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martes, 3 de octubre de 2023

Capeando la cultura de la cancelación


Además de comer, beber, bailar, reír y llorar, a lo largo de este verano también he abierto huecos para leer, esa afición que compartimos los monstruos. Una de mis lecturas ha sido El rey Mateíto I, un clásico de la LIJ polaca que Anaya ha traído a nuestro país en el año de su centenario y que ya incluí en mi selección estival de narrativa infantil y juvenil.
Además de recomendárselo a manos llenas, hoy estoy aquí por culpa de una nota editorial incluida en el mismo y que dice así: Algunos de los comentarios que aparecen en El rey Mateíto I se consideran inapropiados e inaceptables en la actualidad. A la hora de la lectura, se debe tener en cuenta que esta novela fue escrita en 1923.
Si bien es cierto que puede pasar inadvertida para muchos, a un servidor le han dado mucho que pensar estas apenas tres líneas bajo las que subyacen muchas ideas que se pueden relacionar directamente con la cultura de la cancelación, una que nos embebe desde hace unos años y sobre la que no he hablado directamente en este espacio de libros.


Para el que no lo sepa, este término hace referencia a un fenómeno social que consiste en retirar el apoyo, ya sea moral, financiero, digital e incluso social, a aquellas personas, empresas u organizaciones, como consecuencia de determinados comentarios o acciones generalmente relacionadas con temas controvertidos, como la igualdad de género o el ecologismo.
Aunque se puede pensar que la variante más extendida es la llamada buenista, es un fenómeno bidireccional, algo sobre lo que llamaron la atención las más de 150 personalidades del mundo de la cultura que firmaron la carta conocida como Harper’s Letter publicada el 7 de julio de 2020 en Harper’s Magazine y donde, entre otras cosas, se llamaba la atención sobre la intolerancia hacia los puntos de vista opuestos, la moda del vituperamiento público y el ostracismo, y la tendencia a disolver problemas políticos complejos con una certeza moral que enceguece.


Por ello no es de extrañar que ciertas empresas, en este caso las editoriales, se curen en salud frente a los lectores potenciales, avisándoles de que la obra literaria que van a leer puede herir su sensibilidad, algo parecido a lo que se hacía antiguamente con las películas violentas o con las escenas sexualmente explícitas.
Si bien es cierto que estas pequeñas excusas dan un capotazo a esa censura que chorrea en estos tiempos de impostura e intentan respetar las obras originales y el patrimonio intelectual de los autores, también procuran una coartada a los llamados ofendiditos y eliminan el posible encuentro con esos lectores que con solo una advertencia siguen en su secta favorita. Es decir, minimizan la atención sobre la obra y minimizan los encuentros casuales, algo que los buenos lectores siempre agradecemos.


Y algunos me dirán: "Es que tú eres un kamikaze, querido Román". Y yo asentiré con agrado. No solo porque me encante la gresca, sino porque es la única forma de retratar a mis congéneres en una sociedad donde la agogé se ha enterrado bajo toneladas de postureo.
No obstante, y por muy guerrero que me considere, entiendo que la inteligencia es la mejor arma a blandir cuando se trata de no ahondar en la división social y aupar ese enriquecimiento que ha hecho mucho por la humanidad, tanto social, como culturalmente hablando.

domingo, 20 de noviembre de 2022

Defectos o virtudes, ¿de qué está hecha la infancia?


Me dice el móvil, ese artilugio tan inteligente, que hoy toca celebrar el Día del niño y la infancia. Aunque yo lo hago todos los días en pellejo propio o ajeno, me voy a sumar a los faustos hablando de críos y sus cosas, una de las principales temáticas de la literatura infantil, género que nos ocupa a los monstruos.
A pesar de esa desinfantilización de la infancia que está ocurriendo hoy día en ciertas sociedades y de la que he hablado en artículos como este, los chiquillos siempre tienen un algo que me vuelve loco: hacer y decir lo que les dé la real gana. No viven llenos de prejuicios ni convenciones sociales (cada vez tienen más, pero esperemos que el ejemplo adulto no cunda tan rápido) y suelen tener una perspectiva muy personal de todo lo que sucede a su alrededor.


