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lunes, 21 de octubre de 2024

Hacer novillos o el ejercicio de la libertad


Es lunes y daría lo que fuera porque no hubiera escuela. No seré yo quien se queje de la vida del maestro, pero sí de la del pobre, una que me obliga a trabajar para pagar las facturas. Hipoteca, agua, gas, alcantarillado, electricidad, comunidad de vecinos… todo eso y mucho más me mantienen a merced de un puesto laboral que me tiene sujeto a unos horarios.
¿Quién no se levanta un lunes con ganas de irse a pasear bajo la lluvia, buscar setas o leer una buena novela? No todo se resume en acurrucarse bajo las sábanas a modo de gusano de seda y dejar que pasen las horas. Los madrugadores tenemos otra visión diferente del aprovechamiento. Hacer ejercicio, terminar esa acuarela que se está haciendo cuesta arriba o tocar el saxofón.


Decía una amiga mía que ella quería ser multimillonaria, no para costearse la servidumbre, sino para que nadie tuviera que hacer sus tareas. Me pareció un concepto en el que detenerse. Tener tu propio huerto, preparar un caldo de patatas o barrer el porche me parecen quehaceres encantadores. Tampoco suponen un desgaste sobrehumano y son bastante entretenidos.
A la gente se le llena la boca con artículos de lujo, coches, motos, productos de alta tecnología o viajes a todo trapo, pero lo cierto es que en la modestia también vive la riqueza, esa que muchas veces saben disfrutar los viejos desde esa atalaya que les otorga el tiempo y los jóvenes que deambulan por el mundo sin un duro en el bolsillo.


Y como está página bucea entre libros infantiles, aquí les traigo La escapada, un álbum delicioso de Rozenn Brécard que acaba de publicar Libros del Zorro Rojo tras la gran acogida que ha tenido en los países francófonos.
Este álbum nos cuenta la historia de dos hermanos, una niña y su hermano pequeño que, tras perder el autobús escolar, deciden hacer novillos y lanzarse a la aventura en el pueblo costero en el que viven. Cruzar a la otra orilla en una barca, darse un chapuzón en las frías aguas del océano, explorar un desguace de coches, encontrar un amigo canino o escapar de una persecución son algunas de las peripecias que les suceden durante la jornada, ¿pero conseguirán regresar a casa?


Con gran maestría, la autora francesa afincada en Finisterre se interna en el maravilloso mundo de hacer novillos (pellas para el centro peninsular), una constante infantil que no pasa de moda. Desde ese lugar subversivo que ofrece prescindir de la rutina escolar, los personajes de esta historia, no solo se enfrentan a las convenciones adultas, sino que construyen todo un universo emocionante que embelesa a cualquiera.
La naturaleza, una ubicación inmejorable, un medio antrópico grisáceo, animales de compañía, imágenes bucólicas… Todo se articula para ensalzar la libertad, un espacio en el que la imaginación y los deseos campan a sus anchas, un paréntesis que vez en cuando se hace necesario en esta vida de compromisos adquiridos.


Con una óptica muy cinematográfica, las imágenes se suceden en este híbrido de álbum y novela gráfica sin calles ni viñetas, una doble vertiente que, utilizando dobles secuenciaciones (dentro del mismo escenario o en distintas ubicaciones), nos ofrece un lenguaje narrativo muy dinámico. Si además añadimos la técnica mixta elegida (acuarela y lápices de colores), todo se funde en una suerte de fiesta muy animada que nos invita al disfrute.


Eso sí, no hay que olvidar que, a veces, los miedos y el cansancio hacen mella, y lo mejor es volver a esa zona segura que es el hogar…

sábado, 20 de abril de 2024

¿Libertad? ¿Dónde?


Lo que más me gusta de este blog, es que puedo decir lo que me apetezca. No sin consecuencias, claro está, pues ya saben ustedes que, quien dice lo que no debe, oye lo que no quiere. Y yo no voy a ser menos. La independencia tiene esas cosas y uno tiene que sopesarlas previamente.
Hay gente que prefiere cerrar el pico y seguir medrando a la chita callando. Y otros que, opinando, nos ponemos la soga al cuello sin haber dicho tanto. Todo depende de nuestras convicciones y de lo dispuestos que estemos a limpiarnos el culo con ellas. También del tacto y las intenciones, pues a veces hablamos sin maldad, por mero divertimento, y la piel fina de los demás nos juzga sin piedad.
Por mi parte, odio la tibieza, a ese tipo de personas que juegan en todos los bandos. No te miran a la cara, dicen y se desdicen, corruptos y taimados, tan esclavos y abundantes... Prefiero mi canto aunque suene vulgar. Al menos trina en libertad.

