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lunes, 6 de enero de 2025

Regalos de ¿reyes?


Mientras todo quisqui abre sus regalos al calor del roscón, yo me levanto como cualquier otra mañana, levanto la persiana y dejo que el sol ilumine mi cara. No hay nadie en el parque. Qué raro… Hace no tanto, el Día de Reyes, las plazas y jardines se llenaban de críos dándole patadas a balones relucientes, montando bicis nuevas o jugando con cualquier otro artilugio. Y tampoco llueve ni hace demasiado frío… ¿Me habré equivocado de hoja del calendario?


Como ya he apuntado en otras ocasiones, el nuevo modus vivendi está modificando nuestro día a día a pasos agigantados, más todavía en una infancia ñoña y desinfantilizada (¡Menuda paradoja!) en la que la superabundancia resta importancia a lo que se supone deberían ser enormes sorpresas llenas de ilusión.
Muchos hijos, nietos y sobrinos únicos en los que volcar nuestras cuentas corrientes llenan sus habitaciones de todo tipo de objetos mientras les hacemos prescindir de tiempo de calidad. Es curiosa la forma que tenemos de redimir nuestros pecados en este siglo de nula religiosidad.
Al final, cualquier chiquillo tiene llena la habitación de coches teledirigidos, muñecas autómatas, drones, patinetes eléctricos, videoconsolas y tablets. Una vacía felicidad que solo entiende de frustraciones paternas (las infantiles y las adultas), caprichos sin sentido e inercias sociales que abocan al sinsentido del agasajo. Quizá sea lo lógico en un país como este donde la pobreza intelectual campa a sus anchas y las nuevas clases medias se aferran a las tradiciones para justificar sus actos... El mundo al revés...


Conmigo que no cuenten. En mi casa no se solía celebrar la Epifanía. Nunca he recibido montones de obsequios siendo un niño. Tampoco me han hecho falta. He aprendido a conformarme con lo que tenía, incluso lo agradezco sobremanera, pues he aprendido a prescindir de lo material, sobre todo de lo innecesario.
Incluso, esas limitaciones, a mis taytantos, son un acicate para las casualidades y transforman lo cotidiano en una verdadera sorpresa. Véase como ejemplo el libro de hoy, uno que me he encontrado en la feria del libro antiguo y ocasión, el único regalo que he recibido aunque me lo haya hecho yo mismo.


El viaje de Lisa, un álbum de Paul Maar y mi admiradísimo Kestutis Kasparavicius, publicado por Fondo de Cultura Económica, es una oda a la imaginación (como muchos otros libros de este tándem de autores) desde que su protagonista se mete en la cama hasta que se despierta a la mañana siguiente. Es así como visita la Tierra de los Círculos, el País de las Mil Esquinas o el País del Color Rojo. Todos ellos son lugares la mar de curiosos en los que desgraciadamente no es bienvenida, por lo que siempre encuentra la forma de escaparse.


Si bien es cierto que la estética es similar a otros álbumes del lituano como El país de Jauja o Huevos de Pascua, en esta historia, los autores hacen un guiño a la línea argumental de Alicia en el país de las maravillas, una niña que se va topando con lugares y sociedades muy particulares y un tanto ininteligibles donde no tiene cabida.


Del mismo modo, Maar y Kasparavicius unen su pluma y pinceles para generar escenas surrealistas donde las formas, los colores y la perspectiva, elementos muy comunes en ciertas etapas del aprendizaje infantil, generan situaciones caóticas en las que el espectador se sumerge y disfruta de los conceptos. Del mismo modo, juegan con esa dicotomía realidad-imaginación que tanto me gusta a base de los detalles un tanto ambiguos que aparecen en la habitación de Lisa (fíjense en los cuadros, el gesto de la muñeca, la posición de sus pantuflas). ¿Todo esto habrá sucedido de verdad?

lunes, 1 de abril de 2024

¿Qué es la Pascua?


La Pascua se ha convertido en otra excusa más para el consumismo, sobre todo infantil, y teniendo en cuenta que en esta sociedad, la ignorancia prima sobre el postureo, aprovecho el primer Lunes de Pascua para hablar un poquito de esta festividad.
Aunque la palabra “pascua” se utiliza en algunos países del mundo, como España o Italia, para referirse a otras festividades cristianas como la Navidad, la verdadera Pascua o Pascua florida, tiene que ver con el periodo que conmemora la resurrección de Cristo y comprende los cincuenta días entre en Domingo de Resurrección y Pentecostés. De esta forma, se da por finalizada la Cuaresma.
Como la Cuaresma se celebra en diferentes fechas dependiendo del calendario lunar y las distintas confesiones cristianas, los católicos la suelen empezar un día diferente que los ortodoxos (utilizan para el cálculo el calendario juliano). Por ejemplo, este año, la Pascua Católica comenzó ayer, 30 de marzo, y la Pascua Ortodoxa, comenzará este viernes (5 de abril). En los países cristianos católicos como el nuestro, también coincide con el fin de la Semana Santa, una celebración de la que no participan los cristianos protestantes.


