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sábado, 18 de febrero de 2023

Las dobleces del carnaval


Hoy es carnaval y toca disfraz. Cualquier cosa vale. El clásico antifaz, una caja de cartón con cuatro agujeros, pintarse la cara de verde o liarse la manta a la cabeza. Todo sirve en este día que nos permite ser otros y disfrutar a base de fantasía y buen humor.
Es cierto que hay gente que se mete muy bien en el papel y les hace falta muy poco para hacernos creer que son trogloditas, vampiros o superhéroes. Otros, sin embargo, necesitamos más parafernalia para imbuirnos en ciertas personalidades.
Hay disfraces muy ingeniosos, también más normalitos, caseros, con todo lujo de detalles, espectaculares y alocados, pero lo que más importa es la esencia, ser capaz de sumergirse en diferentes personajes y hacer creer a los demás que, de repente, eres otro yo.


Disfraces acompañados de música, algarabía y mucho jolgorio. Eso es el carnaval, una celebración que nos permite alejarnos del día a día, desconectar, aparcar los miedos y hurgar en los deseos, exorcizar cuerpo y mente, y hallar un refugio más o menos momentáneo en el que deliberar con nuestros otros yos. Lejos de borracheras y canciones de moda, esta juerga, es otra cosa.


Y vestido de carnaval me adentro en una obra de Javier Sobrino y Rebeca Luciani que publicó hace tiempo la editorial La Galera (2008) y que habla precisamente de la magia que esconde el Carnaval, una fiesta que tanto celebramos en los países católicos.


A Ana no le gusta el carnaval. Máscaras y disfraces le dan pavor y quiere irse a casa. Todo cambia cuando uno de esos personajes callejeros le invita a vestir un antifaz y su perspectiva cambia. La ensoñación se despliega ante ella y el carnaval no volverá a ser un suplicio.


En este álbum a la francesa pero de lectura horizontal en el que el texto queda en la página superior y las ilustraciones en las inferiores, descubrimos una historia colorista que recuerda a otras celebraciones de América latina como el día de difuntos mexicano.
Una celebración poética sobre el descubrimiento y la sorpresa, sobre la valentía y la mirada. Dejarse llevar por la imaginación y, sobre todo, por la vida.


martes, 4 de febrero de 2020

De las consecuencias del Brexit



Reino Unido por fin se ha divorciado de la Unión Europea (que no de Europa, pues ellos siempre han formado parte del Viejo Continente) y no han sido pocas las lágrimas que algunos han echado a tenor de una situación que deja bastante de inquietud teniendo en cuenta lo que se les/nos puede venir encima.
Aunque comparto esos sentimientos de desasosiego, pues como sabrán visito bastante el país vecino, convengo en que su gobierno no podía fallar a una de las consideradas “mejores democracias del mundo”, máxime si la decisión se tomó vía referéndum. El “sí” ganó por mayoría (un poquito ajustado, es cierto) y el desenlace no podía ser otro.
No puedo ocultar que ello me produzca cierta envidia. El constatar que los gobernantes respetan (en parte, que los ingleses también tienen sus títeres y cuitas de poder) la opinión de los ciudadanos, me llena de alegría, pues obviando las reuniones clandestinas con los gobernantes bolivarianos y los acuerdos con partidos terroristas, los nuestros dejan mucho más que desear. Las comparaciones son odiosas, y con razón.


Volviendo al Brexit que de miserias a la española ya hablo bastante, se abre un periodo convulso, ya que ahora es cuando viene lo difícil o lo incómodo, pues los acuerdos en materia de política exterior, comercial y demás cuitas económicas, traerá a muchos de cabeza.
Los primeros que ven peligrar sus derechos son todos aquellos ciudadanos comunitarios que llevan décadas viviendo en Inglaterra (sin ir más lejos, doscientos mil compatriotas, ni más ni menos). Nadie sabe qué pasará. Todo el mundo se ha lanzado a pedir la residencia permanente o la nacionalidad. El personal está bastante acojonado.
Esa incertidumbre, ese salto al vacío que supone pasar de ser inmigrante de primera clase a inmigrante a secas, puede ser muy duro. No es para menos pues coger la maleta y regresar a un punto de partida, pues no olvidemos que esa decisión ya la tomaron otrora, la de dejar a un lado todo lo que has conseguido con mucho esfuerzo, es bastante difícil.


Y con este planteamiento enlazo con uno de esos libros que no ha dejado indiferente a nadie, La maleta de Chris Naylor Ballesteros. Publicado por La Galera durante los últimos meses, este álbum ha sido uno de los más recomendados por gentes de la esfera del libro infantil y he creído necesario abrirle un hueco en este espacio.
En él se cuenta la historia de un extraño que llega a otro lugar con arrastrando una maleta. Sus habitantes se preguntan de dónde viene, que le trae por allí y, sobre todo, qué lleva en esa maleta. Él contesta que una taza, una mesa, una cocina… El resto se quedan perplejos. No dan crédito a que tanto quepa ahí y aprovechan que el extraño se queda dormido para meter abrir la maleta y quedarse boquiabiertos.


Sobre fondo blanco (creo que centrar la atención en la figura de los personajes ha sido un acierto por parte del autor) para las escenas del presente, y con fondo sepia para referirse al pasado (un recurso estético bastante acertado y que bebe del soporte fotográfico), esta pequeña fábula que bebe en cierto modo de la estructura del sketch, también echa mano del humor para internarse en los resquicios de nuestra naturaleza humana.


Aunque con un final agradable muy apto para partidarios del buenismo y los mensajes edulcorados, un servidor prefiere otro tipo de puntos de vista más controvertidos, como ese ligero paréntesis que se abre para la crítica de la estupidez e impertinencia humanas. Ese momento en el que los animales meten las narices donde no les llaman me ha gustado mucho. ¿Quién cojones se creen para violar el espacio íntimo de nadie? En él he visto representados a todos esos enteraos que no se fían ni de su sombra pero que a la postre se las dan de buenos samaritanos.


viernes, 15 de mayo de 2015

Cuestión de pelo


Ya es hora de que acuda al barbero, ya está bien de mesarme la mata que cubre mi barbilla... También he de esquilar la abundante lana que se ha adueñado del cogote. ¿Habrá sido la calima de estos días…? ¿Los envalentonados rayos de sol? ¿Esta florida primavera…? No hay duda de que es obra de la naturaleza (ya saben que estamos a sus órdenes). Es por ello que a grandes males, grandes remedios: tijeras, navaja y ¡un nuevo corte de pelo!

Érase una vez un hombre
de barba larga y rizada.
Piojos, pulgas y otros bichos
la tenían por morada.

Érase una vez un hombre
al que llamaban El Bigote,
pues el mostacho le crecía
de la nariz hasta el cogote.

Érase una vez un hombre
de mucho pelo mullido.
En su cabeza, un buen día,
un gorrión hizo un nido

Gustavo Roldán.
En: Disparates.
Ilustraciones del autor.
2013. Barcelona: La Galera.