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lunes, 10 de febrero de 2025

¿Referentes infantiles o estrategias comerciales?


Tras un fin de semana en la cuna de la Literatura Infantil, regreso a este espacio con muchas ganas de desgranar un fenómeno muy típico en el ámbito de los libros para niños: la transformación que sufren ciertas colecciones cuando el capitalismo entra en su juego más draconiano. Esto es lo que ha sucedido con Pequeña & Grande, la serie de biografías ilustradas que ha conquistado las librerías de todo el globo.
A cargo de María Isabel Sánchez Vegara y una montonera de ilustradores, estos libritos a todo color que se centran en la infancia de algunos personajes clave de Occidente, se ha sumido en las corrientes más comerciales. No es algo reciente, pues como en muchos otros ámbitos, supuestamente culturales (véase la industria cinematográfica), hace muchos títulos que se decantó por el reduccionismo de los acontecimientos históricos, cuotas y visibilidades. Lo que sí que no me esperaba era ver a Beyoncé, Taylor Swift o Lewis Hamilton entre los elegidos.


Que dos cantantes de pop y un piloto de Fórmula 1 sean los ejemplos a seguir de toda una generación de niños que no tenían bastante con prescindir de referentes cercanos, es mucha tela (luego nos quejamos de que todos quieren ser futbolistas o youtubers…). Lo peor de todo es que, además de esa dulcificación tan manida en este tipo de álbumes informativos (me gustaría a mí saber las triquiñuelas que han posibilitado a estos tres hincharse de billetes), también se aferran a la psicología positiva (¡Otros más!) para enmascarar la cruda realidad y vendernos las mieles de unos businesses muy, pero que muy peliagudos.


Si bien es cierto que muchos especialistas en psicología infantil y evolutiva defienden las bonanzas de este tipo de figuras entre la población infantil, también debemos valorar en qué tipo de modelo vital se incluyen. Guapos, ricos y famosos, ¿es esa la vida que queremos? ¿Está al alcance de todos? Mientras buscan sus propias respuestas, yo echo mano del cajón de frustraciones que niños de otras épocas han atesorado gracias a otros altavoces de la idealización. Sí, queridos monstruos, el modelo se repite.


Sabemos que estos referentes son puro éxito y nada tienen que ver con juguetes rotos como Michael Jackson, Britney Spears o River Phoenix, pero también sabemos que ahondan en algo todavía más truculento, pues no solo se adscriben a la esfera infantojuvenil, sino que se abren a un público de masas mucho más adulto que gusta de consumir estos productos en aras de momentos compartidos entre padres e hijos (lo emotivo, ante todo), algo que apoya una vez más mi teoría sobre la desinfantilización de la infancia en el ámbito de la llamada LIJ.
Y así, mientras el universo adulto vive adormecido y deja en manos de las instituciones o la industria la educación de los críos, el mercado se encarga de inocular ese germen que prostituye la esencia del ideario colectivo y ahonda en cuestiones muy complejas gracias a productos que aúnan el mainstream y lo paraliterario con tal de hacer caja.


Lo más curioso de todo este tinglado es que, evidencias como esta no susciten un debate profesional en torno a la realidad editorial por culpa del buenismo que exhiben. Como supondrán, los muchos y buenos lavados de cara que se dan a costa de negros, asiáticos, figuras femeninas y el mundo queer, no son casuales, pues si bien es cierto que venden a golpe de compromiso social y tokenismo cultural, blanquean las intenciones de las multinacionales ante una clientela que luce puños y rosas en las solapas. Paradojas de la vida moderna…


¿Y los autores? Probablemente, muchos se posicionen del lado del “todo vale”. Bien sea para leer, bien sea para subsistir, no les falta razón, más todavía si tenemos en cuenta cómo está el patio de los libros infantiles. No obstante, sigo creyendo que hay muchas formas de ganarse la vida, sobre todo cuando estas comprometen la idiosincrasia personal y las expectativas colectivas.
¿Que es un debate moral? No lo discuto. ¿Que podemos opinar? Para eso estamos. Lo único que espero es no encontrarme en un aeropuerto nuevos títulos de esta serie dedicados a Donald Trump, Cristiano Ronaldo, Elon Musk, Cicciolina, Kim Kardashian o Nicolás Maduro, todos ellos hombres y mujeres hechos a sí mismos. Y si es así, que Dios nos pille confesados…

sábado, 27 de abril de 2024

La cultura terapéutica y los libros infantiles


Siguiendo en la línea de lo que estuve hablando ayer sobre esa denuncia social que se hace patente en la LIJ de las últimas décadas, he creído conveniente hablar sobre la llamada "sociedad terapéutica", un concepto que surgió en los años 60 gracias al Cristopher Lasch y se ha afianzado con la entrada del nuevo milenio, condicionando sobremanera la forma actual de escribir y editar libros infantiles.
¿En qué consiste? La sociedad terapéutica tiende a identificar muchos sucesos de la vida como amenazas para el bienestar emocional de los individuos. Cuestiones tan comunes como el fracaso escolar, la decepción amorosa o el rechazo entre iguales constituyen el interruptor que desencadena un sinfín de enfermedades invisibles (léase psico-emocionales) que, según este enfoque, menoscaban la capacidad de las personas para tomar las riendas de su vida.
Frank Furedi, catedrático y analista, apuntó en su Therapy Culture que “la cultura moderna ha convertido en patologías lo que antiguamente no eran más que respuestas emocionales desagradables ante las presiones de la vida. Ha impulsado a los individuos a sentirse traumatizados y deprimidos por experiencias que hasta ahora se consideraban rutinarias”.
Haciéndolo extensivo a la parcela cultural que nos ocupa, podríamos decir que el universo de la LIJ actual, además de acercar cuestiones cercanas a la vida real, también se inmiscuyen en la vida privada. Los libros infantiles son esos terapeutas que intentan resolver problemas que los lectores deberían aprender a solucionar por sí mismos, gestionar sus sentimientos con recursos propios o con la ayuda y/o intervención de adultos reales que conozcan el problema de primera mano.


