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miércoles, 9 de mayo de 2018

En el bosque de la vida...



Si ayer me detenía en un libro con mucho swag, hoy le llega el turno a ese sentimentalismo que de vez en cuando me sobrecoge y emerge tras visitar a solas y descalzo cualquier rincón provisto de vegetación frondosa y tranquila que  ilumina mi subconsciente. Es por ello que les animo a acercarse a algún cauce y meter los pies en el agua fresca del río mientras el sol les da en la cara. Y rejuvenecerán. Más todavía si llevan un libro como el de hoy encima…


El bosque de Riccardo Bozzi, Valerio Vidali y Violeta Lópiz (editorial Milrazones) es una rara creación, de esas que sorprenden y llenan a partes iguales. Es uno de esos álbumes que destilan poesía por los cuatro costados, no sólo porque tiene cierta vis de libro de autor (también los llaman álbumes de artista), sino por la creación de un discurso narrativo bello y complejo…


En realidad el bosque, además de una propuesta estética muy cuidada en la que abundan los amplios espacios en blanco (parece como si los autores abrieran un espacio a nuestros pensamientos y emociones, ¿no creen?), no deja de ser una metáfora de nuestra propia vida, de cómo la mirada se torna hacia nosotros mismos para concienciarnos de que estamos inmersos en el juego de la naturaleza y las reglas que esta ha dispuesto para todos los que la conformamos. Desde el germen al bosque. Del bosque a las semillas… Un recorrido idóneo para hablar de un fenómeno, el de la vida, también de vaivén, también circular, y en el que también hay cabida para hallar nuevos caminos por los que transitar sin olvidar salida y meta.


A todo ello hay que añadir el juego de miradas que se establece en sus páginas plegadas, gofradas (repujado en papel para producir un estampado en relieve) y troqueladas. Texturas que acariciar, mirillas a través de las que espiar y adivinar nombres propios entre el follaje; ventanas todas ellas de un mundo que se abre en ese pasar de páginas, cosas que parecen ser unas y después se trocan en otras. En definitiva, mirar el mundo barajando anticipación y exploración (¿Acaso no tienen estas ilustraciones mucho de Henri Rousseau, de sus escenarios selváticos?) en esa jungla interior que guarda cualquier ser humano.


Y con muchas más cosas que decir pero sin pronunciarlas, les dejo penetrar en la espesura de este libro con tantos niveles discursivos como lectores, y que seguramente habrá dado más de un quebradero de cabeza a sus autores. Es lo que tienen las cosas bien hechas: que gustan.

lunes, 25 de septiembre de 2017

España, un país de colores


Eran las 10:53, una hora hermosa para premiarse con un descanso. Es lo que tiene la vida doméstica: trabajo y disgustos.
Apoyé el palo de la fregona en el quicio de la puerta y me dejé caer sobre el sillón. El sol de septiembre se abría camino entre los visillos. Sobre la mesa, montones de libros, sobre los libros, toneladas de polvo, y sobre el polvo, las huellas de mis dedos. Me incorporé e intenté poner algo de orden apilando uno sobre otro. ¿Aquello se llamaba “descansar”...? La pajarera de oro..., Espera..., El soldadito de plomo... Coroné aquel rascacielos de papel con Barrios de colores de Ana González Menéndez y Kike Ibáñez (Milrazones), el flamante ganador del último Premio Lazarillo. Lo cogí, dibuje su contorno con mi mano y me dispuse a leerlo.



Pasaba las páginas. Buscaba con la yema de mis dedos cada una de las formas que dibujaban los colores sobre la cuadrícula. Era la historia de un barrio, como el tuyo y como el mío. De un barrio dónde la gente convive, dónde las flores crecen en las ventanas y los niños juegan a la pelota. De un barrio, de una ciudad como la tuya y la mía, en la que pueden pasar muchas cosas. En la que, de repente, se va perdiendo la alegría, todo se vuelve gris y los vecinos empiezan a mirarse de soslayo. Todo por el empeño de unos hombres cenicientos que ensombrecen el ánimo, empercuden la realidad y roban uno a uno los gestos amables. Menos mal que, como en todos los barrios, como en todas las ciudades, como en todos los países, nadie es capaz de detener la primavera, esa que hace crecer las semillas que inundarán de verdes, rojos, amarillos y añiles, avenidas y ensanches, plazas y campanarios.


