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miércoles, 4 de enero de 2012

Empezando el año con la crítica literaria



No hay mejor forma de empezar este año 2012 que deambulando por esas páginas literarias que dejo abandonadas de cuando en cuando… Y llegando a Librosfera, leo de la mano de Sfer una entrada dedicada a la crítica literaria en la que se recogen las interesantes visiones de Luis Daniel González o Darabuc, entre otros. Ello me ha hecho reflexionar sobre esta tarea que todos nosotros realizamos, y abandonando mis propias palabras, no he encontrado mejor forma de plasmarla que las del retorcido Oscar Wilde… Ahí las tienen para comenzar con este frío y soleado mes de enero:

El artista es el creador de las cosas bellas.
[…]
El crítico es aquel que puede trasladar de otra manera o a un nuevo material su impresión de las cosas bellas.
La forma más elevada, así como la más baja, de crítica, es un modo de autobiografía.
Los que encuentran significados feos en las cosas bellas son corrompidos sin ser encantadores. Esto es una falta.
Los que encuentran significados feos en cosas bellas son los cultivados. Para estos hay esperanza.
Son los elegidos para quienes las cosas bellas sólo significan belleza.
No existe eso que se llama un libro moral o inmoral.
Los libros están bien escritos o mal escritos. Eso es todo.
[…]
Todo arte es al mismo tiempo forma y símbolo.
Los que van más allá de la forma lo hacen a riesgo suyo.
Los que leen símbolos lo hacen también a riesgo suyo.
Es el espectador y no la vida, lo que el arte refleja realmente.
La diversidad de opiniones sobre una obra de arte demuestra que la obra es nueva, compleja y vital.
Cuando los críticos discrepan, el artista está de acuerdo consigo.

Oscar Wilde.
Prefacio.
En: El retrato de Dorian Gray.
1998. Madrid: Cátedra.

martes, 23 de junio de 2009

Crisis de creatividad


-¿Quién sois? -dijo.
-Soy el Príncipe Feliz.
-Entonces, ¿por qué lloriqueáis de ese modo? -preguntó la Golondrina-. Me habéis empapado casi.
-Cuando estaba yo vivo y tenía un corazón de hombre -repitió la estatua-, no sabía lo que eran las lágrimas porque vivía en el Palacio de la Despreocupación, en el que no se permite la entrada al dolor. Durante el día jugaba con mis compañeros en el jardín y por la noche bailaba en el gran salón. Alrededor del jardín se alzaba una muralla altísima, pero nunca me preocupó lo que había detrás de ella, pues todo cuanto me rodeaba era hermosísimo. Mis cortesanos me llamaban el Príncipe Feliz y, realmente, era yo feliz, si es que el placeres la felicidad. Así viví y así morí y ahora que estoy muerto me han elevado tanto, que puedo ver todas las fealdades y todas las miserias de mi ciudad, y aunque mi corazón sea de plomo, no me queda más recurso que llorar.
«¡Cómo! ¿No es de oro de buena ley?», pensó la Golondrina para sus adentros, pues estaba demasiado bien educada para hacer ninguna observación en voz alta sobre las personas.
-Allí abajo -continuó la estatua con su voz baja y musical-, allí abajo, en una callejuela, hay una pobre vivienda. Una de sus ventanas está abierta y por ella puedo ver a una mujer sentada ante una mesa. Su rostro está enflaquecido y ajado. Tiene las manos hinchadas y enrojecidas, llenas de pinchazos de la aguja, porque es costurera. Borda pasionarias sobre un vestido de raso que debe lucir, en el próximo baile de corte, la más bella de las damas de honor de la Reina. Sobre un lecho, en el rincón del cuarto, yace su hijito enfermo. Tiene fiebre y pide naranjas. Su madre no puede darle más que agua del río. Por eso llora. Golondrina, Golondrinita, ¿no quieres llevarla el rubí del puño de mi espada? Mis pies están sujetos al pedestal, y no me puedo mover.

Oscar Wilde
El príncipe feliz y otros cuentos.
1997. Madrid: Anaya.