Cuando una canción
sale de un pico,
de un hocico
o de una boca,
nadie puede sospechar
lo que ocurre
con sus notas.

Podrían pasar de puntillas,
invisibles,
como si tal cosa.
O podría suceder
que se vuelvan contagiosas.

Quién sabe qué decía
la canción del pájaro toc.
De lo que no hay duda
es que su canto
sobrevoló cada rincón.

Y es que,
si la tonada
es pura y verdadera,
no hay muro que la detenga,
ni rejas
ni barreras.

Fran Pintadera.
La canción que voló.
En: La canción del pájaro toc.
Ilustraciones de Anna Font.
2024. Barcelona: Akiara Books.


miércoles, 3 de mayo de 2023

Huyendo libre


Estoy harto. Harto de las miserias que me rodean. De vivirlas. De saborearlas. De repudiarlas. De bebérmelas. De llorarlas... A veces podemos hacer mucho al respecto y otras, solo nos queda cruzarnos de brazos. Eso o huir.
No me extraña que muchos cojan las de Villadiego. En ocasiones es lo más saludable. No sé si para los demás, pero quizá sí para uno mismo. Puede que si sales corriendo te cuelguen el sambenito de cobarde, pero si te quedas, a lo mejor no lo cuentas o dependas de alcohol, antidepresivos o terapeutas.
Sí, queridos monstruos. Darse el piro también tiene que ver con echarle cojones a las cosas, porque la huida, al fin y al cabo es una opción como otra cualquiera. Ni estoicos, ni troyanos. Que se lo digan a los judíos que llevan más de dos mil años vagando y luchando.


Lo peor de todo es que al final siempre aparece la culpa, esa sensación tan inerte, como lacerante. Y decides quedarte sin vida a vivir culpable. Te resignas y sigues con las miserias, aunque de tanto en cuanto te concedas una escapada ficticia, de esas que aligeran, pero que no liberan.
Por eso les traigo Pez, un álbum ilustrado de Emilio Urberuaga y Javier Zabala con el que nos golpeó la editorial Bululú hace unos meses pero que, por cuestiones de la vida, se ha quedado rezagado en la carrera por la reseña.
Nos cuenta la historia de pez, un animal que está harto de vivir en el medio acuático y le gustaría pisar tierra firme. Un día gira su aleta caudal y de un salto llega hasta la playa. De ahí pasa a la ciudad, un lugar lleno de edificios y coches donde se hace amigo de Serafín el ictiólogo y un gato vegetariano.


Una sarta de aventuras un tanto surrealistas que se conjugan para ensalzar esta oda al inconformismo protagonizada por un celacanto (ese pez del Cretácico que todavía vaga por las aguas de Sudáfrica) que le gusta vagar por agua, tierra y aire sin importarle los peligros que le aguarden. Coraje, supervivencia, valentía (y hasta una pizca de ecologismo). Llámenlo como quieran, pero el caso es que este osteíctio es todo un superviviente.
Enamorado me tienen las ilustraciones del mago leonés. Composiciones llenas de color donde los colores dibujan figuras, la oscuridad se recorta en siluetas o sugiere los volúmenes, manchas ligeras y expresionistas... Días y noches, calma y bullicio, orden y desorden. Caras seductoras de todas esas dicotomías que recoge esta fábula posmoderna escrita por Urberuaga que deben conocer.

viernes, 17 de diciembre de 2021

Luminosa necesidad


Yo no me creo nada. Soy un incrédulo de mucho cuidao. Eso de tener los ojos llenos de pan hace tiempo que se acabó. Es verdad que siendo más ignorante, se es mucho más feliz, pero también te calzan ostias como panes de centeno, que son recios y duelen más.
Tampoco es que vaya con pies de plomo -que la desconfianza nos hace flaco favor-, pero sí suelo poner en duda todo lo que me rodea. No sea que, una de dos, o me acostumbre a este mundo obtuso (con un porrazo monumental como consecuencia), o acabe engullido por esa impostura que se ha instalado en nuestros días (mucho “gracias”, “perdón” y “por favor”, pero humanidad, poquita).


