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miércoles, 16 de octubre de 2024

El reino de la usura


¿El dinero es un lastre o una bendición? Para los que no tienen ni un duro, quizá sea una bendición. Para los que tienen demasiados, puede llegar a ser un lastre. Ya saben, depende de las gafas con las que miremos el mundo... Sin embargo, no está de más que echemos un ojo a cómo ha cambiado nuestra perspectiva respecto al parné durante los últimos años.
Si bien es cierto que hace sesenta años el dinero significaba arraigo estatutario (lo de tener billetes daba mucho caché) y un futuro de bienestar (hasta mediados del siglo XX no existía la pensión de jubilación), hoy en día el dinero tiene nuevas dimensiones gracias a la tecnología o los cambios sociales. Aquí un par de ejemplos…


El otro día quedé con un amiguete mucho más joven que yo para echarme algo en una terraza. Pedimos dos cervezas y las pagué en el momento. Nos pusimos al día y disfrutamos de un rato agradable, pero cuando llegué a casa me encontré con un Bizum de 2,20 euros. Se me llevaron los mil demonios. No solo tuvo la indecencia de despreciar una invitación, sino que además pensaría que estaba haciendo lo correcto por dos razones. La primera, que yo no pensara que era un pobretón y la segunda consistía en hacerme saber que no se quería aprovechar de mí. Hemos perdido el norte…


Cada vez más gente decide que su herencia vaya a manos de hospicios, organizaciones caritativas y derivados, en vez de a sus seres queridos. Esto deja entrever que familia ya no es lo que era, pero sobre todo, que la riqueza adquiere una concepción muy estoica: la disfruta quien se la gana. ¿Para qué voy a entregar mis ahorros a personas que no me han demostrado su cariño, no se han preocupado por mí o, simplemente, no conozco? Para eso lo cedo a una causa determinada y contribuyo al engrandecimiento del mundo.


Y con tanto billete de por medio, me viene a la cabeza el último librito de Iban Barrenetxea que he leído. Publicado por Loqueleo Santillana, La musaraña que robó una montaña es una de esas maravillas de las que se disfruta sin contemplaciones.
Este relato ilustrado nos cuenta las peripecias de un rey cuyo reino está para el desguace, un desastre total a pique de derrumbarse. Toda la culpa es suya. No suelta ni un duro para mantenerlo como dios manda, porque está muy entretenido ejerciendo la usura. Su pasatiempo favorito es contar quince millones trescientas cincuenta y dos mil ochocientas setenta monedas que forman un tesoro vigilado por un dragón hambriento, un laberinto mágico y noventa y nueve caballeros bien armados. Pero un día, tras pasar la mañana contando, se da cuenta de que falta una. ¿Quién la habrá robado? ¡Ha sido una musaraña! ¡La más grande ladrona del mundo! Tanto es así que es capaz de robar una montaña…


Con ese toque tan surrealista, el autor vasco nos lanza un relato que recuerda a los cuentos clásicos, pero lleno de humor y muchas casualidades. Así construye un nuevo espacio paradójico que, utilizando la parodia, ridiculiza a la avaricia y el poder gracias a un personaje aparentemente insignificante (¿Conocen algún mamífero más pequeño?). Un rey infantil y frustrado, un héroe minúsculo y astuto, muchos golpes de suerte (y desgracia) y una cigüeña que rompe el marco de lectura y cambia los acontecimientos, nos hablan de muchas cosas (o quizá de ninguna).


Apoyado por unas ilustraciones frescas y sencillas, auguro mucho recorrido a este álbum narrativo de tapa blanda que recuerda a otros de antaño (76 páginas dedicadas a lectores competentes) e igualmente eficaz en eso de enganchar a cualquiera a la letra impresa. Espero que lo lean y me den su opinión, porque este libro es la prueba inequívoca de que para escribir para niños hay que ser otro niño.

domingo, 17 de diciembre de 2023

¿Marisco por las orejas?