Teniendo en cuenta que la Cuaresma es un periodo de ayuno, la Pascua se presta a las comidas generosas entre las que destacan la carne de cordero (de ahí viene el nombre de cordero pascual), diferentes dulces (la mona de pascua o el tsoureki griego, por ejemplo) y bebidas alcohólicas como el vino.
Si bien es cierto que es una de las fiestas principales del cristianismo, no debemos olvidar que está íntimamente relacionada con el Pésaj o la Pascua Judía (véase el parecido etimológico). De hecho, los primeros cristianos la celebraban a la par que estos, hasta que a partir del año 325 d. C. se fueran estableciendo normas para separar ambas festividades.


Tampoco debemos olvidar que la Pascua cristiana depende del calendario lunar y el equinoccio de primavera, fecha astronómica que establece el inicio de la fertilidad en la naturaleza y que se relaciona con ritos paganos de las antiguas civilizaciones griegas y romanas. ¿Y qué mejor que un huevo para simbolizar la fertilidad? Pues sí, de ahí vienen esos huevos pintados y decorados, naturales, de azúcar o chocolate que llenan los supermercados de occidente y el libro de hoy. 


Y es que no conozco mejor libro que Huevos de Pascua para celebrar el día de hoy. Este álbum de Kestutis Kasparavicius, con texto de Fernando Segovia y que publicó Fondo de Cultura Económica hace un porrón de años, se forjó gracias a un buen puñado de ilustraciones que el artista lituano había realizado sobre una de sus temáticas favoritas, los huevos de pascua. Con ellas en la mano, el escritor mexicano fue dándole forma al surrealismo de las imágenes de este Brueghel moderno.


Conejos, liebres y huevos personificados se aglutinan en una obra de gran plasticidad donde el lector/espectador puede perderse en los mil y un detalles inverosímiles que, martilleando su imaginación, configuren un nuevo contexto para El país de Jauja que nos sirvieron en una entrega anterior de ese mundo tan onírico.
Lo dicho. Disfruten de este día sean creyentes o no (visto lo visto, hasta los musulmanes terminarán celebrándolo…). Y si son huevos de chocolate, mejor que mejor.

martes, 13 de junio de 2023

Universos paralelos


Últimamente me persiguen los mundos paralelos. Por h o por b, siempre doy con películas, series o libros que hablan de estos fenómenos supuestamente posibles. Y no es de extrañar teniendo en cuenta que, desde que Einstein y otros científicos se pusieron manos a la obra con la física cuántica, es más frecuente encontrar estos contextos en las producciones de ficción.
Según algunas teorías, el universo que habitamos pertenece al llamado multiverso, el conjunto de universos posibles. La definición de este concepto, como muchos otros, cambia de unos autores a otros, y el multiverso puede contener dimensiones paralelas o anidadas, simétricas o completamente aisladas. Todo depende de cómo se dispongan en él la materia y la energía, de cómo fluya el tiempo y se organice el espacio.


Fondo de Cultura Económica acaba de lanzar en nuestro país lo nuevo de la multipremiada Isol Misenta. La costura, que así se titula, nos habla de Lila y su mala cabeza. Pierde todo. Las llaves, los lápices o el paraguas. Pero está convencida de que todas esas cosas acaban en el lado de atrás, ese del que le ha hablado la abuela. Así empieza a ver agujeros por todos lados y decide poner fin a esta situación zurciéndolos. Sin embargo, sus costuras van a provocar un serio problema sobre el lado de afuera, el que habitan ella y toda la gente de su pueblo. ¿Podrá remediarlo?


Además de su ya clásica línea temblorosa, algunos recursos del cómic o la familia como contexto narrativo, Isol toma como escenario de este libro los bordados de un chal tradicional palestino, uno que fue creado para el proyecto “Palestinian Art History as Told by Everyday Objects”, desarrollado por el Palestinian Museum.
Isol juega con el derecho y el revés, con la trama y los hilos, con los juegos de perspectiva, para proponernos una fábula cotidiana llena de poesía, pero también de magia. Poniendo de manifiesto cómo algunas personas son capaces de ver la magia que se desborda por un mundo en el que corren linces de cinco patas o ratones de ojos brillantes.


Del mismo modo, ahonda en la relación que los niños tienen con los mayores, con sus historias. Cómo, partiendo de lo inverosímil, cualquier cosa puede tomar forma. Ese es el poder de la imaginación, el de cambiar el mundo con lo más insignificante, en este caso una aguja y un hilo.
También se zambulle en los conceptos causa y efecto, en la inocencia infantil, en su desconocimiento, en cómo la ignorancia puede cambiar el curso de las cosas, un recurso narrativo que la autora argentina rescata de los cuentos populares.