Cerré el libro y con una media sonrisa llegué a la conclusión de que unas veces son los libros quienes nos acercan al mundo y otras, es la propia vida la que nos lleva hasta ellos. Aquella era la historia de un barrio como el tuyo y como el mío, de una ciudad como la tuya y la mía, de un país como el tuyo y el mío. De un “País de colores”.


Y de fondo, en la emisora de turno, le cantaba Pablo Alborán a toda España una de amor y desamor... “No vaya a ser que te quiera y te vuelvas a ir, no vaya a ser que me enamore aún más de ti. No vaya a ser que me equivoque y te vuelva a perder, no vaya a ser que me caiga otra vez...”


martes, 9 de mayo de 2017

De fronteras y sentimientos


Dejamos atrás unos días en los que gabachos y sus elecciones presidenciales han copado la actualidad. Por fin estas semanas un tanto revueltas han terminado con el triunfo de un joven (parece ser que con cierto pedigrí..., que la política no es pa' pobres.) que gobernará el espíritu europeo (el sentimiento del Viejo Continente sin Francia es como la telenovela de la Nova sin una tía mala, tu sabes mi amol) mientras la Merkel mangonea nuestro parné sin concesiones. Así que nada, sin novedad en el frente y mi gozo en un pozo. Habrá que confiar en otros para liarla...


Aunque me declaro pro-europeo (confieso haber disfrutado de un par de proyectos Comenius en mis carnes prietas) esto de la unión tiene su guasa... Si bien es cierto que durante todos estos años se ha invertido en iniciativas que cultivaban ese sentimiento continental en nuestros corazones, también hay que apuntar a una lucha de intereses económicos entre los países vecinos. Mientras unos nos sentimos explotados y engañados, otros se erigen en estados mesiánicos. Y claro, como buenos vecinos, nos enzarzamos.
Es así como los hijos del nuevo milenio se han ido desmarcando (N.B.: He aquí el claro ejemplo de la reiteración de los hechos históricos. Para mas información vean de Haneke, La cinta blanca) y lucen chapas en las solapas que en vez de rezar gritan “La alemana para su casa”...
¡No pongan esa cara, “queridos” gobernantes! ¿De qué se extrañan? Esto es cosa suya (políticas migratorias, deslocalización, intervencionismo de estado...). No miren para otro lado. Son ustedes los responsables, aunque, a pesar de sus quejas, también les convenga. Tejen y destejen, cual Penélope, sus planes... Sabían que nuestro continente fallaría. Que no éramos Estados Unidos, que esa bandera tachada de estrellas poco decía, y sobre todo, que ni la Coca-Cola ni la General Motors nos unían.


Antes yo era europeo y español ciudadano, ahora ya no sé qué pinto ni en Berlín ni en Londres ni aquí ni en ningún lado. Empiezo a sentirme un extraño, un pelín expatriado... Menos mal que debajo de mi ventana siguen sonando las guitarras de los gitanos y en la pantalla se apaga el sobrado de Risto Mejide mientras presenta programas de tres al cuarto. Menos mal que España sigue destilando arte y mal gusto a partes iguales. ¿Europeos? ¿Cuándo?
Cierro El rey del cielo, uno de los últimos álbumes firmados por Nicola Davies e ilustrado por Laura Carlin (editorial Milrazones). Me asomo al balcón. Se apaga la tarde. Y pienso que sobre el fondo azul de esa bandera sería mejor bordar palomas en vez de estrellas. Para sentirnos como en casa, a pesar de los hombres y sus fronteras.


lunes, 6 de febrero de 2017

Dormir... (si te dejan)



Aunque con el espíritu de capa caída, los españoles seguimos dándole a la zambomba todos los fines de semana. Ya saben... Como diría la canción (A trompicones, ¡Ea! esta página va de LIJ...) “Salir, beber, el rollo de siempre... hablar con la gente, llegar a la cama y...” ¡Joder! ¡Qué resaca! ¡A los quince no me duraban tanto! Y lo peor de todo (o mejor, según se mire) es que nos da igual. Ahí seguimos, escuchando pachanga infernal y alternando con todo tipo de seres nocturnos. Cincuentones, treintañeros e imberbes nos colgamos lo mejor del ropero y nos lanzamos a las calles. Así pasa, que leer, leen unos pocos.