Su capacidad de mirar para otro lado y darle la vuelta a la tortilla es inimaginable. En cierto modo me recuerdan a los viejos pero con menos malicia (alguna tienen, pero son inexpertos y eso se tiene que notar). Sus asociaciones de ideas son maravillosas y logran estimular el cerebro de cualquiera que se interponga entre la realidad y su cosmovisión.
Clarividentes, desinhibidos y frescos. Da igual su procedencia o el estrato social al que pertenezcan, las criaturas siempre encuentran una manera muy sui generis de justificar un discurso descarado o sin pies ni cabeza.


Pero claro, no a todo el mundo le parece adecuado... “No digas eso” “No hagas eso” “No pienses eso” son algunas de las frases que más repiten padres y maestros. La mayor parte de las veces lo que digan o hagan nos parece defectuoso y alocado, pero en el fondo, es igualmente razonable al de cualquier adulto. Eso no quiere decir que sea válido (¿Quién decide eso?), sino que las convenciones quieren menospreciarlo e invisibilizarlo.
Y para homenajear a todos esos pequeños deslenguados, hoy les traigo cinco libros que celebran las perspectivas infantiles y las guardan entre sus páginas, no solo para hacer las delicias de los lectores, sino para recordarle a los adultos que los defectos pueden transformarse en virtudes.


El primer título que traigo a esta pequeña miscelánea es Singular, un álbum de Susana Rosique que ha publicado por la editorial Narval y ya va por su segunda edición.


Como bien sabéis, en los hormigueros reinan el orden y el trabajo. Todas las hormigas siguen las instrucciones y curran sin cesar. Bueno, todas no, hay una hormiga que de vez en cuando se sale por la tangente y disfruta de las cosas hermosas que encuentra por el camino, algo que no gusta al resto. Un día hay un gran problema en el hormiguero y será precisamente ella, con su capacidad de observación y su ingenio, quien hallará la solución.


Con mucho collage digital, el uso de pictogramas y una narrativa muy secuencial que hace honor a la vida ordenada de estos himenópteros, tenemos un libro con un discurso libertino y esperanzador donde las voces infantiles resuenan una y otra vez. Hay una escena que siempre me arranca una sonrisa triunfanl, ¿adivinan cúal es?


En No a todas las niñas les gusta el rosa, David Pintor nos da su peculiar perspectiva sobre los estereotipos de género utilizando para ello su voz y la de su hija Nara -su mayor inspiración en esta etapa creativa-, para aupar el único libro de esta tanda en el que el adulto minimiza esos "defectos" infantiles que tan poco gustan.


Echando mano de clichés como el color rosa, los peinados bonitos, el uso de maquillaje o los juguetes dirigidos a las niñas, hace una crítica humorística utilizando una clara disyuntiva entre texto e imágenes, un recurso que redobla el doble sentido y nos hace pensar de lo lindo.


Sin discursitos buenistas y un estilo muy característico, el autor gallego apela a la elegancia para abrir un melón que lleno de detalles hermosos donde el cariño entre un padre y su hija es el verdadero leitmotiv de una narración basada en preguntas y respuestas que son el pan de cada día para muchas familias.


El tercer libro de esta tanda es de Juan Arjona y Christian Inaraja. Todos mis defectos, un álbum editado por Libre Albedrío se sumerge también en el modus vivendi de un chaval que, según todos los adultos que lo rodean, está lleno de defectos.


Es muy desordenado, tarda horas en darse un baño, le echa la culpa a su hermana de cualquier trastada, hace muecas en mitad de clase o no se cansa de escuchar en mismo cuento una y otra vez. Sin embargo, él, con la inocencia que suele caracterizar a la infancia y una nota de humor, sabe sacarle jugo a cualquier situación.


Sencillo y directo, el texto de Juan Arjona, juega en primera persona con las diversidad tipográfica y el extrañamiento, un recurso que nos hace esbozar una amplia sonrisa y al mismo tiempo ayuda a posicionarnos en el papel del protagonista. Sobre las ilustraciones decir que son coloristas, complementan al texto, ahondan en los detales y, sobre todo, ayudan a ese juego de alternancia dialógica que nos propone esta simpática propuesta editorial.