“¡Bienvenidos a la fiesta del colesterol y el ácido úrico!” claman todos los anuncios navideños, mientras la gota y la aterosclerosis se frotan las manos. Los profesionales de los atracones andamos equilibrando los excesos con algo de ejercicio, fruta y verdura, de tal manera que las cenas y comidas no hagan muchos estragos.
Chuletones, cordero asado, mantecados, vino y cerveza, jamón y embutidos ibéricos... Menos mal que el marisco y sus derivados están a precio de oro y no vamos a poder concedernos demasiados lujos estas fiestas. Si acaso, chupar alguna cabeza, que ya es bastante.
Y quién no tenga ni siquiera para eso se tendrá que conformar con las rimas de hoy, una pequeña aventura que nos cuenta la cabra chismosa que protagoniza este libro por el que transitan historias disparatadas de animales como el oso polar, el ciempiés, el orangután o la sardina que se presentan en diferentes formatos que abarcan desde la poesía al cómic. ¡Disfrútenlo!

¿Pero qué alegría es esta?
Es que va a haber una fiesta.
-¡Vámonos al restaurante!
Anuncia el bogavante.
Enseguida, el langostino
busca su traje de lino.
El mejillón, más tranquilo,
usa su camisa de hilo.
Con sus diez patas, la gamba
quiere bailar una samba.
Al pulpo y al calamar
les apetece cantar
¡Vaya fiesta glamurosa!
Además hay salsa rosa.
¿Salsa? ¿Rosa? ¿Salsa rosa?
Que alguien aclare la cosa.
Mal asunto, adivina,
la fiesta es en la cocina.
Alguien dice: “Vaya cisco!
¡Es un cóctel de marisco!”.
Todos se dan a la fuga,
solo queda la lechuga.

Rafa Ordóñez.
¿Pero qué fiesta es esta?
En: Palabra de cabra.
Ilustraciones de José Fragoso.
2023. Madrid: Loqueleo Santillana.


martes, 10 de mayo de 2022

Entre el exilio y la esperanza


Elaborando esta selección sobre la guerra en los libros infantiles, me di cuenta de que muchos libros sobre esta temática que me encantan, no tenían un lugar preferente en este espacio. Entre ellos estaba Cuando Hitler robó el conejo rosa, uno de esos títulos necesarios en cualquier biblioteca. Por ello y aprovechando que este año se celebra el 50º aniversario de su publicación y que Loqueleo Santillana ha lanzado una edición conmemorativa en tapa dura y con las ilustraciones originales de la autora, me lanzo a incluir una reseña ad hoc en este lugar de monstruos y lecturas para que le saquen mucho más jugo a un libro reconocido mundialmente en el ámbito de la LIJ, tanto por el público, como por la crítica.



Poca gente sabe que este libro es la primera parte de una trilogía (
Out of Hitler Time) que se continua con otros dos volúmenes que llevan por título Bombs on aunt Dainty (traducido en castellano con el título En la batalla de Inglaterra) y A small person faraway (nunca ha sido publicado en castellano). El origen de estos libros está en sus propios hijos ya que al terminar de ver la película Sonrisas y lágrimas, comentaron entre ellos «Ahora ya sabemos cómo eran las cosas cuando mamá era pequeña». Al oír esto, Kerr quiso que conocieran cómo fueron realmente las cosas y por ello se lanzó a escribir esta historia que se publicaría por primera vez en inglés y dos años más tarde en alemán, traducida por Annemarie Böll, esposa de Einrich Böll.


Cuando Hitler robó el conejo rosa es un relato semi-autobiográfico donde Judith Kerr, utilizando el pellejo de Anna Kemper, la protagonista de esta historia, recogió sus experiencias de infancia en torno a la Segunda Guerra Mundial y el régimen nazi. Era hija de Alfred Kerr, un judío alemán e influyente crítico teatral, periodista y dramaturgo (era apodado el Kulturpapst, “Papa de la cultura”), que tras criticar duramente al nacional socialismo alemán se vio obligado a abandonar el país en 1933.


