloguera, sobre este o aquel libro. Es tal la fuerza que tienen algunos influencers, que son capaces de denostar y degradar un libro que en principio parecía honesto a las cotas literarias más bajas. Como ejemplos me gustaría citar El monstruo de los colores de Anna Llenas y Por cuatro esquinitas de nada de Jerôme Ruillier. Aunque en principio son dos libros que nacían de una idea honesta, sin mucha pretensión, y con cierto fundamento artístico -que es lo que se les presupone a los álbumes-, la desvinculación de estos libros de la esfera literaria por parte de educadores y padres para llevarlas a un terreno más didáctico y pedagógico, ha supuesto un encasillamiento de los mismos dentro de los llamados “libros de valores”, unos que muchos especialistas y críticos aborrecen por desmarcarse de sus criterios y cánones. Se establece así un prejuicio que impide ver la obra de una manera global para pasar a ser censurada por quienes deberían ser abiertos y plurales.


Los puntos sobre las íes o la censura escolar

Aunque clásicamente la escuela ha sido la institución más criticada por ejercer la censura en lo que a la literatura infantil se refiere, algo que se desprende en obras como Aprender a leer de Bruno Bettelheim y Karen Zelan o Como una novela de Pennac, tan aplaudidas desde los ámbitos más liberales del fomento lector, creo que es una acusación bastante extrema por dos causas principales.



Hasta 200 libros infantiles fueron retirados en 2019 de una biblioteca escolar de Cataluña por ser considerados "tóxicos" y "reproducir patrones sexistas". Entre ellos estaban cuentos tradicionales como La Cenicienta o Caperucita roja.

En primer lugar, la escuela es una institución dependiente del estado, es decir, una extensión del poder y que por tanto sigue las directrices que desde los diferentes gobiernos se dispensan. A pesar de que a los docentes se nos presupone una libertad de cátedra, existen numerosas formas de control gubernamental, administrativo y jurídico, como leyes, decretos y órdenes que nos dicen qué tenemos que enseñar y qué deben saber nuestros alumnos. Seguramente a todos ustedes se les ocurrirán ejemplos de doctrina, bulos históricos y contenidos modificados o simplemente borrados de muchos libros, un intervencionismo que huele cuando nos ponemos a indagar en libros de texto o acudimos a las aulas de nuestras escuelas, institutos o universidades.


Libro censurado en muchos lugares de Estados Unidos por representar a una niña transgénero, algo que incitaría a conductas impropias e impuras.

En segundo lugar, también hay que hablar de las presiones sociales que la Escuela sufre por parte de otras instituciones o grupos, entre las que cabe apuntar a las asociaciones de familiares de alumnos (en nuestro país conocidas como AMPAS) y a progenitores que, a título individual, denuncian las selecciones literarias que muchos maestros realizan para sus alumnos. 
Desde Roald Dahl hasta el Donde viven los monstruos que da título a este espacio, han sido señalados como autores y obras que incitan a comportamientos poco deseables, a la rebelión y subversión de los niños y Dios-sabe-qué-más-cosas deleznables. Les conmino a que visiten el lugar que la ALA (American Librarian Association) llamó Frequently Challenged Books y construyó hace mucho tiempo para hacer visibles aquellos libros “prohibidos” o “peligrosos” y llamar así la atención sobre la censura que pervive en muchas instituciones, sobre todo las educativas.



Fue censurado en los Estados Unidos desde la década de los años 70 hasta bien entrado el siglo XXI por grupos feministas y educadores. Según ellos, presenta situaciones poco deseables, como niños sentados en la taza del váter, adultos alcohólicos o fumadores.

