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domingo, 12 de noviembre de 2023

Conteniendo la partitocracia


Antes de que llegue una semana en la que el sátrapa de la Moncloa renueve su establishment, no quería dejar pasar la oportunidad de dar mi opinión sobre el último número de circo que nuestros políticos nos están procurando este otoño.
Si están esperando todo tipo de improperios a una u otra facción de esa guerra cultural en la que está sumida España desde que la izquierda salvadora y la ultraderecha aparecieron en el horizonte, les aviso que cambien de canal. Esa no es mi lucha. Progres, fachas, charos, señoros, lazis, ofendiditos o cayetanos. A este país no le hacen falta mamporreros al servicio de los chiringuitos subvencionados con mis impuestos, lo que hace falta es cargarse la partitocracia.


Allá por la transición, nos vendieron la moto de que Franco había muerto y que ya no cabían más dictaduras debajo de los Pirineos. Falso. El espíritu del caudillo sigue vivo, no solo en las bocas de unos y otros, sino en un sistema que nada tiene que ver con la división de poderes ni con la igualdad democrática. Solo ha servido para que González, Aznar, Zapatero, Rajoy, Sánchez y sus secuaces hayan cometido muchas tropelías.
Aquí siguen mandando los políticos y sus partidos. Gracias a la ley electoral y la cuenta de la vieja, el sistema de listas cerradas, la intervención del poder judicial, un senado inservible, y sobre todo, la división ciudadana.


Si se revisara y modificara nuestro sistema de votación, dejarían de existir españoles de primera, segunda, e incluso de tercera clase, dejaríamos de tener unos jueces serviles, disminuirían los cortijos perpetuos, seríamos más independientes a la hora de subyugarnos a los intereses de otros (léase la UE o la OTAN), y podríamos pedirle cuentas a nuestros gobernantes o simplemente echarlos.
Déjenme de nacionalistas, de discursos queer, de toros, de bienestar animal, de sanidad y educación públicas, de cuotas femeninas, de lenguas cooficiales y otros temas disuasorios. Hasta que la cosa no cambie de verdad, yo seguiré sin votar. Es mi forma de construir un muro frente a tanto despropósito. Si vamos a acabar en el mismo vertedero una y otra vez, que sea gracias a otros, que ya no estoy para perdonarme más errores.


A unos que también les ha dado por la contención, son Mei, Lila y Noah, los protagonistas de ¡Construyamos una presa!, el álbum de Daniel Fehr y Mariachiara Di Giorgio que acaba de traer Pípala a las librerías españolas.
Todo empieza cuando los tres hermanos, empiezan a colocar piedras en la desembocadura del río. Lo que parece un juego, empieza a convertirse en una verdadera presa que llama la atención de los piratas y la mismísima flota del rey, invitados a unirse a su concienzuda tarea. Todo va viento en popa hasta que el pequeño Noah decide recuperar su preciada piedra verde…


Como en otras obras del autor, el libro incluye referencias a algunas de las novelas infantiles más conocidas como La isla del tesoro. La ilustradora desarrolla la mayor parte de la acción en el mismo paraje, una foto fija en la que solo varía la posición y número de los personajes.
Colores vibrantes y muchos detalles (ese monstruo del lago al fondo o los puestos de comida que florecen en los laterales) para una historia que vuela a caballo entre la fantasía y la realidad, y que nos traslada a una travesura infantil con mucha miga y una bronca materna como final.

miércoles, 2 de noviembre de 2022

Soñar a lo grande


Últimamente parece que si te conformas con poco te tachan de piojoso, usurero y malnacido. Tienes que gastarte hasta la última peseta. Vivir en un barrio de gente bien, que tus hijos vayan a los mejores centros escolares, conducir un coche de alta gama y viajar al tuntún son algunas de las aspiraciones de la sociedad en la que vivimos.
Medrar porque sí, a cualquier precio, sin ningún pudor. Billetes, billetes y más billetes. Nuestros sueños se resumen en eso mientras nuestros corazones han dejado de palpitar por valores mucho más alcanzables y satisfactorios, como coserle un botón a tu hija la desastrosa, el olor a tarta de manzana recién hecha o leer a Houellebecq bajo un granado en flor.


Decía una amiga mía que ella solo quería ganar la primitiva para poder permitirse el lujo de estar todo el día cocinando, arreglar su huerto y cuidar su casa. Que no le hacía falta nada más para disfrutar de la vida. Ni viajar, ni comprarse ropa cara, ni recorrerse todos los restaurantes de la guía Michelin, ni codearse con la flor y nata. Solo quería ser como el protagonista de la historia que hoy nos ocupa.