El penúltimo título de esta serie es Feliza, un pequeño álbum de Mo Gutierrez Serna y la editorial Thule.


Feliza es una enana muy maja que tiene un montón de virtudes. Bueno… al menos, eso piensa ella, porque a tenor de lo que dice o hace, podríamos decir lo contrario. Objetiva o subjetivamente está claro que es una niña y que, por ahora, se conforma con serlo, que al fin y al cabo, es lo mejor que puede hacer.


Disyunciones textuales (no es lo mismo lo que piensa que lo que verbaliza), vaivenes tipográficos (¡Me encanta el dinamismo!) e ilustraciones minimalistas (¡Lo que se puede decir con unas manchas de color...!) donde el tamaño relativo importa, nos embeben de esa inocencia tan característica de la infancia que todos necesitamos para sobrevivir a cualquier etapa de la vida.


Para terminar hay que echar mano de Shinsuke Yoshitake y Mis razones, un libro-álbum que acaba de publicar Pastel de luna, una de sus editoriales de cabecera en España, y que, como no podía ser de otra forma, está lleno de fantasía y buen humor infantiles.


Como en el libro de Arjona e Inaraja, el japonés echa mano de los defectos que tiene el niño protagonista, a ojos de los adultos (sobre todo de su madre). En este caso, el crío, echa mano de un sinfín de razones tan inverosímiles, como absurdas, para justificar comportamientos como hurgarse la nariz, morderse las uñas o saltar en la cama.


Con sus diagramas explicativos, imágenes secuenciales, repeticiones de concepto o perspectivas cinematográficas, Yoshitake da un giro de 180 grados a la perspectiva y nos habla de disparar rayos de felicidad a los demás, comunicarse con los topos que habitan el subsuelo o domar sillas. Ahora toca saber las tuyas.
Merece la pena darse un paseo por sus páginas y disfrutar con la inventiva de este niño que, transforma sus defectos en virtudes, algo con lo que siempre comulgo desde esta condición de niño-monstruo que la naturaleza me ha dado.

jueves, 17 de noviembre de 2022

Unos cuentos que hay que conocer y conservar


Harto de que muchos libros estupendos acaben expurgados y/o destruidos por ignorantes e incautos de todos los colores, he creído conveniente abrir un hueco en esta casa de monstruos a la desconocida Biblioteca del Ratón Pérez, una colección de que fue publicada a mediados de los 80 por Ediciones Generales Anaya (sello que por aquel entonces todavía seguía pegado a las faldas de Cátedra), para que algunos de ustedes se lo piensen dos veces antes de darles puerta.


Etienne Delessert

Esta colección fue un proyecto que la editorial Grasset (Grasset et Fasquelle, relacionada con Franco Maria Ricci) encargó al ilustrador Etienne Delessert a principios de la década de los 80 para darle una mirada más vanguardista a una selección de 20 cuentos infantiles desde una perspectiva plástica diferente. El suizo echó mano de un buen puñado de reconocidos artistas de ambas orillas del Atlántico y ¡voilá! El resultado fue el siguiente:

Caperucita roja, ilustrado por Sarah Moon
Las habichuelas mágicas, ilustrado por Andre François
El pájaro emplumado, ilustrado por Marshall Arisman
Hansel y Gretel, ilustrado por Monique Félix
El soldado de plomo, ilustrado por Georges Lemoine
El abeto, ilustrado por Marcel Imsand y Rita Marshall
La mujer hoja, ilustrado por Seymour Chwast
El pescador y su mujer, ilustrado por John Howe
El príncipe Ring, ilustrado por Heinz Edelman
Cenicienta, ilustrado por Roberto Innocenti