Desde su vida en un barrio de clase acomodada a las afueras de Berlin -Grunewald-, la huida a la frontera con Praga de su padre, el hermetismo familiar a respecto del paradero de su padre, el reencuentro de Alfred Kerr con su mujer, Julia, y sus hijos, Judith y Michael, en Suiza, el exilio a través de Lugano y Zurich, el pequeño apartamento en París o la llegada a Inglaterra, país donde finalmente se restablecerían, son momentos que una Judith Kerr de nueve años rememora en una novela que en parte podría ser catalogada como de aventuras.


Tampoco hay que olvidar que la novela está llena de momentos amargos como la quema de los libros de su padre por parte del sindicato de estudiantes alemán frente a la Universidad Humbodlt de Berlín, la confiscación de sus bienes, y todas las cosas que dejaron atrás incluidas su casa, el piano o su conejo de peluche rosa, una figura metafórica sobre la que regresa una y otra vez la autora como recuerdo de esa infancia perdida, un juguete que da título al libro y que tanto me recuerda al Otto de Tomi Ungerer.


Si bien es cierto que muchos establecen paralelismos entre este libro y el Diario de Anna Frank (dos niñas con el mismo nombre que sobreviven al nazismo), considero que en esta ocasión hay que aparcar las comparaciones en base a dos apreciaciones. Por un lado, este libro, aunque de corte autobiográfico, pertenece a la ficción, y en consecuencia se eliminan o añaden elementos narrativos que pretenden encauzar la lectura desde la intencionalidad. Por otro, es un libro escrito por un adulto sobre sus experiencias de niñez, es decir, anacronía y perspectiva modifican el marco narrativo.
Ambas obras se centran en la mirada de sus respectivas protagonistas, sus altibajos emocionales, sus miedos y anhelos, pero las reglas que rigen una y otra son diferentes y por tanto, pergeñan lecturas igualmente diferentes. Mientras que Anna Frank se encuentra aislada, ve el mundo a través de las rendijas, y es mucho más directa, claustrofóbica y visceral, Anna Kemper se recrea en los acontecimientos familiares y callejeros, repasa los hechos históricos más importantes de la Alemania nazi desde que Hitler asciende al poder y, sobre todo, no pierde esa mirada infantil que a veces olvida el horror en pro de un canto esperanzador y optimista.


Como complemento a esta lectura, siempre pueden ver la adaptación televisiva de 1978 (seguramente la encontrarán en la versión alemana original) y la cinematográfica que se estrenó en 2019, y que en España llegó a los cines bajo en nombre El año que dejamos de jugar (no sé por qué narices hacen esto las distribuidoras y el mercado audiovisual español). Aunque aceptables, yo siempre prefiero la novela original en la que detalles de todo tipo, giros y descripciones enriquecen mi intelecto y traen consigo diferentes sensaciones.

martes, 9 de febrero de 2021

Médicos o cómo abandonar al ciudadano


Bienaventurados los que echen mano del médico de cabecera porque irán directos al reino de los cielos. No es para menos teniendo en cuenta cómo está la atención primaria en estos momentos. ¿Que han privatizado los servicios? ¿Que no tienen medios? ¿Que están desbordados?... ¡Pero qué pijo! ¡Muchos se están rascando el fandango! Y les aviso que nos quedan unos cuantos años de esta guisa. Así que Dios les pille confesados que yo me quedo en el limbo.


No hay manera de que te vean presencialmente, y si te ven, con mala cara -por joderles almuerzo y zambra-. Paradojas de la nueva realidad. El estrés postraumático, la coartada perfecta (anda que no hay bajas…). La consulta telefónica, el chollo de sus vidas. Y mientras media España engorda las colas del paro, ellos te cantan esa de “Es una la-ta el trabajar...”


Bendita pandemia que a más de uno le ha abierto los ojos. Ellos, que vivían embobados con los matasanos, tan buenos y tan sabios. “Querido Papá Noel, esta navidad quiero un médico” escribían algunas criaturas “de esos solidarios y suavones, que le cuelgue el fonendoscopio del pescuezo y haga cantidad de crossfit…” ¿Y ahora esto? Si es que no hay vergüenza: jugando con nuestras ilusiones.


