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miércoles, 14 de noviembre de 2018

La belleza de las estaciones



A juzgar por el color del follaje y las lluvias intermitentes que cubren nuestras latitudes nadie puede negar que el otoño haya llegado. Es tiempo de nieblas y castañas, de boniato asado y alguna que otra helada, setas y frutos rojos. Y me encanta.
Mientras que otros sienten predilección por una u otra estación, el aquí firmante disfruta de todo el año. Haga frío o calor, truene o nos ilumine el sol hay que sacarle el mayor partido posible a cada día, cada mes, pues cada época tiene sus cosicas. Si caen chuzos de punta, te quedas en casa acompañado de un buen libro y la manta, que te achicharras, abres la sombrilla y te deleitas con una fantástica siesta (o viceversa, que la propiedad conmutativa de la multiplicación también se aplica a letras y pereza). El caso es vivir, que aunque los grises digan lo contrario, poco cuesta.


Y andaba yo pensando en el verano, el otoño, el invierno y la primavera, cuando de pronto caigo en la cuenta de que todavía no había hablado de los cuentos de El seto de las zarzas, la colección de álbumes de Jill Barklem que ha reeditado la editorial Blackie Books en nuestra lengua.
Aunque ya hice alusión a esta serie en otra entrada dedicada a La casa de los ratones, creo que merece la pena detenerse de nuevo y de manera exclusiva en unas historias que se reeditan incesantemente en medio mundo y que, aparte de aunar muchísimos e interesantes elementos, también cuentan con un origen triste pero entrañable.
Los cuatro cuentos (uno para cada estación) que configuran esta colección de los años ochenta (en realidad son ocho, pues la autora la amplió con otros cuatro títulos más pero no seriados), si bien no constituyen una revolución dentro del género, sí marcan un punto de inflexión en este, ya que en ellos convergen dos tipologías de libros infantiles, como podrían ser el álbum narrativo y el álbum informativo.


Sobre los elementos de ficción hay que decir que Barklem dio vida a un ecosistema en el que los ratones de campo eran los protagonistas. Siguiendo la estela de otros autores de Literatura Infantil como Beatrix Potter, decide crear una sociedad animal a imagen y semejanza de la humana donde convergen las historias de corte costumbrista en mitad de la campiña inglesa. En todas ellas los niños y jóvenes tienen buenas dosis de protagonismo que facilitan la identificación con el lector, y en todas ellas se prefiere exponer la acción a enjuiciarla (vemos lo que es).


De las ilustraciones poco hay que decir. A la vista está que, enmarcadas en la más pura tradición inglesa (tinta y aguadas), son extremadamente hermosas. La caracterización de los personajes, su vestimenta (daría para mucho este punto), las viviendas y sus dependencias, los paisajes bucólicos, los planos narrativos… Todo, absolutamente todo lo que se refiere a las imágenes es una delicia.


Por otro lado, en lo referente a lo no ficcional, hay que decir que Barklem desarrolló unas ilustraciones preciosistas en las que el lector puede perderse durante horas entre los cientos de detalles que llenan sus escenas. Al mismo tiempo, los pinceles de Barklem son muy fieles a la naturaleza y plasman la realidad del entorno, tanto que sus flores, frutos y árboles se identifican fácilmente y podrían incluirse dentro del género de la ilustración botánica. A todo esto y haciendo alusión a las corrientes del álbum de conocimientos o informativo clásico, decir que también incluye la anatomía y el funcionamiento de las industrias láctica y harinera. Su quesería y molino de agua, aunque parten de su imaginación, se mantienen fieles a las leyes de la física y la mecánica (ver Cuento de verano) lo que denota una gran labor de investigación.


Es curioso que el origen de esta universo de roedores comparta ciertos paralelismos con el de las historias de otros ilustradores, pues Jill Barklem (su nombre real era Gillian Glaze), a consecuencia de un desprendimiento de retina debido a un accidente sufrido a los trece años, tuvo que dejar una vida activa para internarse en el mundo de las artes y la ilustración en la Saint Martin’s School of Art. Animada por su pareja, comenzó a plasmar sus historias que, tras ser aclamadas por los lectores, fueron llevadas al mediometraje de animación en dos ocasiones (una nueva sinergia que recojo AQUÍ).
La familia, los vecinos, el medio natural, la vida campestre o las pequeñas aventuras del día a día aúpan unos libros que nunca pasan de moda. Lo dicho: si lo que están buscando son libros completos, he aquí cuatro buenos ejemplos.


