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martes, 6 de diciembre de 2016

El diorama como recurso gráfico en el libro-álbum




Con tantos días festivos y echando un vistazo a apuntes perdidos, me he topado con uno sobre la coincidencia que se da en tres álbumes ilustrados, Eres polvo de estrellas (con texto de Elin Kelsey, ilustraciones de Soyeon Kim y publicado en nuestro país por Flamboyant), La visita (creado por Antje Damn y editado por Tramuntana), y No puedo dormir (un aclamado álbum de Stein Erik Lunde y Øyvind Torseter que publicó hace tiempo Barbara Fiore Editora). Aunque todos tratan temas muy dispares, ha llamado bastante mi atención el hecho de que las ilustraciones tengan características comunes.



En primer lugar decir que todas ellas hacen uso de la misma técnica, el diorama. En él, las figuras se desarrollan sobre papel, en tinta (La visita y No puedo dormir) o a color (Eres polvo de estrellas), para posteriormente ser dispuestas en otro contexto, un montaje tridimensional junto a otros elementos. Así se configura la escena final que, gracias a la fotografía, se puede ubicar en un medio bidimensional como la página. Esta técnica, a caballo entre la ilustración clásica, el collage y el libro pop-up, recuerda al escenario de un teatro en el que los actores se van moviendo para desarrollar la acción (de hecho siempre se ha utilizado en juegos de rol o con soldaditos de plomo). Aunque en No puedo dormir y Eres polvo de estrellas, el espacio y su atrezzo es cambiante, en La visita toda la narración se desarrolla en el mismo lugar, algo que, a mi juicio, me resulta agradable, incluso televisivo (¿No les recuerda a una "sitcom"?).




Aunque esta técnica tiene parecidos razonables con otras (véanse por ejemplo el Juul de Vanmechelen -más escultórico- y De Maeyer o La casa de los ratones de Schaapman -juego infantil-), llama la atención que, en estos tres ejemplos, se utilice para desarrollar historias evocadoras, en las que el silencio y la contemplación tienen mucho que decir en pro del discurso final, algo que tiene mucho sentido en el proceso del duelo infantil que describe No puedo dormir, de la soledad y sus consecuencias, y de esa amistad que se enciende a pesar de las diferencias intergeneracionales en La visita, y de la insignificancia del hombre en su relación con la inmensidad del mundo natural que propone Eres polvo de estrellas. Esto puede deberse a que el autor recrea una escena real pero tiene la precaución de parcelar el espacio para incluirlo en la esfera de la fantasía, de la imaginación, de tal manera que crea consciencia de la distancia entre el lector, su obra y el discurso (en estos tres casos complejo), para que se adscriba a lo literario desde una zona de mayor confort, algo que en el álbum de tipo pop-up sucede al contrario (un libro en el que la ilustración y nosotros respiramos del mismo aire, en el que podemos tocar y manosear el elemento artístico e incluirlo en el discurso desde lo real). Por otro lado y, aunque parezca contradictorio, la sensación de profundidad en las imágenes es mayor, de tal forma que les imprime vida. El juego de luces y de sombras naturales juega a favor de lo animado y ayuda a trasladar la ficción a un plano personal y dinámico.



Invitándoles a disfrutar de estos conceptos de ilustración (o “arte”, como reza la portada de Eres polvo de estrellas con bastante razón) que ayudan a la comprensión de la narración y funcionan a modo de andamios sobre los que sostener un discurso a veces difícil, me despido hasta mañana, que ya queda poca semana...


miércoles, 6 de mayo de 2015

De leyendas contemporáneas y divertidas


Aunque disfruto enormemente topándome con todo tipo de charlatanes (N.B.: Creemos que escasean, pero lo cierto es que están por todas partes, léase toda una fruteros, albañiles, chapistas, mecánicos, artistas, mendigos, informáticos, banqueros, cocineros, futbolistas y hasta ministros que se valen del parloteo más seductor para convencerte de la fortuna que has tenido al cruzarse en tu vida), a veces me aburren con tanta historia, con tanta leyenda urbana.
Prefiero disfrutar de sus cuentos y mentiras sin prestarles la confianza y credibilidad requeridas (¡ególatras!), ya que tenerlos en consideración y atender a sus pobres parábolas, puede perjudicar considerablemente mi salud mental, sobre todo cuando mezclan la hechicería con las tarjetas “black”, los seres mitológicos con el elevado coste del ladrillo, o las espadas con el suelo hipotecario.


Admito su agilidad mental, envidio su verborrea ilimitada y venero su capacidad de inventiva (me recuerdan a esa labor social que los romances de ciego y las epopeyas tenían con el vulgo), pero hay que ser cautelosos con esas leyendas que muchos idean para meternos en sus bolsillos (y de paso, también a nuestra cartera) y a modo de telenovelas de  de tres al cuarto que poco tienen que ver con la vida real.
Los argumentos de estas leyendas de hoy día, poco tienen que ver con los de tiempos pasados, unas que, llenas de fantasía hablaban de las hazañas de los héroes de antaño, nos explicaban cómo funcionaba el mundo, de cómo los dioses, la naturaleza y, sobre todo, la voluntad de los hombres, le había dado forma. Son el vivo ejemplo de cómo ficción y realidad pueden caminar de la mano sin chocar, complementándose en el dulce vaivén de las sagas y la historia.


Indudablemente las leyendas siempre tienen algo de cosecha personal, de detalles ingeniosos que hacen increíbles los avatares que incluyen en su matriz. Esa grandilocuencia y controversia, son los ingredientes de La historia de por qué los perros tienen el hocico húmedo de Kenneth Steven y Øyvind Torseter (Barbara Fiore Editora), una de esas leyendas que mezclan el mito y el humor, la realidad con lo vano e impreciso, e incluso, con lo absurdo (de todo tiene que haber en la literatura infantil) para conseguir una leyenda contemporánea. Sus autores, sirviéndose de uno de los pasajes bíblicos más conocidos (el del diluvio universal y el arca de Noé), nos cuentan de una manera colorista (me encantan las líneas tan fluorescentes de este libro, mi enhorabuena al ilustrador por hacer este ejercicio tan arriesgado) y totalmente acientífica (si no, no tendría gracia…), el porqué los perros siempre tienen el hocico húmedo.