Padres, abuelos o maestros. Figuras con experiencia propia, los referentes clásicos de la infancia, han pasado a ser sujetos inútiles que necesitan asesoramiento profesional (¡Viva la Supernanny!) o han desaparecido por decisión propia (mucho trabajo, muchas necesidades personales y muchas distracciones), para ser sustituidos por dibujos animados, películas, videojuegos o libros (¡Oh, libro, tú que eres sabio y omnipotente, ayúdanos a criar a nuestros hijos!).
No solo eso… En estos libros, la familia, la amistad o la sociedad se describen como ámbitos violentos, lugares peligrosos para los críos (¿Se han fijado en la cantidad de libros sobre consentimiento que se están publicando últimamente? ¡Ni que la calle fuese el patio de una cárcel filipina!). De esta forma, lo que por un lado parece estar lleno de buenas intenciones, inocula el miedo en unos niños que viven en constante alerta y claman por una vigilancia continuada (¿Dónde queda la libertad, la subversión infantil?) en connivencia con ese superpaternalismo que tan de moda se ha puesto.


Con esto no quiero decir que la terapia no sea necesaria en algunos casos donde hay un trauma real o una enfermedad mental, sino que lo verdaderamente peligroso es el abuso de la misma ante situaciones que no la requieren y que se recetan indiscriminadamente a grandes grupos de población, en este caso la infantil. Si bien es cierto que muchos de estos libros parten de esa pedagogía que llena hogares y escuelas, últimamente se está llevando a un extremo un tanto sospechoso, recordando más al libro de autoayuda, que al mero relato de moralina ejemplificante. Explícitos hasta la médula, sin pluralidad discursiva, estéticamente yermos y poco imaginativos. Prefiero mil veces los libros divulgativos.
Convertir cualquier conducta inconveniente en una patología, aparte de un problema de salud pública, hace a los niños todavía más vulnerables, asustadizos e irresponsables (¿Ven alguna analogía con lo que nos encontramos en la aulas?). Llega el momento de preguntarse: ¿Ese es el futuro que queremos? Yo, al menos, no. Prefiero niños capaces y resilientes, que no se amedrenten ante trabas y afrentas del tiempo, que puedan blandir armas y estrategias personales que les faciliten la vida respetando la de otros.
Sí. Puede que tras esta sociedad terapéutica haya otras intenciones. ¿Humanos más inútiles y manipulables? ¿Controlar y restringir? ¿Tretas de poder? Prefiero no ir más allá. Lo único que tengo claro es que no quiero ver a los niños subyugados, ni a los ansiolíticos ni a los libros.

martes, 23 de abril de 2024

El ocaso de los libros y la lectura


En las últimas semanas me he topado con numerosas publicaciones y artículos, casi todos en inglés, sobre el fin de la lectura. Aunque puede resultarles una cuestión un tanto absurda y apocalíptica, para un servidor no lo es tanto, pues tras haber participado en varios foros de lectura durante estos meses, me parece un tema bastante interesante. Como hoy es el Día del Libro, he creído conveniente hacerles llegar algunas cuestiones que no estaría mal sopesar en pro del debate, no solo en torno a la figura del libro, sino también en torno a la lectura como vía de adquisición cultural/intelectual.
Decía mi padre hace unas semanas que si la escritura terminó el siglo pasado, la lectura terminaría en este. Yo me quedé estupefacto, pero me puse a darle a la manivela. Me acordé de Bloom y su canon, de muchos estudios parecidos, y me vinieron a la cabeza los últimos grandes autores del siglo XX y cuyo parangón todavía no han alcanzado los del XXI. ¿Llevaría razón este hombre que tanto piensa y tan poco dice? ¿Y la lectura? ¿Qué pasará con ella? Hagamos una radiografía del contexto español…


Un primer dato. Según apunta el Anuario de estadísticas culturales del 2023, en los hogares españoles el gasto en libros y publicaciones periódicas ha disminuido a la mitad desde el año 2006 (alrededor de 100 euros por persona) al 2022 (47,9 euros por persona). A pesar de iniciativas como el bono cultural juvenil o la bajada del IVA que sufrió el libro a partir del 23 de abril del año 2020 (al 4%), los españoles compramos muy pocos libros.
Aunque son pocos datos y el sesgo es evidente, en un primer análisis podríamos decir que el interés hacia el libro como producto de consumo ha disminuido notablemente en los últimos años, precisamente cuando, y de forma paradojica, ha dejado de considerarse un bien de lujo (les recuerdo que hace unos años tributaban al 21%).


Evidentemente hay un sesgo muy importante en el que entran en juego las adquisiciones institucionales (gran parte del negocio editorial español está subvencionado por el estado de una u otra forma), las consideraciones personales (¿los libros de texto y los temarios de oposiciones entran en la categoría de libros?), las paradojas culturales (otro gallo nos cantaría si alejáramos al libro de las élites intelectuales y las fiestas de guardar) y las necesidades nacionales (¿para qué gastarnos el dinero en libros pudiendo invertir en aceite de oliva, ropa vacilona, cubatas y farlopa).