Como punto y final a esta reseña, les remito a la dedicatoria de un libro que también rinde tributo a la figura de su padre, recientemente fallecido, un habitante más de ese otro lado del que desconocemos su existencia y que en muchas ocasiones es un alivio más a nuestra naturaleza mortal.

viernes, 17 de junio de 2022

Reflejos sobre uno mismo


El mar. Hubiera deseado pasar la ola de calor junto al mar. Pero no, me toca estar corrigiendo exámenes de recuperación. No sé para qué. Todo es tan yermo, tan inútil, que a veces uno se plantea para qué hacemos ciertas cosas si en realidad sirven de poco. Quizá todo sea como siempre y lo que verdaderamente importa es estar aquí, en el mundo. O quizá no. Preguntarse en voz alta. Responderse en un susurro. Dejarse mecer. Observar lo bello. Transformarlo en algo más hermoso. Ver cómo se reflejan las estrellas. Sobre nosotros. Sobre el mar.


Las personas nacen sin nombre
Luego viene alguien y dice:
Tú te llamas Raquel
Y ya está
Las estrellas también nacen sin nombre
Luego viene Raquel y dice:
Tú eres Cástor, tú eres Pólux, tú eres Maia
Y las estrellas se llaman Cástor, Pólux y Maia
Las estrellas no tienen apellido
Las estrellas no tienen dirección ni bicicleta ni teléfono
Las estrellas están siempre en el cielo
Los peces están siempre en el mar
Raquel no está nunca en el mismo lugar
Raquel está en la casa, en el parque,
En el mar, en la biblioteca,
En el mercado, en la bañera
El parque no está en el mar
El mar está en el corazón del pescador
Raquel está en el cielo
Raquel es una estrella
Y ya está


Micaela Chirif.
Las estrellas.
En: El mar.
Ilustraciones de Armando Fonseca, Amanda Mijangos y Juan Palomino.
Premio de poesía A la orilla del viento 2019.
2019. México: Fondo de Cultura Económica.


viernes, 18 de diciembre de 2020

Una nube que era libro


Unas veces veo libros y otras, monstruos. Veo tantas cosas que ya no soy capaz de distinguir entre realidad y ficción. Unas veces porque quiero y otras porque no puedo. La imaginación es así de complicada, o quizá muy fácil. Más todavía cuando te dejas llevar. Necesaria más que inútil, inspiradora más que baldía. Fantasía, esa turbina que gira y gira a modo de bálsamo para nuestras heridas, un cáncamo para soportar la vida, encaramarse a ella como torpes jinetes o elegantes caballeros, ¡qué más da! La cuestión es aventurarse, dejarse llevar, sentir, galopar. 
Unas veces leo libros y otras, nubes. Leo tantas que me transformo en ellas. Río, callo, subo y bajo. Cual nube de la mañana o como las del ocaso. Cubro el cielo, lo surco, lo empaño. Ayer leí una nube que era libro. Y floté.

Siéntate a la mesa 
y observa 
al pequeño caballo 

que galopa 

entre el pan 
la miel 
la cafetera. 

Inventa un idioma para él 
(palabras como zanahoria 
azúcar 
trébol) 

y dile que se acerque. 

Sucede siempre o casi 
el caballo subirá a una de tus manos

y se quedará ahí, acurrucado 
por un par segundos. 

Porque esa es la costumbre que tienen los de su raza 
cuando se encuentran a un niño –como tú- sentado a la mesa 

que inventa un idioma 
(palabras como trébol 
azúcar 
zanahoria) 

y le ofrece una de sus manos 
en señal de amistad. 

***

Lo vi desde la ventana

(luz de febrero
o marzo)

un banco de peces atravesó el cielo
volando.

El espacio que une el cielo y el mar

hicieron un agujero 
y lo cruzaron.

No eran pájaros de plata
no eran trozos de la luna.

Te lo prometo, eran peces.

María José Ferrada.
I y VII
En: Cuando fuiste nube.
Ilustraciones de Andrés López.
Premio hispanoamericano de poesía para niños 2018.
2019. Fondo de Cultura Económica: México.



viernes, 10 de enero de 2020

¡Que empiece el 2020!