La sopa del señor Lepron de Giovanna Zoboli y Mariachiara Di Giorgio (Editorial A buen paso) es uno de esos libros que todos aquellos que se pirran por el éxito deberían leer. No solo porque da una visión bastante aproximada de lo que ocurre en este mundo voraz, sino porque resume de manera muy acertada esos sueños que se van de las manos.
El señor Lepron tiene por tradición cocinar una sopa durante el primer día de otoño. Toda su familia le ayuda a recoger las verduras necesarias y una vez que tiene los ingredientes, se encierra entre fogones y la prepara tranquilamente. El toque especial es echar una cabezadita mientras hierve en el puchero y dejar volando su imaginación. En el sueño de hoy su sopa se hace famosa en los alrededores. Todo el mundo quiere probarla. Se corre la voz por todo el país, por todo el mundo y el señor Lepron se verá obligado a montar todo un imperio en torno a su receta. Pero ¡ay! los sueños son caprichosos y, además de convertirse en realidad, no siempre nos hacen tan felices como esperamos.


Con lenguaje directo, tipografía cambiante y un estilo que confunde realidad y ficción (¿En serio le sucede esto al señor Lepron o es simplemente producto de su fantasía?), Giovanna Zoboli da una vuelta de tuerca muy contemporánea a la fábula o cuento de La lechera de Félix María de Samaniego, con la diferencia de que en este caso los sueños se agigantan en vez de empequeñecerse.


Para la ocasión Mariachira Di Giorgio Aguadas tranquilas sobre composiciones muy pensadas que nos retrotraen a los prerrafaelistas y el clasicismo más puro, y de paso nos recuerda a otras historias ya clásicas donde los animales habitan las oquedades de los árboles y el subsuelo (véanse los libros de Beatrix Potter o Jill Barklem). El rocío, la niebla matutina o la noche campestre contrastan con estilos más industriales y metropolitanos para ensalzar una historia que aboga por la defensa de lo mínimo.


Detalles que son todo un homenaje a la sopa Campbell’s o el cartelismo francés, ornatos y filigranas propios del art noveau, o composiciones que recuerdan a Edward Hopper, llenan un álbum que defiende la llamada “slow life” desde un prisma conformista y encantador.



sábado, 2 de enero de 2021

Crónica de una nochevieja sin fuste


Bendita nochevieja esta. La de los allegados y los pequeños núcleos familiares (Gracias, querido virus, por aclararnos quiénes importan). La nochevieja de las amas de casa (por una vez no han llegado a las uvas fregando como negras). Y también la de Ana Obregón, que a pesar de un vestido horrendo y un discurso patético, triunfó en cuestión de telespectadores por el “mero hecho” de haber perdido un hijo. Y si de paso la televisión pública podía aprovechar la coyuntura y el sentimentalismo barato para su propaganda más asquerosa, mejor que mejor (Y dejemos de lado a la pobre Pedroche, que luego me la critican y no me quiero enzarzar en otro debate sobre feminismo). 


Tras escuchar las campanadas con mi bióloga favorita y sin poder vislumbrar tan siquiera una esquinica de la bandera de España proyectada sobre la fachada de la Real Casa de Correos (cositas y detalles), le di un beso enorme a mis padres (porque puedo) y me fui a felicitarle el 2021 a todo el vecindario, que para eso están las calles y el ebrio entusiasmo (una noche es una noche, que ya nos tratamos con mucho desprecio y desdén el resto del año). 


Una vez en mi hogar, me puse cómodo e hice algo de tiempo, que no pareciese una derrota eso de encamarse pasadas las doce (ya saben: lo llaman optimismo cuando quieren decir puro orgullo coronavírico). Otra copa de vino y a bacinear en el Instagram, que la “felicidad” ajena, además de mesurable e impostada, también aporta claridad. “Stories” por aquí, postureo por allí, alguna lágrima, mucha coreografía y nada nuevo bajo la luna menguante. Se terminó la terapia de choque. 


Me meto en el sobre y me sobreviene la inspiración divina. ¿Y si todo esto fuera un complot para que otros se diviertan mientras nosotros sufrimos el rigor pandémico? Quién sabe… Duendes, hadas, elfos de los bosques. Trolls, goblins o gremlins. Todo es posible durante una noche en la que nadie deambula entre farolas y coches. ¿Se imaginan que mientras nosotros dormíamos, ellos disfrutaban de los festejos invernales? 