Y ahora, sobrevolemos el ecosistema lector tomando como punto de partida el conocidísimo Informe PISA en su edición del año 2022... Si bien es cierto que los estudiantes españoles se encuentran en la media de la OCDE en materia de lectura, hay que decir que su rendimiento es menor, lo que se traduce en una práctica menor de la lectura diaria. Es decir, el alumno español lee menos (y eso que las horas de sol y las distracciones mediterráneas siempre han sido las mismas), como le pasa al resto los participantes en el estudio.


También hay que hablar del avance de la cultura digital y las nuevas herramientas de entretenimiento. Tablets, móviles y ordenadores han generado un nuevo ocio que aleja al ser humano de la lectura. Como en el resto de países avanzados, la cultura de la imagen y los medios digitales suponen una afrenta a la lectura, no solo por su carácter lúdico, sino por permitirnos un acceso a la información mucho más sencillo, dirigido y sesgado. Por otro lado, tenemos el libro digital que, al minimizar los gastos de imprenta (más barato), mejorar la interfaz del usuario (por ejemplo, puede adaptar el tamaño de letra) y facilitar el almacenaje, ha provocado que haya crecido cuatro puntos en los últimos años, situando su uso en el 24,4% del total. Algo a lo que no permanece ajena la escuela, un ámbito en el que se está generalizando gracias al empeño de familias, profesores y gobiernos (¡Menos mal que los nórdicos están volviendo al papel…!).


Pues sí, pueden decirlo: ¡Objetivo conseguido! Microsoft, Google y Meta controlan nuestras vidas y, sobre todo, nuestros datos. Unos con los que no solo mercadean con las grandes corporaciones, sino con los que también alimentan a la llamada inteligencia artificial (IA), esa que, no solo supone un riesgo para los creadores, sino también para los lectores.
¿Por qué? Se preguntarán ustedes. ¿Qué tiene que ver la IA con el declive del libro? Si comparamos la vida del libro, una herramienta fundamental para el progreso humano (alrededor de 600 años… ¿Se acuerdan de Gutemberg?), con la de los chips de silicio, las primeras supercomputadoras y la IA (apenas unas décadas), podemos hablar de una aceleración considerable en términos de progreso. Por ello, si mantenemos el libro, ¿acaso no estaríamos involucionando? Es muy posible que el libro, como método dominante de adquisición de conocimientos, acabe prácticamente muerto dentro de 25 o 30 años. ¿Acaso no han visto las bibliotecas escolares de los centros de secundaria de media España?


¿Quiere decir esto que no vayamos a leer nunca más? No. El objeto libro se puede mantener como un objeto cultural residual dedicado, principalmente, a desarrollar las habilidades lectoras en edad escolar, y en círculos académicos y profesionales. De hecho, es lo que estamos viendo en las últimas estadísticas sobre producción y venta de libros infantiles y juveniles (es el único sector que ha crecido dentro de la industria). Algo muy lógico teniendo en cuenta que la lectura instrumental es básica en la educación primeria y secundaria, sobre todo como herramienta para desarrollar otras competencias.


No obstante, y volviendo al panorama tecnológico, hay algo de la IA que juega a favor del libro. ChatGPT, Gemini o Vertex se nutren de los datos existentes para generar nuevos contenidos. Si no los alimentamos, llegará un momento en el que verán decelerada su producción. Entonces, ¿podemos parar de crear y depender exclusivamente de ellas? Según algunos expertos, no. Si estas herramientas se alimentaran de sus propios metadatos, no podríamos confiar en los generados, lo que quiere decir que necesitan de la creatividad humana, se traduzca en forma de libro o no, para contribuir al progreso.
También hay que tener en cuenta que no solo la industria del libro se alimenta de la ficción, sino que en muchos casos, se traduce al lenguaje audiovisual en forma de películas y series. Es decir, el libro sigue siendo necesario en un mercado que interacciona entre sí y que está muy en boga durante los últimos años con las plataformas digitales.


Y después de darle vueltas a un tema del que poco se habla pero que puede modificar todo el ecosistema de la lectura, e invitarles a dar su opinión sobre lo aquí expuesto, les deseo un feliz Día del Libro ¡manque pierda!

domingo, 27 de noviembre de 2022

¿Eres culto?


Culto, culto y culto. No sé muy bien porqué, pero el caso es que escucho demasiado este adjetivo. O porque la gente lo utiliza con mucha ligereza, o porque estamos llegando al culmen de nuestra propia inteligencia. Quizá sea una forma de justificarse a uno mismo o de justificar a otros (Me encanta cuando me dicen “Román, parece mentira que digas esas barbaridades siendo una persona culta…” Mientras ellos me despojan de toda credibilidad, yo me río de mi incultura), pero el caso es que ahora, todo el mundo parece haber salido de los círculos ilustrados europeos. 
Sin embargo, siempre cabe hacernos una pregunta: ¿Qué es ser culto?
Si bien podríamos iniciar esta disertación con cuestiones como la distinción entre la alta cultura y la cultura popular (leer este post para profundizar en el tema) o la deriva que sufre la cultura hacia las humanidades para dejar apartadas a la ciencia y la tecnología (cuestión que también se trató en este otro post), prefiero ser algo práctico y olvidarme del significante para centrarme en el significado.
Según diferentes diccionarios, el termino “culto/a” se usa para referirse a personas cultivadas, instruidas, y que poseen muchos conocimientos. Sin embargo, hay algo más allá de esta voz que se utiliza con diferentes connotaciones. Cuando decimos que alguien es culto, ¿a quién nos referimos?


