Siempre que doy un rulo
por una biblioteca o librería (el finde pasado estuve en unas cuantas),
constato que las secciones dedicadas a la literatura infantil se
encuentran atestadas de libros inofensivos, dulces, evocadores,
ñoños, cursis o suaves (si se les ocurre algún adjetivo más,
háganmelo llegar), la llamada “LIJ edulcorada”, algo que llama
la atención de muchos habitantes del mundo LIJ, pero que al aquí
firmante, poco le sorprende por una serie de causas entre las que
cuento las siguientes (no me dan mucho de sí las neuronas...,
perdónenme si no lleno muchas de sus lagunas...).
Seguramente la gran
cantidad de títulos dedicados a besos, abrazos y otras terneces que
haya en las estanterías, sea directamente proporcional al número de
libros que se editan, lo que nos lleva a pensar que son los propios
editores los que buscan estos productos de manera sistemática. En
parte se deberá a que redundará en los beneficios, y en parte a las
tendencias clásicas que siempre han primado dentro del sector. Como
apunte decir que, sólo unos pocos editores, autores e ilustradores
(los más independientes), han decidido desmarcarse de esto y virar
hacia producciones diferentes, más bizarras, arriesgadas y
complicadas, intentando así un tránsito “revolucionario” hacia
los derroteros más subversivos de la LIJ..., algo que, aunque
favorable (hay que valorar estos pasos hacia delante), no ha tenido
unos efectos muy deseados sobre las ventas, y obliga a volver de
nuevo sobre el camino dictado por los consumidores (la segunda causa
a tratar...).
Aunque de tanto en cuanto
se recuerda desde ámbito de los libros infantiles la necesitad de
establecer una diferencia entre la “LIJ que leen los niños” y la
“LIJ que los niños consumen por decisión paterna”, esta es la
clara evidencia de que los adultos siguen inmiscuyéndose en qué
deben leer sus hijos. Es por ellos que sigo manteniendo que los
grandes, esos reyes de la censura, del gesto compungido y el realismo
lapidario, son los encargados de adquirir títulos edulcorados, más
bien para construir un mundo (¿el suyo?) más asequible y sencillo
(¿para ellos?) en el que sus hijos puedan crecer sin problemas y de
la manera más sencilla (¿Algún psicólogo en la sala? ¿Cree usted
que es más factible sumergirse en la realidad literaria para ser
consciente de que en la vida hay de todo, o prefiere atiborrar de
ansiolíticos a los futuros jóvenes por el idealismo de los libros?).
Por último y aunque a
algunos les joda, esta cuestión empalagosa del libro infantil tiene
mucho que ver con el lado rosa de las cosas (y de los
hombres, que hoy día somos mu' flojos y empalagosos... si no me creen, échenle un
vistazo a Bustamante...). Aunque no creo que la denominada
“literatura femenina” extienda su mano sobre la LIJ, sí creo que
la mujer (figura sobre la que tradicionalmente a recaído la tarea de
la crianza), estadísticamente más sentimental, visceral y muy dada
a la resignación, mangonea bastante en el mundo de los libros para
niños.
N.B.: Antes de que
ustedes generalicen sobre algo que yo no he dicho (que ya veo a más
de una bibliotecaria convirtiéndose en dragón), hagan su propio
estudio de campo: acérquense a un par de librerías de su ciudad,
busquen la sección de literatura infantil y ¡voilá!, ahí verán a
LA dependiente (maten al dueño de la librería, si quieren), para que, de mujer a mujer, de madre a madre, les
aconseje sobre el título más indicado para su hijo/a (algo que,
paradójicamente choca con el hecho de que muchos de los libros más
canallas de la literatura infantil hayan sido escritos por mujeres...
pero esa es otra historia...).
A pesar de este
envoltorio aterciopelado en el que encontramos a muchos libros, he de
decir que hay algunos autores que, aunque se decantan por temas
ligeros e inofensivos, añaden ciertos recursos (estilísticos o
ilustrados) que les restan cierto grado de buenismo y les dan un aire
canalla que los transforman en un producto de consumo más que
aceptable para estos niños del siglo XXI que necesitan algo más que suaves palabras, moralina y constructivismo.