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jueves, 1 de febrero de 2024

Espantando males con la lectura


Si muchos sienten animadversión hacia enero, a un servidor no le gusta nada febrero. Para mi es casi un mes maldito. Mira que ya parece que empiezas a recuperarte económicamente del varapalo navideño, que empieza a llenarse de color con las pinceladas del carnaval y los árboles empiezan a vestirse de flores, pero nada, se ve que tengo la negra. Y este año, para rematar la faena, tiene 29 días.
Es por eso, que aprovechando que las editoriales se relajan con el mercado de novedades, que tenemos la llamada semana blanca (poca nieve queda ya, ni esquiar se puede en este país…) y que el frío, el viento y la lluvia, van y vienen, gusto de leer bastante. Una manera maravillosa de evadirme de los problemas y tomar conciencia de mi tiempo y no perder el contacto con la letra impresa más adulta.


Leer es una terapia en toda regla. Veamos… Desconectas de la realidad (que ya es bastante) y te alejas de pensamientos (esperemos que sean los negativos). A la vez, sirve al conocimiento (aprender siempre tiene su aquel), reduce las tensiones, el estrés o la ansiedad (que falta me hace) y ofrece acompañamiento (sin pedirte nada a cambio o echarte cosas en cara). Todo esto son beneficios directos, ¿e indirectos? Pues adquieres vocabulario, mejora la expresión verbal y te conecta con otros lectores. Vamos, que hay que leer sí o sí.


Y no me vengan contando que no tienen tiempo, que sus hijos les dan mucho la lata, que se pasan el día de aquí para allá, que si los deberes de matemáticas, que si mis nietos me tienen absorbida… No excuses! Lo que tienen que hacer es apagar la tele, conectar el modo avión de sus teléfonos móviles y aprovechar los tiempos muertos. Y si quieren unos cuantos ejemplos de lectura inadvertida, en este post tienen unas cuantas.


101 maneras de leer a todas horas, una idea de Timothée de Fombelle ilustrada por Benjamin Chaud y que ha publicado este otoño Combel, nos adentra en el paraíso de la lectura con una perspectiva muy interesante, la de la optimización y el instante.
En él aparecen montones de personajes más o menos infantiles, leyendo en las posturas más (in)verosímiles (seguro que encuentran la suya pasando las páginas) y acompañados de un título muy sugerente e inspirador. Un cuaderno de campo en toda regla que habrá supuesto muchas horas de observación.


Haciéndose eco de momentos y lugares en los que leer, el tándem de autores francófonos nos propone un sinfín de tipologías de lectores, una suerte de catálogo ilustrado que, utilizando la disyunción entre texto e imagen como recurso narrativo, genera un discurso muy variado que transita con mucho humor por lo cotidiano de los libros y la lectura.


Un regalo para el niño, la niña, el bibliotecario, la madre estresada, el domador de circo, el contorsionista, el revisor de metro, el médico, la ilustradora, la rubia que toma el sol en cualquier época del año y el librero harto de las devoluciones invernales. Para todos, vamos.

jueves, 30 de enero de 2020

De adultos y actualidad



Todavía no sé cuándo nos van a dejar tranquilos los mayores. Me tienen hasta las narices. ¡Qué harto me tienen de tanto control! Como si no hubiéramos tenido bastante con la “educación para la ciudadanía” y las dichosas lenguas co-oficiales (¡Y venga propaganda!), ahora van y se inventan el “pin parental”… Menos mal que mi madre sólo es inquisidora para el polvo y las pelusas (No me quiero ni imaginar los estragos que haría si le diera por el currículo escolar, porque ¡ni los maestros saben qué hacer con los estándares de aprendizaje!).


Me voy acordando de lo que charlaba el domingo con Pepa Flores, otra niña como yo. “Mira, Román” me decía la pobre, “estos adultos no aprenden. Ya les dije hace años que me dejarán de fachas, de comunistas y otras mandangas. Que yo me iba a dedicar a la vida, una cosa muy de críos. Que no quería participar en más circos. Menos todavía si los honorarios son caramelos y cabezones. Que le saquen la pringue a otros, que en la tómbola del mundo yo ya he tenido bastante.”


Yo aplaudía con fervor mientras la Marisol (así la llamaban en el cole) se explicaba coherente y salerosa. “Qué contaminado está el mundo, cari. Todo quisqui pensando en engordar la cuenta corriente… La Rosalía metiendo billetes en un tanga y el Évole instando a la violencia,  tira que te va..., ¿pero y la Thunberg? ¿Tan mengaja como nosotros y ya se está registrando como marca comercial para ingresar en el Capital? Que no, que no, Román, que a mí lo que me gusta es Nunca Jamás, hacer el indio, comer, nadar y saltar.


De repente me acordé del libro de Davide Cali y Benjamin Chaud, otro par de nenes que se ve que están hartos de tanta (in)madurez. Cosas que no hacen los mayores ha sido el título elegido (con mucha ironía, por si jode). Se lo ha publicado NubeOcho (¡Me chifla el nombre de la editorial!) y en él hablan de los adultos y las cosas que ¿nunca? hacen.