Unos se refieren a los que leen mucho, una presunción que me hace mucha gracia teniendo en cuenta que no hace distinción entre lectores de revistas del corazón, periódicos, novela histórica, ensayo filosófico o artículos científicos. Cualquier persona que se lea un par de novelas al año entra en la categoría de culto, aunque simplemente lo haga por hacer frente al insomnio, evadirse de un trabajo desolador, u olvidar un matrimonio truncado.


Otros se refieren a personas doctas en una determinada disciplina, a eruditos, a gente que se ha pasado media vida estudiando los entresijos de la historia, la ingeniería naval o la química inorgánica. Presumimos que con tanto codo han alcanzado la gracia intelectual en esa materia, pero del resto ¿qué? ¿Podríamos decir que un médico, un filósofo o un matemático son personas cultas “per se”?


En tercer lugar llamamos cultos a todo tipo de curiosos. Gente que gusta de informarse sobre esto y lo otro, que acude a recitales poéticos, conciertos, salas de museo o escuelas de idiomas, para nutrir su tiempo libre, ser práctico o socializar. Viaja, toca el clarinete en la banda del pueblo, juega con una cámara de fotos, gusta de las reliquias del pasado o se apunta a hacer una ruta de senderismo. Todo muy popular y de andar por casa. Habrá que sopesar su bagaje en alta cultura... ¿no?


También tenemos a los enteraos. Se parecen a los anteriores pero con intereses vagos o inexistentes. Parece que saben mucho pero en realidad no tienen ni puta idea. Se han aprendido cuatro títulos de memoria, practican el postureo lector, parafrasean a sus referentes, gustan de oírse y aleccionan a todo el que pillan. Todo ello en aras de adquirir estatus o echar un polvo con incautos de toda condición. Despectivamente se les conoce como culturetas. Los cuñaos son parecidos pero más feos.


Para terminar tenemos a los que yo llamo virtuosos. Personas que por su fluidez verbal, su forma de aprender o sus habilidades memorísticas son capaces de parecer cultos sin serlo. Recordar fechas, hacer cálculos matemáticos, tocar siete instrumentos o destacar por la retórica, no son signos de una amplia cultura. Quizá sirvan para ganar concursos televisivos o abrirse camino en política, pero no para ser considerados eminencias.


“Entonces, según tú, ¿nadie es culto?” Aunque es difícil dar con ellos, alguno hay. Como todo en esta vida, tiene que ver con la mirada y el nivel de exigencia.
Para mí, ser culto no se relaciona únicamente con la cantidad y/o calidad de la información que hayas atesorado en base a tu experiencia personal o académica. Es importante pero no determinante. Ser una persona culta se relaciona también con tu forma de ver el mundo o de sopesar las partes sin olvidar el todo; con ser capaz de relativizar tu mirada y cuestionar la realidad, o de discernir entre hechos y espejismos.
También tiene que ver con los demás, con dejarles ser, considerar sus aportaciones, admirarlas o discutirlas. Las personas cultas se alejan de dogmatismos y sectarismos, se equivocan, se mantienen informados y siguen construyendo un discurso conexo.
Pero, sin duda alguna, la cualidad más importante de las personas cultas es saber que LA CULTURA NO LO ES TODO.


(*) NOTA: Todas las imágenes que acompañan esta entrada son obras de la artista canadiense Holly Farrell realizadas con técnica mixta (óleo y acrílico) sobre lienzo o tabla, entre 2014 y 2019.