Restaurantes, taperías, coctelerías, la casa de un buen amigo o los parques, son los sitios ideales para empezar la jarana (¿Por qué no pondrán copas en bibliotecas y librerías?). Ahí es donde, a costa de chascarrillos, uno se anima. Se descorchan un par de botellas de vino (otros prefieren las litronas de cerveza), se aviva el fuego (interno, que tampoco hace tanto frío), nos envalentonamos, un poco de música... ¡y la fiesta está servida!


Otros, en vez de alcanzar el éxtasis, poco a poco se van desinflando. Empiezan los bostezos, las ganas de dejarse caer sobre el somier y acabar hundido entre los pliegues del edredón. Algo que también, perdonen la intromisión, también es necesario.... Es cierto que la noche, tiene algo mágico. Que la oscuridad ayuda al misterio, al espejismo, a lo bizarro y lo extraño (¿Tendrá esto un germen infantil?), pero les confieso que el fin de semana que ya ha pasado, estaba como un despojo humano, cansado y bien liado. Perdoné el beso por el coscorrón y me dediqué a dormir.


Tomen buena nota de lo que Chris Haughton viene a decirnos con su Buenas noches a todos (editorial Milrazones). Que cuando sale la luna y el sol se esconde, no hay mejor manera de decirle adiós al día con un buen pestañazo. Si te dejan ¡claro! Porque aquí viene la otra cara de la moneda, el quiero y no me dejan. Una realidad que voy a ejemplificar con ¡Vale, buenas noches!, un álbum escrito por Jory John e ilustrado por Benji Davies (editorial Andana)


Y es que, cuando en el silencio de la noche te sobresaltan los llantos infantiles, el martilleo de los tacones (¡Malditos suelos de madera!) o las riñas entre conyuges borrachos, una de dos: o te resignas e intentas volver a conciliar el sueño, o sacas la escopeta de lo alto del armario y te lías a tiros... ¡Ejem! ¡Bueno...! ¡No me miren así! Tienen razón, quizá lo mejor sea emperifollarse e irse de bares, que al fin y al cabo, es lo que toca.



martes, 13 de diciembre de 2016

Lo que viene, conviene


Causa y efecto son un matrimonio indisoluble y la mayor parte de las veces, no son nada el uno sin el otro. Dudo que el vuelo de una mariposa en oriente pueda ocasionar una tormenta en occidente, pero las tengo todas conmigo si afirmo que quien no se arriesga nunca gana, que la despreocupación del hoy puede germinar en los problemas del mañana, o que el que no llora, no mama. Está claro que todos los efectos son tan categóricos..., fíjense en aquellos que aprueban sin estudiar (siempre he admirado a esas mentes privilegiadas) o en la cantidad de pobres y desgraciados que pagan por sus crímenes en este país, mientras los ricos y poderosos quedan eximidos de visitar las cárceles.


Se ve que los jueces no son los únicos que no pillan eso de la relación causal (Pobres ¿ignorantes?...), ¡que se lo digan a mis alumnos! Ya sé que los de ciencias tenemos mucho peligro con esto de buscar relaciones entre los elementos mundanos, pero aunque a veces la caguemos con el diseño experimental, explicamos las realidades desde la objetividad. Algo que se figura una difícil tarea cuando intentamos hurgar en la lógica deductiva (¡Qué palabros!) de esos cerebros adormecidos a base de hormonas sexuales. Seguramente, esas intenciones tan ¿in?sanas nuestras que llevan al plano racional conjeturas de todo tipo, reboten en sus prioridades casi siempre, pero no me resigno a buscar puntos comunes que nos interesen a ambas partes... 



Ahora que caigo..., uno de esos lugares compartidos podría ser El mismo, un álbum ilustrado creado por Isabel González (texto) y Efealcuadrado (ilustraciones), que ha tomado forma gracias a la editorial Milrazones. Este libro reúne en sus páginas un puñado de ejemplos sobre la disparidad de consecuencias (positivas y negativas, según se miren) que pueden acarrear ciertas casualidades como el sol abrasador, el viento juguetón, un balón sin control o la oscuridad de la noche. Con unas ilustraciones de trazo enérgico, desdibujadas e impresionistas, y una estructura simétrica, de ida y vuelta, a modo de boomerang (Ja, ja, ja... ¡Qué comparaciones me marco!), es una excusa inmejorable para darle forma a causas y efectos que parten de esa idea tan positivista que reza “Lo que viene, conviene”.