La reina de las abejas, ilustrado por Philippe Dumas
Los tres lenguajes, ilustrado por Ivan Chermayeff
La niña de los gansos, ilustrado por Paul Perret
La bella y la bestia, ilustrado por Etienne Delessert
La bella durmiente, ilustrado por John Collier
Rapónchigo, ilustrado por Michael Hague
Las tres plumas, ilustrado por Eleonore Schmid
Blancanieves y Rosarroja, ilustrado por Roland Topor
La reina de las nieves, ilustrado por Stasys Eidrigevicius
El cerdo encantado, ilustrado por Jacques Tardi


Premiada en la feria de Bologna y traducida a montones de idiomas como el inglés, el alemán, el japonés o el castellano (¡menos mal!), el conjunto de esta obra pretendía ensalzar el cuento como género fundamental para la infancia. A excepción de La bella y la bestia (Gabrielle de Villeneuve), La reina de las nieves, El soldado de plomo y El abeto (todos de H. C. Andersen), el resto son cuentos populares de diferentes procedencias (Alemania, Inglaterra, Irlanda, Noruega o Rumanía), entre los que destacan un manojo de los recopilados por los hermanos Grimm o Charles Perrault.


John Howe

Al publicarse en forma de álbumes se lograban dos objetivos. El primero consistía en desligar estas narraciones de los formatos ilustrados tradicionales, y el segundo, educar la mirada a través de imágenes poco convencionales, como las de, haciendo referencia a Martin Salisbury, “los nuevos europeístas”.


Seymour Chwast

Y así, la riqueza artística es palpable gracias a diferentes técnicas y estilos como el cómic, la fotografía, el art noveau, el prerrafaelismo, el neoclasicismo, el impresionismo o el diseño gráfico contemporáneo. Terrenos vedados como el nudismo o el racismo se abren camino gracias a novedosas perspectivas. Atmósferas inquietantes y terroríficas, formas grotescas y extravagantes, o esos juegos llenos de metáforas que hoy en día nos resultan tan familiares, llenan las páginas de unos libros que debemos conocer y preservar.


Philippe Dumas


Stasys Eidrigevicius


Monique Felix

Respecto a la maquetación hay que decir que, tanto los textos dispuestos en cajetines enmarcados, como las ilustraciones a una o doble página, se articulan para imprimir dinamismo a la lectura. Además, otro elemento que me encanta de estos libros es la primera ilustración de cada volumen que, dispuesta en forma de viñeta vertical, se acompaña del típico “Érase una vez”.


André François

Si bien es cierto que el más conocido es la Caperucita roja de la fotógrafa Sarah Moon, cabe decir que ninguno de ellos tiene desperdicio ya que, a pesar de guardar un formato y una apariencia similar, cada uno de ellos tiene matices particulares que ahondan y desbordan la historia elegida, participando de ese discurso polifónico por el que tanto abogamos los monstruos.


Sarah Moon

Aunque en otros contextos editoriales siguen reeditándose o se han recuperado en nuevos formatos, en el nuestro solo podíamos encontrar la Cenicienta que ilustró Roberto Innocenti tomando como referencia los dorados años 20. Lo recuperó la editorial SM hace una década aunque a día de hoy también está descatalogado (lamentablemente).


Roberto Innocenti

Lo dicho. Busquen, lean, disfruten y, sobre todo, ¡CONSERVEN! Es una orden.

domingo, 4 de abril de 2021

Un álbum luminoso y atemporal


Es domingo y tengo ganas de reseñar un libro bonito, de esos que te roban el corazón nada más leerlo. Y como eso precisamente es lo que me sucedió con Si vienes a la Tierra, un álbum de Sophie Blackall -autora de la que hablaré más de la cuenta durante este mes de abril-, aquí lo tienen. Publicado por Anaya en nuestro país, este libro de no ficción que acaba de llegar a las librerías es un verdadero regalo.


Partiendo de una idea personal en la que ha invertido cinco años de trabajo, la autora nos presenta a Quinn (si leen el epílogo sabrán quien inspiró al personaje, al igual que sucede con el resto de los que aparecen en sus páginas), un niño que escribe una breve carta a un hipotético extraterrestre para explicarle cómo es nuestro planeta y quiénes somos nosotros. Es así como Blackall desarrolla una especie de guía turística sobre la Tierra y sus habitantes, una serie de pinceladas que ayudan a comprender el funcionamiento de nuestro mundo.