martes, 15 de febrero de 2022

Lectores asesinos o el ¿poder? de los libros


Con lo que me gusta un salseo literario debo sumarme a la polémica que ha suscitado la relación que muchos medios de comunicación han establecido entre La edad de la ira, una novela de corte juvenil de Nando López, y el triple crimen del parricida de Elche, un suceso que ha conmocionado a la sociedad española poniendo de relevancia los problemas de un universo adolescente cada vez más complejo.
Se ve que el chaval que mató a su padre, su madre y su hermano por verse privado de videoconsola y wifi a consecuencia de unas malas notas (el castigo preferido por todas las familias de este país… ya saben, lo más fácil), lo tenía sobre la mesita de noche, según comentan los investigadores del caso y, cómo no, los (des)informantes ya se han lanzado sobre la carroña.
A día de hoy y con todo lo que estamos viendo, deberían saber que sensacionalismo y reduccionismo son las armas favoritas de los políticos y sus mamporreros, los grandes grupos de comunicación, para hacer de su capa un sayo. Manipular a la opinión pública para lograr sus intereses es algo inherente al poder, todavía más en la era de un buenismo donde hay que erradicar toda incomodidad de la faz de la tierra y fabricar así zombis votantes. Censura, censura y más censura, algo que he comentado hasta la saciedad con temas como el de la salud mental. Por ello mi recomendación es que apaguen la tele, se alejen de las redes sociales y lean. A Nando López o a cualquier otro. Seguro que sacan mucho más provecho.
Hacer responsables a los autores y sus libros de los actos que otros cometen me parece una justificación muy vana por tres razones. La primera es que parece una especie de intento por elevar a la categoría de víctimas a una serie lectores que no saben dónde tienen la mano izquierda o necesitan internamiento psiquiátrico. Como si las palabras o la literatura los erigiera en un estatus criminal muy superior en aras de una actividad cultural que parece ser la quintaesencia del postureo ilustrado (no se pierdan este artículo). Dudo mucho que la naturaleza asesina se base única y exclusivamente en lo que lean antes de irse a la cama.
La segunda es que colgarle el sambenito a los libros o los videojuegos es otra evidencia más de una sociedad enferma llena de culpables, externalidades y vendas en los ojos. Miserias que, precisamente se ponen de relevancia gracias a los productos culturales de calidad. Porque la buena literatura es precisamente eso, internarse en lo intrincado de la naturaleza humana para lacerarnos de algún modo con sus dardos, dejarnos ver el tipo de efluvios que exudamos. Nada es tan feo o tan bonito como para dejar de mirar dentro y fuera de nuestro pellejo.
La tercera tiene que ver con la construcción del discurso, pues como bien expliqué AQUÍ, la lectura es un acto complejo donde no solo interviene el autor, sino también el lector. Él pone sobre ese tablero que es el libro su experiencia previa, sus frustraciones, deseos y pasiones para construir un relato, un mensaje que no tiene que ser precisamente válido, inofensivo o coherente. De hecho la suspensión de la incredulidad que ha desencadenado esta atrocidad depende única y exclusivamente de un adolescente y su mala interpretación de una obra ficcional (he aquí otra pregunta: ¿Es necesaria la mediación lectora?).
Por otro lado les digo: y si esa conexión fuese cierta, ¿qué? A veces me "alegro" de que estas cosas sucedan. Y no porque mueran familias enteras (¡Qué pena y qué culpa tan grande!), asesinen al presidente de una nación (recuerden la historia que subyace a El guardián entre el centeno) o existan suicidios en masa (se ve que Goethe lo consiguió). Me satisface porque aúpa en cierto modo el poder que tienen los libros sobre la sociedad, en aras del morbo, of course, pero poder al fin y al cabo. 
Tampoco es que me vaya a rasgar las vestiduras por un libro que no he leído (millenials, armarios, traumas, intriga..., quizá me anime), pero me alegro de que se le dé visibilidad, y la gente, los teenagers, sientan curiosidad por él y se acerquen a las librerías. Auguro que este escritor catalán se va a hinchar, más todavía teniendo en cuenta que mañana se estrena la serie homónima. 
Lo dicho, lean, pero con calma, que no todos los lectores obsesivos se lanzan a luchar contra molinos de viento.

jueves, 25 de noviembre de 2021

Salud mental: ¿otra excusa más para la censura?


La salud mental está de moda. Dicen que la depresión y el consumo de ansiolíticos han subido como la espuma por culpa de la pandemia. No sé si es que ya estaban ahí y han aflorado a la superficie ayudadas por el virus, o si el coronavirus ha sido el germen de depresiones, trastornos obsesivos y cuadros de ansiedad.
Alentados por el modus vivendi actual, muchos se han lanzado a decir que todos deberíamos ir al psicólogo una vez en la vida. Yo les digo que no. Que un servidor, por el momento, se abstiene de acudir a ninguna consulta. Que vaya quien lo necesite o lo crea necesario, y a quienes no lo consideremos oportuno porque vamos saliendo adelante en este mundo voraz, que nos dejen en paz.


Mientras mucha gente lo pasa realmente mal -una depresión debe ser un sinvivir que no le deseo a nadie-, otros se (auto)diagnostican muy a la ligera. Llaman depresión a cualquier bajón anímico, o trastorno bipolar a los cambios de humor. Coartadas sencillas para justificar problemas complejos como el suicidio, un comportamiento nefasto, la resistencia al cambio, o salirse con la suya.
También opino que hay muchos intereses detrás de estas misivas. Por parte del poder, ese que prefiere tratarnos de locos en vez de poner algo de remedio en nuestras vidas ("Pobrecitos, tomad, mucha terapia y unas pastillitas"). Por parte de los gremios beneficiados que ven engordado su negocio, llámense psiquiatras, terapeutas o psicólogos. Por parte de nuestros iguales o nosotros mismos para así mimetizarnos entre la muchedumbre, encajar en el mundo feliz, y tener cancha libre para ser infelices a base de hipocresía y poca naturalidad.


Banalizar un asunto tan serio como las enfermedades mentales y meter a todo quisqui en el mismo saco, no creo que sea la solución más acertada para normalizar una realidad de nuestro tiempo. Creo que es más oportuno convivir con aquellas personas que tengan este tipo de problemas sin tener que patologizar cualquier comportamiento que se salga de la norma y sea más o menos inofensivo para con uno mismo o la sociedad (a los psicópatas criminales prefiero meterlos en la cárcel). 


Toda la vida hemos tenido ejemplos de gente excéntrica, neurótica o deprimida, y aunque muchos de ellos eran relegados en el plano social, conocíamos su realidad y se aceptaba su condición sin necesidad de tanta etiqueta y diagnóstico, que si bien es cierto que normalizan ciertas situaciones, también ningunean respecto a esa masa de elegidos que tocados por el dios del buenismo reparten cordura a diestro y siniestro.
De un tiempo a esta parte, parece cundir esa práctica de ponerle nombre a todo, de diagnosticar y señalar cualquier tipo de conducta que no tenga que ver con el pensamiento único reinante. Imaginen que yo, por mi cara bonita, hiciera un análisis psicológico de todos los personajes que aparecen en los libros que reseño...


