Mostrando entradas con la etiqueta Chris Van Allsburg. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Chris Van Allsburg. Mostrar todas las entradas

miércoles, 16 de mayo de 2018

Jardines, magia e incógnitas



Cada vez que un libro de Chris Van Allsburg se edita, un rayo de sol se abre paso en la estantería. No lo puedo evitar, me pongo tontorrón y empiezo a palmotear como un león marino. Abrir la tapa de uno de ellos es como descorrer el telón de una obra de teatro ¡y empieza la función!
La obra de hoy se titula El jardín de Abdul Gasazi , ha sido editada en castellano por Fondo de Cultura Económica y la incluí en mi selección de los mejores del 2017. El propio Van Allsburg ha comentado varias veces que le tiene mucho cariño a este álbum porque fue el que le abrió las puertas en el mundo de la literatura para niños, de hecho fue su primer álbum (1979) y con el que obtuvo una mención Caldecott.


En primer lugar se podría decir que en este libro se recogen la mayor parte de los puntos comunes a la obra de Van Allsburg como son el contrato fantástico con el lector,  los finales abiertos y sugerentes, y un estilo de ilustración realista y detallado.
En lo que respecta a las ilustraciones decir que están realizadas con grafito, algo que comparte con La escoba de la viuda, Jumanji o Los misterios del Señor Burdick, aunque en este caso el carácter estereoscópico de las escenas se hace todavía más patente, ya que el autor presta mucha atención a la volumetría de las figuras y la disposición de los planos constituyentes, algo que quizá se relacione con su formación como escultor, una etapa de su vida a la que estaba más ligado en sus comienzos.
Sobre el texto hay que decir que, a pesar de las oraciones simples y directas que lo vertebran, es bastante abundante para ser un álbum contemporáneo (ya saben que cada vez hay más economía del lenguaje verbal en el género), algo que no va en detrimento del potente discurso que alberga.


Van Allsburg nos presenta de nuevo un protagonista solitario, un niño en este caso, que debe enfrentarse a una situación aparentemente sencilla: una vecina le pide que cuide de su perro mientras ella se ausenta de casa. Es así como Fritz, el presa canario (¡me gusta esta raza de perros!) huye de manos de Alan y acaba en el jardín prohibido de un mago jubilado con cara de pocos amigos.
Mientras pasamos las páginas del libro no debemos perdernos detalles muy interesantes… No hay que perderse los motivos florales que visten los hogares de la señorita Hester y el señor Gasazi. Tapicerías, alfombras y papel pintado están llenos de flores y hojas, una riqueza de ornamentación vegetal que parece despertar la curiosidad del lector por ese misterioso jardín y que afianza todavía más el gusto (casi obsesivo) del mago Gasazi por el mundo de las plantas.


Por otro lado les insto a fijarse en las esculturas que flanquean la entrada al jardín, ¿hacia dónde miran? Claramente y en contra de lo que cabría esperar, se sitúan mirando hacía el frondoso paseo, parecen haber sido congeladas en esa carrera compartida junto a Alan, e invitan a penetrar en la espesura del vergel de Gasazi y desafiar la prohibición de entrar en él con perros.
También hay que fijarse en uno de los puentes que aparecen en una de las escenas, ese que parece estar inspirado por el de estilo japonés que Monet recogió en uno de sus cuadros; también en el cielo que parece ir evolucionando de despejado a nublado a lo largo del día; y en el conejo que pulula por alguna de las páginas y que parece ser la razón por la que Fritz ha salido desbocado.


Les recomiendo detenerse igualmente en la figura mastodóntica del señor Gasazi, una mole bastante impasible que impresiona y que, comparada con lo humano de la de Alan (quizá frágil y fácilmente identificable por cualquier niño), parece impenetrable, estática, inamovible.