No es que vaya de sobrado ni clarividente. No. Simplemente prefiero sopesar pros y contras a través de mi propia experiencia y arrojar algo de luz a tanta neblina grisácea. Que si no, acabamos viviendo de pura ficción, de sainetes y entremeses en toda regla que entretienen pero no alimentan. Ensoñaciones varias que unas veces ayudan, pero otras encorsetan.
No actúen como pollo sin cabeza. Trae más cuenta poner en entredicho ese espejismo, que renunciar a la realidad. Ya les digo que lo uno puede ser lo otro, y lo otro, lo uno. Denle al interruptor, enciendan el mundo e iluminen su camino. Despierten y descubran que hay más allá de las bambalinas, adéntrense en la espesura y descubran de primera mano lo que habita tras los castaños. Hagan como Colombina, nuestra protagonista de hoy.


Antonio Ventura y Pablo Auladell se vuelven a unir en este libro gracias a la editorial Iglú (ya repitieron tándem en 2008 con El sueño de Pablo) para articular un relato poético y tranquilo que deja muy buen sabor de boca.
Un castillo. En él habitan Colombina, una princesa, y Arianna, su ama nodriza. Colombina no puede salir del castillo (clásico argumento para hablar de la represión de la infancia) y su cuidadora, además de cariño, habla con ella sobre los sueños y le cuenta historias. Sí, lo que leen, cuentos en otro cuento (un poquito de intertexto nunca viene mal), donde el simbolismo se esconde en cualquier resquicio..., tras el vuelo de los pájaros, en las figuras del unicornio y el minotauro, o el semblante de la luna. Referencias que hablan de mitos clásicos que interpelan voces literarias de otro tiempo (¿Quizá a Calderón?).


Teniendo en cuenta que este proyecto empezó hace diez años, tal y como apunta Auladell, supone un punto de inflexión en lo que se refiere a las técnicas utilizadas. El artista abandonó el óleo y tomó el grafito, las cretas y el pastel como medios de expresión, donde las texturas recordasen a una estética más primigenia. El trazo rápido, ligero, emborronado en unos dibujos que también se sirven de escenarios elaborados con recortes de papel, para darle ese aire de bosquejo, de apunte imperfecto en el que también vive la belleza. Pero lo que más me ha gustado de estas imágenes es su claridad. Están llenas de luz, una luz necesaria.


Cuidada maquetación, elementos del libro-objeto (fíjense en las guardas peritextuales a modo de prólogo y epílogo) y una cadencia narrativa pausada y sutil. Posturas (figuras de espaldas o niños y regazos) y gestos (las manos, miren las manos) que recuerdan a la pintura renacentista, esa que se enmarca en geometrías perfectas. Todo esto y mucho más nos ayuda a situar una historia donde realidad y ensoñación, día y noche, son las caras de una misma moneda: el anhelo humano. Deseos de niños que se retuercen en el interior de cada uno con un único objetivo, el de ser libres y ver más allá.

lunes, 28 de junio de 2021

Celebrar el amor (en cualquier parte)


28 de junio y un curso más, desde este lugar de monstruos, cruzamos el arcoiris para celebrar la diversidad sexual en un mundo tan complicado como el que habitamos y en el que a casi todos nos ofende casi todo.
En este día y dejando a un lado todas las polémicas que han suscitado las decisiones que algunos gobiernos, como el de Hungría, están tomando respecto al llamado colectivo, me gustaría dar una vuelta de tuerca a la situación que muchos homosexuales, lesbianas o personas transgénero viven en las provincias, en las zonas rurales, en los pequeños pueblos del interior, en esa España profunda que también es España.


Amigos, aunque no se lo crean, no todo es color de rosa en este país. Porque hay vida más allá de Chueca, del Eixample o de Ruzafa, esos barrios “gay-friendly” donde la normalidad roza la libertad. ¿Qué sucede con esos chavales que viven en silencio su sexualidad en las sociedades cerradas y herméticas de Soria, Teruel o Córdoba? Pues que tienen dos opciones: emigrar o luchar. No me vayan a decir que ambas son cómodas, pues ni lo uno, ni lo otro aportan nada a esa libertad sexual que tanto defienden los colectivos desde las grandes plazas.


Y se lo digo yo que vivo de primera mano la realidad. Se lo digo yo que veo como muchos sufren a diario. Se lo digo yo que he visto como más de uno tira la toalla e incluso pierde la vida. Porque precisamente el problema no es que no ondeen las banderas (porque también ondean, los políticos son así), sino que esas sociedades no recogen un mensaje que queda diluido por un modus vivendi diferente al urbanita, que se encuentra anclado a otras necesidades y sobre todo, a las mal entendidas tradiciones.


