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miércoles, 4 de diciembre de 2024

Contando estrellas


Hay gente que se pasa la vida contando. Contando los días que faltan para su cumpleaños (yo prefiero la cuenta atrás que me lleve a las vacaciones), contando las décimas que le faltan para llegar al aprobado, contando los amigos que tiene con los dedos de la mano, contando las putadas que les han hecho sus familiares y derivados o contándole las habichuelas a los demás (españolada al canto).
No sé muy bien de dónde viene esta afición, pero el caso es que quién la tiene, la desarrolla hasta cotas insospechadas. Podríamos decir que contar forma parte de su vida. Cosa extraña, pues muchos no saben ni hacer la declaración de la renta, que es para lo único y realmente imprescindible que sirve esto de la aritmética (o eso o que son más listos que Hacienda…).


Por el contrario, hay personas que prefieren obviar lo cuantitativo y centrarse en lo cualitativo. ¿De qué te sirve ser millonario si no tienes en que invertir el dinero? ¿De qué te sirve un aprobado si no comprendes el enunciado? ¿De qué te sirven las vacaciones si no tienes dónde o con quién disfrutarlas? ¿De qué te sirve saber lo que los demás en el banco si desconoces lo que tienes tú?
Como una vez me dijo un sabio, las matemáticas son un juego, un invento muy curioso que unas veces resulta muy útil y, otras tantas, demasiado inerte (Seguro que han visto esos perfiles de numerología que llenan las redes sociales de moda. Tan absurdos como encantadores). Con esto no quiero decir que las matemáticas sean una ciencia inerte o una herramienta sin sentido. Más bien lo contrario (a veces hay que ponerse gallego…).


Y cuenta que te cuenta (ya podría ser descuenta), nos topamos con uno de esos libros que de golpe y porrazo nos desbaratan a los monstruos. El libro se llama Números (en castellano, pues la edición es plurilingüe, como se merece), lo ha ilustrado Álvaro Valiño y ha sido publicado por Fabulatorio, una pequeñísima casa editorial gallega que sabe hacer muy bien lo que hay que hacer.
El título breve y conciso nos acerca una idea de lo que nos vamos a encontrar al abrirlo. Sin embargo, nuestras preconcepciones se transforman en revelación cuando empezamos a disfrutar de una narrativa visual que nos recuerda a títulos de grandes autores del diseño gráfico como Bruno Munari.


Primero va el uno, luego, el dos, más tarde el tres, y así sucesivamente hasta llegar al diez gracias a cincuenta y cinco puntos que se van dibujando en cada doble página mediante unos pequeños troqueles con forma de punto (¿Recuerdan El punto rojo de David A. Carter? Yo todavía lo busco con mis sobrinos). Acompañados de formas sencillas y colores planos que dibujan insectos, corazones, planetas (¿8 o 9?), manos o pies recorremos este viaje matemático sobre fondo amarillo (otro guiño a Marion Bataille) que se refleja en la cara de cualquier espectador boquiabierto.


Si a ello añadimos un formato de acordeón que permite jugar con dos historias (la del haz y la del envés), tras contar hasta el diez descubrimos un firmamento negro tachonado de estrellas que puede acompañar los más diversos sueños. Un libro ideal para dar las buenas noches, para disfrutar de lo cercano o dejar volar la imaginación.

martes, 26 de septiembre de 2023

Contar, contar, contar sin parar...