Otro de los detalles interesantísimos de entre todos los que se hallan en este título está en esa escena en la que Alan se encuentra durmiendo en el sofá mientras el hocico de Fritz sale por debajo de este. Si se dan cuenta, Alan aparece de espaldas al espectador, una posición que Van Allsburg elige intencionadamente para no desviar la atención del lector sobre el verdadero protagonista: el cuadro que cuelga de la pared empapelada y en el que se ve representado un puente en mitad de un paisaje ripario. Ese lugar que, conforme pasemos las páginas, volveremos a encontrar convertido en escenario de la acción principal. Con esto Van Allsburg lanza otra incógnita: ¿y si todo ha sido un sueño de Alan inspirado por ese cuadro? Podría ser puesto que Fritz sigue vivito y coleando cuando llega su dueña a casa... ¡Peeeero…! (Y he aquí el último detalle que señalo) ¿acaso la gorra que descansa a los pies de Fritz en el último fotograma no es la que nos despeja todos los enigmas que encierra este libro? (¿Recuerdan el cascabel de El expreso polar…?). N.B:: La respuesta la dejo a su elección, que ya saben que a Van Allsburg le gusta abrir muchas puertas a sus lectores y sería una faena traicionarlo.


El sueño, la magia, la incertidumbre, el conejo, lo fantástico… No sé por qué todo me recuerda sobremanera a la Alicia de Carroll... ¡Un momento! Oigo aplausos… La función ha terminado.

jueves, 22 de febrero de 2018

De brujas, escobas y un gran libro



Continuo revisando la estantería y me encuentro con otro de los libros misteriosos de Chris van Allsburg, en este caso La escoba de la viuda, un álbum editado en castellano por Fondo de Cultura Económica. Aunque mucha gente conoce Jumanji o El expreso polar gracias a su adaptación a la gran pantalla, para un servidor merecen más atención otras obras de este mago de la intriga y el suspense...
Ni que decir tiene que la La escoba de la viuda es un libro redondo, no sólo en lo que se refiere a una estructura, sino por la multitud de elementos que, a pesar de pasar desapercibidos por muchos lectores, son necesarios para darle un sentido global a la lectura de esta obra.


En primer lugar me gustaría llamar la atención sobre el formato vertical del libro, uno poco frecuente a la hora de trabajar el libro-álbum pero que, sin embargo, en este título ayuda a la narración, no sólo por concordar con la fisionomía de la escoba, un objeto provisto de un palo y sus cerdas, sino por ser idóneo para la composición en primeros planos (Van Allsburg tiene verdadera debilidad por ellos) en contrapicado que componen la mayor parte de las ilustraciones para dar sentido de profundidad (existencia de un horizonte) en las imágenes.


En segundo lugar hay que apuntar al argumento y el tipo de narración... El comienzo de esta historia y que podríamos llamar introducción por ser la única parte del texto narrado en presente, es muy poderoso ya que nos pone en antecedentes ante lo inverosímil de un hecho: las escobas de las brujas también tienen un tiempo de vida útil. Es así como, el autor, intencionadamente, incluye un detalle sobre el que muchos lectores no se habían percatado antes y lo utiliza como excusa para desarrollar su narración. También podríamos destacar que esta historia tiene rasgos diferenciadores clásicos como para adscribirse a un cuento de hadas contemporáneo y en el que aparecen algunas de las funciones de Propp (la que más me gusta es que el héroe, en este caso la viuda, recibe un objeto mágico).


En lo que se refiere al tipo de ilustraciones, cabe decir que la atmósfera gris y desdibujada que aporta el uso del grafito a la hora de realizar las ilustraciones es un gran acierto. Si a ello unimos que éstas funcionan de una manera predictiva (anteceden al texto escrito) o complementaria (añaden detalles sobre él) el resultado es, como siempre que hablamos de Van Allsburg, exquisito. Así mismo me gustaría señalar las tres dobles páginas más interesantes en lo que a ilustración se refiere y que les incluyo a continuación.