Este tira y afloja que gobiernos y progenitores ejercen sobre la Escuela fomenta una censura institucional derivada del miedo, ese que coarta muchas veces a los docentes en la realización de actividades que puedan derivar en temas escabrosos y pongan en duda su profesionalidad como enseñantes. 
No obstante y para que no me tachen de corporativismo he de reconocer que en la Escuela, al igual que en cualquier otra institución, existe la opción personal de censurar aquello que no se atiene a la corrección esperada (N.B.: Estoy harto de que censuren mis pantalones cortos en verano mientras mis compañeras lucen piernas gracias a hermosos vestidos. Todo ello amenizado con cuarenta grados centígrados)


Este libro sigue encabezando la lista de libros censurables en Estados Unidos por su lenguaje ofensivo, racista y obsceno.

Editores, autores y autocensura

¿Por qué muchos autores de literatura juvenil edulcoran sus obras para hacerlas más comerciales? ¿Por qué existe cierta ausencia de personajes malvados en los cuentos infantiles actuales? ¿Por qué se ha desterrado al mal y los villanos de las historias dirigidas a los niños? ¿Por qué los cuentos populares no son aptos para las nuevas generaciones de niños pero sí para todas las anteriores? Sencillamente porque la compra-venta del producto cultural será más difícil a tenor de la censura.
Ciñéndome al estricto proceso creativo y de edición (dejo a un lado las modas, las tendencias, las denominaciones que buscan encasillar lecturas, las clasificaciones por edades que dirigen la industria editorial o las traducciones como mecanismo censor), hablaré del fino tul con el que se viste la autocensura. Bordado de palabras como “objetividad”, “criticismo”, “provocación”, “lirismo”, “compromiso”, “privilegio”, “humor”, “juego” o “poesía”... ¿Relativas? ¿Absolutas? ¿Necesarias? Todo depende del equilibrio que los creadores impriman a la obra y del prisma con el que se miren, algo que, a mi juicio depende del receptor final, el lector, que no necesita arengas ni disculpas, sino un poco de honestidad. ¿Libre, libertino o libertario? Es simplemente un extraño columpio sobre el que descansa la retórica. ¡Que más da!


Censurado en EE.UU. por contener un lenguaje ofensivo y vulgar, así como por poner en entredicho el llamado sueño americano.

Mientras que la censura gubernamental deja un poco de lado la literatura infantil, la industria editorial es la encargada de poner freno a diferentes publicaciones que pueden “tentar” a niños y jóvenes, que pueden “ofender” a padres y profesores, y que pueden “poner en peligro” el orden social.
El caso más reciente de censura editorial en el ámbito de la LIJ ha sucedido en 2023. Puffin Books, en connivencia con la Roald Dahl Story Company, empresa que gestiona las obras del autor británico, anunció que algunas palabras o frases presuntamente ofensivas en el lenguaje de lo políticamente correcto, se habían eliminado de algunas obras de Dahl. Los cretinos nunca más serán "feos", Augustus Gloop no será "gordo", los Oompa Loompas no tienen género, y en Las brujas y James y el melocotón gigante se han añadido cambios para no ser ofensivos con las mujeres. Esperemos que no obliguen a Quentin Blake a modificar sus ilustraciones. Como se descuiden los libros serán otros gracias a ofendiditos y neolenguajes...



En nuestro país no son pocos los autores que han denunciado el trato censor que muchas editoriales dan a sus creaciones, más si cabe cuando entran en juego aquellos grupos editoriales en los que la Iglesia (católica en nuestro caso, protestante en otros) y otras religiones meten mano. 
Todo empieza con palabras como “aborto”, “cocaína”, “puta”, “mamada” o “cabrón”. Aunque son palabras que abundan en los pasillos de cualquier colegio o instituto, están mal vistas en la Literatura, no sólo por malsonantes, sino porque pesan. La disección de una sola palabra puede tener cientos de connotaciones, y si está inmersa en un contexto más amplio, miles.
A pesar de que muchos autores necesiten comer, hay que darse cuenta de que si se autocensuran, estarán provocando el fallecimiento prematuro de su arte y, sobre todo, que se desencadene la autocensura de otros, los mismos que leen sus libros con la esperanza de hallar algo de libertad, de pensamiento crítico y poder identificar sus experiencias personales con las de alguien más. Algo que poco tiene que ver con el arte incendiario y venenoso que usan muchos para abrirse hueco entre los lectores, porque esa realidad que a menudo se confunde con lo subversivo nada tiene que ver con Cortázar ni con el excelso capítulo 68 de Rayuela.