Empezamos un nuevo curso en esta casa de monstruos donde aprender a contar es imprescindible. No sé si es mejor hacia delante o hacia atrás, pero el caso es contar. Números, cuentos, días de la semana, cumpleaños o amigos. Se me vienen muchas cosas a la cabeza.
Les podría contar mis vacaciones, pero no han sido para tirar cohetes. Les podría contar mis conquistas amorosas, pero no pasan de desastrosas. Les podría contar lo mucho que me ha cundido para preparar el nuevo curso, pero no. Ni fu, ni fa. Un verano sin más…


Un momento… Sí que les puedo contar un día de locura playera peregrinando entre chiringuitos, una noche de feria donde el cariño nos sobrevolaba, un par de verbenas mallorquinas muy simpáticas o el helado de los domingos con mis sobrinos. Siempre hay cosas que contar. Y si no, nos las inventamos.
Corriendo el riesgo de parecernos al barón de Münchhausen pero bien contentos, les invito a que den alas a su imaginación y elijan esa aventura que les gustaría haber disfrutado durante estos meses de estío.


Niño Editor publicó hace un par de meses Con un lápiz, una historia del 1 al 12, otro libro de Fulvio Testa (recuerden que también recuperó La tierra donde crecen los helados) que, como su propio nombre indica, es un libro de aritmética dirigido a primeros lectores.
Todo comienza con un lápiz, uno que sirve para dibujar dos gatos. Aparece un tercero y todos juntos vigilan los cuatro pájaros que viven en la jaula hasta que cinco dedos les dan la libertad. Y ya no cuento más, porque deben ser ustedes quienes sigan contando y descubriendo qué sucede en un libro que se puede casi resumir en la imagen de la portada (¡Fíjense bien!).


Un libro que, además de desbordar la imaginación de unos lectores que pueden perderse en juegos de búsqueda y perspectivas varias donde palabras e imágenes se combinan a la perfección para crear una historia circular que trasciende el propósito inicial.


jueves, 21 de abril de 2022

¡Vaya número!


El otro día me percaté que llevo más de dos años sin encender la televisión. Lo primero es que la comunidad de vecinos cambió la antena y todavía no he resintonizado los canales. Lo segundo es que no tengo demasiado tiempo para dedicarme al zapping y otros menesteres tan poco nutritivos. Y por último la televisión española -no solo la pública, sino cualquier cadena- ha dejado de ser (si es que algún día lo fue) informativa, imparcial e intelectualmente avanzada.
Cualquier programa, incluso los supuestamente culturales, son todo un número. Se rigen por clichés, fake-news, intereses ideológicos y comerciales, mucho ruido y sobre todo, el espectáculo. Hasta los programas de entrevistas se llenan de tópicos y emotividad (¡Basta de lágrimas y redundancias! ¿Algo interesante que aportar?). Es una vergüenza el nivel que se ofrece al telespectador.


Una televisión a modo de cadena de fast-food, de esa que llena pero no alimenta. Saltimbanquis de tres al cuarto que solo intentan sacar tajada, dedicarse al negocio del share y rendir pleitesía al gobierno de turno. Productoras, redactores, presentadores, contertulios… Nadie se preocupa por ofrecer algo de calidad con un mínimo de ética profesional. Todo consiste en montar el número. Y yo, que soy de ciencias, déjenme decirles, prefiero los de verdad.


Para eso les traigo Rizos de oro y los tres osos, un álbum que acaba de publicar en castellano Kalandraka, donde Olivier Douzou revisa un cuento clásico desde una perspectiva gráfica muy sugerente en la que cuatro colores -amarillo real, negro, bermellón y blanco- y un puñado de números del 0 al 10 son los elementos básicos.
Douzou, en cierto modo, me acerca a Warja Lavater (¿Cuándo sacaré algo de tiempo para rendirle homenaje?), no solo por revisitar las narraciones tradicionales desde una óptica diferente, sino por utilizar un lenguaje gráfico donde la economía y los elementos fijos construyen una narrativa simbólica más que universal. Olivier se permite el lujo de prescindir de las leyendas que Lavater incluía en sus libros-acordeón y deja que el lector-espectador busque las correspondencias gracias a un texto que reverbera en las imágenes.