Ustedes me dirán que hay que impartir muchas charlas de concienciación, así como conceder ayudas para que estas personas huyan hacia delante, pero el problema es muy difícil porque los unos no quieren acudir a las charlas por verse señalados y a los otros les duele abandonar una tierra a la que están ligados a ella laboral y/o emocionalmente.
En parte creo que el quid de la cuestión está en la falta de acompañamiento familiar a la hora de gestionar la elección sexual. Muchas familias se debaten entre el ocultismo, la vergüenza y el proteccionismo, un verdadero cóctel molotov a la hora de dar el empujón necesario que muchos necesitan para quererse a sí mismos y ser felices a pesar de las mochilas.


Mientras piensan en ello y realizan sus aportaciones al debate, les dejo con el buen sabor de boca que la señora Jessica Love nos trae con La boda (editorial Kókinos), la secuela de Sirenas, un álbum que nos robó el corazón a muchos monstruos. En esta ocasión Julián y su abuela se van de boda. Las novias están radiantes, tanto o más que Marisol, la amiga de Julián. Durante la cena los dos amigos se escapan a jugar, pero Marisol se olvida de su vestido y…
Como hacía hace años, no les quiero decir mucho más. Solo me remito a una frase del libro: Una boda es una fiesta en la que se celebra el amor. Celebrémoslo pues.


viernes, 15 de mayo de 2020

Libertad de movimiento



Durante la jornada número 63 de confinamiento toca hablar de libertad. Sí, como lo oyen. Libertad. Porque creo que ya está bien...
Ni un solo estado europeo, ni siquiera aquellos que han sido más duramente golpeados por el virus como Francia, Italia o Reino Unido, han declarado un “estado de alarma” como el nuestro, ni mucho menos lo han extendido durante tanto tiempo.
Recordemos que dicho estado es excepcional y, aunque constitucional, se enmarca en un vacío democrático reservado para ciertas situaciones entre las que a priori no se encontraría la actual, pues esto es más bien un “estado de emergencia”. Sin embargo los que nos gobiernan han aducido siempre razones de salud pública para hacer uso de él, algo que la sociedad ha entendido y permitido a lo largo de estos dos meses, pero sobre la que comienza a desconfiar teniendo en cuenta los daños colaterales que se esperan de ella, así como las actuaciones poco decorosas y democráticas del gobierno en materia sanitaria, económica y sobre todo, legislativa.


En vez de velar por la prevención (¿Y los test? ¿Dónde están?) y el cumplimiento de las medidas sanitarias (¿Por qué no plantean el uso obligatorio de la mascarilla en vez de jugar a la ambigüedad?), se están dedicando a meter miedo (Todos acojonaditos para pedir de rodillas que nos encierren para mantenernos a salvo del coronavirus) y a cercenar la libertad de movimiento y expresión, algo que recuerda más a regímenes totalitarios que a democracias parlamentarias. Si a ello añadimos una nula capacidad de actuación y planificación de un tiempo futuro que se prevé más que difícil, no es de extrañar que el pueblo empiece a hacerse preguntas sobre las mentiras vociferadas por los asalariados medios de comunicación y saltarse a la torera unas normas que ni siquiera los políticos respetan.


Con ello no quiero decir que comparta las manifestaciones en vivo o en diferido que realizan algunos sobre la gestión de esta crisis (eso de poner en peligro a mis congéneres u ofrecer una coartada al gobierno para más “estados de alarma” ante un repunte muy probable, no va conmigo)  ni mucho menos a valorar el outfit de los coronapijos o  perroflauters (siempre me ha parecido de muy poca clase eso de juzgar un libro por su portada), pero si diré que entiendo el malestar generalizado de una ciudadanía que sufre medidas policiales propias de las dictaduras (censura, toques de queda y sucedáneos de allanamiento de morada) y un escenario de incertidumbre en el que mentiras (ya me dirán que fiabilidad tiene el estudio de inmunidad) paguicas, chivateo y división social son el único plan B.


Podría haber hablado de la irresponsabilidad ciudadana, de cómo todo quisqui se dedica a hacer de su capa un sayo, de los niños desorbitados, del comadreo en parques y vías públicas, de las terrazas y de las malas cabezas, pero hoy no va a ser el día (ya ha habido otros previos y los habrá posteriores), sobre todo porque el ciudadano de a pie ha sufrido mucho durante estos 63 días y necesita respirar y aligerar sus cargas personales y emocionales (que son muchas algo que se desprende del notable aumento en la venta de ansiolíticos y antidepresivos), necesitamos sentirnos unidos y libres para empezar a digerir una difícil anormalidad que ya tiene mucho de jaula.