Dice mi amigo el Alfon que somos unos yonquis de la fiesta. Que cada vez que termina una época de mucho lío y diversión, pasamos el mono unos cuantos días. Dormimos fatal, nos empiezan a doler las articulaciones, sale a la luz algún achaque, aparecen orzuelos, calenturas y otras miserias. Vamos, que es preferible sentirnos vivos a estar hechos un asco...
Hay que reconocer que no estamos como a los quince años (canas, arrugas… ya saben), pero seguimos desbordando vitalidad y muchas ganas de dar el callo. No les negaré que debemos retomar los buenos hábitos (mucha agua, dieta sana, algo de deporte), pero nunca dejar que nos lleve el tiempo a su antojo, que cuando no te das cuenta se te va la vida, ¿y luego qué? Pues eso, que se acaba lo bueno. Reír, charlar, querer, jugar y respirar. Vivamos pues. Que luego todo queda en nada. Y cuando todo termine, que nos pille sin miedo, bailando.



No tengas miedo de la muerte

no hace ruido
no huele
no tengas miedo de su escarcha
no sentirás dolor
no habrá nadie
no estarás ahí
no tengas un cajón para el frío
será sólo un segundo

no tengas miedo de la muerte
lindura
somos gusanos dejando hilos de seda
sobre el agua.

Luis Eduardo García.
Te explico esto a tus quince años.
En: Una extraña seta en el jardín.
Ilustraciones de Adolfo Serra.
2018. México: Fondo de Cultura Económica.



lunes, 11 de noviembre de 2019

¡Que viene el lobo!


Las elecciones, sobre todo las generales, se parecen cada día más a un partido de fútbol. Son una especie de batalla campal (y virtual, que anda que no hay mítines en Twitter, Facebook e Instagram), en la que los aficionados (llamémosles por su nombre) corean todo tipo de cánticos (me abstengo de entonarlos porque ando algo jodido del garganchón). Cuando la junta electoral engancha el pito y da a conocer el resultado, todos salen a la calle. Los unos como ganadores, los otros como derrotados. Y venga, que el ritmo no pare hasta el próximo derbi.
Durante las dos últimas campañas electorales, la consigna más coreada en el campo de juego ha sido “¡Que viene el lobo!”. No sé si ha sido muy efectiva a tenor de los resultados electorales, pues creo que el efecto ha sido el contrario (creo que el “Rebota, rebota y en tu culo explota” ha sido lo que ha primado).


Yo, como ácrata que soy, estoy bastante tranquilo, no me altero ni un ápice por los resultados, pues hay que dejar que todos muestren su cara (ahora viene lo bueno), que para eso estamos en “democracia” (entrecomillo hasta que la ley electoral cambie). Las redes se han llenado del “Vota, por favor”, y la gente ha hecho caso a pesar del viento, la lluvia y el resto de meteoros.
Solo les digo: manténgase cautos, pues ni los malos son tan malos ni los buenos son tan buenos, sino todo lo contrario (como diría un gallego). No nos engañemos, porque aquí hay lobos de todo tipo. De los que se esconden bajo la piel de cordero, de los aulladores y poco mordedores, de los muertos de hambre, de los morrifinos y exquisitos, de los encrespados y también de los repeinados. También tenemos lobos de tres al cuarto, mansos y feroces, de los estrategas y solitarios, y de los que se parapetan detrás de la manada.


Si tuviera que elegir alguno ese sería el Lobo de Olivier Douzou (Fondo de Cultura Económica), un animal con mucho salero. Se lo digo porque es uno de esos libros que no para de reeditarse una y otra vez. No me extraña, pues tiene mucho que decir. Veamos… En primer lugar es un álbum pequeñito (17,5 x 17,5 cm), lo que lo hace muy manejable para los pequeños lectores. En segundo lugar cuenta como protagonista con uno de los personajes más queridos/repudiados de la Literatura Infantil clásica.
También hay que llamar la atención sobre la forma en la que el autor nos presenta la historia. A caballo entre el juego de adivinanzas, las retahílas y el ritmo cinematográfico, en cada doble página tenemos texto (página izquierda) e imagen (página derecha) donde el autor construye al personaje a modo de rompecabezas. Primero nariz, luego ojos, orejas…, así hasta completar a un lobo feroz con líneas de tinta y colores contrastados y planos.


Por último, apuntar a ese giro de tuerca sobre las tendencias alimentarias de este famoso carnívoro, algo que saca más de una sonrisa a los primeros lectores y que prefiero no desvelar, pero que ya les adelanto que lo pueden saber contemplando sus tapas peritextuales (si las abren 180º podrán ver la imagen completa y sabrán a lo que me refiero).
Espero que me hagan caso y disfruten de este lobo, pues ni los de Wall Street ni los aspirantes a la Moncloa les robarán la misma sonrisa a sus hijos.

miércoles, 3 de abril de 2019

¿¿¿Malvado yo???