martes, 25 de octubre de 2016

Y de repente, encontrarse a uno mismo


21:17 horas. Un largo día. Atravieso el umbral. Cojo las escaleras. Espera. Hay que mirar el buzón. Ahí está. Otro paquete más. Lo coloco bajo el brazo y subo las escaleras. ¿Por qué nunca utilizo el ascensor? A cada giro de la llave un respiro de alivio. Dejo todos los bártulos y me pongo cómodo. Afuera sigue lloviendo. Huele a otoño. Fresco y húmedo. El cubito de hielo tintinea cuando cae en el vaso. Derramo un generoso trago de vermú y unas aceitunas. Me encanta el primer mordisco, cuando el alcohol y las yerbas las empapan, y el sabor a vinagre pasa a ser dulce y chispeante. Enciendo la lámpara de pie y dejo caer mi peso sobre el sofá. Milrazones. ¿Por qué le habrá dado al bueno de Jesús esta vez? Encontramos un sombrero. Jon Klassen. El tercer libro que cierra su trilogía dedicada a esos objetos que coronan el perchero. Dos tortugas. Un sombrero que equilibra la balanza. Color de fondo degradado. Sobriedad. Me invita a entrar con un halo de misterio. ¿Primera parte? ¿De qué va esto? Un desierto en el que se respira calma y sofoco, y dos tortugas que se encuentran un sombrero en mitad de la nada. Juegan con él, se lo prueban alternativamente. Pero sólo hay uno. Imposible compartir un sombrero entre dos cabezas. Deciden dejarlo donde está. 


Segunda parte. Yo los hubiese llamado “actos”: no son tortugas, son grandes intérpretes. Algo va mal... Me río a carcajada limpia. Sopeso la forma de leérselo a mis alumnos de Bachillerato. Algo va a peor. Tercera parte. Las estrellas brillan en el firmamento. Cierro el libro. Sonrío. La dicha, el triunfo o la pena me llenan. Es una extraña sensación. No es el libro. Soy yo. Pienso en lo extrañas que somos las personas, en porqué me gustan tanto los seres humanos, en la dicotomía de nuestra naturaleza, en el ruido que no nos deja creer en los demás, que no nos deja ser nosotros mismos. Me pregunto sobre la causa y el efecto. Sobre lo instintivo y lo social. Es un cosquilleo raro. Pero me gusta. Quiere decir que estoy en el mundo. Hoy es un gran día gracias a un gran libro, a uno de los mejores libros de este año. Cojo un sombrero y me miro al espejo. Me gustaría soñar con él puesto. Tener alguien a mi lado con quien compartirlo.


lunes, 21 de diciembre de 2015

Lujuria electoral



La “fiesta de la democracia” (¿Quién se habrá inventado esto? Sólo se lo ha pasado pipa poco más de la mitad del censo... ¡La única lección la han dado los abstencionistas!), esa que nos ha costado unos cuantos millones de euros, por fin ha terminado (¡Qué descanso!), y aquí seguimos, con un lío monumental... ¡y tan contentos! Sólo echo de menos a Manolo Escobar (que en paz descanse) cantando el ¡Que viva España! 


A tenor de esta realidad, muchos hubieran preferido no votar (aunque no se atrevan a admitirlo), porque se dice, se comenta, que en breve tendremos otras elecciones y nos volverán a sacar los cuartos (Ea, para eso estamos...). Yo por mi parte doy buena cuenta de que este país, pese a los universitarios mesiánicos, sigue en crisis económica, educativa, cultural, sanitaria y tecnológica (añadan la literaria también, que este es un blog de libros). En resumen, que este terruño continua siendo un choto bananero. Si al menos la gente metiera la papeleta en la urna con sentido común y no por mera lujuria electoral, víscera, costumbre, ósmosis, o tendencia televisiva, nos podríamos parecer un poco a la vieja Europa, esa que nos mira boquiabierta y frotándose las manos.


Me hallo estupefacto. Todavía más cuando veo el crepitar de la bolsa, la prima de riesgo inflándose, y a una panda de necios hambrientos escribiendo gilipolleces en las redes sociales (esperemos que sólo sea por afición terapéutica...). A ver si entre todos se cargan de una vez la Constitución, se reparten el país y volvemos al feudalismo y la sopa boba (¡Que así se vive muy bien! Se lo digo yo, que he vivido allí los cuatro últimos años). Me pirro por oír el “He sido yo” y “La culpa fue del chachacha” (¿Qué le voy a hacer? Soy un nostálgico).