Aunque no es recurso novedoso (se puede constatar en la ilustración contemporánea, así como en álbumes actuales como Chiffres en tête de Anne Bertier), dibujar con números siempre tiene algo mágico. Ricitos de oro es un cero amarillo, los osos se construyen con los números 3 y 5, y cuencos y cubiertos siempre están representados con el 10. Una amalgama matemática que cobra sentido gracias al relato que subyace, al texto que acompaña, y que al mismo tiempo desborda la imaginación, algo que, de un modo u otro, alimenta la creatividad buscando referencias y similitudes.


Sonidos y juegos verbales que nos invitan a sonreír y mirar con lupa unas ilustraciones aparentemente sencillas (¡Quien encuentre al pájaro carpintero que levante la mano!) y en las que muchos seguramente solo verán una forma más o menos amena de aprender a contar (¡Qué pena tanto reduccionismo…!). Como consejo les sugiero que se diviertan con este libro, que trasteen con las cifras y, sobre todo, que se pierdan en el bosque, un lugar donde lo abstracto cobra sentido.

lunes, 11 de octubre de 2021

El regreso del disco de vinilo


El disco de vinilo ha vuelto con fuerza. A pesar de que en los años 90 el CD desterrara al vinilo de las tiendas generalistas y las plataformas digitales on-line se hicieran con el cotarro musical en el nuevo milenio, el vinilo ha sobrevivido en tiendas especializadas. Y aunque les parezca un negocio más testimonial y romántico que otra cosa, siguen vendiendo esos grandes discos de plástico negro con dos caras llenas de surcos diminutos que necesitan de una aguja y una cápsula fonocaptora que vaya descodificando las vibraciones. De hecho desde el año 2015, la venta de discos de vinilo en Reino Unido se dobló en solo un año y ha ido aumentando tanto en países como EE.UU o Japón que está a pique de alcanzar al CD. ¿Por qué? He aquí algunas consideraciones que pueden arrojar algo de luz.


En primer lugar hemos de tener en cuenta el factor nostálgico y sentimental, uno que se acrecenta cuando la gente empieza a cumplir años. Y si además tenemos en cuenta que quiénes hoy día tienen poder adquisitivo son cuarentones en adelante, el sentimentalismo orientado al consumo hace el resto.
La segunda se basa en el coleccionismo, pues no hay que olvidarse de que muchas casas discográficas producen formatos diferentes. El CD y el disco de vinilo no tienen la misma imagen en la portada (suele ser mejor la del vinilo por el tamaño), algunos incluyen libretos enormes, varios discos… El vinilo tiene otro rollito, un aire más vintage que llama más la atención.


También tenemos un sonido diferente. Analógico y con imperfecciones, en el que una simple mota de polvo o una pequeña ralentización en el giro pueden modificar la canción que estamos escuchando. Una razón por la que muchos dj’s siguen utilizando este soporte para hacer sus mezclas y muchos melómanos con tiempo lo prefieren.
Por último me atrevería a hablar del carácter juguetón del vinilo, un disco al que hay alque darle la vuelta (¡Lo que corríamos mi hermana y yo para ver quién era el primero!), al que hay que poner a la velocidad adecuada (no es lo mismo el de 33 rpm que el de 45 rpm) y al que frecuentemente hay que limpiar -junto con la aguja del tocadiscos. Rituales muy necesarios en el universo de lo fácil.


Y así llegamos al disco que acaban de sacar Ediciones Modernas El Embudo para engordar su colección ¿Te suena? durante este septiembre. Un sencillo en tapa blanda que incluye dos canciones ilustradas, en la cara A El manisero y en la B, Un elefante se balanceaba.
Es así como remasterizan El manisero, una composición del músico cubano Moisés Simons (cuya autoría sigue suscitando cierta polémica), y Un elefante se balanceaba, la coplilla que todo el mundo conoce y que forma parte del ideario infantil, para disfrute de todos esos niños que además de contar hasta doce, quieren pasarlo en grande.