Empecemos con la Alicia de Carroll. La protagonista es una niña que sufre micropsia, un desorden psicológico que impide percibir la realidad y se caracteriza por episodios breves de distorsión de la imagen corporal, el tamaño, la distancia, la forma o relaciones espaciales de los objetos, así como en el transcurrir del tiempo. Seguimos con el Conejo Blanco, un personaje que está de los nervios por culpa del estrés y la ansiedad que le supone estar pendiente del reloj a todas horas, algo que también podría ser interpretado como un trastorno obsesivo paranoico. Como del Sombrerero loco hablaré más tarde, salto a la Reina de corazones, una histérica como la copa de un pino que sufre ataques de ira, es narcisista y paranoica. En definitiva: un buen puñado de los personajes que viven en Alicia en el país de las maravillas y A través del espejo son susceptibles de ser ingresados en un manicomio.


Si cualquier profesional de la salud diseccionara otras obras clásicas de la Literatura Infantil, la cosa se pondría fea. El mago de Oz, Matilda, El jardín secreto, Heidi, La isla del tesoro y muchos otros libros que han acompañado a montones de lectores a lo largo de las décadas tienen personajes que podrían ser diagnosticados clínicamente, pero, ¿tendría sentido hacer esto? Quizá estaría bien como juego entre colegas, pero si eso empezara a cundir en otros ámbitos como el educativo o familiar, olería a las estrellas de seis puntas y los triángulos rosas que abundaban en los campos de concentración nazis.


Pregúntense, ¿acaso nos interesa todo esto a quienes leemos? Que un libro recoja entre sus páginas personajes neuróticos, deprimidos o paranoicos, no quiere decir que sus lectores deban impregnarse de estos comportamientos. Sin ellos excluiríamos de nuestra realidad una multiplicidad de facetas que también pertenecen al universo de lo humano, y nos abocaríamos a ese mundo feliz y uniforme donde los excéntricos e indeseables son perseguidos en aras de una forma de ser única que impone necesidades homogeneizantes.


Y porque no hablamos de la fantasía, ese terreno relegado a niños, tontos y locos (¿Ven? No voy tan mal encaminado…). Como si obviar el contrato fantástico fuera suficiente para alcanzar la cordura en todas sus formas, como si la cordura mostrase una única e indivisible faceta. Me aterra que veten a la fantasía, pero cada vez es una realidad más cercana en este mundo de ofendidos y censores donde el verdadero peligro son quienes buscan anular todo lo que les sea incómodo por el mero hecho de ser diferente.


Lo estoy viendo: el próximo paso será prohibir aquellos libros donde aparezcan personajes que exhiben comportamientos poco esperados o que están deliberadamente locos. Veremos cuánto tarda un AMPA o una asociación de psicólogos en censurar libros donde personajes tienen visiones paranoides o se ríen sin ton ni son.


No obstante, lo que más me molesta desde el ámbito de la salud mental, es que siempre se han tomado como excusa los personajes de la literatura infantil para bautizar a muchos de los síndromes descritos en psiquiatría y psicología, y de paso, continuar desprestigiando un tipo de obras que tienen muchas batallas perdidas contra esa supuesta cordura del ámbito adulto.


Tenemos el síndrome de Peter Pan para referirnos a los adultos que no quieren crecer (bendito trastorno), el síndrome de Munchhausen para aquellos que mienten compulsivamente (si no conocen al citado barón, echen mano de la LIJ alemana) o el de Huckleberry Finn para definir a todos aquellos que eluden las responsabilidades cuando son niños y durante la edad adulta cambian constantemente de trabajo.
De entre todos los que conozco, mi favorito es el síndrome del sombrerero loco, uno que finalmente ha resultado ser un daño neuronal producido por la intoxicación con metales pesados. Era muy típica entre los sombrereros de los siglos XVII y XIX ya que estos artesanos inhalaban los gases de mercurio producidos al tratar el fieltro, materia prima con la que se elaboran los sombreros. Esta enfermedad neuronal afecta a la visión, el habla y la coordinación, y cuyos signos externos son irritabilidad, hiperactividad, temblores, labilidad emocional, timidez y pérdida de memoria, síntomas que Lewis Carroll observaría en muchos de ellos y le inspirarían para su conocido personaje.
No voy a decir que asimilar lo que sucede en uno mismo y a nuestro alrededor sea una tarea fácil. Es más, creo que los productos culturales deben ayudar a ello. Pero no creo oportuno que la salud mental se inmiscuya en lo el acto literario, más que nada porque yo elijo el grado de insensatez con el que quiero seguir leyendo y viviendo.


Hoy me ha dado por acordarme de Antonio Escohotado, ese filósofo que buscaba en la libertad un antídoto frente al miedo o las coacciones que empujan al ser humano hacia toda clase de servidumbres. Quizá esto de la salud mental sea otra de ellas. Porque tratarnos de locos también es arrebatarnos una parte de nuestro propio ser para subyugarnos al antojo de los poderosos y sus necesidades.


NOTA: Las imágenes que acompañan a esta entrada pertenecen a fantásticas ediciones de:

Lewis Carroll. 2021. Alicia en el país de las maravillas y A través del espejo. Ilustrado por Estudio Minalima. Barcelona: Editorial Folioscopio.

L. Frank Baum. 2021. El maravilloso mago de Oz. Ilustrado por Estudio Minalima. Barcelona: Editorial Folioscopio.

James M. Barrie. 2021. Peter Pan. Ilustrado por Svetlin Vassilev. Barcelona: Editorial Libros del Zorro Rojo.

viernes, 15 de octubre de 2021

"El juego del calamar" o la desinfantilización de la infancia


Vuelve la polémica con El juego del calamar, la serie coreana de moda que ve hasta el Tato, niños incluidos, los mismos que representan sus escenas violentas mientras se comen el bocata en el patio del colegio. Y venga, todos echándose las manos a la cabeza. Que si las criaturas están a pique de enrolarse en la legión, que si algunos padres merecen ser quemados en la hoguera, que si la vuelta de los rombos es inminente, y bla, bla, bla.
Tanta escandalera y yo aquí, adherido al debate para constatar que nadie suelta el móvil mientras cena con sus hijos, pero todos se indignan con la sola idea de que los críos se entretengan con una de ficción violenta. Menos mal que tener dos ojos me tranquiliza bastante. Y si subtitulo las imágenes con el “Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago” (consigna favorita de los adultos ejemplares) se me esboza hasta la sonrisa.