Más por idolatría que por formación, nos abanderamos defensores de un sistema político que tiene poca cabida en esta idiosincrasia tan mezquina y para el que no estamos preparados (Si al menos fuéramos Noruega y sus petroleras...). Pero vamos, no se asusten. Al césar, lo que le corresponde: los separatistas con los dientes largos (Divide et impera... ¡Arriba los califatos!), eléctricas y bancos siguen haciendo su agosto, y yo, agradecido por no tener hijos de los que preocuparme.


Y mientras me percato de que esta nueva configuración política no nos hará prescindir de nuestras miserias, y constato que ellos, las pirañas del poder, seguirán hinchándose a cordero (los manchegos lo tenemos como un manjar, pero cada cuál que elija en base a la gastronomía regional), me voy a zampar un tentempié por si acaso mañana no tengo a qué hincarle el diente. Señores: el pueblo ha hablado.



P.S.: ¡Ups! Con tanta tontería se me olvidaba (N.B.: ¡Cuánta razón lleva cierta editora diciendo que este no es un blog de LIJ y que yo no sé escribir!) recomendarles dos buenos títulos de corte político -los había reservado para esta bacanal- en los que el poder y sus tretas tienen mucho que decir. 
El primero es El rey que no quería ser rey de Miguel Ángel Pérez Arteaga (editorial Milrazones-Milratones), un libro que me ha encantado por el formato, la sencillez y la inteligencia que desprende. Miguel Ángel Pérez Arteaga da vida a unos personajes mediante el reciclaje de cajas y la fotografía y de paso nos presenta una fábula para todos los públicos que da mucho que pensar sobre la felicidad y el poder.
El segundo, El pequeño Cuchi-Cuchi, de Mario Ramos y publicado por la editorial Océano-Travesía, nos habla de los líderes políticos y sus pobres y predecibles discursos mediáticos. Mucha palabrería y promesas incumplidas que al final se traducen en guillotinar las alas de quienes te ponen en un serio compromiso. Menos mal que siempre hay un pequeño resquicio para los pequeños libertinos como Cuchi-cuchi. 
Disfrútenlos en lo que, esperemos, sea el preludio de una leve tempestad.


lunes, 23 de noviembre de 2015

De hijos que superan las trabas


Esto de la docencia, como cualquier otra profesión en la que tratas con mucha gente al cabo del día, véanse camareros, médicos, recepcionistas o peluqueros, capacita a uno para dar un perfil sociológico y psicológico del pueblo llano. En el caso de los maestros, al ser expertos en chiquillos, desarrollamos la virtud (o el vicio) de saber como son los padres a tenor de sus hijos. Ríanse pero yo a veces tiemblo cuando los alumnos me hacen saber que sus padres me van a visitar, sobre todo si el adolescente en cuestión tiene algún problemilla de salud y me toca hacerles una cura de tremendismo. Al día siguiente llegan los progenitores, los saludo cortésmente, y me explican su problema ente una mezcla de conmiseración, una pizca de pena, dramatismo y lógica preocupación (los menos acuden a la falsa tranquilidad; incomprensible sujetar tanto las emociones...). Después del desahogo me toca a mí. Les digo que lo comprendo todo, que acudan a la calma y que tengo en cuenta el problema de su vástago, no obstante les animo a que abran el puño y dejen que su hijo/a aprenda a convivir con sus problemas, que coja la ayuda prestada pero que no abuse de ella, que tropiece, que se levante y que se esfuerce, en dos palabras, que viva. Pese a la cara de satisfacción, nos despedimos cordial y amistosamente, y se van con su desazón a casa porque, claro está, un hijo es un hijo.


Lo mejor de todo viene cuando el alumno en cuestión se deja sus prejuicios a un lado, saca el guerrero que todos llevamos dentro, se pone al quite y aprueba todo con unas notas más que aceptables dándonos una lección de superación personal a todos los que formamos parte del día a día y todo queda en agua de borrajas.