Dicen que ayer fue el Día Internacional del Libro Infantil o, lo que vino a ser lo mismo, el cumpleaños de Hans Christian Andersen. Seguramente muchos de los que estaban en Bologna lo celebraron por todo lo alto (me consta que unos comieron queso, los más clásicos mortadela y otros brindaron con ron y chocolate), pero un servidor, que está hasta las narices de este segundo y largo trimestre (les aviso por si no se han percatado) no pudo hacerlo pues el deber y las salidas de campo me llamaron. Tampoco se ha acabado el mundo, han sobrevivido a mi falta de previsión respecto a las efemérides y pueden perdonarme pues los libros infantiles construyen este lugar día a día, no sólo uno.
Dicho esto retomo la actividad de un blog que necesita animación (la dichosa astenia primaveral está minando mi inquebrantable voluntad), pues me comentaba el otro día una seguidora que va echando de menos mi maldad, una hoja de doble sentido que de vez en cuando hay que afilar, sobre todo cuando se ciernen comicios, ferias del libro u otros faustos que nos dan mucho que hablar. Yo me sonreí y le prometí artículos más sarcásticos y mordaces, pero que le agradecería que no me metiera en el saco de los malvados, pues hay una diferencia notable entre ser travieso y ser malvado.


Cari, no confundamos. Llámame juguetón, granuja o descarado. Sé un poquito más fina y elegante y déjate a un lado definiciones como maleante o villano. Que esas tienen connotaciones mucho más peyorativas y harán pensar a los futuros monstruos que el aquí firmante es hijo del mismísimo diablo. Yo solo juego, me divierto e intento no hacer daño. Hay muchos otros peores que yo, como muestra, la protagonista del libro de hoy…
La peor señora del mundo era uno de esos libros que tocaba leer. Me llamaba por considerarse ya un clásico de las letras infantiles mexicanas (se publicó por primera vez en 1992 y he visto montones de reseñas de él), por la cantidad de copias vendidas (yo calculo unas seiscientas mil, que en un libro infantil, sobre todo hispanohablante, ya es muchísimo), y por haber sido censurado en pequeños círculos de la media-alta sociedad mexicana (este dato da mucho morbo y tendré que añadirlo a mi monográfico sobre la censura en la LIJ), así que me hice con un ejemplar de este cuento ideado por Francisco Hinojosa, ilustrado por Rafael Barajas “El Fisgón” y publicado por Fondo de Cultura Económica.


A pesar de haber encontrado alguna que otra crítica negativa de este librito (en tapa blanda y muy barato, algo que me chifla), he de decir que el libro me ha gustado bastante, porque con un lenguaje directo, mucho humor y escasas florituras, esta historia sobre una señora que echa jugo de limón sobre los ojos de sus hijos, los alimenta con comida para perros y pega palizas a sus convecinos (violencia y tortura de la buena), nos habla de muchas cosas con la honestidad que se le supone a cualquier buen libro.


En primer lugar he de decir que su estructura tiene mucho que ver con los cuentos populares, concretamente aquellos que hacen alusión a la unión del pueblo contra el antagonista. Si a ello le unimos que la lucha se realiza desde una postura inteligente y  perspicaz, la cosa se tiñe de ejemplarizante (teniendo en cuenta que esta señora es mala, malísima, cabría esperar una cruenta batalla, algo que no sucede), algo por lo que este libro ha sido tildado de antibelicista. Por mi parte no diría tanto, ya que lo exagerado, lo paródico y lo cómico nos evocan cierto regusto amargo, casi compasivo, sobre la figura de esta señora, heroína indiscutible de esta historia que logra levantar al pueblo para expulsarla de Turambul. 
Lean y disfruten, pero no quieran parecerse a ella. Y si lo hacen, apechuguen con lo que les venga... 


miércoles, 20 de febrero de 2019

Frikis, creativos y juguetones



El otro día, durante la guardia de patio, charlaba con el Francis sobre los alumnos. Los destripamos convenientemente y sin piedad. No es que fuésemos ofensivos (eso es para otro tipo de profesorado), pero sí llamábamos a las cosas por su nombre, que para eso están las palabras: para usarlas. Hablábamos de tipologías de alumnos, de subconjuntos y taxonomía (que así suena más fino). De alumnos convencionales (suelen ser bastante aburridos y los preferidos por ese tipo de profesores que no quieren cuestionarse su labor) y de alumnos no tan convencionales.
Yo dije que me encantaban pues pueden enriquecerte más que los otros. Que les pueden colgar el sambenito que quieran. Ellos van a su bola, cultivan distintas parcelas del saber (aunque a nosotros nos parezcan inútiles) y desarrollan sus universos particulares, paralelos. Y sobre todo son creativos, pues era algo que llevaba constatando desde hace años. El Francis me dio la razón como a los tontos (se pensaría que estaba tratando con un camarero al que debe caer simpático) a lo que yo continué metiendo algo de cizaña… “Pero no te creas, nene, que estos chiquillos, a pesar de tener un mundo interior tan rico, emocionalmente tienen las de perder, pues el sistema está montado para lo mayoritario, que aunque a mí me parezca insulso, siempre tiene más aceptación”. Acto seguido saltó el Francis y me dijo que cómo soy, que siempre me percato del lado miserable de las cosas. Yo sonreí y seguí con el paseo, esperando que algún crío más raruno que yo me asaltara con una de sus ventoleras.