Aunque para ello podría haber elegido muchos álbumes, al ser viernes y festivo en muchas localidades, me he decantado por el tono siempre simpático, alegre y esperanzador de  mi querida Margarita del Mazo, que junto al siempre vitalista e imparable José Fragoso, han tejido La princesa Sara no para (editorial NubeOcho), una historia divertida que habla de una princesa llena de vitalidad, que no puede estarse quieta ni un momento y que mina las expectativas de unos padres que prefieren una hija tranquila y sosegada. Sara está fuera de control y eso no les gusta para el futuro del reino, llegando a buscar incluso una cura para su “Nomepuedoparar” galopante.


Mientras descubren el secreto y disfrutan de una narración con mucho humor, tanto verbal, como gráfico (les recomiendo buscar detalles y guiños en las desenfadadas imágenes del artista), sólo me queda invitarles a ser libres (sin molestar a nadie, como nuestra protagonista) a pesar de los grilletes que nos quieren imponer algunos.

martes, 5 de mayo de 2020

Ansias de libertad



Es inevitable desmadrarse con esto de las salidas. Después de dos meses encadenados a nuestras respectivas viviendas no sé qué esperan unos y otros. Más todavía con este estío primaveral que invita a cualquier cosa que se llame ocio…
Lo confieso: me dan ganas de saltarme todo tipo de franjas horarias, abrir la puerta y echar a andar entre las calles desiertas de la ciudad. Llegar hasta el campo para disfrutar del sol, vagar sin rumbo, mirando el horizonte. Sin saber que nos deparará el mañana, pero al menos saber que existe. Vivir y dejar de habitar este día de la marmota que nos ha hecho perder la noción del tiempo, estancarnos en un dilatado paréntesis que muchos no entendemos muy bien.


La libertad, ese bien preciado que nadie valora hasta que se ve privado de él, nos ha sido arrebatado en pro de muchas bondades y también maldades, pero a veces me siento frente al sol de la tarde con Schumann de fondo y pienso “Sin libertad, ¿qué nos queda?” Y se cruzan los recuerdos, las gentes que ya no verás, momentos que no llorarás, y sonrisas que no iluminarán a nadie.
Esa es la razón por la que algunos han ido por primera vez a la frutería o al supermercado, por la que han decidido pasear a un perro que otrora les recordaba a un florero, o por la que se han convertido en padres responsables. La misma por la que algunos han engrasado la cadena de la bici después de muchos años o han madrugado lo que nunca han madrugado para caminar temprano. Han sido ellos mismos los que han valorado su libertad al ponerle precio, y eso, perdónenme que les diga, ha sido maravilloso.


Con ese anhelo de que perdure lo de hacer lo que nos venga en gana, me ha venido a la cabeza la serie de la vaca Marta (editorial Siruela), uno de los personajes más queridos de Germano Zullo y Albertine, autora que hoy ha recibido el premio Hans Christian Andersen, el “Nobel” de la Literatura Infantil, (¡Desde esta casa de monstruos le enviamos nuestra más sincera enhorabuena!). 
Y no es para menos porque Marta es un personaje muy comprometido con la libertad pues, aunque no lo crean, la vida de esta señora, a pesar de ser muy agitada y correr las más extrañas aventuras a lomos de una bicicleta, montada en un globo o descubriendo los fondos marinos, está llena de trabas y cortapisas. Que si unos no quieren ser sus amigos y otros no dan un duro por ella. Pero Marta, con mucho buen humor, gracejo a raudales y bastante educación, siempre se sale con la suya. Una abanderada de la libertad de pensamiento y de acción sin prerrogativas. 
Tomen nota de ella y cuando arribe la plena libertad, disfrútenla y sobre todo, defiéndanla.

lunes, 27 de enero de 2020

El secreto de lo humano



Despierto y me entero de que el mundo entero llora la muerte de Kobe Bryant. No es para menos. Las redes sociales han entrado en ebullición, todo el mundo se ha puesto como loco a enviar mensajes de condolencia, se ha hecho eco de la noticia hasta la Intemerata, y los medios  hurgan en los detalles.
Es curioso como la muerte de algunas personas suscita un impacto mayor que la de otras, cómo ese sentimiento transciende la intimidad familiar y se desborda entre los desconocidos. Y les diré que esto no es algo exclusivo de las “celebrities”, sino que también sucede con los vecinos o los amigos de la infancia. Siempre hay gente que despierta un cariño mayor en los demás. Hay algo intrigante en todo esto...