Partiendo de esta sencilla premisa la autora australiana residente en Estados Unidos consigue hacer un libro atemporal. Si les dijera que se editó hace décadas no les extrañaría. Tampoco si lo vieran en su librería de referencia dentro de diez años. Esto se debe principalmente a dos características. En primer lugar se desarrolla sobre un texto breve, directo, descriptivo, con alguna pincelada de humor y sin artificios ni demasiados juicios personales. La segunda es que utiliza unas ilustraciones clásicas -la acuarela es la técnica principal- que se enriquecen gracias a composiciones muy estudiadas (dípticos, dameros o mosaicos) y recursos narrativos gráficos donde abundan metáforas, disyunciones o juegos a golpe de página.




Mucha gente puede considerarlo un libro comercial, pero ya les aviso de que ojalá todas las lecturas independientes tuvieran la fuerza de este. En contraposición de lo que muchos piensan, es posible dar vida a un libro impactante sin necesidad de utilizar ilustraciones vanguardistas o escritura experimental, algo por lo que también se podría haber optado. Pero en este caso, la honestidad y lo sincero han estado por encima de cualquier otra decisión. A veces sólo hace falta creer en un proyecto personal y sacar lo mejor de uno mismo para elevar un discurso universal como este, algo que la señora Blackall ha hecho de nuevo.


Si tienen a bien recorrer esta casa llena de puertas, darán buena cuenta de su colorido, la luz que desprende y sobre todo, de su mensaje esperanzador, algo que se agradece sobremanera en estos tiempos que corren y que podría considerarse una especie de cápsula del tiempo llena de ternura y humanismo.


Guiños a la música, a la lengua de signos o al braille, a lo evidente y a lo invisible, a la pobreza, a la guerra o al amor. Desbordante como todos los buenos libros, es capaz de aunar información y emoción sin olvidar el gran tributo al ser humano y su diversidad que la autora hace desde lo poético. 
Léanlo, es una orden.


domingo, 5 de abril de 2020

De siestas y libertad



Domingo de ramos (o eso creo). Casi las cuatro de la tarde. El sol luce ahí afuera y nosotros, enjaulados. Qué rara es la vida... Te sientas en el sofá y miras por la ventana cómo mece la brisa las hojas recién traídas. Piensas en la libertad, en lo que harías. Quizá si fuera otro tiempo ya estarías roncando sin tantos anhelos. ¡Qué rara es la vida! Tanto o más que el ser humano…

Abre brazos como alas,
respira profundo,
hondo,
siente el olor de la brisa
y ya eres viento tú solo.

***

Buscas un libro, lo abres,
lees la historia de adentro,
y en cuanto no te des cuenta,
terminó la siesta, ¡tiempo!

Cecilia Pisos.
En: El libro de los hechizos.
Ilustraciones de Noemí Villamuza.
2008. Anaya: Madrid.



viernes, 6 de marzo de 2020

¡A la gresca!



Cada vez desconfío más de las predicciones meteorológicas. Nadie se pone de acuerdo. Los hombres del tiempo dicen que vuelve el frío y sus nevadas, los políticos que si el sol nos bendecirá con sus rayos (se acercan las fallas y la semana santa), los agricultores están hasta las narices de las sequía, los comerciantes que si el viento amainará en breve. Da igual que estemos en invierno, primavera, verano u otoño, el caso es que no hay puntos comunes a los que agarrarse (¡Polémico cambio climático…!). Y es que mientras todos tengamos intereses tan dispares, no podremos ponernos de acuerdo ni con el tiempo. Esto parece un diálogo de besugos. No sé muy bien entre quienes, pero lo es…

Jersey de lluvia.
Falda de helecho.
Luz de rocío.
Soplo de viento.
¿Dónde te sientas?
Yo no me siento.
Sobre la lluvia
o sobre el viento.
Sobre el rocío.
Bajo el helecho.

¿Tú no te sientas?
Yo no me siento.
¿Ya no me entiendes?
Ya no te entiendo.
¡Diablo de lluvia!
¡Diablo de helecho!
¡Ay, qué rocío!
¡Mira ese viento!
Siéntate, niña.
No, no me siento.