Gracias a la historia que Elena Odriozola ha ideado para conectar ambos hits, la lectura se enriquece a base de aprendizaje (si no saben cómo teje una araña su tela, este es el libro), juegos de búsqueda y manipulación del objeto-libro (¿Quién dijo que no nos pudiéramos balancear sobre las palabras?). Todo ello aderezado de toques de humor -fíjense en las guardas- y técnicas digitales que recuerdan al grafismo de otros tiempos.
¡Ah! Y no se olviden de que la música corre de cuenta del lector, ¡que no todo lo iban a poner ellos!

martes, 17 de marzo de 2020

Una, dos, tres..., un montón de cosas bonitas



Uno, tres, siete, veintitrés, veinticuatro, cincuenta y siete, ciento dos, trescientos quince… Así hasta los once mil y pico, la cifra oficial de contagiados por el coronavirus (no les voy a decir la estimada por algunos epidemiólogos para no asustarles, aunque debería). La mayor parte de nosotros no creía que esto fuera a suceder tan pronto pero ya ven que la realidad supera a la estadística y una vez más los españoles nos hemos superado (esta vez en lo malo). También les digo que cifras muchos más elevadas debemos de esperar para dentro de una semana, así que ya saben: en casita y sin dar por culo en urgencias para que la cosa se ralentice una miaja.
Y ya que nos hemos puesto muy serios contando (bueno, los políticos no, ya saben que ellos eso de la aritmética lo llevan muy mal, tanto para los millones que chorizan, como para el número de parados), dejémonos de cosas poco agradables y vayamos enumerando otras que nos arranquen una sonrisa, que ya les prometí construir un oasis de positivismo en esta casa de los monstruos.


En esta cuarentena me he propuesto contar los volúmenes que forman mi biblioteca. No se crean que va a ser una tarea fácil pues están desperdigados por todos los rincones de la casa, algunos por el trastero, otros los he ido repartiendo por casa de mis padres, de mi hermana y de algunos amigos. Así que tendré que hacer un contaje en diferido. (N.B.: Hagan apuestas en los comentarios y quien más se aproxime a la cifra final, tendrá regalito).


Tampoco estaría mal contar los lápices que tengo (siento verdadera pasión por estos útiles de escritura). De grafito, de distintas durezas, de colores, acuarelables, pasteles, sanguina… Sin contar portaminas, tengo todo tipo de lápices. Y se preguntarán “¿Para qué?” Pues para cuarentenas como esta en las que hay que retomar ciertas aficiones y sacarle un poco de color a la vida, no caer en el aburrimiento más absoluto y ejercitar un poco el dibujo.


Flores, tenedores, galletas, calzoncillos, pares de zapatos, camisetas, bombillas, latas de cerveza, clavos, chinchetas, clips, pintalabios, pliegos de herbario, minerales, fósiles, rollos de papel higiénico o bolsas de plástico. Cualquier cosa es buena para entretenernos estos días y saber cuál es nuestra debilidad más grande. Y así, un número tras otro, llego hasta uno de esos libros que te roba una sonrisa, no sólo porque esconde cosas muy bellas dentro, sino porque supone un juego matemático.


Un millón de puntos de Sven Völker (editorial Océano Travesía) fue elegido uno de los mejores álbumes infantiles del 2019 por el tándem The New York Times y la New York Public Library (ya saben lo que se prodiga esta lista entre los monstruos), algo que se debe a una puesta en escena muy colorista y llamativa donde el diseño y los primeros planos tienen mucho que decir, así como en el significado poco evidente de las ilustraciones.