Esa es la historia que Nono Granero (me encanta la simbiosis entre humor y realismo que alcanza este hombre) y la editorial Milrazones en su sello infantil, Milratones, nos traen este otoño (¡por fin han llegado las castañas!) con Bolobo. Bolobo es un primate sin brazos con unos padres histéricos, temerosos, superprotectores, resignados y plastas (¡Esos padres también me chiflan! ¿Es que has trabajado conmigo, Nono?), que se dedican a contar lo “dura” y “difícil” que es la vida de su hijo hasta que Bolobo y el tiempo, traen otra perspectiva a sus cabezas... Resumiendo, que cuando alguno de estos familiares acuda a verme, voy a hacer hueco entre la montonera de libros y papeles de mi mesa, acercaré una silla mullida, le pondré este libro ante sus ojos y le diré: lea.


lunes, 1 de junio de 2015

De ferias del libro y postureo cultural


Tras consumir algunas horas de lunes y constatar que voy necesitando unas buenas vacaciones, me sumerjo en las redes sociales y constato que El Retiro ha sido el mejor lugar para perderse este fin de semana. Aunque han llegado libreros, editores, autores e ilustradores desde todos los puntos de España, ¿habrá hueco para los lectores? ¿Los auténticos lectores?...
Está claro que aquí, lo que interesa, es vender, y para vender, además de tener un producto medianamente decente, hay que darlo a conocer, darle visibilidad, exhibirlo, es decir, dejarse querer. Para eso están las pasarelas del cartoné (como la Feria del Libro de Madrid) que ejercen de vivo escaparate en el que lucir cultura y dignidad es el absoluto mandamiento. Por ello los estamentos literarios acuden en masa a tales encuentros, esbozan la mejor de sus sonrisas, se echan fotos con este y con el otro, y regalan muchos autógrafos… Hasta ahí, todo se mantiene dentro de la lógica comercial (que se ve que últimamente es lo que menos importa).


Lo que resulta más fuera de órbita es toda esa caterva de enteraos, meapilas y culturetas que intentan salir de su miseria a base de pasearse entre escritores y otros seres editoriales (¡No se piensen ustedes que los hambrientos son patrimonio exclusivo de políticos y millonarios!). Si no me creen, dense un paseo por las redes sociales y corroboren por ustedes mismos las ganas que hay de decirle al mundo lo cultos y leídos que somos, lo bien que invertimos nuestros dineros en papel impreso, y lo íntegros que somos al enseñarle a nuestros hijos lo que de verdad importa: pan y tinta, aunque sea con sangre (que es lo que más gusta, aunque no sea frita).


Parafernalias aparte (muchos apuntan a la Semana Santa sevillana o el camino rociero, pero pocos señalan el “postureo” que acarrean los eventos culturales… la misma mierda con saetas o sin ellas) cabe preguntarse: ¿Por qué al ser humano le gusta encriptar sus intenciones, envolverlas de un celofán brillante y tirar “p’adelante”, aunque sea con un libro bajo el brazo?
Sigan mis consejos y este verano, en vez de loción solar, embadúrnense de pringue cultural, una que enaltece el alma, nos traslada a un plano quasi-celestial y nos facilita el voto (¿Soy el único que está hasta los cojones de que algunos alardeen de votantes de primera por haber leído cuatro libros?… Qué lata eso de leer a Murakami y mear colonia…). Eso sí, antes de decir cuántos libros se han leído ante una panda de ignorantes (¡Qué costumbre tan mala esa de medirse las fuerzas en desigualdad de condiciones!), aprendan a distinguir entre ensayo y novela, entre un cuento y un relato, entre la rima y la narrativa, algo a lo que puede ayudarles La vaca Victoria, un personaje muy literario creado por Nono Granero (editorial Milrazones/Milratones) con el que bien vale mantener una conversación antes de acercarse por el paseo de coches del citado parque y estrenar moreno intelectual.