Si no se hacen a la idea, aquí estoy yo para ilustrarles con La feria de medianoche, un álbum maravilloso de Gideon Sterer y Mariachiara di Giorgio, editado en nuestro país por Edelvives. Con tan sólo cuatro palabras, las del título, los autores cuentan cómo una feria ambulante llega a la ciudad y se instala en el claro de un bosque cercano. Una vez están todas las atracciones listas empieza a llegar el público. Algodones de azúcar y palomitas, tiovivos y montañas rusas, hacen las delicias de pequeños y grandes. Hasta ahí, todo sucede con normalidad, pero cuando se acerca la hora de cierre y el vigilante echa la llave a la verja, todo cambia. 


Si son lo bastante perspicaces, habrán averiguado qué sucede, y si no, deben acudir a la librería más cercana y hacerse con este libro sin palabras que, con ilustraciones de colores luminosos y planos cinematográficos, una secuenciación muy estudiada y recursos propios del cómic (y que Di Giorgio ya nos presenta en Profesión Cocodrilo, otro trabajo sobresaliente), desborda la imaginación del lector con multitud de detalles. 
Háganme caso: léanlo y fantaseen, que al menos vivamos otras vidas durante este comienzo de año.

martes, 17 de diciembre de 2019

Disfrutando del día a pesar del oficio



Comienza la cuenta atrás para las vacaciones de Navidad. Menos mal porque cada día me veo más decrépito y desbaratado. Esto de tanto trajín va a terminar conmigo. Y eso no puede ser, oigan. Hay que cuidarse lo que no está escrito, porque lo más importante es uno mismo. ¡Qué pijo los hijos, los abuelos, los nietos o los alumnos! ¡Yo, yo y yo!
No quiero decir con esto que haya que cultivar el egoísmo o ser el centro del universo, sino más bien el amor propio, uno basado en la autoestima y no en la autodestrucción. Porque les diré que hay gente que se quiere muy poco, y eso no puede ser. Hay que empezar desde bien temprano con los cuidados…


Un buen descanso (de unas 7-8 horitas es más que suficiente), desayunos nutritivos (cuando cuento lo que trago muchos no me creen), algo de ejercicio matutino (unas flexiones, unas abdominales), agua y jabón, cepillo de dientes y ungüentos faciales de calidad (para eso les puedo derivar con ciertas maricremas), ropa elegante (incluido su mejor chándal, que es la última moda), perfume (esto siempre se me olvida aunque siempre piense “Yo sin mi Chanel® no salgo a la calle”) y ¡para adelante!


Dirán que soy esto o lo otro, pero me da igual, creo que no hacen falta ingentes capas de chapa y pintura, tampoco echarse encima montones de billetes, ni siquiera horas y horas de gimnasio, tan sólo preocuparse un poco de lo que se meten en el cuerpo (sólidos, líquidos y gaseosos), de mantener una temperatura corporal constante y un adecuado tono muscular.
Es por ello que hoy quiero detenerme en uno de esos álbumes que da gusto regalarse de buena mañana, pues Profesión: Cocodrilo, un álbum de Giovanna Zoboli y Mariachiara Di Giorgio publicado durante este año por Adriana Hidalgo en su colección Pípala nos habla de eso y mucho más.


En este álbum sin palabras con una estructura narrativa que utiliza elementos del comic, se nos cuenta el día a día de un cocodrilo. Este personaje tiene un modus vivendi envidiable. Su ducha, lo primero. Desayuna bien trajeado con tostada de tomate incluida y periódico en mano. Pasea por la ciudad, observa a un lado, a otro, compra un ramo de flores… Sencillamente, disfruta de la mañana.
En un entorno muy mediterráneo (la luz, las calles, la arquitectura, la gente, me recuerda a Roma o a Sevilla… Es algo que no me extraña teniendo en cuenta la procedencia de las autoras), este cocodrilo da buena cuenta de que la vida es bella. Pero ojo, no es el único, pues sorprendentemente, podemos encontrar a otros animales que se camuflan perfectamente entre la muchedumbre ataviados como personas sin llamar la atención lo más mínimo. ¿Qué juego será este en el que nos internan las autoras?