O al menos, eso parece, porque aunque el texto reza montones de negaciones sobre la gente entrada en años, las ilustraciones parecen hacer gala de lo contrario (disyunción texto-imagen lo llamamos los enteraos del libro-álbum). Cosas como que nunca molestan ni dicen tacos ni pelean ni gritan ni lloran, se recogen en este catálogo de situaciones que da buena cuenta de la mentira que es el universo de quienes perdieron la inocencia. Y nada más.



lunes, 27 de octubre de 2014

Benditas excusas


Llama mucho la atención cómo los poderosos manejan a su antojo el mundo sirviéndose del desconocimiento de los ciudadanos. Contar verdades a medias, manipular la información, obviar detalles importantes y un largo etcétera de astucias son el pan de cada día para que banqueros, políticos, grandes multinacionales, personalidades de la cultura, medios de información, publicistas y otros manejantes sigan viviendo a nuestra costa, sin importarles lo más mínimo como vivimos los pobres mortales.
Seguramente esperaran que abomine todos estos comportamientos, pero lo cierto es que les hago saber que los ciudadanos tienen gran parte de culpa al creerse a pies juntillas esta sarta de fútiles excusas con tal de no moverse del sillón. La ignorancia, aparte de ser el peor de los castigos, también se ha convertido en la más cómoda de las excusas. Yo no sabía… él no sabía… vosotros no sabíais… son locuciones verbales que, en vez de plantarle cara a la vida,  están diseñadas para poner en evidencia, una vez más, que poco nos interesa un mundo cuyo motor  gira en torno a los partidos del futbol, los debates televisivos y el alcahueteo más horripilante, ese circo actual (y virtual) que los que mandan se han encargado de crear para una sociedad del bienestar conformista e insulsa.


Me dirán, ¡oh, queridos lectores!, que ustedes son privilegiados por atesorar hermosas y floridas bibliotecas, que se hinchan a ver los documentales de la segunda cadena, y que actúan en consecuencia social por el mero progreso, pero les hago saber que, como las marionetas que somos (yo el primero), nos dejamos embaucar por otras necesidades prioritarias (llámense estas teléfonos elegantes, coches de alta gama o ropa de buena etiqueta), en vez de hacerle frente a las astucias de otros, y romper las reglas de un juego que ninguno de nosotros ha establecido.


¿Creen que eliminar a las modelos escuálidas de las pasarelas cercenará la anorexia? ¿Qué matricular a nuestros hijos en un colegio concertado les librará de consumir drogas? ¿Creen que votando a Podemos la deuda pública disminuirá?... Me parecen meras excusas para lavar nuestras conciencias rotas, una actitud fuera de toda ética que otros, esos que organizan la guerra, los que deciden por nosotros haciéndonos pensar que el voto es personal e intransferible (¡qué necedad mayúscula!), aprovechan para seguir gobernando el cotarro a merced de las excusas que todos exhibimos para expiar nuestras culpas.


Y para seguir con pretextos y disculpas (esos con los que seguimos engordando nuestro espíritu infantil, irresponsable y sencillo), les dejo con todas las excusas inimaginables que el protagonista de No he hecho los deberes porque…, un librito ilustrado de los geniales Davide Cali y Benjamin Chaud (una coedición de Nubeocho con Pepa Montano), se inventa para explicarle a su profesora la falta para con su deber diario.
Monos juguetones, un robot descontrolado, un extraño jarabe para la tos, plantas carnívoras y hasta un pozo de petróleo son algunas de las historias de las que echa mano el niño para justificar su falta de formalidad en lo que a quehaceres escolares se refiere. Un libro muy bien articulado en cuanto a contenido y forma (fíjense en la relación entre las guardas y la portada o en los mensajes peritextuales de la tapa trasera) que guarda una sorpresa final que redondea ese toma y daca clásico entre profesores y alumnos.
¡Y ojalá todas las excusas fueran como estas!