Esto hace que además del juego que supone poder contar los puntos que aparecen en cada doble página (cada vez que pasamos página nos encontramos el doble) y dar fe de la suma que se nos presenta, establece otro aspecto lúdico preguntando al espectador la solución a esas adivinanzas sutiles que invitan a conocer el mundo desde perspectivas desconocidas.
Con sorpresa incluida al final, creo que no se lo pueden perder.



martes, 3 de diciembre de 2019

De familias y otros percales



Ha comenzado el adviento. Los comercios están abarrotados de productos y, sobre todo, de gente. No hay quien quepa en los bares (para una cervecita siempre hay tiempo) y el personal no para de hacer cábalas y así cuadrar una agenda que cada año se hace más cuesta arriba (Menos mal que yo me mantengo fiel a mis principios de asistir única y exclusivamente a aquellos eventos en los que pinto algo…).
Se avecinan las cenas “remember”. Las de los años de colegio (Pfff… Nostálgicos…), las de cuando íbamos al instituto (Más de lo mismo…), incluso las del conservatorio (¡Yingelbels, yingelbels…!). También hay que quedar bien con los amigos de la infancia (Qué acabaos están algunos… Hola… ¿Es ahí el geriátrico?), con los del barrio (¡Y venga batallitas!) y con los del apartamento de Torrevieja (Aunque los cuerpos no estén para olas). En definitiva, hay que ver a todo quisqui y no morir en el intento (cosa harto difícil, pues los estómagos ya no están para ostias).


Lo mejor de todo es cuando hacen acto de presencia los familiares... Como si de una aparición mariana se tratase, empiezan a desfilar por la puerta cientos de sombras chinescas que vienen a ponerse como la Tomata. Lo que otrora era un remanso de paz, se transforma en un comedero de pollastres. Si te descuidas te sacan el ojo con un mondadientes. A ver quién se ceba más. Como si no hubiera un mañana… Intentas agasajarlos, sacas las mejores viandas del trastero y al final terminas a codazos. No sabes cuántas cabezas, cuántas manos, cuantas suegras y cuñados hay alrededor de la mesa. Cuentas tropecientas bocas, unos cuantos anillos de casado, no-sé-cuántas fajas, otras tantas gafas (las lentillas las dejamos a un lado), un par de dientes de plata, y al terminar, te desmayas.


Así, con la consciencia perdida, llegamos a uno de esos libros que te hacen pensar al mismo tiempo que te sacan una sonrisa. Y es que En mi casa somos... un libro con texto de Isabel Minhós Martins, ilustraciones de Madalena Matoso y editado por Takatuka, nos encontramos con una dilatada familia con la que la vida es toda una aventura, no sólo aritmética (¡Atención a los maestros de preescolar y primaria! ¡Que este libro da mucho juego con las matemáticas!), sino también por lo anatómico de la historia.


Si además tenemos en cuenta que nos hace reflexionar sobre la animada vida en familia (si yo les contará nuestras celebraciones en familia de antaño, no pararían de reír en un par de años) y lo (des)agradable que es tener a hermanas, padres, abuelos, tíos y primos al lado, podríamos afirmar que este libro es una imperiosa necesidad. Y si me apuran, les empujaré a que lo lean todos juntos, al derecho y al revés, y de esta manera, pasar más tiempo juntos que, aunque no lo crean, es lo que nos hace falta.


martes, 5 de noviembre de 2019

¿Matemáticas? ¿Para qué?



Yo y las matemáticas nunca nos hemos llevado bien. Lo peor de todo es que nunca me he podido deshacer de ellas. Ni durante el instituto (lo que pasé con las integrales no se lo deseo a nadie) ni durante la carrera (¡Dichosa estadística! Con sus Chi cuadrado y sus test ANOVA…). Siempre vuelven a mí en forma de razones trigonométricas, de escalas, de leyes gravitacionales, o de cualquier otra cosa que me produzca un colapso nervioso momentáneo (dándole que te pego siempre puedes hallar la solución).
Por lo que oigo, creo que no es una tara exclusivamente mía, sino que se trata de un problema endémico de la escuela española, pues junto con el inglés y la lengua llevan de cabeza a muchos de mis alumnos. Tanto es así que las leyes educativas de este país viven empeñadas en aupar esas tres disciplinas (a los demás, que nos den).