Mucho código deontológico, mucho juramento hipocrático y mucho vacilar de EPI en las redes sociales, pero a la hora de la verdad, la vocación se les ha ido por el sumidero (si es que alguna vez la tuvieron). A ver, para que yo me aclare... Si en una situación sanitaria sin precedentes quienes tienen que cribar a los enfermos y evitar la saturación de los hospitales, no lo hacen, ¿entonces quién? ¿los reponedores de los supermercados?... Que sí, que son más susceptibles de contagio y que el miedo es gratis, pero ¿qué se creían que era practicar la medicina? Camareros, limpiadoras, dependientes, maestros… todo quisqui jugándose el pellejo (si es que nos queda algo con tanto gel hidroalcohólico) y ellos, "héroes", ¿acojonados? FLI-PO. Menos mal que internistas, neumólogos, cardiólogos, enfermeros de UCI, de urgencias, y otros sanitarios están dando el callo en los hospitales, porque si no, en vez de palmas, llovían ostias.


Siento generalizar (que también los hay muy profesionales), pero mi experiencia ha sido nefasta y no me da ningún reparo alzar la voz y decir que la sensación que cunde entre la gente es la dejación de funciones por parte de estos sanitarios. Muchos queremos que nos atiendan dignamente y no sucede así desde hace meses. Lo peor de todo es que los que actúan de esa manera desprestigian a todo un colectivo y se dedican a boicotear la sanidad (sobre todo pública, que es a la que pertenezco). El que quiera crédito que se lo gane. Como Oso, un tipo con mucha entrega que hace lo imposible por curar a Tigre, su mejor amigo. Lo lleva a casa, lo venda y lo mima. Viendo que esto no da resultado, lo lleva al hospital para que le hagan todas las pruebas oportunas y lo traten como es debido.


Este es el argumento de Yo te curaré, dijo el pequeño oso, uno de los libros más conocidos de esta serie de Janosch (editorial Loqueleo), que era necesario traer aquí para hablar de medicina y vocación. Una historia llena de sinsentido pero de excepcional ternura que, lejos de dejarte un amargo sabor de boca, rezuma calidad humana y mucho humor, dos premisas que siempre deberían primar en todos aquellos que se dediquen al universo sanitario.
Perdonamos que en el menú no haya trucha saltarina con salsa de almendras y pan rallado, pero al menos, que haya buena voluntad. Y que se note.

viernes, 27 de septiembre de 2019

Viajar o no viajar, he ahí el dilema



Imagen de Gnezdo Woodtoys

Me he pasado casi todo el verano para arriba y para abajo. Trenes, autobuses, aviones y hasta barcos. Con tanto trajín el tiempo ha pasado volando. Por un lado se agradece y por otro languidece, pues las vacaciones han mutado a un abrir y cerrar de ojos. A veces me pregunto si será mejor quedarse en casa, tomar todo con mucha calma, buscar la rutina del verano y, en mitad de esa quietud, dejar que el aburrimiento y el reloj enlentezcan el tiempo… ¡Creo que no! Me quedo con el ajetreo, que aburrirse es de viejos y yo todavía soy un crío.

Antonio viaja que viaja
por tierra, por mar, por aire,
va de un continente a otro
porque el mundo ya no es grande,
mira desde su avión
cordilleras y ciudades
como si, soñando aún,
sobre algún mapa trazase
con el dedo rutas, rumbos.
¿Ser hombre es estar de viaje?