Ipso facto me vino a la cabeza un título de Édouard Manceau, ¡Gracias, señor Viento! (Fondo de Cultura Económica), no por lo ventoso, sino por otras razones.
Aunque a priori el pequeño álbum para prelectores (¡Recomendadísimo a todos los maestros de Educación Infantil pues tiene grandes posibilidades!) no parece tener nada que ver con esta disquisición, creo que sintetiza muy bien la idea del espíritu creativo, uno que surge del mero azar, de las asociaciones de ideas aparentemente valientes, de la belleza por lo sencillo, incluso del caos. Pues así son este tipo de alumnos: impredecibles, volubles, juguetones y extravagantes. Vuelan como él, recogiendo en su camino papeles de colores, buscando formas con las que contarnos que la fantasía y lo improbable, siempre se unen en un abrazo. Para traernos hermosas sorpresas (rimadas, en el caso del libro) con las que alegrarnos el corazón y hacernos la vida más ligera y amable.



martes, 29 de enero de 2019

Abriendo libros y cerrando el desánimo



No sé qué coño le pasa al personal. Tienen tan mala cara que desaniman a cualquiera. Unos  sufren de gripe (¡Como si yo tuviera la culpa! ¡Bastante tengo con intentar no pillarla!), otros con mucho trabajo (Yo vivo soterrado por pilas de exámenes que preparar y corregir, y no me dedico a joder al personal), y los menos aducen problemas familiares (mientras no sea un problema grave, hay que huir de los que se quejan de los hijos malcriados). El caso es que la cuesta de enero (más la emocional que la monetaria) está resultando muy acusada con una atmósfera tan grisácea.
Señores, yo también podría contarles mis penas (autocompasión… ¡vaya asco!), pero prefiero dejar de cavilar y lamentarme (sobre chorradas, la mayor parte de los casos) para ponerme con otros menesteres, léase quitar el polvo, preparar un bizcocho o planchar toda esa ropa que debería estar ocupando el armario.


Si no les apetece en absoluto dedicar su tiempo a las tareas domésticas, hoy les propongo una aventura (baratica, que ya sé que el dinero sigue mermando en sus bolsillos). Pónganse guapos (es un buen comienzo ese del quererse y cuidarse), echen mano del abrigo (que con está ciclogénesis pueden salir volando) y dirijan sus pasos a la biblioteca más cercana. Busquen la sección de narrativa, pues la propuesta de hoy tiene que ver con los clásicos, y, sobre las baldas, den con Peter Pan y Wendy, Robin Hood (en la edición de Howard Pyle), El mago de Oz, El viento en los sauces, Alicia en el país de las maravillas, La isla del tesoro y una colección de cuentos de  los hermanos Grimm. Con eso, bastará.


Si no me equivoco podrán pedir prestados estos siete libros (N.B.: No hagan como un servidor y devuélvanlos cuando sea menester… Les confieso que me he demorado un poco con el último préstamo… Soy un mal ejemplo y tendré que sufrir las iras de mi bibliotecaria. Lo reconozco). Váyanse con ellos a casa, de la mano o bajo el brazo (de ustedes depende el gesto cariñoso), elijan un sillón cómodo ¡y a leer!
Al principio, muy al principio, se sentirán algo estúpidos (¿Leer? ¿En vez de ver la serie de moda? No sé lo que aguantaré…), tras unos minutos esbozarán una sonrisa (Y aquí estoy… ¡con estos libros para niños!), seguidamente se olvidarán de sus prejuicios, y por último se sumergirán en las escenas imaginadas, en el mundo de la fantasía. 
No piensen que son los únicos, pues uno de los personajes icónicos de la LIJ actual, el Willy de Anthony Browne, también hace lo propio en Los cuentos de Willy, un título recién reeditado por Fondo de Cultura Económica.


Con este libro, el autor inglés pretende rendir un homenaje a unas cuantas obras fetiche de la literatura infantil a través de su (creo) alter ego, Willy, el mono que protagoniza sus libros-serie más conocidos, y de paso hacer un reconocimiento público (y necesario, tal vez) al universo bibliotecario (cruzar esa puerta… una bonita metáfora). También propone un juego a los pequeños lectores, pues abre esas historias a nuevas interpretaciones y finales en cada doble página, un recurso que utilizan muchos autores para introducir al lector en el país de lo (meta)literario y la creación.
¡Venga! ¡No pongan esa cara de muermos! ¡Atraviesen la puerta y disfruten de los libros!


miércoles, 9 de enero de 2019

¿Niños? ¡Vaya lata!