Todo esto nos lleva a un final ¿inesperado? y con cierta sorpresa que se adentra en el subconsciente del lector y le hace dos preguntas. La primera es si esperaba que el cocodrilo desempeñara otra profesión diferente ¿Quizá detective? ¿Quizá gánster? A veces las apariencias engañan si dejamos volar la imaginación. La segunda tiene que ver con el yo, con lo distorsionadas que son las imágenes de nosotros mismos, también con los anhelos de los demás, cómo nos vemos y cómo nos ven.
Fíjense por ejemplo en mí, muchos dicen que no parezco docente… Será la ropa, será que tengo un coche cani, será que me alejo de la típica pose cultureta… Visitadores médicos, comerciales, peluqueras, dependientes de  supermercado, monitores deportivos, camioneros, cocineros, barrenderos y vendedores ambulantes. Yo sólo sé que cualquier oficio tiene lo suyo y lo mejor es disfrutarlo.

lunes, 26 de diciembre de 2016

Relación entre la Navidad y la muerte


George Michael falleció ayer, día de Navidad. Aunque todavía no se han hecho públicas las circunstancias que rodean el triste acontecimiento, el haberse producido en un día tan significativo como ese y no en otro, me ha llevado a pensar en la relación que existe entre la muerte y la Navidad... Muchos dirán que el tema para empezar la semana se las trae, pero prefiero que no me tachen de macabro y piensen en ello con objetividad (mirar hacia otro lado puede ser contraproducente cuando se trata de ampliar la mirada crítica). Ahí voy...
Antes de nada y como apunte, hay que tener clara la relación entre la fe y nuestra naturaleza mortal. Todas las culturas se apoyan en religiones de todo tipo (budismo, cristianismo, islamismo o hinduismo)  para explicar una realidad que asola al ser humano, la muerte. Por ello cabe esperar también que todo lo que se relaciona con las tradiciones religiosas tenga bastante que ver con ella. De ahí que, en parte, podamos extrapolar realidades y relacionar hechos aparentemente inmiscibles.


En primer lugar cabe decir que la muerte, a pesar de ser un hecho omnipresente (nunca nos abandonan las dualidades), parece necesitar un hueco más visible en ciertos puntos del calendario. Aunque destacan fechas como el 1 de noviembre en el que rendimos honores a nuestros muertos de una manera más explícita, la Navidad es la época del año en la que más pesa la pérdida de los seres queridos, tánto, que algunos expertos la consideran una época de duelo en la que las reuniones familiares se asemejan más a un velatorio en torno a los fallecidos que a un momento de dicha y júbilo. Las alusiones que en muchas familias se hacen a los que ya no están, a las sillas vacías: silencio, recogimiento, suspiros, dolor y lágrimas.... 
Posiblemente este hecho tenga sus raíces en el tenebrismo de una cultura barroca en la que también se anclan las festividades navideñas. Con ello quiero decir que muerte y Navidad se cogen de la mano a tenor de un hecho cultural que también esta muy presente en otras tradiciones de carácter religioso cristiano como puede ser la Semana Santa.


En segundo término y fuera de la esfera cultural, hemos de ahondar en las circunstancias sociales que explican la relación causal entre navidad y muerte... Aunque la Pascua parece ser el mejor momento del año para dejar a un lado los problemas que trae el tiempo y disfrutar de la vida junto a padres, hermanos y otros allegados en honor de un mensaje religioso donde la concordia y la paz están por encima de todo, no todo es tan bonito. Las reuniones familiares son en pocos casos bien avenidas. En torno a la mesa se reúnen multitud de intereses y circunstancias personales. Intenciones de todo tipo y casualidades impiden mirar al otro con la distancia necesaria para la cortesía y el mutualismo. Envidias, dardos envenenados, reproches pasados, desplantes y alguna que otra lágrima lían todavía más la madeja, y las cenas de Nochebuena y las comidas de Reyes son el inmejorable caldo de cultivo para depresiones, violencia doméstica o cardiopatías que pueden transformarse en muertes por infarto, homicidios o suicidios.


Quizá lo mejor sea tomar consciencia de que la muerte, de su golpe certero, de que no podemos hacer nada por los que ya no están, pero sí por los que quedan. Honrar la memoria de aquellos que se fueron, sin aferrarse al lastre que suponen los recuerdos en una vana esperanza. Establecer unas buenas relaciones con los que tenemos a mano, con los que, codo a codo, compartimos el camino. Para que así la vida, esa que no valoramos lo suficiente, deje crecer unas alas que, colocadas sobre nuestra espalda, agiten el vuelo liviano de saber que hemos estado aquí morando y, sobre todo, disfrutando.

Cristina Bellemo y Mariachiara Di Giorgio, 2016. Dos alas. Combel.