Jorge Guillén.
Manera actual de ser niño.
En: Poesía española para jóvenes.
VV.AA.
Selección y prólogo de Ana Pelegrín.
Ilustraciones de VV.AA.
2017. Tres Cantos (Madrid): Loqueleo-Santillana.


lunes, 20 de mayo de 2019

Buscando la identidad



Se acerca el final de curso y no hay nada mejor que los trabajos en grupo para terminar de salir loco. Con tanto ruido (¡Nenes! ¡He dicho “colocad las mesas por grupos”, no que provoquéis un terremoto!), tanta cartulina y lápices de colores (la cuestión es usarlos todos sin excepción), tanto ordenador portátil (¿Me habéis visto cara de informático?), tanto “lettering” (estas chicos de hoy día siguen tan puestos en caligrafía y rotulación como los de antaño), tanta cartulina y tanta enciclopedia, uno pierde la conciencia.


Si a ello unimos los efluvios corporales que van llenando las aulas, la cosa es para caerse en redondo y despertar amnésico… ¿Quién soy? ¿Qué ha pasado? ¿Y ese tufillo tan extraño? ¿Dónde decís que estoy? ¿Extraterrestres o caminantes blancos? ¿Vais a fagocitarme?... Sacudo la cabeza como los canes y me despejo de tan peliagudo asunto mientras mis alumnos siguen a lo suyo (por ellos, como si aparece por la puerta el mismísimo ejército de Anibal…).


A veces tampoco hace falta mucha mandanga para perderse, pues es un ejercicio la mar de saludable pensar (de vez en cuando, claro está, que tomar las cosas con vicio puede tener un efecto muy nocivo) en nosotros, dejarnos llevar por cuestiones profundas, tenernos en cuenta. Unos lo llaman meditación y otros calentarse la cabeza, pero los resultados son similares. Y si además nos ayudamos de un libro como el de hoy, el producto seguro que incluirá más de una sonrisa.


¿Quién soy yo? de Paula Vásquez y editado recientemente por Loqueleo Santillana, se interna en ese juego del existencialismo. Como ya hemos apuntado en otras ocasiones, el tema de tomar consciencia de quien es uno mismo a través de los juegos de páginas es una constante en la literatura infantil de prelectores y primeros lectores.
Bien intercambiando solapas, bien añadiendo características de diferentes personajes, bien mutando la fisionomía de un personaje –recurso en el que se basa este libro-juego-, el lector no sólo identifica lo que estaba buscando (recordemos que nos lo pasamos como enanos con los equívocos), sino que ve su propio reflejo en ese proceso de cambio.


Es así como el animal fantástico que protagoniza esta aventura sobre el papel, nos invita a adentrarnos en nuestro subconsciente de una forma fantástica, imaginativa e incluso paródica, tanto es así que algunos lectores claman en voz alta, dialogan con él, como el niño que clama entre la muchedumbre que el emperador va desnudo. Nos reímos con él, de él, de nosotros mismos, y eso, oíganme, es un regalo.

viernes, 17 de mayo de 2019

Tengo el corazón contento



Hoy es viernes y el Román estaba bien contento hasta que ha pillado a varios jetas copiando. Tampoco es que me haya inmutado. Ya saben lo que hay conmigo. Facilidades, todas pero, jetas, ninguno. Yo seré un fresco, pero también honrado, y eso de adelantar por la derecha a otros que juegan limpio, no va conmigo. Así que no me den palmas por rumba u otro palo guerrero, que me conozco y no quiero…
Corramos un estúpido velo, que por fin llegó el fin de semana y toca tener el corazón contento y no ha lugar para caras largas ni otras formas de berrinche.



Félix Corazoncontento,
carpintero de talento,
es un genuino tesoro,
tiene un carácter de oro:
muy pacífico y paciente,
considerado y atento
con toda clase de gente.
¿Su secreto? Yo os lo cuento
con la palabra concreta:
como se agarra ravietas
con uve, que es más bajita,
a nadie irrita
y no hay resentimiento.
A causa de un error
de ortografía
con todos vive en paz
y en armonía.