Este es uno de los libros más cuestionado en Estados Unidos hoy día por incitar al satanismo y la violencia, y poseer un lenguaje ofensivo.

Luke, soy tu padre.” Familia y censura

En los tiempos que corren donde el superpaternalismo, la hiperalfabetización o el sobreproteccionismo son algunos de los pilares que sostienen la educación familiar, la censura es un arma más que fehaciente para construir hijos adecuados, intentos de niños modélicos. Chavales de proporciones aureas que con estereotipos y prejuicios muy marcados se enfrentan a las miserias del mundo, a personajes infumables, a jetas y pillos, arribistas y trepas, mafiosos, asesinos, violentos y malhechores. También a encrucijadas inimaginables, diferencias lingüísticas, sociales, de raza, sexo o religión, es decir, al cúmulo de circunstancias de cualquier forma de vida.
Por todo esto, cuando una madre, un padre o un hermano censuran, están capando una elección que, al fin y al cabo, es en lo que consiste la supervivencia. Sin embargo, la tónica general es la de establecer pautas y comportamientos afines a los progenitores de tal manera que inculcar prevalezca sobre educar, es decir, la censura como herramienta de instrucción familiar.
Lo que nos quedaría por dilucidar es si la censura es positiva o negativa en dicho proceso. ¿Obligar a leer es censura? ¿Por qué es bueno leer? ¿El hecho de que tu leas te capacita para saber que va a ser bueno para mí? ¿Leer obras que tu detestes me hace peor persona? Generalmente, cuando un hijo disiente del modus operandi de sus progenitores y toma un camino diferente suele tener problemas en el seno familiar ya que, en cierto modo, reta a la autoridad familiar. Si a ello añadimos sentimientos y emociones, el enfrentamiento está servido. Y la censura se eleva a N.


Fue censurado en Argentina durante la dictadura militar de Videla por alentar a los niños a una "ilimitada fantasía".

Yo, censor

Cuando cojo un libro entre las manos y leo ciertas palabras, empiezo a retorcerme en el sillón y, aunque no suelo abandonar la lectura (“Soy fuerte, soy valiente. Soy fuerte, soy valiente”), me da por pensar que otros se recitarán lo mismo mientras me leen a mí, censor de tres al cuarto.
Aunque ustedes piensen que soy hombre de pocos filtros y menos pelos en la lengua, les confieso que yo también me censuro, y no pocas veces. Todo empezó cuando en una ocasión una mujer muy sabia (de más, diría yo) me dijo que la gente no estaba preparada para oír lo que tenía que decir. Me quedé callado y seguí dándole vueltas al jabón (es otra de mis aficiones, para enjuagarme de vez en cuando el cerebro, no sea que se llene de mugre). Y aquí sigo, pensando más de lo que escribo (¿Para qué? ¿Para que me censuren una vez más? Basta).
Y mientras estoy en esas del victimismo, veo pasar a un chico de unos veinte años, largo y seco como un ajo. Viste un top gastado, roquis azules, plataformas rosas y, como capa, nuestra bandera rojigualda. Los gitanillos de mi barrio se arrancan por el gran Peret. Una lo llama para que haga como que baila. Cuánta guasa... Me sonrío. Casi una carcajada. Y convengo conmigo mismo que lo mejor que podemos hacer contra la censura es tomarnos la vida con cierta ligereza. Y que si no lo hacemos, no hay de qué preocuparse: de hedonistas y bizarros está el mundo lleno.  


Toda la obra de Sendak es controvertida, prueba de ello es que las imágenes que abren y cierran estos apuntes pertenecen a dos obras censuradas en Estados Unidos. La cocina de noche fue censurada por presentar a un niño totalmente desnudo, mientras que Donde viven los monstruos fue tachado de promover la incorrección política e incitar a la brujería y la invocación de sucesos sobrenaturales.