Toda una incógnita, quizá esta impopularidad matemática se deba a la orientación que han tenido siempre: una cosa abstracta que nadie entiende y que sólo sirve para engordar nuestros quebraderos de cabeza. Sobran ejercicios (¿Ustedes saben la de cantidad de cuadernos que he llenado con funciones, límites y asíntotas?) y falta una mayor visibilidad e interiorización de su faceta más humana.
Las matemáticas, además de ser una herramienta que nos permite saber a cuánto ascenderá la mensualidad de la hipoteca, también nos explican de dónde vienen las formas de los objetos, cómo dibujar los patrones de un traje, cuál es la mejor posición para propinar un derechazo, cómo se ordena el tiempo, para calcular el cambio de moneda mientras viajamos o para entender cómo funciona el dichoso algoritmo de feisbuq (un despropósito últimamente).


Probablemente unas mentes estén más preparadas que otras para comprender tanta raíz cuadrada y tanto logaritmo, y también es cierto que quien la tenga necesita ánimos para desarrollarla. Eso es de lo que nos habla el Cuenta conmigo de Miguel Tanco (editorial Libre Albedrío), un álbum muy simpático (como casi todos los de este artista) que nos habla de una niña con una desmedida pasión por el universo matemático.
En un principio ella se considera rara (que te gusten las mates no es nada común, nada que ver con la pintura o el tenis), pero conforme vamos pasando las páginas, empieza a desarrollar sus capacidades, nos empieza a enseñar la relación de que el álgebra, el cálculo o la geometría están en nuestras vidas.
Un librito muy simpático que ya pueden regalar a los futuros matemáticos.


martes, 18 de junio de 2019

Contar y contar



A un par de semanas de las vacaciones de verano, empiezo a contar los días que restan para dejar a un lado la tiza, el bolígrafo rojo y el cuaderno de notas, y adentrarme en el universo de la piscina, la playa o la montaña. Lo peor de todo vendrá cuando haya que hacer la cuenta atrás para el inicio del nuevo curso escolar… pero hasta entonces ¡mejor olvidar!
No pasamos la vida contando hacia atrás, también hacia delante. Todos sabemos lo que es soplar una vela más y, por qué no, también quitarnos alguna que otra primavera (sobre todo cuando rozamos decenas que pesan más de la cuenta). A quien no le guste contar billetes que levante la mano, que yo se los cuento ipso facto, pues no es lo mismo  una cartera reventona (¿Es mejor la pinza o el monedero? Algún potentado que responda, por favor), que ir aflojándola.


He de admitir que lo que menos me gusta del mundo es contar abdominales, sentadillas o flexiones, así que prefiero olvidarme y dejar de hacerlas cuando ande exhausto… Quizá sea una buena estrategia para superarme, pues parece ser que cuando contamos, nuestro cerebro se cansa antes.
Los presos cuentan los días, las embarazadas las semanas, los calendarios los meses, los contables los trimestres, los universitarios los semestres y los jubilados los años. El caso es contar. También se cuentan los añillos del tronco de los árboles, los puntos que tiene una mariquita, las cartas de una baraja, los cuentos de Andersen o lo que tarda en rugir el trueno tras el relámpago. Contamos mucho, muchísimo, tanto que hoy les traigo un libro para contar.


Y es que en Números escondidos de Imapla (sobrenombre de Inma Pla) y editado por Juventud, además de contar los números del 1 al 20 y alguna que otra historia que esconde cada uno de ellos, nos invita a jugar. A jugar con las palabras, a jugar con los colores, a jugar con las formas, y de paso relacionar conceptos que nos harán cada vez más fácil comprender el universo de la aritmética básica.
Si a este título unimos el Abecedario escondido (un librito igual de estupendo que reseñé AQUÍ), tenemos un tándem inmejorable para primeros lectores que a través de rimas sencillas, juegos de búsqueda y aspectos lúdicos e imaginativos acercan la lectura a la primera infancia desde el mundo enriquecido de esta estupenda autora gráfica. 
¡Ah! ¡Y prometo vídeo!