Gianni Rodari.
En: De la A a la Z.
Ilustraciones de Chiara Armellini.
2018. Tres Cantos (Madrid): Loqueleo Santillana.



miércoles, 26 de septiembre de 2018

Contemos con una sonrisa



Sí, lo confieso, soy de ciencias y me considero nulo en matemáticas. No creo que sea el único a tenor del odio que destilan las matemáticas entre muchos de mis alumnos. Tienen bien clarito que el álgebra y el cálculo no son lo suyo a pesar de haberse decantado por la lógica formal.
Lo mío con el mundo de los números ha sido un matrimonio de conveniencia, una relación de idas y venidas que nunca llegará a su fin, más que nada porque cuando menos me lo espero, ¡zas! Senos y cosenos, varianzas y desviaciones típicas reaparecen en mi vida y la ponen patas arriba. No es que yo esté interesado en borrarlas de la faz de la tierra, pero viviría un poquito más cómodo si cada uno nos mantuviésemos en nuestro sitio. Lo digo por ellas, también por un servidor, que todos tenemos amor propio y nos duele, sobre todo lo nuestro.


Pese a ello no me resisto a considerar algún acercamiento, que las “mates” son el lenguaje universal. Sobre todo si se trata de sumas y restas, multiplicaciones y divisiones (sencillas, claro, porque como me tenga que poner a hallar un cociente con varios dígitos, decimales incluidos, seguro que la cago). Ecuaciones, de primer y segundo grado, raíces cuadradas, ni pensarlo (eso cayó en el olvido, en los recuerdos de la primaria), fracciones, puedo atreverme, pero lo peor de todo son derivadas e integrales… A mí que no me corten trajes, pero quien se inventará semejante tortura, tiene el infierno ganado.


A pesar de este desamor, no cejen en su empeño, pues todavía quedan humanos que se pirran por la aritmética. El caso es empezar, dar con un buen profesor (dato importante), quitarle hierro al asunto, tirar la toalla nunca y no obsesionarse con la solución, pues las ciencias exactas, tan exactas no son. Sólo basta con abanderar ese lema de que “Están en cualquier lado”, véanse la nómina, el camino de Santiago o el ticket del supermercado. Se hacen tan patentes que hasta la literatura infantil se hace eco de ellas. Buen ejemplo de esto es ¡Contemos 5 ranas!, un libro con mucha miga de Pato Mena y publicado por Loqueleo-Santillana.


Tomando como excusa una simple enumeración (se supone que del uno al cinco), el señor Mena hace un alarde de buen gusto y elocuencia, transformando lo que en principio podría ser un mero libro para aprender a contar, en un libro interactivo de excelente factura. Para ello utiliza seis personajes, mucha metaliteratura, una situación absurda, un narrador expectante y disrupciones narrativas entre las que se cuelan artistas invitados, un enfado e incluso un posible cambio de título/cubierta. No creo conveniente destriparles el argumento (sería romper la magia de la lectura… ¡Ups! Quería decir aritmética), pero sí me creo en el deber de avisarles sobre el poder que este libro tiene para arrancar sonrisas mientras nos hace cavilar (restas incluidas).
No se pierdan esta alocada obra de teatro con cuatro actos (invito a todos los profesores de infantil y primer ciclo de primaria a la puesta en escena del mismo con sus pupilos... El resultado se me figura una maravilla) porque es un empujón, no sólo para jugar con los números, sino para entender que con los libros se puede aprender y disfrutar a la vez.


lunes, 11 de mayo de 2009

Niños que no son niños




Lo admito. Soy demasiado irreverente. La mayoría de las veces es un verdadero lastre, pero otras, abandonando mi lado pecador (¿acaso tengo de eso?), me percato de que es una suerte no ser un borrego más, como el resto, y que fabricar un poco de esa medicina de la que tanto alardean la mayor parte de los personajes de la literatura infantil es un buen remedio para el aburrimiento y el ánima.


Quizá sea como la mayor parte de los niños… Descarado, sinvergüenza, payaso, crédulo, ambiguo, pesado, dicharachero, sobreactuado, mentiroso, risueño, desaliñado, astuto, malhablado, distraído, pícaro, expresivo, llorón, etc. Sí, ese soy yo aunque a veces me dé por escribir sobre cosas serias y parezca que soy un adulto más (realmente, ese es mi secreto: parecerlo).


