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miércoles, 7 de octubre de 2015

Sobre LIJ edulcorada e inofensiva


Siempre que doy un rulo por una biblioteca o librería (el finde pasado estuve en unas cuantas), constato que las secciones dedicadas a la literatura infantil se encuentran atestadas de libros inofensivos, dulces, evocadores, ñoños, cursis o suaves (si se les ocurre algún adjetivo más, háganmelo llegar), la llamada “LIJ edulcorada”, algo que llama la atención de muchos habitantes del mundo LIJ, pero que al aquí firmante, poco le sorprende por una serie de causas entre las que cuento las siguientes (no me dan mucho de sí las neuronas..., perdónenme si no lleno muchas de sus lagunas...).


Seguramente la gran cantidad de títulos dedicados a besos, abrazos y otras terneces que haya en las estanterías, sea directamente proporcional al número de libros que se editan, lo que nos lleva a pensar que son los propios editores los que buscan estos productos de manera sistemática. En parte se deberá a que redundará en los beneficios, y en parte a las tendencias clásicas que siempre han primado dentro del sector. Como apunte decir que, sólo unos pocos editores, autores e ilustradores (los más independientes), han decidido desmarcarse de esto y virar hacia producciones diferentes, más bizarras, arriesgadas y complicadas, intentando así un tránsito “revolucionario” hacia los derroteros más subversivos de la LIJ..., algo que, aunque favorable (hay que valorar estos pasos hacia delante), no ha tenido unos efectos muy deseados sobre las ventas, y obliga a volver de nuevo sobre el camino dictado por los consumidores (la segunda causa a tratar...).


Aunque de tanto en cuanto se recuerda desde ámbito de los libros infantiles la necesitad de establecer una diferencia entre la “LIJ que leen los niños” y la “LIJ que los niños consumen por decisión paterna”, esta es la clara evidencia de que los adultos siguen inmiscuyéndose en qué deben leer sus hijos. Es por ellos que sigo manteniendo que los grandes, esos reyes de la censura, del gesto compungido y el realismo lapidario, son los encargados de adquirir títulos edulcorados, más bien para construir un mundo (¿el suyo?) más asequible y sencillo (¿para ellos?) en el que sus hijos puedan crecer sin problemas y de la manera más sencilla (¿Algún psicólogo en la sala? ¿Cree usted que es más factible sumergirse en la realidad literaria para ser consciente de que en la vida hay de todo, o prefiere atiborrar de ansiolíticos a los futuros jóvenes por el idealismo de los libros?).


Por último y aunque a algunos les joda, esta cuestión empalagosa del libro infantil tiene mucho que ver con el lado rosa de las cosas (y de los hombres, que hoy día somos mu' flojos y empalagosos... si no me creen, échenle un vistazo a Bustamante...). Aunque no creo que la denominada “literatura femenina” extienda su mano sobre la LIJ, sí creo que la mujer (figura sobre la que tradicionalmente a recaído la tarea de la crianza), estadísticamente más sentimental, visceral y muy dada a la resignación, mangonea bastante en el mundo de los libros para niños.
N.B.: Antes de que ustedes generalicen sobre algo que yo no he dicho (que ya veo a más de una bibliotecaria convirtiéndose en dragón), hagan su propio estudio de campo: acérquense a un par de librerías de su ciudad, busquen la sección de literatura infantil y ¡voilá!, ahí verán a LA dependiente (maten al dueño de la librería, si quieren), para que, de mujer a mujer, de madre a madre, les aconseje sobre el título más indicado para su hijo/a (algo que, paradójicamente choca con el hecho de que muchos de los libros más canallas de la literatura infantil hayan sido escritos por mujeres... pero esa es otra historia...).
A pesar de este envoltorio aterciopelado en el que encontramos a muchos libros, he de decir que hay algunos autores que, aunque se decantan por temas ligeros e inofensivos, añaden ciertos recursos (estilísticos o ilustrados) que les restan cierto grado de buenismo y les dan un aire canalla que los transforman en un producto de consumo más que aceptable para estos niños del siglo XXI que necesitan algo más que suaves palabras, moralina y constructivismo.

viernes, 10 de octubre de 2008

Besos y más besos: Antonia Rodenas y Else Holmehund Minarik



Cuando era niño odiaba los besos. Eso de que te hiciesen carantoñas como si fueses una pepona no estaba hecho para mí. Además, si tu ración de besos se limitaba a cuatro viejas cansinas que eran capaces de besar hasta a un mono, pues mejor no recibir muchos besos de manera tan gratuita. Lo peor es que no podías decirlo, si no, había que agarrarse a los machos para no salir volando de algún bofetón. Es lo que tienen los niños: han de parecer contentos, si no, malo… Menos mal que cuando llegas a la adolescencia, los besos son de otro tipo: mucho más jugosos, delicados y ardientes. No te saben a momia rancia, sino a menta fresca y canela. Besos, besos y más besos, hasta que uno le va encontrando el gusto. Aún así, besos hay de muchas clases… Los hay largos, también cortos, tenemos los besos tímidos y los más efusivos. Los hay con lengua y sin ella. Los hay cálidos y fríos, con sabor a fresa y a cenicero (estos últimos deberían estar prohibidos). Encontramos besos furtivos, también sinceros y, muchas veces, besos hipócritas. Los podemos clasificar en alegres, asépticos o tristes; besos para saludar o también para despedir. En fin: besos, muchos besos.


Y hablando de besos, hoy recomiendo dos títulos, uno clásico y otro más novedoso, separados entre sí veinte años. Primero, el relativamente nuevo… Un puñado de besos, de Antonia Rodenas y con ilustraciones de Carme Solé Vendrell, cuenta los acontecimientos diarios de un colegio y del poder reparador que tienen los besos. De cómo César nota un calorcito suave en su cara y deja de llorar. También nos cuenta de los besos de Alicia, Alfredo y Nicolás. Pero los mejores de todos son los de Kati, ¿sabes por qué? Léelo y lo sabrás…


La segunda propuesta cariñosa de hoy es Un beso para osito, de Else Holmehund Minarik con ilustraciones de Maurice Sendak. Me gusta este librito porque hace tiempo ideé con sus besos un juego de presentación, que explico a continuación: reunía en un corro a los alumnos (sean de la edad que sean) y leía el libro (léalo, por favor). Tras la lectura les decía que tenía un beso guardado en mis labios, un beso bonito, caluroso, como un día de verano, y que este beso buscaba a la persona que estaba sentada a mi derecha, pero que el camino que únicamente podía seguir este beso era el de la izquierda, así que: Soy Román y tengo un beso para Charo, ¡Muak! Beso al canto… Soy Beatriz, Román me ha dado un beso para Charo ¡Muak! Otro beso hacia la izquierda… Soy Pedro, Beatriz me ha dado un beso que le ha dado Román para Charo ¡Muak!... Soy Alejandro, y Pedro me ha dado un beso que Beatriz le ha dado porque Román se lo envía a Charo ¡Muak!... Así, beso tras beso, nombre tras nombre y risa tras risa, nos conocíamos todos.Así que, bese, es una suerte poder hacerlo (y que le dejen…).