Armin Greder

Dejando a un lado la ironía, creo que el punto de partida no tiene la menor trascendencia: una fábula distópica llena de violencia junto a un problema de censura paternalista (lo de toda la vida). Sobre las distopías les recomiendo a otros especialistas (si es que me consideran dentro de esa categoría) y para reflexionar sobre la censura les recuerdo ESTE POST. 
Lo verdaderamente complejo del asunto viene cuando estos dos factores se mezclan con un tercero llamado la desinfantilización de la infancia, una cosa muy seria que se puede extrapolar a otras muchas facetas de la vida social y cultural, incluida la Literatura Infantil.


Shaun Tan

Como muchos sabrán, el concepto de infancia ha variado a lo largo de la Historia, sobre todo en lo que se refiere al aspecto social, algo a tener muy en cuenta en este debate sobre espectadores y calamares que hoy nos ocupa. Así definimos tres tipos de niño a lo largo de los siglos:
- El niño premoderno (por ejemplo el del medievo) compartía con el adulto actividades productivas, educativas, lúdicas y sociales. No se volcaban en él sentimientos diferentes a los de un adulto ni se le velaban aspectos importantes de lo cotidiano, como por ejemplo el sexo o la muerte (lean ESTE OTRO POST).
- El niño moderno, ese que nace a partir del siglo XVII, pasa a ser dependiente de un proceso de crianza, tanto maternal (algo que Ariés en 1962 define como “mignotage”), como escolar (la escuela, ese territorio educativo ad-hoc). También juega y se divierte mucho más, no participa del mundo laboral hasta estar crecidito, solo conoce una parte de la realidad, y se le presuponen sentimientos diferentes a los del adulto.
- El niño posmoderno se moldea por los cambios que acontecen durante los siglos XX y XXI. Más independiente y solitario, gestiona parcelas de su propia crianza, se enfrenta a sentimientos más complejos, ya no juega ni se divierte de la misma manera, sigue sin trabajar, se forma de manera perpetua y tiene "toda" la realidad a su alcance (N.B.: pueden echar un ojo a los trabajos de Postman o Nadorowski en la bibliografía).


Edward Gorey

Sí, amigos, la inocencia, la necesidad de cuidado o la fragilidad, ya no sostienen al niño. Los cambios en la institución familiar, la incorporación de la mujer al mundo laboral, la estructura tentacular de la escuela como medio de poder estatal y familiar, los avances tecnológicos, el libre acceso a la información, la omnipresencia de las redes sociales, o la disfuncionalidad en las relaciones humanas, han propiciado un nuevo escenario para el desarrollo de niños diferentes a los que conocíamos.
Fíjense. Somos tan buena gente y estamos tan preocupados por ellos, que queremos darles clases magistrales sobre identidad de género, ecologismo, consentimiento, racismo,  inteligencia emocional y hasta de indigenismo, pero eso sí ¡Nada de violencia, sexo, drogas o punk! (sobre todo si es explícito, que algunos no saben leer entre líneas). ¡Uy qué lío! ¡Benditas paradojas! Tanta moral, tanta doctrina, tanta corrección política, tanta hostia. Empieza bien la cosa….
Con todo esto quiero decir que el mundo infantil y el adulto se encuentran cada día más cercanos. Hipersexualización, consumismo, depresión, ansiedad… Las fronteras se diluyen inexorablemente porque el proteccionismo es cada vez más difícil. Los niños son individualistas, carecen de referentes tangibles, viven aislados real pero no potencialmente (¡tablets y ordenadores que no falten!), o se pasan el día en aulas matinales y clases extraescolares. El niño actual, el autónomo-autómata, necesita aferrarse instintivamente a su propia supervivencia en un tiempo y espacio cada vez más hostiles para esa idea dieciochesca que poco a poco se va esfumando.


Maurice Sendak

Con este panorama, ¿de qué quieren protegerlos? ¿De qué se extrañan? Lo raro es que no vean Funny Games, A Serbian Film, La gran bacanal o Nekromantik, una buena tanda de películas con las que muchos de ustedes se cagarían de miedo.
“Ay, Román, pero ayúdanos, ¿en qué quedamos? ¿Son niños los niños? ¿Queremos que lo sigan siendo? ¿Sí o no a este juego de moluscos?” Queridos, ustedes verán lo que hacen con sus hijos, que ya son mayorcitos. Yo les informo de la realidad por si la habían olvidado o simplemente tenían los ojos vendados. A mí, lo único que me aterra es saber que hay niños tan despiertos como para entender la citada serie... 

*Nota: La viñeta de portada es propiedad de @tutorporsorpresa (Jaume Font) y el resto de las ilustraciones pertenecen a reconocidas obras de la Literatura Infantil donde la violencia también habla.

Bibliografía

Ariés, Philippe. 1987. El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen. Madrid, Taurus.
Nadorowski, Mariano. 1994. Infancia y poder. La conformación de la pedagogía moderna. Buenos Aires: Aique.
Postman, Neil. 1988. La desaparición de la niñez. Barcelona: Círculo de Lectores.