De todos modos, y siguiendo con la retahíla de cualidades del perfecto niño, es frecuente toparse con niños un tanto especiales y que se alejan del anterior canon: niños que no lloran, que no se ponen de barro hasta los ojos, que no discuten, que no se traban pronunciando palabras tan insidiosas como “caleidoscopio” o “paralelepípedo”, niños y niñas más limpios que una patena, que hagan los deberes, hablen tres idiomas o toquen el piano y cuatro instrumentos más. ¿Serán niños o monstruos?


Sobre este asunto tendríamos que preguntarle a mi querida Christine Nöstlinger y a su Konrad o el niño que salió de una lata de conservas, un clásico de la LIJ -no me cabe duda de que este fue el título que le valió a la autora alemana el premio H. C. Andersen (1984) y si no fue así lo siento profundamente-. Esta novelita, aunque fácilmente legible, analiza con un subrayado sentido del humor lo paradójico de la realidad infantil y los deseos del adulto. El comportamiento impecable de un niño se convierte en el argumento de una crítica a la infancia perdida por la rigidez a la que se ven sometidos los niños.
Más que una sugerencia, debería ser una orden leer este exitoso título cuyo personaje reseñable no es Konrad, sino la señora Bartolotti, un buen ejemplo de lo que nunca ha de ser un adulto. Tomen nota.


viernes, 28 de noviembre de 2008

Viernes...


Como no sabía de qué hablar en un viernes como este, he decidido echar mano de mi particular biblioteca (espero ansioso el día en que, mis queridos seguidores, os animéis a organizar una colecta con el fin de regalarme un elegante librería donde poder colocar los cientos de volúmenes que se agolpan sobre las baldas de la actual… ¡pobrecilla!) y comprobéis que la uso.
No os extrañéis pues, por lo general, en los hogares a los que acudo como invitado, constato que las librerías son simples almacenes atestados de polvo y basura editorial que sirven de adorno y reflejo del tronío familiar. Yo al menos me gasto el dinero en libros que utilizo, aunque sólo sea para vuestro disfrute, no como el 99% de los títulos que adquieren esos bibliómanos aficionados a la revista El mueble, que bien podrían servir para prender la estufa en estos días de temperaturas extremas.


A lo que iba, que hoy dedico mi espacio a mi admiradísimo Arnold Lobel, genio y figura de la Literatura Infantil. Aunque muchos entendidos en esto de la LIJ (como yo) os coman el seso con cientos de nuevos autores y que las editoriales/libreros se empeñen en que paguemos hasta cuarenta pavos por un libro (¡manda huevos con los artículos de extrema necesidad!), existen primeras lecturas exquisitas y atemporales muy aptas para todos los bolsillos.
Es por eso que hoy les traigo la serie de Sapo y Sepo. Yo no sé por qué edición irán ya, pero el caso es que estos las aventuras de estos personajes son atemporales. Editadas en castellano por Loqueleo, las historias de esta pareja de batracios encandilan a todos los niños, algo que no es de extrañar, pues sencillas y humanas se adhieren a la idiosincrasia universal de la amistad. 


Situaciones absurdas llenas de torpeza, sinceridad y humor llenan las páginas de unos libros que, a pesar de no ostentar un colorido llamativo, siempre encuentran montones de lectores. Veinte historias que pueden encontrar en cuatro libritos de tapa blanda y tipografía caligráfica (mis favoritos por lo útiles y baratitos), o en un  solo tomo con tapa dura (de reciente edición e ideal para regalar).
Historias de cometas, de sombreros, sobre una carta o de una carrera en trineo, son los resortes narrativos que Lobel utiliza en unos libros muy queridos por él y que recogen de un modo magistral la esencia de álbum-serie. Con un lenguaje próximo, una gran admiración por la naturaleza (¿Acaso no les recuerda a Beatrix Potter?) y recursos como la metaliteratura (inserta cuentos en otros cuentos) este gran autor nos traslada a un mundo muy particular, una especie de exorcismo personal que le permitió vivir en lo más profundo de sí.