martes, 20 de enero de 2015

De egoísmo, ideas y superviviencia


Que el egoísmo es innecesario, es una auténtica falacia, no sólo por el buenismo que nos ampara en una sociedad del bienestar como esta, sino por las leyes “non scripta” que la madre naturaleza nos recita asomándose a nuestra cuna.
Fuertemente criticado, el egoísmo, ese que deriva del individualismo (cositas vanas del lenguaje), habita en todos nosotros –y no precisamente como el espíritu santo…- para, de una forma u otra, modelar nuestro comportamiento para con los demás y nosotros mismos.
Aquí todo el mundo es egoísta. Los  primeros, los padres (sobre todo cuando sus grilletes sobre la prole se hacen demasiado patentes o cuando prefieren hacerse los suecos ante los requerimientos filiales), después van los hijos (sobre todo cuando exigen más cariño del que ellos ofrecen), les siguen los hermanos/as (sobre todo cuando la cuota de envidia supera al respeto co-sanguíneo), detrás quedan las parejas (sobre todo cuando te consultan todas las gilipolleces y toman las decisiones importantes a la ligera y unilateralmente). También tenemos amigos (sobre todo cuando pasas de patente a inexistente si en sus vidas se cruzan hombres, mujeres y viceversa… ¡Ah! También los niños, que no se me olviden), a los compañeros de trabajo (sobre todo cuando se trata de horas libres, guardias y festivos) y a todos los demás (esos siempre son egoístas porque no necesitan bailarte el agua).



¡Pero no olvidemos que este post es una oda en pro del egoísmo! ¡Ese que nos provee de la realidad! ¡El que nos aporta soledad! ¡Individualismo! He ahí el verdadero valor de convertirse en un egoísta nato: la calma propia, la tranquilidad personal y el tiempo intransferible. Todo ello permite que, de repente, las ideas emerjan de entre la sustancia gris y fluyan por todo nuestro organismo para decidir sobre el existir y el vivir. Quizá algunos prefieran desaparecer de un mundo difícil y extraño que, muchas veces se olvida de nuestra existencia, pero otros, los supervivientes como el de Soy Pepín Pinzón (un personaje maravilloso ideado por Alexis Deacon, ilustrado por Viviane Schwarz y editado en castellano por Milratones/Milrazones) y un servidor, preferimos elucubrar debidamente, no cejar en el empeño, y salvarnos de las fauces de cualquier bestia que quiera engullirnos sin razón.


lunes, 12 de enero de 2015

El cuento del bloguero de álbumes ilustrados


En esto de los libros infantiles -como en cualquier otro ámbito-, hay mucho que contar. Aunque podría pasarme las horas hablando de las batallitas, los momentos álgidos, los jocosos y de amplia sonrisa, y los también cabreos monumentales de otros monstruos, me dedicaré a mis propias experiencias (que no son pocas) como administrador de un blog sobre álbumes ilustrados.
Remontándome a los orígenes, esos en los que el repartidor de la empresa de paquetería sacaba de sus casillas a mi señora madre cachondeándose a grito pelado de “¡¿Es ahí donde viven los monstruos?!” (se ve que al cabroncete le hacía gracia el nombre del destinatario… No se había visto en otra desde Benito Camelas…), ahora son otras las tontunas que me afectan…
Si hay algo que se agolpa con insistencia en mi buzón de correo postal, son ejemplares de libros que no he pedido. Aunque la mayoría de las veces te encuentras con alguna grata sorpresa (hay libros que tienen una pésima distribución y que si no es a través de la propia editorial, llegan a cualquier punto de la galaxia menos al estante adecuado), lo normal es recibir decenas de ejemplares que, personalmente, me interesan bien poco… ¡Y eso que aviso! (no me crean tan exigente ni soberbio).


Si algo me enerva hasta cotas insospechadas es que algunos editores, habiéndoles pedido expresamente ciertos títulos de su catálogo, se tomen la licencia de no remitírmelas y enviarme en su lugar otras obras menores para ver si cuelan en algún otro post y relanzan así las ventas de un producto que no les ha salido todo lo rentable que se les figuraba. “Si le pido el de Benjamin Chaud, ¿por qué cojones me manda esto?... Un poquito de por favor… Si no exijo un duro por la promoción, ¿qué menos que un detallico? Prefiero que no me envíen nada y den buena cuenta de sus cuotas de usura, a que quieran aprovecharse de mi pasión por el cartoné, ¡odo!”
También hay otras editoriales que han externalizado el envío de este tipo de ejemplares… Poco recibo ya de las grandes firmas españolas cuando hace un par de años tenían un trato más que adecuado conmigo. Intercambiábamos mensajes breves y concisos, les pedía esto o aquello y me lo remitían sin problemas. Todo era más ágil y no tenía que rellenar por triplicado cuestionarios que creo no van a parar a ningún sitio (prueba de ello es que no recibo ni boletines publicitarios). Una pena…
Pero sin duda, lo que más me gusta son aquellas casas que se han sentido ofendidas por mis valoraciones (¡qué poco humor hay en el mundo!), me han colocado en una lista negra y se hacen los sordos cuando les pido alguna cosilla susceptible de ser leída por los monstruos. No creo que sea para tanto el asunto… Pero bueno, ellos verán. Yo sigo con mi tarea, que me encanta.


