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martes, 6 de febrero de 2024

De cerdos y zorras


Sé que más de una me va a cancelar hoy, incluso alguna agencia de verificación me pondrá en sus listas negras. Pero me da igual. Que digan misa. Si tanto abogan por la libertad, he aquí la mía.


Punto número uno. No me gusta nada Eurovisión. Me parece hortera y casposo a más no poder. No tiene clase ni forma parte de subcultura alguna. Y desde que el brazo televisivo del gobierno se ha inventado el Benidorm Fest para aglutinar a todos esos eurofans en una suerte de Torremolinos Pride, menos todavía.
Punto número dos. No me gustan la mayoría de los artistas que participan en este concurso. De segunda, tercera o cuarta categoría. Una mitad necesita darse a conocer, la otra mitad, pagar sus facturas, y los más despistados, se meten en el ajo porque su manager o la discográfica de turno no saben lo que se pescan.


Punto número tres. Nunca hubiera votado por la canción que representará a TVE en el concurso. Por muy pegadiza que sea, es de calidad dudosa. La defienda el sátrapa de la Moncloa, Inés Hernand o la Virgen del Rocío, me resulta vacua, banal e inerte. Luego dicen del reggaetón, pero la letra de esta canción bebe de la demagogia y basura más pura, más si cabe cuando la imagen que proyecta de la mujer es la del barriobajerismo más insano.
Punto número cuatro. La palabra “zorra” no tiene cabida en mi diccionario. La utilizo muy poco. Mis amigos, hombres, tampoco. De hecho, la escucho más entre las mujeres que me rodean. No me vale que se adueñen de ella los mamporreros del régimen y nos la endiñen como si de un arma arrojadiza se tratara, alegando empoderamiento y reivindicando el falso heroísmo.


Podríamos hablar de otros elementos muy interesantes como que todo este espectáculo se dirige a un público eminentemente formado por hombres (¿paradójico, no?) homosexuales (pan y circo para mis votantes) o que son muchas las asociaciones de feministas que han pedido su retirada del circuito, pero yo voy a lo mío, que son los libros.
Por eso mismo, hoy me sumerjo en El libro de los cerdos, el ya clásico álbum de Anthony Browne que ha rescatado Kalandraka hace unos meses y que todavía no he destripado en esta casa de monstruos. Publicado anteriormente en Fondo de Cultura Económica, esta historia familiar en la que una madre, harta de la explotación doméstica a la que su marido y churumbeles le propinan a diario, decide desaparecer y dejarlos rebozándose en su pocilga.


Venerado por todas las amas de casa de este planeta y por quienes consideramos que las tareas domésticas no son exclusivas de las mujeres, este libro supuso un antes y un después en la imagen que las mujeres proyectaban en el universo del álbum ilustrado, una de las muchas denuncias sociales por las que el autor inglés ha sido considerado un pionero en ciertas temáticas.


Si bien es cierto que las cosas han cambiado en muchos hogares desde que se publicó por primera vez, allá en 1986, todavía sigue vigente como punto de partida para la reflexión individual, familiar y colectiva sobre la igualdad y los estereotipos de género.
Además, hay que tener en cuenta todas esas referencias y recursos narrativos que este genio del álbum incorpora en la mayoría de sus obras.


Metamorfosis graduales en los personajes (pura magia), guiños en el mobiliario (fíjense en enchufes, pomos de puertas, el papel pintado de las paredes y el menaje del hogar), secuenciaciones monótonas y sombrías en las que una madre de rostro oculto realiza tareas repetitivas, imágenes que se desbordan en la doble página y otras que se constriñen por marcos, cuadros famosos (¿Ven ese en el que falta un personaje? ¿Quién es?), elementos surrealistas con mucho significado (sombras y árboles), tapa y contratapa como elementos peritextuales… Sean zorras o cerdos, no se pierdan este libro.

lunes, 12 de diciembre de 2016

¿Niñas o niños?


No crean que son pocas las madres recién estrenadas que logran perforarme los tímpanos diciendo sandeces como “Yo hubiera preferido una niña... Dan mucho más juego a la hora de vestirlas...” Razones tan abyectas me llevan a pensar que el nivel de decadencia cerebral ha rozado cotas nunca vistas, todavía más si el comentario procede de una mujer instruida... Luego se quejan del machismo y las feminazis...
Aunque algunos se dejen el caballo en la puerta (anacronías visuales) y prefieran jugar a las muñecas en vez de críar a sus hijos (¡Qué pena más grande y qué pequeña ha sido la crisis!), aquí está un servidor para recordar la austeridad que rodeaba a las familias hace no mucho tiempo... Corrían los años setenta y ochenta, y las madres todavía se pasaban las horas en la pila, dándole con jabón de sosa a los pañales de tela, bastantes progenitores no tenían un duro y se apañaban como buenamente podían. Nos vestían con lo que pillaban (toda una suerte de prendas de vestir habían ido pasando de primo a primo hasta deshacerse en mil pedazos) y no tenían muy en cuenta las diferencias de género.