lunes, 21 de abril de 2014

Cantantes, multinacionales y consumo


Aprovechando este lunes de pascua (nos europeizamos cada vez más…) y habiendo echado un ojo a las tendencias musicales del momento durante los días de asueto pasados con la intención de renovar la banda sonora del automóvil, les confieso que si tuviera que elegir entre Lady Gaga, Katie Perry, Kesha, Rihanna o Miley Cyrus, sin lugar a dudas me quedo con la que otrora se hacía llamar Hannah Montana.
Lo de esta chica no tiene nombre (y no precisamente porque se haya montado sobre una bola de demolición como vino al mundo)… Por mucho que le pese a la cincuentona de Madonna (la que también merece reconocimiento como madre de todas estas “material girls”), hay que reconocer que es el mejor producto que, hoy por hoy, ha parido la industria discográfica, más todavía si tenemos en cuenta que, de sus veintiún años, lleva doce en la cresta de la ola.
Dejando a un lado las provocaciones y desventuras de esta chica, debemos considerar en el día de hoy quiénes son los que realmente tienen el mérito del éxito de estos artistas. Probablemente todo un equipo de especialistas, gente con currículum envidiable, genios del marketing y mentes pensantes, financieros, productores y representantes, son quienes urden en la sombra el milimetrado recorrido de unos productos de consumo que se erigen como los iconos del siglo XXI a golpe de redes sociales, entrevistas transgresoras y un estilismo entre violento y provocativo.
No se equivoquen, el negocio musical, como cualquier otra parcela empresarial (léanse el mundo del cine, el de la gastronomía, el televisivo o el mundo editorial, ese que tantas líneas ocupa en este lugar), está en manos de personas muy competentes bien instruidos y con un gran bagaje en sus respectivos ámbitos que, tomando decisiones arriesgadas y bien fundamentadas, manejan los hilos de sus creaciones como si de rentables polichinelas se tratasen, algo que no depende de la calidad de sus manufacturas, sino de una serie de factores causales que, modelados por el azar y la objetividad, tienen como fin el éxito y el consiguiente enriquecimiento.


Esperemos que sobre el protagonista de La canción del oso, una obra maestra de Benjamín Chaud (editorial Edelvives), recaiga la vista de algún cazatalentos que, aunque no haga de él la nueva estrella de la música pop, sepa hacer de este libro un imprescindible en cualquier biblioteca infantil.


miércoles, 5 de mayo de 2010

Menudencias de la LIJ


“Semos” los mayores y no la gente menuda, los que, en nuestro afán, por un lado, de imponer nuestro criterio, y por otro, de seguir siendo meros Peter Panes, producimos, editamos, recomendamos y vendemos todo tipo de obras dirigidas a un público ajeno a nuestra franja de edad, el infantil. 
Sí, sí… muchos me diréis que sois padres, tíos, abuelos, maestros, payasos o cuentacuentos, pero, al fin y al cabo, todos y cada uno de nosotros no somos más que entrometidos… Y hago bien en pensar en que, si las manecillas del reloj me llevasen a otros tiempos en los que era un niño, y un adulto como el que soy yo ahora me recomendase un libro, no me cabe duda de que, como mínimo, le dedicaría una pedorreta y lo dejaría con tres palmos de narices cuando, al girarme, le dedicara un sonoro “¡¿Qué se habrá creído este?!”. 


Creo que la Literatura Infantil es aquella literatura leída (o escrita) por los niños y nunca aquella escrita para los niños (fíjense en ambas preposiciones…, ¡cuan grande es la grandeza de la lengua castellana!), cosa que olvidamos a diario, yo el primero, mientras sugerimos, reseñamos y defendemos este libro o aquel otro… 
Claro está que sabemos de sobra que el gusto está reñido con la calidad y no podemos dejar entre manos de cualquiera eso que llamamos selección bibliográfica, ya que llenaríamos librerías y bibliotecas de adaptaciones Disney®, Barrio Sésamo® o las aventuras de Gerónimo Stilton. 


En cualquier caso la solución para no caer en esa literatura de masas o paraliteratura que llena nuestras estanterías como agua de mayo (¿Quién iba a decirnos lo útiles que nos sería el paraguas y el abrigo estos días?), está en el término medio: conjugar las preferencias del público infantil con nuestros criterios sobre literatura. Y siguiendo mis gustos y criterios, les envío allá donde estén una colección de libritos que vuelve locos a los niños pero también a los adultos. No podía ser otro, Pomelo a llegado a esta casa de monstruos.


Por si no lo conocen se lo presento. Pomelo es un elefante diminuto. Yo calculo que no debe medir cinco centímetros (vive debajo de un diente de león, imagínense...). Y no me refiero al largo, pues seguro su trompa es larguísima. Además es rosa, un color muy poco común entre los elefantes, y suele perderse en cualquier escenario que le parezca bien.
Archiconocido por todos los monstruos, este personaje de la escritora rumana -nacionalizada francesa- Ramona Badescu, y el ilustrador francés Benjamín Chaud, llegó a las librerías en 2002 para quedarse y vender montones de copias de sus libros en pequeño formato y tapa blanda (¡Lo que me gustan estos libritos que edita Kókinos!). Una serie que suele repetir el patrón de otras ya que en muchos volúmenes podemos encontrar varias historias (recuerden por ejemplo, a Sapo y Sepo). 


Colorista, simpático, absurdo, cercano, tierno , divertido, curioso, inocente, poético, exagerado y un sinfín de calificativos más, hacen de Pomelo una apuesta segura dentro de una literatura infantil que encandila a todas las edades y sabe adaptarse a cualquier tipo de lector independientemente de su franja de edad, origen u condición. Esa universalidad que muchos necesitamos en aras de una literatura poderosa que, desde la sencillez, nos obligue a perdernos entre bosques y malezas espesas e intrincadas.