Y aunque todo esto siga aconteciendo, otras diabluras más sucedan, y seguramente otros han tenido experiencias muy diferentes a las mías (se nota que son políticamente correctos), cada uno escribe su propia novela, la historia según le va. Una idea que recoge Un cuento, un álbum ilustrado de excelente factura, un divertimento narrativo e imaginativo del vanguardista ruso Daniil Jarms ilustrado por Rocío Araya, que Milratones/Milrazones, una editorial que me trata con suma cordialidad, consideración y respeto, me ha remitido recientemente y por la que les estoy muy agradecido desde este lugar monstruoso.

martes, 1 de abril de 2014

Nadie tiene un buen plan


Aquí, hasta los más tontos tienen un plan (no sé para qué, la verdad, pero el caso es tenerlo…), una paradoja de lo más absurda teniendo en cuenta que con planes o sin ellos vamos al mismo sitio, es decir, a ninguno (que se lo digan a los protagonistas del ¡Shhh! Tenemos un plan del genial Chris Haughton -editorial Milrazones, colección Milratones-…).


No sé qué mente preclara tuvo la brillante idea de diseminar planes a diestro y siniestro, una excusa la mar de socorrida en estos días de mentiras cochinas y verborrea política. Hay planes para erradicar la pobreza, un plan nacional de drogas (ese que tararea: “… a mí me gustan las pastillas, verdes, rojas y amarillas…”) que complementado con otro nacional de turismo han conseguido erigirnos como el país a la cabeza en consumo de cocaína (he aquí un clarísimo ejemplo de superación) y un plan para fomentar la compraventa de vehículos (¿hasta cuándo soportarán mis impuestos los caprichos automovilísticos de la clase media española?). También los hemos tenido polémicos, como aquel plan hidrológico que tanto alentó las riñas entre las cuencas del Ebro, Tajo y Segura, y también ese plan que nos “prepara” para la más absoluta de las miserias. Pero sin pensarlo dos veces, el plan más rentable y efectivo de los acaecidos hasta la fecha es el Plan de Lectura, una entelequia que ha dado de comer a muchos narradores hambrientos, ha llenado los bolsillos de editoriales y libreros, ha abarrotado las bibliotecas escolares de títulos fungibles, ha acallado a los miles de progres que no sabrán jamás quienes son Randolph Caldecott o Kate Greenaway, y ha fomentado más todavía el odio de los jóvenes hacía el máximo exponente de la tortura intelectual, el libro. En una palabra: redondo. Una mierda mayúscula, vamos…
Ya podría haber repartido el Ministerio de turno unos cuantos billetes entre los personajes que, como el aquí firmante, nos dedicamos al fomento de la lectura, algo que, a base de llamar la atención del ciudadano con todo tipo de improperios y casquería, estamos consiguiendo desde el ciberespacio cuasi-altruista… Y ahora seguro que alguna bibliotecaria con gafas de pasta, cierta maestra ataviada de Desigual® y ese padre preocupado por el reciclaje, me increpan con el típico “¿Y tú qué hubieras hecho, listo?”… A lo que, con una sonrisa que enfermaría a las arpías y alguna que otra rata, contestaría: “Ignorante, lo más barato y efectivo hubiera sido enseñarte a leer, a sentarte en un parque acompañado/a por un libro, a viajar desde el sillón de tu casa, a que cundiese el ejemplo entre los jóvenes…, y en caso de recibir tu negativa, encerrarte en un reformatorio para padres culturetas y otros seres aspirantones dejándote al cuidado de un verdugo, un látigo de siete colas y algún filólogo, para hacerte aprender de memoria y en tan sólo una semana el Ulises de Joyce, Bomarzo de Mujica Laínez y alguna cagada de Proust, todo ello aderezado de unos calambrazos cada vez que tocases el i-Phone ¡Y no ibas a pasar frío, so’ tonto/a!”