miércoles, 26 de septiembre de 2018

Contemos con una sonrisa



Sí, lo confieso, soy de ciencias y me considero nulo en matemáticas. No creo que sea el único a tenor del odio que destilan las matemáticas entre muchos de mis alumnos. Tienen bien clarito que el álgebra y el cálculo no son lo suyo a pesar de haberse decantado por la lógica formal.
Lo mío con el mundo de los números ha sido un matrimonio de conveniencia, una relación de idas y venidas que nunca llegará a su fin, más que nada porque cuando menos me lo espero, ¡zas! Senos y cosenos, varianzas y desviaciones típicas reaparecen en mi vida y la ponen patas arriba. No es que yo esté interesado en borrarlas de la faz de la tierra, pero viviría un poquito más cómodo si cada uno nos mantuviésemos en nuestro sitio. Lo digo por ellas, también por un servidor, que todos tenemos amor propio y nos duele, sobre todo lo nuestro.


Pese a ello no me resisto a considerar algún acercamiento, que las “mates” son el lenguaje universal. Sobre todo si se trata de sumas y restas, multiplicaciones y divisiones (sencillas, claro, porque como me tenga que poner a hallar un cociente con varios dígitos, decimales incluidos, seguro que la cago). Ecuaciones, de primer y segundo grado, raíces cuadradas, ni pensarlo (eso cayó en el olvido, en los recuerdos de la primaria), fracciones, puedo atreverme, pero lo peor de todo son derivadas e integrales… A mí que no me corten trajes, pero quien se inventará semejante tortura, tiene el infierno ganado.


A pesar de este desamor, no cejen en su empeño, pues todavía quedan humanos que se pirran por la aritmética. El caso es empezar, dar con un buen profesor (dato importante), quitarle hierro al asunto, tirar la toalla nunca y no obsesionarse con la solución, pues las ciencias exactas, tan exactas no son. Sólo basta con abanderar ese lema de que “Están en cualquier lado”, véanse la nómina, el camino de Santiago o el ticket del supermercado. Se hacen tan patentes que hasta la literatura infantil se hace eco de ellas. Buen ejemplo de esto es ¡Contemos 5 ranas!, un libro con mucha miga de Pato Mena y publicado por Loqueleo-Santillana.


Tomando como excusa una simple enumeración (se supone que del uno al cinco), el señor Mena hace un alarde de buen gusto y elocuencia, transformando lo que en principio podría ser un mero libro para aprender a contar, en un libro interactivo de excelente factura. Para ello utiliza seis personajes, mucha metaliteratura, una situación absurda, un narrador expectante y disrupciones narrativas entre las que se cuelan artistas invitados, un enfado e incluso un posible cambio de título/cubierta. No creo conveniente destriparles el argumento (sería romper la magia de la lectura… ¡Ups! Quería decir aritmética), pero sí me creo en el deber de avisarles sobre el poder que este libro tiene para arrancar sonrisas mientras nos hace cavilar (restas incluidas).
No se pierdan esta alocada obra de teatro con cuatro actos (invito a todos los profesores de infantil y primer ciclo de primaria a la puesta en escena del mismo con sus pupilos... El resultado se me figura una maravilla) porque es un empujón, no sólo para jugar con los números, sino para entender que con los libros se puede aprender y disfrutar a la vez.


martes, 14 de marzo de 2017

Contar hasta tres y volver a contar


No soy de esos que tratan a los niños como si fueran gilipollas. De hecho, me ponen bastante enfermo los padres que se dirigen a sus hijos como si tuvieran el encefalograma plano. Prefiero que ellos me traten de iguales a igual, es mucho más enriquecedor. Así que, si no quieren que sus hijos les consideren otros anormales más, ahórrense su voz de ñoños para con ellos...
Lo que más me gusta del comportamiento infantil es la gran capacidad que tienen los niños para quitarle hierro a cualquier asunto. Aunque algunos son cabezones y se enfadan con más frecuencia de lo debido, la mayoría suele poner una sonrisa ante cualquier adversidad, algo que ocurre con frecuencia cuando les apuntas a un error (¡Ay, si los adultos hiciésemos igual!).