Así pasaba, que mi hermana y muchas chicas de su edad, en vez de lucir como princesitas (me producen cierta grima esas nenas merengueras y dulzarras, a rebosar de tul rosa a modo de pimpollos de la corte borbónica), se las componían con pantalón de pana, peto, chándal y jersey heredados de sus antecesores. Si a ello le añadimos que no usaba pendientes (¡La de guerra que dio hasta que se los hizo!) y que mi padre, en su alarde de autosuficiencia y ahorro extremo, le cortaba el pelo al tazón, se pasaba el día desmintiendo su condición de nene para abanderarse como mujer y acallar así las críticas de tántos abuelos que se entrometían ante tan poca feminidad.


Cuando leí ¡Soy una niña!, un álbum de Yasmeen Ismail publicado en castellano por Corimbo, no pude evitar recordar este episodio de mi niñez. El libro está protagonizado por una chica la mar de alegre y pizpireta que, como hacia en su día mi hermanica, se harta de repetir hasta la saciedad que ella no es un niño. Unas ilustraciones coloristas y cargadas de dinamismo, y la insistencia a modo de retahíla son los dos recursos estilísticos elegidos por la autora para conectar con el lector desde una faceta humorística y construir un discurso exento de sentimentalismos. ¡Ya basta de tanto amaneramiento! 


lunes, 3 de noviembre de 2008

Amas de casa o el esplendor español


A las amas de casa españolas.

No conformes con la, anteriormente llamada, “desaceleración económica”, muchos gobiernos idean todo tipo de inventos para gastarse los presupuestos estatales. Cosa muy propia dadas las circunstancias que nos acechan. Eso sí, despilfarrar los dineros de los contribuyentes “a la española”, es lo más en derroche (NB: de hecho, creo que muchos políticos están tomando nota de las medidas de nuestro gobierno…). 
Ahora se lleva eso de soltar el parné en clases de fregona para esposos poco concienciados. Y se preguntarán qué clase de cursos formativos son estos. Pues bien, la ministra Aido, en vez de dejarse deslumbrar por la conmovedora prosa de Haruki Murakami, ha decidido “invertir” su parte del pastel en adiestrarnos, y no precisamente en el arte milenario del origami, sino en la técnica de la mopa, última necesidad del hombre medio español. 


¡Más valdría que se lo diera a madres, esposas o hijas para que, hartas de tanto frotar, se matriculen en clases de golf, asistan a sesiones de reflexología podal o se abonen al IMD! Pero no, no sea que su propia marmota salga cortando y le endilgue con el estropajo en las narices (bien merecido, por otra parte... no hay nada peor  en esta vida que una autoproclamada feminista que explota a otra mujer para que haga lo que ella no quiere hacer).


Si es que la vida no ha cambiado tanto… ¡Vergüenza debería darle! Porque las amas de casa, ¡bien aportan a PIB!... Que a la chita callando, curran y producen más que todos los obreros del soterramiento de la M-30. La mayor pena de todas es que, algunas con apellido japonés, se dediquen a malgastar el dinero que otras le ahorran a las arcas públicas barriendo como negras. 


Y como sincero homenaje a todas estas amas de casa españolas que, a fuerza de pasar el mocho, le sacan brillo a la dignidad de este país, les dedico mi sugerencia lectora de hoy. 
Corre, corre, Mary, corre (así lo tituló Lumen teniendo en cuenta el título de la versión en inglés) o Corre, Carmen, Carmencita... (nuevo título a cargo de la edición del 2022 por EntreDos) es un libro-álbum de N. M. Bodecker y Eric Blegvad, que dignifica y recalca el papel que tradicionalmente han desempeñado las mujeres en las tareas del hogar, pero que, por suerte, cada vez más hombres realizan sin ningún tipo de complejos, remilgos ni reproches.


Se avecina el final del otoño y Carmen (o Mary, depende de la versión) como buena ama de casa tiene que prepararlo todo antes de que lleguen las primeras nieves. Vive junto a su marido en una granja. Como muchas otras, se levanta de noche para darle brío a la casa. Tiene que recoger las manzanas, los nabos, encañar las judías, hacer queso y batir la mantequilla, hacer la mermelada, lavar, tender y recoger la ropa, remendarla, limpiar el calzado, engrasar los esquís o poner las contraventanas. Todo ello ante la pasividad de un marido que vive como un marqués.


Quizá estamos ante uno de esos libros que sin tapujos, ponen sobre la mesa uno de los problemas maritales más frecuentes: ¿Por qué solo las mujeres deben hacerse cargo de las tareas del hogar? Con ilustraciones clásicas basadas en la técnica de la acuarela, los tonos pastel y la composiciones estudiadas, el tándem de artistas daneses trata un tema peliagudo solucionándolo con mucho humor.
Hay que llamar la atención sobre esa fabulosa secuenciación de imágenes que, al mismo tiempo que realza el trabajo cuasi infinito de la protagonista, provoca que el lector empatice con ella, haciendo que el desenlace final sea mucho más efectivo.


Una ambientación maravillosa (¿A qué niño no le gusta la vida en el campo?), una casa llena de detalles de otra época que pueden desembocar en preguntas sobre tareas y oficios antiguos u olvidados, y la estupenda caracterización de los personajes (¿Se han fijado en que nuestra Carmen está cada vez más y más despeinada?), hacen de este libro-álbum uno de mis favoritos en lo que a igualdad entre sexos se refiere.