Sí, hoy es Nochebuena, ese día en el que gran parte de las familias españolas se reúnen para marcarse una cena opípara y ponerse hasta los ojos de todo tipo de condumio. Aparte de la gastronomía, se agradecen los chiquillos, los villancicos y algún altercado con el hermano, el cuñado o la suegra (ya saben, la sal de la vida).
No obstante y teniendo en cuenta todas las realidades de la vida posmoderna que nos azotan, cada vez hay más gente que pasa esta noche en la más absoluta soledad. Por suerte o por desgracia, vivimos en un mundo donde la migración, la exclusión social o las familias mínimas florecen a modo de malas hierbas, lo que obliga a muchos a comerse cualquier cosa y quedarse sobados en el sofá escuchando la letanía navideña del cacique de turno.
Si te toca, te toca, y no hay más que rascar. ¿¡Qué más puedes hacer!? Lo que nunca debes hacer: ponerte a cavilar. Uno se echa a llorar en aras de la nostalgia o se consuela pensando en todo lo que se ha ahorrado. Es una noche más, se repiten una y otra vez. Quizá una noche menos. Dale que te pego… Y lo que debería ser una gran velada contigo mismo se transforma en un runrún obsesivo-compulsivo que no te lleva a ningún lado.
Desde mi punto de vista, es mejor dejarse llevar. Ponerte el abrigo y salir a pasear. Encontrarte con un perro abandonado que siga tus pasos. Sentarte bajo el cielo estrellado y contemplar el firmamento. Ponerte a departir con la primera persona que encuentres. El repartidor de Glovo extraviado, una jovenzuela llorosa que acaba de corriendo de casa de sus padres o ese viajero que perdió el último tren. Quizá sea el amor de tu vida. Quizá te la cuente. Quién sabe lo que nos depare esta noche. Es una noche buena y en ella caben muchas opciones.
Esa es la idea que recorre una y otra vez Solo esa noche, el álbum que Andrea Antinori, ganador del premio de ilustración Bologna Ragazzi-Fundación SM, ha publicado este año con la citada editorial y del que no había disfrutado hasta hace unos días.
El argumento de este libro tan encantador es sencillito. Un senderista se va de excursión. Sube a la cima de la montaña, empieza bajar y comienza a oscurecer. Avista un claro y decide montar su tienda de campaña, encender una hoguera, cenar y pasar allí esa noche. Mientras él duerme, afuera empiezan a suceder cosas extrañas. Montones de animales, una fila de hormigas que transportan todo tipo de objetos (y que me recuerdan a estas otras), el hombre de las nieves, murciélagos a gogó, un cometa e incluso un platillo volante hacen aparición. ¡Qué lugar tan misterioso!
El autor italiano nos presenta una historia sin palabras y de paso nos saca una sonrisa (el extrañamiento es su recurso humorístico favorito). Sobre la técnica narrativa, hay que destacar esa secuenciación tan activa que, con recursos del cómic o sin ellos, nos recuerda a fotogramas que le imprimen continuidad a esta historia.
Guiños al cine (¿Han visto a E.T. el extraterrestre?), seres nocturnos, un partido de tenis y hasta una meada nocturna son algunos de los detalles que nos invitan a imaginar y confundir sueños con realidad. ¿He dicho confundir? Como se nota que me he olvidado del final…
Lo dicho: espero que tengan una buena noche, sea como sea.
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