Ando por la piscina. Los vestuarios a rebosar de chiquillos que acuden a los cursos de natación. El griterío esperado, los padres histéricos, algún que otro llanto, y el menda nota un par de ojos clavados en la nuca mientras se calza. El crío contemplándome como un mochuelo y yo, para romper el hielo empiezo a preguntarle chorradas. Que si vaya pies de gato chulos que llevas (ahora van equipadísimos), que si sabes nadar, o que si te gusta tirarte de lo alto de las banquetas de salida (cuanto más riesgo, mejor). Él, encantado de contestar hasta que llego a la pregunta clave: “¿Cuántos años tienes?” Me muestra las manos y como si de un robot se tratase, empieza a levantar dedos y bajarlos alternativamente. Primero uno, luego tres, luego dos, los cinco, cinco más dos, tres más cuatro... Lo miro boquiabierto y, como si nos leyésemos el pensamientos, nos echamos a reír. La cuestión es que aparece el padre, que esta luchando con el hermano mayor y, con la excusa de que el crío deje de molestar, lo arrastra a otra bancada mientras nosotros le damos al humor, que es muy saludable.


El caso es que estaba pensando yo en estas cuando me viene a la memoria Dos ratones, un álbum de Sergio Ruzzier que acaba de publicar A buen paso (¡Gracias Arianna!). Si les soy sincero, tenía unas ganas locas de que saliera a la luz este álbum ilustrado, no sólo porque es el primer libro de este autor editado en nuestro país y realizado enteramente por él (hace un tiempo Juventud publicó ¡He perdido mis calcetines! de Eve Bunting del que es el ilustrador. Esperemos que otras editoriales se animen con su poético This is not a picture book o su dulce Amandina), sino porque se ha hablado mucho de este libro en el mundo anglosajón. Aunque se puede considerar un libro sencillo en apariencia, las aventuras de estos dos roedores ensartadas por los números 1, 2 y 3, van más allá de los libros para contar, unos muy recurrentes en esto de la LIJ.


Primeramente decir que un servidor siente mucha afinidad por el estilo de este autor en el que destacan el uso de la acuarela (cuando vi el proceso de creación de una imagen para su A letter for Leo en una exposición sobre ilustración italiana, me enamoré al instante), la atmósfera mediterránea que envuelve sus historias (las tejas cerámicas que cubren las casas enjalbegadas, esa atmósfera cálida...), la personificación animal, la inclusión de elementos secundarios realistas (Fíjense en la enredadera que cubre la pared de la casa en la primera doble página. Al final los brotes acaban floreciendo...) o surrealistas (¿Es posible que nazcan dos patos de un solo huevo? Según Ruzzier, sí) que aportan una nota onírica a la narración, las diferentes técnicas narrativas en la ilustración (el comienzo de este libro por ejemplo. Intercalar la portadilla en el lugar que no le corresponde y juguetear con el texto y la imagen como antesala es muy acertado. Un recurso muy cinematográfico) y la composición de las escenas (La página “[…] Un camino, dos estrellas, [...]” es de una belleza excepcional. Mientras cada uno de los personajes presta atención a cada estrella, sus manos van unidas en un estrecho abrazo. Además de metafórica, la imagen y su grado de complementación narrativo con el texto, dan como resultado un hermoso paseo).


En segundo lugar y por si todo esto fuera poco en este libro de pequeñas dimensiones, tenemos que añadir el juego en el que se interna el texto. Las combinaciones infinitas que surgen entre sólo tres números y bastantes sustantivos.
En fin, un álbum estupendo para primeros lectores con ganas de explorar y contar.