La navidad albaceteña se parece algo a la feria. Con abrigo y sin redondeles no paras de toparte con gente (des)conocida (es lo que tiene pasarse el día formando parte del mobiliario urbano…). Los unos están totalmente acabaos, las otras han alcanzado el éxito allende los mares, y aquí sigo yo, contemplando –y soportando- la pasarela.
No sé cuántas veces me han preguntado lo del Botox® y los injertos capilares (Me reía, claro… De los aduladores líbreme el Señor que de los envidiosos ya me libro yo), que si seguía aguantando niñatos (¡Y menos mal…! Lo malo sería que tuviera que aguantarlos a ellos…) y que si todavía no me había cansado de juergas (Hay gente que de tonta, ofende). Yo les dejaba que se explayaran, a modo de buen terapeuta, y luego, sopesando su tez cetrina y la profundidad de sus ojeras, hacía la pregunta estrella: “¿Y tus chiquillos, cómo los llevas?” Empalidecían de inmediato y, con la lengua contenida, torcían el morro con un gesto a camino entre la mueca y la sonrisa (que no falte).


Y es que el aquí maestro sabe de buena tinta lo que deparan los hijos. Empezando con la teta y terminando por la graduación, los vástagos dan muchismo’ quehacer. Que si no concilian el sueño, que si tienen terrores nocturnos, que si se estriñen, que si no les gusta la fruta, se orinan sin cesar, el chichón de la guardería, y sobre todo el “¡No te comas las uñas de los pies!”. Ver a los padres saliendo de quicio es una delicia, más todavía cuando terminan cediendo ante los chantajes de los mengajos (Aviso de que nos acercamos inexorablemente a la situación de los primeros 2000, cuando la crisis aún no había hecho aparición y los nenes se malcriaban solicos y sobreprotegidos).


Menos mal que todavía hay gente como Isol (Isol Misenta para los monstruos más duchos) que saben reírse de estas pequeñeces que minan la paciencia de padres primerizos. Y es que Imposible, su último título, editado por Fondo de Cultura Económica, es una parodia inmejorable que relaciona los pormenores de la crianza con la ignorancia de los progenitores. El argumento es bastante reconocible: una pareja anda harta de lo mal que se lo hace pasar su bebé día y noche, piensan que lo mejor es echar mano del esoterismo, y acuden a la consulta de una ¿hechicera? ¿pitonisa? para solucionarlo.
Aunque el resultado es bastante desternillante, les confieso que esta historia nos invita a pensar sobre muchas cosas serias que más de un padre o madre se debería plantear después del embarazo (me encanta esta conjunción).
¿Me escuchan, me sienten? ¡Un detalle inmejorable para todo tipo de progenitores! Yo que tengo cerca a muchos, creo que voy a comprar un capazo para adjuntarlos a la subsecuente tarjeta-regalo.



martes, 23 de octubre de 2018

Semana de los cuentos (II): Revisando cuentos tradicionales a través del álbum



En esta semana de los cuentos que me he inventado he creído conveniente dedicar un apartado a los álbumes que han sido inspirados, recopilan, reinventan o reescriben los cuentos populares. Como son muchísimos los libros de este tipo desde que el álbum contemporáneo se abre camino y tenía que escoger uno, me he decidido por un título que la mayor parte de ustedes conocerán pero que todavía no tenía su habitación propia en este hogar de monstruos.
Se han escrito muchas cosas sobre El túnel de Anthony Browne (Fondo de Cultura Económica), cientos de reseñas que se suelen centrar en la mala relación de los hermanos que protagonizan esta historia y que suelen hacer pocas alusiones a los muchos guiños que su autor realiza a los cuentos tradicionales en las ilustraciones que lo componen. Una reinterpretación en toda regla de unos cuentos que inspiran y enriquecen el mundo onírico de Browne (y de nosotros). Así que ¡manos a la obra!