Ustedes dirán que tiene que ver con lo bondadosos que hayan sido en vida. Que la gente buena es más querida (hay que revisar el concepto de “ser buena gente”)... Otros me comentan que es una mera cuestión de popularidad. Cuanta más gente conoces, más son los que lloran tu muerte... También puede deberse a intereses, a cadenas de favores (fíjense en los velatorios de algunos políticos y mafiosos)... Puede que sea cierto eso de que lo mediático y publicitario tiene mucho que decir en estos casos, pero tampoco lo creo (muchos fuegos de artificio se apagan de un soplo)... Quizá sea cuestión de la edad, pues la juventud y la parca no son buenas amigas (“contra natura” le llaman)...
En fin, que barajando todas estas posibilidades, a la única conclusión que he llegado es que hay algo en ciertas personas que los hace diferentes. Una especie de esencia que cala hondo en los demás, que penetra en quienes se aproximan a ellos, que los hace necesarios. Impregnan sutilmente el aire que respiramos y nos hacen agradable el día a día. Una felicidad callada e íntima que en ciertas circunstancias aflora entre la muchedumbre y resuena en cada esquina. Un cuorum que habla por sí solo y despierta el interés y curiosidad hacia ellos, una necesidad, cómo si nos hubiésemos perdido algo: la oportunidad de crecer.


Y con todo esto, me vino a la cabeza El secreto, un libro-álbum de Daniel Nesquens y Miren Asiain Lora, que ha sido publicado por SM en los últimos meses y que ha pasado un poco desapercibido en el circuito del álbum.  Al principio, no entendí muy bien esa asociación de ideas, pero conforme pensaba en ello, la cosa fue cogiendo consistencia.
Ambiéntense… Un zoo, una jaula con un tigre. Un gato que merodea. Empiezan a parlotear. De los anhelos de uno, de las aventuras del otro. El tigre quiere regresar a la selva, deambular fuera de los barrotes. El gato escucha atentamente los sueños del tigre. ¿Será posible cumplirlos?
Aunque ciertas reseñas echan mano de la libertad, el animalismo u otras razones para defender este libro, un servidor prefiere otras, a mi juicio, más hermosas. Como por ejemplo esa relación que surge entre dos desconocidos, gato y tigre, que, a pesar de todo, disfrutan de sus charlas, comparten puntos de vista dispares e intentan entenderse a la perfección. Es un encuentro fortuito, un hilo invisible que une en parte sus destinos, sin más intención que la de coexistir. Y eso, permítanme decirles, es mágico.


A ello hay que unir unas ilustraciones muy especiales (les recuerdo que fueron seleccionadas para la muestra de la Feria de Bolonia del pasado año y para la edición número 61 de la exposición de la Sociedad de Ilustradores de Nueva York). La mayoría realizadas en grandes planos generales, con una composición propia del paisaje (regla de los tercios), y en las que priman unos tonos azulados bastante evocadores (¿No les habla este color de la noche, del agua o de la calma?). También invitan a descubrir multitud de detalles entre el público o la fauna salvaje, un juego que interpela al lector y que ofrece más información en un entorno sugerente y misterioso desdibujado siempre por la niebla y las nubes.
Lo único que sé es que me hubiese gustado estar ahí. Quizá ser el cuidador del zoo (si lo leen sabrán porqué) y formar parte de esta historia que no trata de la muerte ni del baloncesto, pero que habla de nuestros sueños compartidos, de amigos fugaces que te ayudan en secreto, de la celebración que es la vida. Algo que ya es bastante para unir a tigre, a gato y a Kobe Bryant.



martes, 22 de octubre de 2019

El precio de la fama



Dicen los famosos que serlo es una lata. Que si no les dejan en paz, que mire usted lo pesados que son los paparazzi, que si no se puede andar tranquilo por la calle, que intentan sacarles las corás, que pobres de sus familiares… Eso es la fama, señores. Y como decía aquella de la serie, la fama cuesta. Cuesta ganársela, cuesta mantenerla y cuesta sobrevivir a ella.
No todo el mundo vale para ser famoso, sobre todo porque implica mucho sacrificio. Hay famosos que estudian mucho para ser reconocidos mundialmente, véanse astronautas, científicos o literatos. También hay famosos que se recorren todos los programas de televisión, todos los cirujanos plásticos, y todas las consultas de psiquiatría habidas y por haber. Están los que ya nacieron famosos, léanse aristócratas, príncipes e hijos de grandes empresarios, a quienes cuesta mucho esfuerzo mantenerse a la altura de sus apellidos y circunstancias. Los menos son los del efímero golpe de suerte, pero para mantenerse en el candelabro, como bien decía la Mazagatos, hay que currárselo.


