Con el tamaño siempre hay debate. Y si no que se lo digan a mis alumnos, expertos en cuantificaciones de todo tipo. Y eso que los profesores de matemáticas viven empeñados en explicar las abstracciones que se amontonan en sus cuadernos. Pero ellos, erre que erre, y yo, hablando de calidades y otras cuestiones más subjetivas.
¿Es más inteligente quien obtiene calificaciones más elevadas? ¿Una persona de gran tamaño se defiende mejor frente a un ataque? ¿Un pecho más grande implica una mayor capacidad para producir leche durante la maternidad? ¿Por qué muchos artistas llegan a la fama gracia a obras de enorme tamaño?
Yo les digo que, este caso, perspectiva y comparativa son fundamentales. Así, los pintores consiguen que un mismo objeto parezca de tamaño diferente sobre un fondo claro y otro oscuro, y los fotógrafos juegan con la luz y la profundidad para engrandecer o empequeñecer las cosas. Ellos se ríen, cambian de tercio y empiezan a hablarme de pornografía, penes y centímetros, mientras yo desisto con la cabeza y alzo la regla con la mano.
Para terminar, zanjo el debate sobre la relatividad del tamaño, apelando a los físicos, unos expertos en esto del juego y la realidad, y que dándoles a las neuronas nos han regaladao paradojas como la de Aristóteles, la de Banach-Tarski, la de Ban-Frassen y la de Hausdorff, cuatro maneras de sacarnos locos al resto de los mortales con el tema dimensional.
Y por si no lo han adivinado, hoy tocan tres libros que se centran en cuestiones de tamaño.
Empezamos con El gigante misterioso, un álbum de Lorenzo Coltellacci y Lorenzo Sangió editado por Kókinos esta primavera. En él se recoge la historia de un gigante muy peludo que visita el pueblo durante la noche. Le encanta mover los bancos y apilarlos unos sobre otros, cambiar los tejados de sitio o patinar con coches atados en los pies. Cuando hace calor, se baña en el lago y se divierte con las barcas. ¿Qué gigante tan extraño? ¿Le pasará algo?
Tonos azules y amarillos que nos hablan de un universo oscuro en el que se reflejan las luces tenues de las farolas y los candiles, el atardecer y también el amanecer en el que los habitantes descubren los cambios que experimenta su entorno cada vez que el protagonista se acerca al pueblo.
Además de ser un libro que se presta a una lectura nocturna que invita a la imaginación a colarse entre las sábanas y los sueños que se llenan de gigantes curiosos y juguetones, es una oda a la infancia vista desde otra perspectiva: la de la gran escala.
Seguimos con Gigante enano y Enano gigante, un álbum de Werner Holzwarth y Roger Olmos que publicó Takatuka hace unos meses. Una nueva criatura va a nacer en Gigantolandia y todos esperan un bebé de grandes dimensiones. Pero la sorpresa llega cuando el crío en cuestión es canijo, una decepción para todo un pueblo que se desentiende de lo minúsculo. Algo parecido sucede en Enanolandia, otra región habitada por enanos que sufren otro revés monumental cuando ve la luz un enano tan grande como un gigante. Desde bien pequeños, uno y otro sufren una gran presión social, intentando en vano cambiar su propia naturaleza. Y como no hay nada que hacer, ambos son desterrados.
El autor de libros como El topo que quería saber quién se había hecho aquello en su cabeza nos trae una historia con sabor a cuento tradicional que conjuga recursos lingüísticos muy interesantes como la contraposición entre vocales abiertas y cerradas (los gigantes solo utilizan la o mientras que los enanos la i), con otros visuales repletos de comicidad (fíjense en esos protagonistas tan tiernos como grotescos), donde caben muchas interpretaciones.
Crítica social, aceptación propia y ajena, el sentimiento de pertenencia, el rechazo a lo diferente, el reconocimiento entre iguales, metáforas desbordantes o tiernas paradojas habitan un relato sencillo a la par que humano. Seguro que cada lector encuentra su camino.
El punto y final lo damos con Pere Juan y Noemí Batllorí. El animal más grande del mundo es un álbum publicado hace unos años por Yekibud. Con el subtítulo de Una cuestión de tamaño, este librito encuadernado en rústica (¡Cómo me encanta la tapa blanda!) nos cuenta la historia de una hormiga que, centrándose en su existencia, decide que ella es el animal más grande del mundo. Todo es una cuestión de perspectiva, pues, anda que te anda, empieza a toparse con otros animales que la superan en tamaño. La rana, el gato o el caballo van enriqueciendo este relato un tanto anidado que nos presenta conceptos y una historia de amistad.
Con tipografía en mayúsculas, el texto recuerda a una fábula clásica que queda un tanto huérfana de moralina gracias a un acertado final en el que la amistad se hace superlativa. Las ilustraciones (creo) han cobrado vida gracias a una técnica digital que recuerda a un híbrido entre el estampado y el collage, para dibujar formas planas que una veces crean escenas de óptica variada y otras se transforman en onomatopeyas que siempre ayudan en esto de la lectura en voz alta.
Un libro muy elegante en el que los animales ayudan a comprender el concepto dimensional gracias a la comparativa que establecen los primeros lectores gracias a sus conocimientos directos y/o indirectos (no creo que muchos hayan visto una ballena…).
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