Las tres están formadas por dos parejas de ilustraciones que constituyen los “fotogramas” de comienzo y final de una secuencia interrumpida, es decir, el autor ha omitido las escenas intermedias para que el espectador genere las secuencias de manera completa pero inconsciente, es decir, que enriquezca de una manera virtual y fantástica la narración. Si a ello añadimos que el espectador no realiza una foto fija, sino que el objetivo/ojo se mueve junto al objeto en movimiento (en la primera escena la bruja, en la segunda el perro y en la tercera la escoba blanca), podemos decir que el ejercicio de interacción con el lector es más que notable.


En lo que a composición textual se refiere, podemos hablar de una prosa tejida con frases cortas y directas enmarcadas entre calabazas (más que un símbolo en festividades paganas anglosajonas) que dejan sugerencias e incógnitas a un lector que gusta de continuar un universo de ficción, de construir conjeturas al libre albedrío gracias a elementos propios o ajenos del ideario colectivo.


En definitiva, les recomiendo que se dejen seducir por esta historia en la que una viuda recibe un regalo más que útil como agradecimiento a los cuidados prestados a una bruja caída del cielo. Más si cabe cuando lo que en principio puede parecer una lectura lineal, no lo es tanto y tiene muchísimos niveles discursivos, entre los que caben la defensa de lo propio, el uso de la astucia como forma de supervivencia, la dicotomía entre lo fantástico y lo real, la necesidad de la compañía cuando se aproxima la tercera edad, el gusto por las artes y el trabajo, o que la deslealtad, la envidia o el alcahueteo son enormes defectos humanos.

martes, 31 de enero de 2017

Misterios en imágenes


Todos tenemos secretos. Unos más y otros menos. Algunos todavía guardan secretos de la infancia, otros proclaman secretos a voces, los menos los comparten con algún allegado y casi todos nos morimos de curiosidad por saber los de otros. Y, claro, el Sr. Burdick no podía ser menos...
Aunque Los misterios del Señor Burdick es un libro que forma parte de mi personal canon y al que he hecho referencia en ciertas ocasiones, nunca le he dedicado un espacio propio en este lugar de monstruos. Así que, a modo de disculpa para con Don Chris Van Allsburg, he aquí unas pinceladas sobre este álbum.
A nadie le llama la atención un libro negro, menos todavía si se supone que va dirigido a los niños (no sé si el autor eligió esta carta de presentación para repeler a lectores de tres al cuarto o por que el objeto libro adoptase cierto aire extraño, misterioso, atractivo...), pero el caso es que, cuando uno se atreve a cogerlo (sobre todo si es en la edición original, esa con tipografía roja), lo que esconde tiene mucha miga. En la edición en castellano de Fondo de Cultura Económica (gracias por este regalo), se reproduce en la tapa una de las imágenes que forma parte del legado del Sr. Burdick, un protagonista del que sólo conocemos un puñado de imágenes. (N.B.: Me encanta esta forma de crear un personaje a través de sus producciones, porque el lector, como todos, solemos forjarnos ideas, unas veces erróneas, otras ciertas, sobre como son los demás sin conocerlos personalmente. Es curioso como nuestros prejuicios y la propia experiencia entran a formar parte del juego, de la fantasía al fin y al cabo, esa que nos ata y nos libera al mismo tiempo).


Abrimos el libro. Guardas negras. La cosa va in crescendo. Portadilla blanca con otro dibujo a grafito. El contraste oscuridad-luz anuncia que algo va a pasar... “Introducción”. La cosa se pone seria. El autor nos cuenta la historia de este libro. En él se reproducen la serie de imágenes que (supuestamente) un desconocido llamado Harris Burdick llevó al editor de libros infantiles, Peter Wenders. Todas ellas ilustraban varios cuentos de su autoría y los llevaba a modo de muestra (portfolio que llamaríamos hoy día), acompañados de unas frases, como un pie de foto/imagen. El señor Burdick prometió que regresaría con sus historias, pero nunca más volvió. Sólo nos dejó catorce imágenes inquietantes acompañadas de un título y unas pocas palabras.
Metámonos en harina pues...