Y para los que sepan inglés, una revisión crítica de todos estos temas con bibliografía actualizada:
Meynert, Mariam. 2013. Conceptualizations of childhood, pedagogy and educational research in the postmodern: A critical interpretation. Lund University.

domingo, 25 de abril de 2021

Neolenguas, compromiso y clases medias: una breve radiografía de las reseñas literarias actuales


Mural del colectivo Pawn Works en un muro del barrio de Pilsen, en Chicago.

Tras un Día del Libro no muy sonado a causa de los daños pandémicos y esa crisis económica que se cierne sobre nosotros, toca hablar de las reseñas que circulan por todo tipo de plataformas.
No voy a decir que mis reseñas sean lo más de lo más, de hecho, ya me gustaría a mí tener el suficiente tiempo para profundizar como dios manda en los libros, a base de lecturas académicas y puntos de vista más especializados. Sí, lo reconozco, a veces me voy por las ramas, pero al menos pongo el ojo donde toca o me apetece, que ya es bastante.
Tampoco diré que soy el único, pues todavía queda gente seria en esto de la Literatura (infantil en mi caso) que se preocupa por aportar cierto rigor a las lecturas, conectar unas con otras, ver más allá del argumento y sugerir interpretaciones discursivas desde los aledaños. Mi aplauso hacia su trabajo.
Lo que sí voy a decir es que hay otro gran, por no decir enorme, grupo de reseñadores que cada vez me ponen más enfermo. Y no es que sean más o menos guapos, tampoco tiene que ver con el tipo de literatura que recomiendan (para gustos, los colores) o que sus fotos tengan mejor o peor calidad. Tiene que ver con su manera de aupar un libro, de entregarlo a sus posibles lectores.


Mural de Frenemy (aka Kristopher Kotcher) en Jaffa, Israel.

En primer lugar exhiben unas tremendas carencias lingüísticas. Y no me voy a poner pejiguero con tildes, comas, cohesión sintáctica o tiempos verbales (que yo también la cago). Simplemente son incapaces de explicar las razones que les llevan a recomendar un libro. Sus deficiencias son tan grandes en esto de la expresión escrita, que el abanico de adjetivos se limita a seis vocablos: “guay”, “chulo”, "genial" “espectacular”, “impresionante” y “brutal”. Si bien es cierto que delimitan muy bien sus parcelas de satisfacción, no aportan nada más al posible lector (aparte del típico copy-paste de la presentación editorial..., que esa es otra...). Y si nos ponemos a hablar de las jergas neolingüistas, pa' qué más... ¡Parece mentira que lean tanto! Resumiendo: cualquier alumno de sexto de primaria lo haría mejor. 


Mural de Douglas Rouse (aka Douglas 66) para la librería Poor Richard's en Colorado Springs.

Seguimos con el compromiso, más todavía si hablamos de Literatura Infantil… Si no teníamos bastante con emocionarios o libros de valores, ha llegado el momento de los ismos. Y no es que la literatura deba ser aséptica, pero tampoco convertirse en el refugio de todas las tendencias que pongan de moda nuestros políticos y gurús personales. Feminismo, racismo, ecologismo, veganismo… Parece ser que, últimamente, si compramos cualquier libro, este debe ser susceptible de constituir un manual inmejorable con el que salvar a la humanidad, de ser útil para el lector; hacernos mejores personas y vivir comprometidos con nuestros preceptos ideológicos o sociales... ¿Qué rollo, no? No hay que orientar todos los libros hacia la salvación eterna, que para eso ya hay religiones. Un poco de personalidad, melones. Hay que darle la vuelta a la tortilla, desterrar los tabúes, divertirse y leer porque sí. Me hastía tanto libro por un mundo mejor.


Mural de Levalet en Francia.

Por último me pregunto: ¿Por qué todas estas reseñas parecen destinadas al mismo tipo de público (Léase "personas caucásicas con un nivel cultural medio y cierto poder adquisitivo")? ¿Acaso otros no leen? Seguramente sí, pero damos por hecho que no. O simplemente es que no sabemos que leen. Es por ello que animo a todo el lumpen, las clases bajas y obreras, los pijos de la calle Serrano y a los maestros de los colegios de élite, a dar su visión sobre la lectura, a que den vuelo a sus gustos e interpretaciones. Parece ser que la lectura nos interesa exclusivamente a la clase media. ¿Solo leemos los funcionarios, los médicos, los docentes y algún yuppie? Como mediadores de lectura necesitamos dirigir nuestra opinión a cualquiera, un término que incluye a los temporeros, las cajeras del supermercado, los CEO de las multinacionales o los aristócratas. La lectura, como el comer y el dormir, debe alcanzar a todos los que construimos la sociedad, no solo a una franja de sus estamentos.


Mural de Tinho (Walter Nomura) en Frankfort.

Y sí, quizá todo se deba a un mundo que gira muy rápido, a la costumbre de ser lo más breves y sintéticos posible, a que muchos no leen ni siquiera los libros que publicitan (que eso es lo que hacen), o a la falta de formación en un área que se presupone puede hacer cualquiera (me gusta o no me gusta, ¿he ahí la mediación lectora?), pero por favor, como mínimo, hablen de sus impresiones personales, no quieran hacerse los salvadores y diríjanse a todo quisqui. Algunos se lo agradeceremos. ¡Que recomendar un libro es una cosa muy seria, odo!


Mural de Marcin “Barys” Barjasz, en Lódź, Polonia.