También hay que hablar del éxito a menor escala… Puestazos en empresas, una gran familia, reconocimiento intelectual, una herencia que administrar… Todo lo que suponga cierta responsabilidad para con los demás, podría traducirse en fama.
Es cierto que muchas veces la fama te atrapa y que es complicado administrarla, pues especie humano y éxito es un tándem complicado. No les tengo que recordar la de estos personajes que acaban en la cuneta… Enganchados a los estupefacientes, sucumbiendo a sus propios miedos, o refugiados en cualquier tipo de miseria… Marionetas rotas que necesitan una catarsis o por el contrario, una muerte digna y loable.


No se equivoquen, son muy pocos los que están formados para un cara a cara con la fama (“Como ser famoso” sería un curso bastante útil para todos esos miles de interesados que ansían encumbrarse en calidad de influencers o de niños guapos), y salir airosos de situaciones comprometidas, ponerse en su sitio cuando la ocasión lo requiere, y tomar el rumbo adecuado.
De todas estas cosas y muchas más nos habla Jimmy Liao en Las alas, su último libro publicado por Barbara Fiore, su editorial de cabecera en castellano. Tan metafórico como siempre, el autor coreano hace un ejercicio de crítica bastante complejo (ya saben que su universo onírico no es precisamente fácil, ¿o quizá sí?), en el que nos habla de los pormenores de la popularidad.


El argumento parece sencillo. El director general lo tiene todo: una familia, un buen trabajo y una oficina maravillosa. Es reconocido y admirado hasta que en su espalda empiezan a crecer dos alas... No les cuento más, porque seguramente ustedes extraerán sus propias conclusiones acerca de un álbum denso y enriquecido en el que el mismísimo Liao explora su propia fama (fíjense en las referencias a obras como Desencuentros o El sonido de los colores) y la de todos aquellos que se ven sobrepasados por sensaciones encontradas entre el yo individual y la imagen que proyectan. Soledad, aislamiento, incomprensión, desesperanza, rabia… ¡Ufff! ¡Menos mal que no soy famoso! ¡Prefiero ser libre como un pájaro (sin alas)!



martes, 26 de marzo de 2019

Nadando libre



El próximo lunes abre sus puertas Bologna Ragazzi, la feria de la LIJ por excelencia. La cita se acerca y cientos de editores, autores, distribuidores y demás monstruos hacen sus preparativos de viaje y negocios. Portfolios, tarjetas de visita, traducciones de andar por casa, expositores, catálogos, agendas repletas. Así la ciudad italiana, una de las perlas arquitectónicas del medievo, se llenará de gentes variopintas que desde cualquier parte del mundo intentarán abrirse un hueco -o hacerlo más grande- en el universo de los libros para niños y jóvenes.
Aunque podría haber acudido este año, me enteré tarde de dicha posibilidad y, como no tenía ganas de que me sangraran (que uno tiene facturas que pagar), deseché la opción. Sólo espero que me mantengan al corriente de todo lo que allí acontezca por los diversos canales de las redes sociales, sobre todo de los salseos que allí se pergeñen, que me hace mucha gracia cuando la élite cultural se pone al nivel del arrabal.


Dejando atrás las maldades (que luego me dicen de to’), me adentro en una nueva semana para hablar de cierta controversia en el marco de los Bologna Ragazzi Award, unos premios que siempre nos brindan alegrías y miserias. Como ya he dicho en otras ocasiones, estos premios nunca llueven a gusto de todos (es de esperar), pero sí es cierto que entre tanto despliegue gráfico (que veo muy bien) y menciones a casa y autores que resuenan a juego endogámico, me ha llamado mucho la atención encontrar un álbum como el que hoy traigo aquí.
Sirenas (Julian is a Mermaid, título de la versión inglesa que conocí este verano en Foyles) de Jessica Love, editado por Kókinos en España, es uno de esos libros en los que hay que detenerse. No sólo por  sus connotaciones emocionales o sociales, sino por el buen trabajo que ha hecho la autora en el tratamiento de una historia tan cotidiana como difícil.


A Julián le gustan las sirenas, sueña ser una de ellas, lo desea y mientras su abuela se asea, él aprovecha para hacerse un disfraz improvisado y sentirse como una. La mujer sale de la ducha y se encuentra el pastel. Es una escena violenta, llena de decepción, vergüenza y mil cosas más, que al final acaba por resolverse de un modo agradable.
Que tenga un final feliz y esperanzador (algo que me encanta) no debe enmascarar una cantidad de recursos artísticos de un álbum que desde un estilo clásico donde priman aguadas y gouache nos presenta una historia compleja.
Si empezamos por las guardas, tenemos dos escenas piscineras que enriquecen el relato tanto, que parece ser que sintetizan un mensaje final donde el reconocimiento a las abuelas se hace patente, pues son ellas, madres también pero desde una posición experimentada y ajena, quienes entienden mejor los conflictos internos de sus nietos abanderadas siempre por un amor sincero y despreocupado.