El estilo de las ilustraciones se adscribe al figurativo realista, a veces con elementos surrealistas (imagen de Extravío en Venecia), fantásticos (imagen de La casa de la Calle Maple) o descontextualizados (imagen de El arpa). Para su elaboración, Van Allsburg utiliza exclusivamente el lápiz de grafito. Si a ello añadimos la típica técnica de desdibujar las formas y el uso del claroscuro, se añade más aire a las escenas y las dota de cierta atmósfera irreal, a modo de ensueño. Como curiosidad cabe decir que la imagen Otro lugar, otro tiempo, que también se utiliza en la portada/tapa, está inspirada en una fotografía de Erich Lessing para el número de junio de 1959 de National Geographic que acompañaba un artículo sobre la posguerra en Alemania, un dato que pone en evidencia el proceso de construcción en el mundo de las artes gráficas (N.B.: Miriam Abad, gracias por la búsqueda y el detalle de hacérmela llegar. El poder de los libros es hermoso, dulce...).


El corpus del libro se estructura en dobles páginas en las que el texto ocupa la izquierda y la imagen la derecha, de tal manera que el ritmo en la lectura acaba focalizando la atención, primero en la imagen y posteriormente en el texto. De esta manera el autor consigue crear cierto efectismo, una sorpresa que crece con el mundo verbal. Aunque ambos lenguajes se complementan y se ayudan, no lo hacen del mismo modo. Mientras que el título remite a un contexto amplio, ese en el que la imaginación del lector desborda la doble página, las frases, por lo general, se refieren a un momento exacto, al instante en el que se congela la imagen. Esta segunda relación es más variable y en ella se pueden observar redundancias o complementariedades.
Otra cosa que diferencia a este álbum del resto es que la secuenciación no depende de la consecución de las escenas/imágenes, sino que depende del contexto. Es decir, no hay sucesión. Son parcelas de espacio y tiempo independientes. Es la ruptura en una de las características clásicas del álbum que, de no ser por la introducción, no podría definirse como tal.


Guardas negras. Tapa negra. ¿Fin? No, creo que no...
Si los misterios no fueran pocos, la cosa se complica cuando, y siempre según Van Allsburg, en 1993 aparece un anticuario que les relata a él y Wenders cómo, tras comprar la biblioteca antigua de una anciana, un espejo antiguo con retratos de algunos personajes del A través del espejo de Carroll que también estaba incluido en el lote, se cayó al suelo y, tras romperse el cristal, descubrió otra imagen similar a las restantes de Burdick que pertenecía a la historia de Perdido en Venecia.
Años más tarde Chris Van Allsburg publicó en su página web que Wenders había muerto en el año 2000 cuando contaba 91años.
Todos los que conocen la obra de Chris Van Allsburg saben que lo enigmático es una de sus constantes, como bien prueban títulos como El naufragio del Zéfiro, El expreso polar o Jumanji. Sin caer demasiado en lo efectista, es capaz de mantener cierta expectación en el lector antes, durante y después de leer sus libros, pero con este título consigue que eso trascienda más allá, lejos de la edad de los lectores y lejos de las fronteras. La universalidad de los, a mi juicio, dos juegos que propone ante el curioso lector partiendo de dos incógnitas (por un lado intenta ampliar los límites de la fantasía y por otro saber si el contexto es real o ficticio) es lo que hace a este libro diferente, más especial.


A todo lo anterior hay que añadir que este libro tiene muchas aplicaciones dentro del aula al constituir un pretexto inmejorable para trabajar la redacción, fomentar la imaginación, la construcción de historias (bien concatenadas, bien independientes), y empatizar con el género del libro-álbum, las narrativas gráficas y los autores. Prueba de ello es que hace unos años se publicó The chronicles of Harris Burdick, un libro en el catorce reconocidos escritores entre los que se cuentan Kate DiCamilo, Lois Lowry, Linda Sue Park, Jon Scieska, Tabitia King o Stephen King, realizan precisamente este ejercicio de narración en base a las imágenes de Chris Van Allsburg.