jueves, 15 de octubre de 2015

Enriquecer los argumentos de la LIJ



Aunque el álbum ilustrado es un género relativamente joven dentro de la literatura, debemos de tener en cuenta que, como en cualquier otro, la elevada producción obliga a los autores a repetir ciertos patrones o ideas de diferente naturaleza. A pesar de que muchos pueden tomar como un mero plagio o copia (que en muchos casos lo es...), hay una serie de circunstancias que a un servidor le hacen dudar de semejante afirmación, a saber...
Generalmente, cuando uno estudia historia de la literatura, suele hacerlo atendiendo a las diferentes épocas, autores y obras que, de un modo u otro, han supuesto un punto de inflexión o son novedosas en alguno de sus aspectos, es por ello que tenemos la idea preconcebida de que una obra maestra, aquellas en las que se basa toda la Cultura, debe ser totalmente original e innovadora, algo que, créanme, es prácticamente imposible desde que griegos y romanos dejaron pocos argumentos que tratar a las generaciones sucesivas de creadores. Vamos, que los escritores construyen sus narraciones sobre líneas básicas que ya han sido tratadas con anterioridad.


También hemos de hablar de ideas recurrentes... Muchas veces creemos que la bombilla que se enciende, que las ideas que nos brotan (no sólo para escribir un libro, sino para solucionar un problema o para ahorrar en la cesta de la compra) son totalmente originales, hasta que, de pronto, nos topamos con que otra persona llevaba haciendo lo mismo desde hace años y nos deja boquiabiertos y desilusionados.
Y por último me gustaría hacer referencia al subconsciente y su poder, ese que, de manera desconocida, casi mágica, guarda en nuestra mente recuerdos, imágenes o sucesos que, sin saber que estaban hay, encontramos por sorpresa y nos creemos que nos pertenecen, cuando en realidad los dueños son otros que, en un tiempo pasado, la desarrollaron convenientemente.


Por todo lo anterior, cuando me topo con dos libros parecidos prefiero hacer alusión a lo que yo llamo “enriquecimiento de una idea”... Aunque una idea haya sido tratada con anterioridad por otro autor, siempre puede crecer, principalmente por dos factores/condicionantes. El primero es su re-contextualización y el segundo, la re-formulación. Y ejemplifico... Elegiré Pulgarcita de Andersen (que de la Caperucita Roja hay muchos), un cuento que trata de la aceptación de uno mismo dentro de un mundo adverso y que culmina con la búsqueda de iguales. ¿Qué ocurriría si, en vez de contextualizar esta narración en el marco rural y natural que eligió su autor, lo ubicásemos en una urbe gigantesca a rebosar de rascacielos? ¿Qué sucedería si en vez de ser una chica minúscula que quiere ser normal, fuera una chica normal que anhela ser diminuta? La base es la misma pero este tipo de recursos bien conocidos por los autores de literatura infantil hacen que la historia parezca otra.



Algo similar ocurre con La casa de los ratones, una obra de reciente cuño de Karina Schaapman y publicada en castellano por la editorial Blackie Books, y la serie de libros que Jil Barklem publicó en los años ochenta y que fue editada en español por Noguer bajo el título de El seto de las zarzas... Si bien es cierto que ambas narran los avatares de una comunidad de ratones, hay que señalar que las dos tienen notables diferencias. La primera de ellas está ilustrada con fotografías de los personajes que desarrollan la acción en un escenario a modo de casa de muñecas, para lo que la autora se sirve de técnicas de ambientación y animación cinematográfica. En cambio la obra de Barklem utiliza una técnica tradicional basada en el dibujo y la acuarela, lo que pone en evidencia el claro desfase generacional de los lectores a los que van dirigidas ambas. Por otro lado hay que hacer hincapié en que el contexto es diferente en ambas... Mientras que Schaapman ubica la acción en un ambiente más o menos urbanita, Barklem prefirió un ambiente rural y campestre (N.B.: De hecho se considera una obra de gran interés para los estudiosos de las tradiciones y la etnografía de la campiña inglesa). Por último y atendiendo al hilo argumental, he de decir que mientras que la obra de Barklem es más coral y todos los personajes tienen un peso similar (en cierto modo podría ser la sucesora de la obra de Beatrix Potter, ¡otra cosa más que estudiar!), La casa de los ratones focaliza la acción en los dos protagonistas que conducen al lector a través de sus idas y venidas.


Así que, bien pensado, les recomiendo echar un ojo a los dos títulos. Al primero en las librerías y al segundo en una buena biblioteca infantil (a menos que acudan a alguna feria del libro usado y de ocasión, dudo que lo encuentren a la venta), simple y llanamente porque los dos merecen sentarse debajo de un árbol que esté amarilleando estos días, y disfrutar con las historias que acontecen a unos ratones y otros.