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lunes, 27 de enero de 2025

Vejez y dignidad


Ser viejo es una lata. Y si no, que se lo digan a nuestro continente. Quien no sepa que Europa es un museo, ya puede ir haciéndose a la idea. Con su larga historia, sus ciudades monumentales, sus democracias centenarias, su estado del bienestar y sus tradiciones, dudo que sea capaz de subsistir al siglo XXI como siga con la marcha que lleva.
En un panorama capitalista y liberal, los burócratas de la Unión siguen aferrados a unas ideas inmovilistas y obsoletas que poco tienen que hacer contra China, Estados Unidos o Canadá, las llamadas potencias mundiales. Por muy especiales que nos creamos, hasta la Intemerata se ríe de nosotros y exprime los cuatro duros que quedan en los bancos alemanes.
Según los últimos informes, Europa tiene un gran capital intelectual, un montón de start-ups que se esfuman de nuestro entorno cuando todos esos países que aspiran a controlar el mundo se encaprichan de ellas. Condenada a ser un parque temático en el que el turismo campe a sus anchas, vive a expensas de otros y su caridad.


Lo peor de todo es que todavía estamos a tiempo de reaccionar. Apuntarnos a gimnasia de mantenimiento, hacer valer nuestra experiencia, ponernos al día. Digitalización, inversiones, planes de modernización, diversificar amistades, fijarnos en otros más lozanos. Se trata de subsistir con dignidad, que apoltronarse en el sofá está contraindicado para la supervivencia.
Dejémonos de disputas ajenas, los prejuicios y demás vainas que no nos atañen. No hay tanta diferencia entre jóvenes y ancianos. No hay cosa peor que dejarse subestimar. Y si todavía no se han dado cuenta, aquí les dejo un título que les iluminará.


¿Es muy diferente ser viejo?, escrito por Bettina Obrecht, ilustrado por Julie Völk y publicado por Lóguez hace unos meses, hace una comparativa muy ejemplificadora entre los pormenores de la tercera edad y la infancia. ¿Cómo nos cambia la vida cuando nos hacemos mayores? ¿Nos gustan las mismas cosas que a los niños? ¿Nos sentimos del mismo modo? ¿Podemos hacer cuestiones similares? Utilizando las actividades cotidianas, las autoras alemanas nos van desgranando con tono poético lo que nos acontece cuando llegamos a cierta edad.


Con lápices de colores y aguadas donde las pinceladas verdes, azules y rojas se funden (me gusta mucho ese contraste), van articulando un diálogo entre un par de críos y su abuela, mientras comen, juegan en el parque o acuden a la feria. En realidad no hay tantas diferencias entre los unos y la otra, simplemente cambia la perspectiva.


Si bien es cierto que yo hubiera sido más ácido (los viejos se las traen…), este álbum entrañable tiene montones de detalles (¿Se han fijado en la señora de los globos? ¿Hacia dónde se dirige?) y metáforas visuales (me encanta como los recuerdos y anhelos se representan con ese trazo rojo y fino) que crean una atmósfera cálida, pero nada inocua, que se atreve a hablarnos de conceptos muy peliagudos (¿Adivinan cuáles?).
Lo dicho: cumplan años, pero con mucha dignidad.

lunes, 18 de enero de 2021

Vaciar la maleta, llenarte de recuerdos


Conozco gente de muchas esferas y condiciones. Desde pequeños burgueses hasta peones agrícolas. Gente con varias carreras y muchos sin el graduado escolar. Altos, feos, exuberantes y destartaladas. Ordenados y caóticos. No suelo desechar a nadie porque todos me interesan. Me gustan las personas. 
De entre todos ellos siento verdadera debilidad por los extranjeros. Venidos de tierras lejanas por culpa de la desdicha o por amor, despiertan mucho entusiasmo en mí, no sólo por el exotismo que desprenden, sino por esa curiosidad que he cultivado desde la infancia. 


Me da igual de donde sean. Marroquís, argentinos, brasileños, ingleses, suecos, alemanes, senegaleses, sudafricanos, japoneses, chinos, peruanos o canadienses. La cuestión es que amplíen tu perspectiva. Seguramente todo viene de cuando mi padre metía a los mormones en casa para preguntarles cosas sobre Utah (hace décadas era bastante difícil encontrar estadounidenses por estas tierras) o de aquel invierno en el que vino al colegio la prima finlandesa de una amiga y con la que estuve carteándome durante un tiempo. 
Tampoco hay que ir de progre ni enrolarse en una ONG, que el buenismo es un gran lastre , pues diferencias y choques también enseñan. El caso es exponerse, dejarse leer. Si germina, cojonudo. Y si no, tan amigos. El gusto es conocerse y ver qué nos ofrecemos. 


Todo es un aprendizaje. Palabras, comida, lugares, costumbres o ropa. Todo es susceptible de empaparnos. Tanto ellos, como yo, que para eso somos esponjas. Muchos no han visto la nieve, otros tampoco han sufrido los rigores del verano, ni probado el atascaburras. Disfrutar de las tardes de feria, de sus mañanas y el olor a mojado, degustar el gazpacho manchego, entender nuestro humor negro o entender palabras como gobanilla, casquera o el ¡ea! tan manido. 
Ahora que lo pienso, esas son algunas de las cosas favoritas del sitio donde nací. Lo peor de todo es que muchas no las puedo llevar conmigo porque hay que disfrutarlas in situ. Lo único que nos queda es hablar de ellas, recordarlas y ofrecerlas para que se conviertan en las cosas favoritas de otros llegado el momento. 


Todo esto y mucho más, es lo que me he planteado gracias a No sin mis cosas preferidas, un álbum de Sepideh Sarihi y Julie Volk publicado recientemente por Lóguez y que obtuvo el premio Bologna Ragazzi en la categoría de ficción. Cuenta la historia de una niña cuyos padres deciden marcharse a otro lugar. Ella decide hacer una selección de todo aquello que tiene que llevarse. Una pecera, una silla que le hizo su abuelo o el conductor del autobús escolar son algunas de sus cosas preferidas. Lo peor de todo es que no caben en la maleta, de tal forma que idea la manera de llevarlas hasta su nuevo hogar. 


Con técnicas tradicionales donde prevalece el lápiz de grafito y pinceladas de los colores primarios (amarillo rojo y azul), se nos presentan unas ilustraciones llenas de detalles (fíjense en las marcas sobre el marco de la puerta) que nos hablan más allá de un texto que podría servir para diferentes situaciones geográficas. Es así como oriente y occidente se encuentran en las páginas de un libro donde abundan los silencios, la tristeza y la esperanza. Amplios espacios en blanco y composiciones llenas de simbolismo (maletas confundiéndose con edificios o ventanas gigantes) son un valor añadido en una historia sobre migración y encuentros, no sólo con un mismo, sino con el futuro que llegará y nos abrirá puertas a nuevas cosas preferidas.