El argumento del libro es sencillo. El hermano y la hermana (NOTA: Así los llama el autor en las primeras páginas de la versión original. Conforme las pasamos Browne desvela su nombre: Jack y Rose. En la edición española el traductor prefirió obviar cualquier nombre propio y hacer el relato más impersonal y de paso universal. Esto provoca la pérdida de importantes conexiones entre texto e ilustraciones). Se llevan a matar. Cada vez que están juntos se desata una tormenta. El nene pincha a la nena y ya la tienen montada. La madre se hincha y los echa de casa. A ver si de una vez por todas empiezan a llevarse bien...
Aunque en principio podría ser de esos álbumes ñoños y educativos que tanto nos dan que hablar, el asunto cambia cuando nos empezamos a fijar en unas ilustraciones cargadas de símbolos que nutren una historia de referencias y significado algo que crea un nuevo horizonte en la forma en la que se miran los cuentos tradicionales, tal y como explica Brenda Bellorín en su artículo crítico Un mapa para entender el ADN de los cuentos de hadas contemporáneos.
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En primer lugar tenemos unas guardas peritextuales que ejercen de prefacio y epílogo. En la parte derecha de la guarda delantera aparece una habitación con su papel pintado incluido (¡Qué inglés es este hombre!) en cuyo suelo descansa un libro de cuentos, mientras que la izquierda hace alusión a un patio rodeado por un muro enladrillado. Interior, exterior. Dos espacios, dos universos opuestos y un libro que desata nuestra imaginación. En la guarda trasera el escenario es idéntico con la salvedad de que el libro se encuentra en el patio al lado de un balón. ¿Qué ha pasado aquí? Veamos que nos dice la tripa…
En la primera doble páginas observamos que aparecen cuatro escenas. La hermana. El hermano. La hermana. El hermano. Detrás de ellos cada uno de los fondos que nos aparecen en las guardas. Empieza a desvelarse el misterio. Tienen estructura de cómic, es decir, viñetas separadas por calles, una división espacial que da buena cuenta de la relación distante que existe entre ambos hermanos. Si nos fijamos detenidamente en las escenas de la derecha, el libro que lee la hermana es el mismo que aparece en las guardas. En él se puede observar una reproducción de una ilustración de Kay Nielsen para el cuento Hansel y Gretel, un cuento tradicional que tiene cierto paralelismo con esta historia y que veremos se repite una y otra vez. Sigue el desarrollo y vemos a los hermanos juntos, ella mira cabizbaja una servilleta donde esta bordada la flor que le da nombre en la edición original. Él con su balón…


Avanzamos y nos encontramos la habitación de la hermana. Es la primera vez que ambos comparten habitación. Ella duerme. Sobre la mesita de noche aparece una casa de dulces iluminada (nuevo guiño a Hansel y Gretel) y sobre la cama aparece un cuadro, una reproducción de una ilustración de otro autor clásico, Walter Crane, en este caso se refiere al encuentro entre Caperucita Roja y el lobo. No es la única referencia a este cuento, ya que si giramos la mirada hacia nuestra izquierda observamos como una capa/túnica roja con capucha pende del costado del armario mientras que de la puerta entreabierta asoma el hermano con una careta de lobo. Se encuentran ambos personajes.
En la siguiente doble página la acción toma cierto aire dramático con la intervención de la madre. Los dos niños cabizbajos se dirigen a una especie de callejón donde les espera un montón de basura. Mientras el niño parece aburrido, la hermana lee su inseparable libro de cuentos, en el que aparece una ilustración de 1871 del cuento Jack y las habichuelas mágicas (¿Recuerdan cuál es el nombre del niño en la edición inglesa?)


De pronto, un túnel. ¿No les recuerda al agujero por el que desaparece el conejo blanco de Alicia? ¿Por dónde se viaja al País de las Maravillas? El hermano desaparece. La niña corre en su busca. Lo cruza mientras su libro se abre por una página que representa otra ilustración clásica (todavía no he podido averiguar a quien pertenece… Si alguien la conoce soy todo oídos). Llega al bosque, ese lugar donde la fantasía y la realidad se funden, el escenario ideal que da rienda suelta a la imaginación. Al principio todo parece tranquilo, pero pasamos la página y los árboles empiezan a adoptar formas extrañas. El miedo hace aparición. Vuelve a aparecer el hacha del leñador, la casita de chocolate, la mata de habichuelas y la Caperucita de carne y hueso que es Rose. Incluso un gorila (Ya saben de la obsesión de este autor por los primates). Los troncos se transforman en un lobo que, paulatina y sorprendentemente adopta la pose del cuadro de Crane ya citado. ¿Este es el mundo de los sueños? ¿Está todo en su mente? El surrealismo está servido. 


Al fondo, en una parte del bosque talada, se ve la figura del hermano. Se ha convertido en estatua, una imagen que está rodeada de un fondo negro que acentúa el dramatismo. La hermana corre hacia él y con su sólo abrazo es capaz de retornarlo a la vida, un momento de la acción que también contiene reminiscencias de otros cuentos tradicionales como Hansel y Gretel (otra alusión más que intensifica la importancia que Browne le da), Hermanito y hermanita (un cuento recopilado por los hermanos Grimm donde el hermano es transformado en un cervatillo por la madrastra) o La reina de las nieves (en este cuento el hermano, que se encuentra frío e inmóvil por el hechizo de la reina de las nieves, recobra la vida gracias al candor de su hermana).
Terminamos la historia y vemos en la contratapa el mismo túnel. No hay rastro de la hermana. Sí está el libro de cuentos que aparece una y otra vez en las páginas. Cerrado. Ha cumplido su misión.