Si atendemos a las páginas que configuran el relato nos encontramos con escenas cotidianas y otras imaginadas que se ponen en conexión mediante elementos poco evidentes como son el collar que la abuela regala a Julián o el estampado del vestido de esta (¿Con qué otro personaje de la narración se relacionan? ¿Han dado con más de estos detalles? Pasen páginas hasta dar con ellos). Sobre la expresividad de los personajes hay que decir que está más que lograda, pues traslucen muchos de sus pensamientos y empatizan con un espectador que se siente bastante libre a la hora de interpretar lo que ocurre teniendo en cuenta la brevedad del texto.


Nunca hubiera esperado que Sirenas recibiera un reconocimiento como este, más que nada porque parece ser que últimamente estos galardones estaban copados por editoriales independientes que apuestan por libros menos mediáticos y más de autor. No sé si la elección habrá estado condicionada por la literatura de valores que tanto primó en los noventa o por ese supuesto empeño del mundo de la cultura en aupar las luchas de las minorías, pero me alegra ver cómo un libro honesto, delicado, equilibrado y bien pensado, entra aquí, en mi Selección de álbumes y libertad sexual, y salta sobre las olas. Como las sirenas que nadan en libertad.



jueves, 14 de marzo de 2019

Sobre las paradojas de la libertad



Se nos llena la boca de libertad. Libertad por aquí, libertad por allá. Claman libertad el reo, el adolescente, el ama de casa, el ejecutivo, el panadero, el creyente, la prostituta y el camarero. Minorías y mayorías exigen su cuota de libertad. Todos estamos de acuerdo. Queremos libertad. Para vivir, para sentir, para trabajar. Pero, ¿qué es la libertad?
Ni la filosofía ni la política ni la psicología se ponen de acuerdo en un vocablo que todos creemos tener muy claro. En términos filosóficos se refiere al estado de servidumbre y/o esclavitud (no subyugar ni ser subyugado); la política lo define como un derecho de libre determinación y de expresión de la voluntad desde un punto de vista cívico y organizativo; y la psicología tiene en cuenta una serie de actitudes en las que destaca la espontaneidad y la indiferencia.


Todo esto suena divinamente (como toda teoría), hasta que llega la práctica y nos encontramos con todo tipo de trabas, más todavía teniendo en cuenta que el ser humano es un animal social y la libertad individual está condicionada por lo colectivo. Les hablo de compañeros de trabajo, de familias y familiajes, de amigos (supuestos, porque los de verdad te dejan volar), de transeúntes (esas calles llenas de dimes y diretes son una miseria fantástica) e incluso seguidores (que las redes sociales además de darle alas a lo privado, también actúan como mordaza).
Es difícil ser libre. Las multinacionales, los bancos, las energéticas y los partidos políticos nos utilizan, nos moldean a su antojo para ser consumidores y votantes ejemplares. Aunque no lo creamos vivimos presos de nuestras bajas pasiones, pues la libertad tiene muchas caras aunque nosotros sólo veamos la más idílica. Y así, con los grilletes invisibles de la propaganda, llego hasta Acuario, un hermoso álbum sin palabras de Cynthia Alonso, editado en nuestro país por la editorial madrileña Kókinos.


Todo empieza con una niña que, desde un pequeño embarcadero, contempla el mar mientras sueña con nadar entre los peces. De repente, un pececillo rojo salta fuera del agua y cae en el embarcadero. La niña lo recoge y se lo lleva a casa. La niña intenta construirle un acuario especial, pero el pez se escabulle. Es así como la protagonista entiende los deseos y anhelos de su nuevo amigo.
Aunque el argumento es bastante recurrente, la narración tiene mucha fuerza, pues la autora ha elegido desarrollarla a través de la secuenciación de imágenes que tienen una enorme carga onírica, fantástica, pues los sueños de la niña se mezclan con la situación del animal, contraponiendo así estos dos puntos de vista, la ensoñación y la realidad.


A ello hay que añadir una paleta de color con mucho contraste donde el azul del ecosistema acuático con los tonos ocres, negros y rojos, nos trasladan a un verano fresco y cálido en el que entran ganas de zambullirnos. No podemos olvidarnos de los detalles (¿se han fijado en el traje de baño de la niña?) ni  de las excelentes composiciones de cada doble página donde el movimiento, un metáfora hermosa de la libertad, es una constante.
Espero que les guste tanto como a un servidor. Y si no, son libres de disfrutar de otro libro.