miércoles, 4 de diciembre de 2024

Contando estrellas


Hay gente que se pasa la vida contando. Contando los días que faltan para su cumpleaños (yo prefiero la cuenta atrás que me lleve a las vacaciones), contando las décimas que le faltan para llegar al aprobado, contando los amigos que tiene con los dedos de la mano, contando las putadas que les han hecho sus familiares y derivados o contándole las habichuelas a los demás (españolada al canto).
No sé muy bien de dónde viene esta afición, pero el caso es que quién la tiene, la desarrolla hasta cotas insospechadas. Podríamos decir que contar forma parte de su vida. Cosa extraña, pues muchos no saben ni hacer la declaración de la renta, que es para lo único y realmente imprescindible que sirve esto de la aritmética (o eso o que son más listos que Hacienda…).


Por el contrario, hay personas que prefieren obviar lo cuantitativo y centrarse en lo cualitativo. ¿De qué te sirve ser millonario si no tienes en que invertir el dinero? ¿De qué te sirve un aprobado si no comprendes el enunciado? ¿De qué te sirven las vacaciones si no tienes dónde o con quién disfrutarlas? ¿De qué te sirve saber lo que los demás en el banco si desconoces lo que tienes tú?
Como una vez me dijo un sabio, las matemáticas son un juego, un invento muy curioso que unas veces resulta muy útil y, otras tantas, demasiado inerte (Seguro que han visto esos perfiles de numerología que llenan las redes sociales de moda. Tan absurdos como encantadores). Con esto no quiero decir que las matemáticas sean una ciencia inerte o una herramienta sin sentido. Más bien lo contrario (a veces hay que ponerse gallego…).


Y cuenta que te cuenta (ya podría ser descuenta), nos topamos con uno de esos libros que de golpe y porrazo nos desbaratan a los monstruos. El libro se llama Números (en castellano, pues la edición es plurilingüe, como se merece), lo ha ilustrado Álvaro Valiño y ha sido publicado por Fabulatorio, una pequeñísima casa editorial gallega que sabe hacer muy bien lo que hay que hacer.
El título breve y conciso nos acerca una idea de lo que nos vamos a encontrar al abrirlo. Sin embargo, nuestras preconcepciones se transforman en revelación cuando empezamos a disfrutar de una narrativa visual que nos recuerda a títulos de grandes autores del diseño gráfico como Bruno Munari.


Primero va el uno, luego, el dos, más tarde el tres, y así sucesivamente hasta llegar al diez gracias a cincuenta y cinco puntos que se van dibujando en cada doble página mediante unos pequeños troqueles con forma de punto (¿Recuerdan El punto rojo de David A. Carter? Yo todavía lo busco con mis sobrinos). Acompañados de formas sencillas y colores planos que dibujan insectos, corazones, planetas (¿8 o 9?), manos o pies recorremos este viaje matemático sobre fondo amarillo (otro guiño a Marion Bataille) que se refleja en la cara de cualquier espectador boquiabierto.


Si a ello añadimos un formato de acordeón que permite jugar con dos historias (la del haz y la del envés), tras contar hasta el diez descubrimos un firmamento negro tachonado de estrellas que puede acompañar los más diversos sueños. Un libro ideal para dar las buenas noches, para disfrutar de lo cercano o dejar volar la imaginación.

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