Decir también que el relato de The house on Maple Street de Stephen King (inserta en su libro Pesadillas y alucinaciones) está basado en la última de las imágenes de este libro.

Y poquito más, que ya es bastante para este libro tan redondo... Sólo me queda despedirme de ustedes confesándoles que, mientras escribo esto, todavía sigo dudando sobre si el Sr. Burdick existió.  

viernes, 6 de junio de 2008

Chris Van Allsburg. Autores aparcados.





Ha llegado el momento de abandonar esa postura de verdugo que muchos críticos de tres al cuarto adoptamos –sería más loable llamarnos criticones, la seriedad es menor y el desdén aporta cierto toque de humor al asunto-, y transmutarnos en seres dadivosos y bienhallados que ensalcen los pormenores del oficio tan respetable del autor. Eso sí, para denotar las cualidades de unos, debemos minusvalorar las de otros, y en este caso, la parte perjudicada será la Crítica (en mayúscula no por devoción, sino por reunión y globalización, que ahora está muy de moda…).

Encuentro un encanto personal en las obras de ciertos autores, sobre todo si, además de ser capaces de desvalijar la caja fuerte de las palabras con la ganzúa de la imaginación, son capaces de acompañarlas con las imágenes más oportunas.
Muchas veces, ese encanto se ve diezmado por la realidad del asunto: existen ciertos autores que, pese a su gran aportación al mundo literario, se han visto algo marginados por esta “sociedad lectora” que configuramos todos. La sorpresa sacude a éste, el aquí presente, cuando visita alguna que otra librería o biblioteca y encuentra que muchos autores de reconocido “prestigio” (NB: ¿alguien sería tan amable de definirme este sustantivo tan periodístico e indiscriminadamente utilizado?) no se encuentran debidamente representados en las estanterías.
No es indignación lo que corre por mis venas a modo de cuajarones sanguíneos (siento desesperanzar a todos aquellos que les gustaría que sufriese una trombosis…), simplemente busco respuestas a algo que se escapa de mi lógica (por cierto bastante somnolienta). No soy un enviado celeste, tampoco ansío mecenazgo alguno, ni mucho menos lamer algún que otro esfínter anal, pero si me gustaría concederle crédito, y algún que otro mérito, a un autor que considero no se encuentra en el lugar merecido dentro de la Literatura Infantil y Juvenil: Chris Van Allsburg.
Es curioso que un autor tan prolífico –véanse títulos suyos como El expreso polar, La escoba de la viuda, Jumanji, El naufragio del Céfiro y Los misterios del Señor Burdick, entre otros- esté tan pobremente representado sobre las baldas de nuestras bibliotecas y librerías. Y no sólo eso, sino que, por añadidura, sea tan poco leído. También es extraño que, inspirando tantas producciones cinematográficas homónimas, el público, desconozca por lo general, que todas estas películas están basadas en las obras de este autor.
Tengo una explicación bastante plausible a esta cuestión, pero la trataremos en sucesivos episodios.
Si tuviese que elegir alguno de sus títulos, me decantaría indudablemente por dos: Los misterios del Señor Burdick, con esas ilustraciones en blanco y negro que permiten desplegar las alas de la imaginación hasta cotas imposibles, y El expreso polar, que aunque cuenta una historia sencilla y tiene unas imágenes típicas del autor, tiene un final precioso, cargado de misterio y entrañable.

Y sí, Chris Van Allsburg es capaz de pintar olores en la arena, de ocultarse entre la acción y trazar las líneas de sus imágenes, de ser ese observador escurridizo que se apostilla en los rincones secretos de la historia para contárnosla con esencia y sin recargo.