Antonio García Teijeiro.
Jersey de lluvia.
En: Dijo el ratón a la luna…
Antología de Fran Alonso.
Ilustraciones de Xosé Cobas.
2020. Anaya: Madrid.



miércoles, 19 de febrero de 2020

Maternidad idealizada



Por mucho que los influencer de la crianza se dediquen a ensalzar las bonanzas de la maternidad, un servidor, que vive en el mundo de la perpetua adolescencia no sabe qué pensar al respecto. Se escucha de cada barbaridad en las redes sociales, que dan ganas de liarse a tiros ipso facto. Ves a cada madre, a cada padre, a cada psicólogo, a cada gilipollas en este universo, que lo mejor que puedes hacer es reírte de sus pedos de colores (o incluso fumártelos, a ver si te conviertes en unicornio).


Lo primero es que casi todos se dedican a la infancia y casi ninguno a los quinceañeros (se ve que la cosa les resulta menos llevadera) algo que me da un poco por el cacas ¿Acaso la crianza acaba a los doce años? Pobres y abandonados teenagers...
Lo segundo es el grado de melindre y ñoñería que suelen utilizar en sus disquisiciones sobre pañales, dientes caídos, fiestas de cumpleaños, riñas de parvulario y otros pormenores infantiles. Son tan babosos que dan ganas de regurgitar hasta la primera papilla. ¿Nadie les habrá dicho que el empalague no es directamente proporcional al cariño?
Lo que sigue es el postureo. Los críos son como los gatetes: más o menos fáciles de adiestrar, lucen mucho en cámara (sobre todo con muselina y encajes de bolillos) y a medio mundo se le cae la baba con ellos. Los “likes” fluyen a mansalva y el negocio sigue imparable mientras violamos sus derechos de imagen (mis nenes son míos y los exploto cuando quiero).
Y lo último es el grado de condescendencia que destilan... Llevo casi un tercio de mi vida trabajando con adolescentes. Una media de ciento veinte alumnos por curso durante siete meses al año. Y lo más valioso que he aprendido es que con ellos NO HAY RECETAS. Cada uno es cada uno y hay que andarse con cautela. Prefiero prestar atención a los compañeros que ofrecen recursos de todo tipo (alabo la generosidad en todas sus formas) que escuchar las monsergas de esa caterva de “influmierder” que solo aspiran a falleras mayores (Senyor pirotècnic, pot començar la mascletà!).


Y si no han tenido bastante sorna hoy les traigo un libro con el que me topé el otro día en una de esas librerías fantásticas que visito y que me pareció extraordinario. Mama Bruce de Ryan T. Higgins (editorial Anaya) es uno de esos libros que desde el humor hurga en tu subconsciente desde la primera página y construye una parodia de muchos aspectos de la vida occidental actual.


Bruce es un oso que siente verdadera pasión por los huevos. Se dedica a recolectarlos de cualquier nido y, como buen morrifino, los prepara según le indican los gurús de la gastronomía (este guiño a la dictadura de la gastronomía me parece muy simpático). Un día encuentra una receta con huevos de ganso y tras hacerse con ellos, rompe el cascarón y ¡voilá!, en un periquete se convierte en la “madre” de cuatro patitos.
Con unas ilustraciones de corte humorístico y bebiendo de algunos recursos del cómic (inclusión de viñetas y serialización de escenas), este álbum (que da comienzo a una serie, por cierto) nos invita a reflexionar sobre la maternidad, sus pros y contras. No precisamente desde una postura edulcorada y suavona, sino desde la relación materno-filial menos deseada en la que también tienen cabida el cariño y la solución de ciertos problemas. 
Lo pueden sugerir, leer y hasta regalar (no tengan miedo a sobrevolar los derroteros del discurso moral erróneo que algunos promueven), seguro que cualquier padre o madre se siente identificado con Bruce (¡Que levanten la mano y se dejen de tanta pantomima!). Que ser padres, digan lo que digan, cuesta, por mucho que queramos idealizarlo.